Jueves 2 de mayo de 2024

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Queridas hermanas y queridos hermanos:

Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de San José. Para nuestro Seminario es una fecha muy importante dado que, bajo el patronazgo de San José, se han formado, nos hemos formado, y se forman los pastores y futuros pastores de su Pueblo. A la luz de la Escritura y la gran rica tradición de la Iglesia comparto tres breves puntos sintetizados en tres palabras: ARTESANAL, SUEÑOS, PATERNIDAD.

1. La dimensión ARTESANAL de la vida de fe
2. Dejarnos interpelar por los SUEÑOS de Dios
3. Una PATERNIDAD que cuida y acompaña

1. La dimensión ARTESANAL de la vida de fe
José no es parte de ninguno de los grupos que habitualmente encontramos en el Nuevo Testamento y su contexto. No es rabí ni escriba; no es fariseo, sacerdote ni levita; no es saduceo ni zelote; no es herodiano ni publicano. Mt 13,55 nos dice que José es un carpintero, un tékton en la lengua griega del NT, o un naggar en lengua hebrea, es decir un pequeño ARTESANO, trabajador de la madera con sus manos y, tal vez, de otras materias primas.

Lo que es ARTESANAL se contrapone a lo que se realiza en serie, lo ARTESANAL habla de personalización y personalizar. Lo ARTESANAL nos habla de libertad y creatividad. Lo ARTESANAL es delicado, positivamente sensible, cuidadoso del detalle. El ARTESANO se debe involucrar en su obra. La presencia de San José es en nuestra vida profundamente ARTESANAL. Está marcada por estas características. Muchos de nosotros, pastores y futuros pastores, experimentamos y hemos experimentado en esta casa la presencia ARTESANAL del querido San José en nuestra vida. Su presencia ARTESANAL nos compromete a todos los bautizados, especialmente a los ministros ordenados, a buscar caminos de fe en clave ARTESANAL. Ser realmente ARTESANOS de la paz, de la ternura, del diálogo y del encuentro. No somos máquinas, no somos funcionarios, no somos jefes, no somos empleados, no somos príncipes... somos ARTESANOS de la vida en abundancia que Cristo nos trae para acompañar a nuestro Pueblo. Que nuestras manos estén al servicio de custodiar ARTESANALMENTE a aquellos que el Señor ha puesto bajo nuestro cuidado pastoral.

2. Dejarnos interpelar por los SUEÑOS de Dios
Con el trasfondo de la imagen del patriarca José, hijo de Jacob, en el Primer Testamento, San José aparece como el hombre de los SUEÑOS. Los pocos datos que tenemos en el NT están muy asociados a la raíz griega onar que significa SUEÑO. Todo este proceso de crisis que experimenta de cara a su decisión con María, como acabamos de escuchar en el Evangelio, está marcado por los SUEÑOS. Sabemos por la moderna psicología que es propio del SUEÑO deponer toda barrera, todo mecanismo de limitación. En el SUEÑO se baja la guardia y se permite transitar con más libertad. Este bajar la guardia de San José es ante Dios. Es Dios quién le habla en los SUEÑOS a través de su ángel.

Con San José, como San José, bajemos la guardia y SOÑEMOS para que Dios nos pueda hablar y revelar su santa voluntad. Con José, como José SOÑEMOS los SUEÑOS de Dios para nuestra vida, la Iglesia y la humanidad. Dejémonos interpelar por los SUEÑOS de Dios para hoy discernir su santa voluntad en los contextos complejos de nuestro tiempo. Pidamos, también, la misma voluntad de José para arrojarnos como él a los SUEÑOS de Dios.

3. Una PATERNIDAD que cuida y acompaña
Solo Dios es PADRE con mayúscula. El Dios eterno es fuente de toda PATERNIDAD. Es PADRE que crea, cuida y acompaña en el crecimiento de la vida de sus hijos. La PATERNIDAD de Dios no es cerrada, es difusiva y centrípeta. Dios comunica y participa su PATERNIDAD. Elige a algunos para que sean su presencia PATERNAL en la vida y en la historia. Esta es una de las características fundamentales de San José. Al ser elegido por el mismo Dios para ser PADRE adoptivo de Jesús, el Mesías y Salvador, San José es modelo de verdadera y santa PATERNIDAD. El gran patriarca ha sido y es nuestro PADRE y en nombre de Dios nos cuida y acompaña.

Dios PADRE y San José, también nuestro PADRE, nos animan a ser también nosotros PADRES en su nombre. Con la fuerza de Dios, y el modelo y la intercesión de San José, los pastores y futuros pastores somos invitados a renovar nuestro servicio PATERNO en nuestros contextos. Nos decía el Papa Francisco durante el año de San José: Nadie nace PADRE, sino que se hace. ... [cuando] alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la PATERNIDAD respecto a él... También la Iglesia de hoy en día necesita PADRES... (Patris Corde 7). Pidamos la gracia de siempre estar en camino de ser y hacernos PADRE al servicio de nuestros hermanos.

Para concluir
Termino con la breve oración del Papa Francisco al final de la Carta Apostólica Patris Cordis que nos invita a confiarnos en la paternidad de San José:

Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.

Mons. Gabriel Mestre, arzobispo de La Plata

El Salmo que rezamos hoy, el Salmo 50, dice en su antífona “crea en mí un corazón puro”, crea en mí un corazón puro. Y me hacía acordar a una lectura que leímos el jueves de la segunda semana de cuaresma, creo que fue el 29 de febrero, donde decía la primera lectura del profeta Jeremías: “nada más tortuoso que el corazón del hombre y parece que no tiene arreglo, ¿quién podrá penetrarlo? Yo el Señor sondeo el corazón y examino las entrañas”.

Repito, la antífona del Salmo de hoy crea en mi Señor un corazón puro y me hizo acordar de esta lectura de Jeremías de hace unos cuantos días, donde leíamos en la misa nada más tortuoso que el corazón del hombre que parece que no tiene arreglo, ¿quién podrá penetrarlo? Yo el Señor que sondeo el corazón y examino las entrañas.

Por eso hoy quería comenzar prestándole atención a nuestro corazón, pudiendo decirle hoy al Señor que sí, que queremos tener un corazón puro, pero que al mismo tiempo reconocemos con el profeta Jeremías que nuestro corazón es un poco tortuoso y que a veces parece que no tiene arreglo, porque a veces en el corazón tenemos sentimientos encontrados, a veces en el corazón como también nos dice el Salmo de hoy, tenemos culpas, tenemos pecado.

Entonces quería que hoy cada uno pudiese mirar su corazón, ese corazón que siente hermosos sentimientos de amor, de amistad, de perdón, pero ese corazón que es a veces complicado, ese corazón que como dice el Salmo también hoy tiene culpa, tiene pecados.

Pensaba en la culpa, la culpa que es un sentimiento que a veces nos va carcomiendo por dentro. Hay un libro, un libro de Marcos Aguinis que se llama, justamente, El elogio de la culpa. El personaje principal es la culpa y dice textualmente, “me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta, mi propósito es apretar, no ahogar”. Fíjense lo que dice la culpa en ese libro, me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta, mi propósito es apretar, no ahogar.

Es que creo que todos a veces nos sentimos apretados por la culpa. La culpa es ese sentimiento que nos hace sentir angustia, que nos hace sentir mal por lo que hicimos y que nosotros lo tenemos que transformar en responsabilidad.

Por eso quería que hoy junto con el salmista le pidamos juntos a Dios que nos dé un corazón puro, que nos libere de la culpa, que no nos deje ahogarnos por la culpa porque la culpa aparte es un sentimiento que nos paraliza, que no nos deja avanzar y que no nos deja ser responsable de nuestras acciones.

Con la culpa nos quedamos como atrapados en el pasado y no confiamos en la misericordia de Dios, por eso prohibido ahogarnos en la culpa. Quizá muchos de los que nos siguen hoy vienen arrastrando culpas de hace muchos años en su historia personal, pero creo que tenemos que animarnos hoy a presentarle el corazón a Dios y decirle que nos regale un corazón puro, liberado del pecado, pero también liberado especialmente de las culpas.

Al mismo tiempo, el Evangelio de hoy en cuatro ocasiones dice la palabra glorificar. Y uno cuando escucha estas palabras que nosotros no somos de usarlas mucho, lo primero que tiene que hacer es buscar en el diccionario. Y glorificar, dice el diccionario, se dice de quien es ensalzado, o alabar a una persona, o hacerla digna de prestigio, alabarlo por sus éxitos, por el dinero, por el poder, alabarlo por el rating, o alabarlo porque todo le sale bien.

Pero claramente, para Jesús glorificar es otra cosa. Para Jesús la glorificación es servicio. Para Jesús la glorificación es desapego. Para Jesús la glorificación es morir como la semilla. Como nos dice el Evangelio, la semilla de trigo que cae en tierra y muere.

Pero no es morir de cualquier manera, es morir sembrado, morir para dar fruto, morir para dar nueva vida. Ese es el modo de ser glorificado, entregar nuestra vida por amor y por servicio.

Por eso creo que por un lado está bueno hoy mirar el propio corazón, crea en mi Señor un corazón puro, pero al mismo tiempo no nos queremos quedar ensimismados, no nos queremos quedar mirándonos a nosotros mismos, sino que queremos también nosotros glorificar a Dios.

¿Y cómo lo glorificamos a Dios? Entregando la vida por los demás. ¿Cómo glorificamos a Dios? Viviendo la vida con pasión, no guardándonos nada.

Así lo dice el documento de Aparecida en el número 360. “Los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad en la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir cómo un cuidado enfermizo de la vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo. Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad, que la vida se alcanza y se madura a medida que se la entrega para dar la vida por los otros”.

Una vez leí una frase que decía, “todo lo que no se da se pierde”. Justamente entonces entregarnos en la vida cotidiana, glorificar a Dios es ponernos al servicio de los demás.

Pidamos juntos al Señor entonces que nos regale un corazón nuevo, pero no un corazón nuevo para mirarnos al espejo y decir qué bueno que soy, me liberé del pecado, me liberé de todas las culpas.

No, un corazón nuevo para construir un nuevo mundo, un corazón nuevo para ponerme al servicio de los demás, un corazón nuevo para jugarme por los otros.

Termino con un texto de San Oscar Romero que nos habla de esta tensión entre cambiar el corazón y ponernos al servicio de los otros. Decía unos poquitos días antes de morir, asesinado el 24 de marzo de 1980, “vivamos este tiempo de cuaresma que nos va a capacitar en esta larga peregrinación que emprendimos el miércoles de cenizas y a la pascua y hacia Pentecostés. Ellas son las dos grandes metas de la cuaresma. El hombre no se mortifica por una enfermiza pasión por sufrir. Dios no nos ha hecho para el sufrimiento. Si hay ayunos, si hay penitencia, si hay oración, es porque tenemos una meta positiva que el hombre le alcanza con su vencimiento, en la pascua, o sea, en la resurrección, para que no sólo celebremos a un Cristo que resucita, sino que durante la cuaresma nos hemos capacitado para resucitar con él a una vida nueva y así ser hombres nuevos que precisamente hoy necesita nuestro país. No gritemos solamente cambios de estructuras, porque de nada sirven esas estructuras nuevas cuando no hay hombres nuevos que manejen y vivan esas estructuras que urgen en el país”.

Cambiemos el corazón, pidamos con el Salmo un corazón nuevo, un corazón purificado, para ponernos al servicio de los otros, para glorificar a Dios entregando la vida por los demás y entre todo generar estructuras nuevas, como nos decía Monseñor Romero, estructuras nuevas para un país más justo que tenemos que construir entre todos.

Amén.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires

A los 184 años de su nacimiento celebramos a San José Gabriel del Rosario Brochero

Confiesa la fe de la Iglesia, que somos todos nosotros, que Jesús a través de santos pastores, sigue siendo el único Pastor de su pueblo.

Hoy festejamos porque al Santo Cura Brochero Jesús le confió el pastoreo de una porción de su Iglesia en la Argentina. No le tocó una Argentina más fácil que a nosotros, aquí en las sierras de Córdoba en la segunda mitad del siglo XIX

Festejamos a Brochero que supo acompañar como Pastor la fe de los serranos. Enseña San Pablo que uno es el que riega, otro el que planta; pero es Dios el que da el crecimiento. Brochero plantó y regó y supo esperar el crecimiento; eso es acompañar

Pasaríamos largos ratos contando cosas lindas de Brochero. Historia hermosas de antes y de ahora. (los gauchos y las paisanas, los políticos, los policías miembros de la fuerza de seguridad, los maestros, las religiosas, los curas….) Pero digamos hoy con alegría y consuelo, sintetizando lo mucho que decimos y escuchamos: Brochero es un santo

La pregunta que surge ahí nomás es: qué tipo de santidad encarnó el Cura Brochero. Eso lo sabe mejor que nadie la gente del lugar. La santidad de un Cura Gaucho

La fe había sido regalada por Dios en el bautismo a sus bisabuelos y tatarabuelos. Ellos la habían mantenido en medio de la pobreza, las penurias, las contradicciones y los propios pecados

Y Brochero fue un verdadero peón, un trabajador, un arriero por estos campos de Dios. Dios es el dueño de los campos y espera obreros para la cosecha.

¿Cómo lo hizo el Cura Brochero?

  • predicó el Evangelio y celebró sacramentos… y salio de la sacristía, nombró bautizadores en los lugares más escondidos de su parroquia
  • respetó a las autoridades, pero supo mantener catequistas en las escuelas,
  • edificó capillas y favoreció el compromiso de los vecinos en esas capillas
  • golpeó las puertas y los corazones duros de los dirigentes acostumbrados a llevar el progreso a otros lugares de la patria
  • hizo caminos y también favoreció cercanía y progreso, los caminos están hechos para encontrarse
  • Promovió a la mujer de la sierra… sin paternalismo no autoritarismo
  • pidió el indulto para presos aún en medio de una sociedad incapaz de reinsertar a quienes se habían equivocado fiero
  • tomó partido en asuntos concretos que afectaban al bien común, ese bien que va siempre junto con el bien de los olvidados que nadie ve
  • sí! supo cuidar paternalmente a los pobres y también a los más pudientes
  • y supo no ganarse enemigos; pidió perdón, volvió a conversar; sin polarizar, sin dividir ni echar culpas, era un santo capaz de comunión; era un santo

Y Brochero creció con su gente, porque se hizo como ellos, se encarnó en su cultura. Creció como pastor con su gente: “me he hecho tan como ellos que no le puedo asegurar no haber usado esas palabras”, responde a la autoridad que le llama la atención, porque algunos lo habían acusado de hablar mal

Digamos entonces: encarnó un modelo de santidad criollo y serrano que hoy embellece la santidad de la Iglesia toda

Este estilo de santidad necesita nuevos protagonistas, mujeres y hombres brocherianos hasta los huesos, hasta la médula.

¿Quién se anota? ¿Nos anotamos? ¡Gracias por venir!

Mons. Hugo Ricardo Araya, obispo de Cruz del Eje

“¡Cristo vive! ¡Y te quiere vivo!”

Hoy es un día de fiesta para la Iglesia en San Juan. Estos cuatro hermanos nuestros darán un paso importante en su camino de fe, y entregarán su vida como ofrenda para nosotros. Dios nos quiere en gran manera, alabemos su misericordia. Saludamos de modo especial a sus familiares y amigos que tan importantes han sido en la historia de la vocación. 

Ellos han elegido las lecturas que acabamos de proclamar, y quieren que esta Palabra nos ilumine en este momento. Para quienes somos obispos, presbíteros y diáconos esta celebración nos lleva en la memoria a los inicios del servicio ministerial.

Quien escribe la carta leída en la Primera Lectura se identifica como “testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria” (I Pe 5, 1). Sin duda un modo de expresar una cercanía muy singular con Jesús, compartiendo una gloria en común.

La exhortación se dirige a un grupo de responsables de las primeras comunidades cristianas, quienes cumplen la misión de pastorear. La enseñanza es clara y concreta: “Apacienten el rebaño de Dios que les ha sido confiado”.

Apacentar implica una tarea colectiva, un encargo realizado a un grupo de presbíteros pastores, aclarando que el rebaño sigue siendo “de Dios”; no hay un cambio de propiedad, un regalo, permuta o venta, salvo que “seamos uno con Cristo”.

Al asumir un párroco o un obispo nuevos se acostumbraba designar ese momento erróneamente como “toma de posesión”; de ninguna manera. Pastorear nunca debe ser confundido con poseer. Debemos rendir cuentas de nuestro modo de llevar adelante la misión.

El autor de la carta nos presenta tres binomios en tensión, advirtiéndonos primero lo que no quiere Dios del pastoreo, para decirnos con claridad qué es lo que Él espera de sus ministros.

El primero, apacienten “no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios” en su Iglesia.

Vos pedís a la Iglesia consagrar tu vida. Vos sentís en tu corazón la llamada de Dios, y la Iglesia discierne sobre tu solicitud. Nadie te obliga a ser diácono, presbítero, obispo.

Debemos desterrar lenguajes incorrectos, que desplazan a Jesús del centro para pretender colocarme yo en su lugar. “Aquí, Caritas no”; “Aquí, catequesis de adultos no”; “Aquí, sínodo no”. “Mientras yo esté aquí…” Si algún día te expresas así es necesario preguntarte ¿quién sos? ¿Sucesor del Espíritu Santo?

El querer de Dios es la afabilidad, la cercanía, la comunión.

El segundo binomio, “no por un interés mezquino, sino con abnegación” Que la motivación que te mueva sea la misión, el anuncio de la Buena Noticia a los pobres.

Ante el ofrecimiento “¿Podés ser capellán en tal lugar?”, que la respuesta no sea “¿Cuál es la remuneración?”, y menos todavía “Mejor en tal otro colegio que pagan mejor”. Una vez en diálogo semejante alguien me dijo: “Y bueno, padre, de algo hay que vivir, quiero cambiar el auto”.

Es necesario cuidarnos mucho del estilo de vida cómodo y burgués que ahoga el entusiasmo, la parresía. No estemos pendientes de la última tecnología, la ropa refinada. Es una tentación que está al acecho.

La “abnegación” nos hace perseverar en el anhelo de plantar la Iglesia especialmente en condiciones adversas. “¡Aquí estoy: envíame!” (Is 6, 8). Es la disponibilidad misionera de una vida entregada.

“No pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados”.

Hace falta preguntarnos: ¿Cómo se ejerce la autoridad en la comunidad de Jesús?

Desterrar el “ya sé todo”, “yo tengo la última palabra”.

No hace falta “hacer sentir la autoridad”, levantar la voz o ser déspota para pastorear. Hace algunos años en una reunión una psicóloga describía este perfil como “monarca autosuficiente sin más techo que su ego”.

Por eso el autor de la carta nos alienta en la entrega, “siendo de corazón ejemplo para el Rebaño”.

En el camino sinodal universal estamos reflexionando acerca del modo de vivir los vínculos entre los creyentes y los pastores en las comunidades cristianas y en la Iglesia toda. Mañana nos volveremos a congregar en la Asamblea Arquidiocesana para estar abiertos a la luz de la Palabra, y dejarnos conducir con docilidad por el Espíritu Santo. Recemos por los frutos.

Qué bueno cuando los fieles hablan del diácono, el sacerdote o el obispo diciendo: “Nunca critica”. “Reza”. “Trata con ternura a los enfermos y pobres”. “Encarna al Buen Samaritano”.

Celebrar el culto a Dios
Ustedes se consagran por el sacramento del Orden Sagrado Diácono y Presbíteros, para celebrar el Culto a Dios. Y acerca de esta dimensión sacerdotal nos enseña la Parábola del Buen Samaritano. Alaben a Dios como a Él le gusta ser alabado.

Para ello es necesario purificar la mirada. Achicar distancias hasta “tocar la carne de Cristo sufriente en el pueblo” (EG 24)

No podemos adorar a Cristo en la Eucaristía y ser altaneros con los pobres. Sería una grave contradicción.

Tengamos siempre presente la enseñanza del Evangelio: Amar a Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios” (Mc. 12, 33).

Los primeros dos personajes de la Parábola (sacerdote y levita, vinculados al culto en Israel en tiempos de Jesús) pasan de largo ante el herido del camino. En cambio, el Samaritano “Lo vio y se conmovió” (Lc. 10, 33). Mirar es escuchar el gemido apenas perceptible, el grito silencioso que brota del hermano caído y despojado. Es caer en la cuenta, como se nos expresa en otra parábola, de la presencia de Lázaro hambriento en la puerta de la casa del rico.

Me preguntaba al preparar esta predicación “¿Hará falta decir estas cosas?”

Jesús quiere advertirnos de no caer en un culto vacío. Ungir aceite y vino es la acción que realizaba el sacerdote en Israel sobre el altar; el Buen Samaritano asume gestos sacerdotales sobre el cuerpo herido y maltratado. La vida rota, los sueños hechos pedazos, son el altar en el cual Jesús nos llama a celebrar el consuelo de la fe y el amor.

Estamos llamados a tratar con cuidado las heridas físicas y existenciales porque allí encontramos a Jesús. Convocados para ser otros Cristos, otros Samaritanos, para tantos caídos y despojados. Este servicio se convierte en un signo profético de esperanza.

Jesús concluye esta enseñanza con un envío “ve y procede tú de la misma manera” (Lc. 10, 37)

Vayan a los caídos al borde de los caminos. No sean pescadores en la pecera. Alienten a quienes gozan del fuego tibio en el interior de la casa, pero vayan a la intemperie.

Estamos en las vísperas de San José Gabriel del Rosario Brochero, aprendamos de él. Estamos en la novena de San José, padre de ternura, patrono de nuestro Seminario.

Lo jóvenes han promovido la invitación a esta celebración. Ellos esperan mucho de ustedes.

“En esto hemos conocido el amor: en que Él entregó su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”. (I Jn. 3, 16).

Mons. Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

Queridas comunidades, sacerdotes, consagrados y agentes pastorales; queridísimo pueblo de Dios:

Después del comienzo como diócesis que hemos vivido, tan familiar, tan de “casa", quisiera que empecemos estos primeros años generando entre nosotros un cambio “cultural", una "metanoia", un cambio de mentalidad que nos hace preguntarnos si cuando nos expresamos y desenvolvemos, cuando nos vinculamos, nos estamos cuidando. Al abrir estas puertas con "domi­cilio propio", quienes entran ¿llegan a un hogar o a una trampa?

La cultura del cuidado, que incluye la expre­sada por el Papa Francisco en la cultura del encuentro, supone una perspectiva de una extrema delicadeza sobre la vida de los demás, sobre el mundo creado, y por qué no, sobre el cuidado del "santo nombre de Dios"; porque también se descuida o banaliza el nombre de Dios cuando se lo usa como modo de presión o manipulación. En ocasión del mensaje por la Jornada mundial de la Paz del 2021 -después del primer año de pandemia- el Papa nos decía: "Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día".

Precisamente durante la pandemia, en aquella oración tan significativa del Papa Francisco en una plaza vacía y lluviosa, él clamaba a Dios diciendo: "Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida". Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo 2020).

Lo que cuenta, lo necesario, a partir del emergente final que fue el Covid 19, es que asumamos que estamos acostumbrados a hacernos daño, a herir y desconfiar; que hemos permitido muchos virus que han terminado haciendo tóxico el aire, el ambien­te, los vínculos. La vida misma entre noso­tros está impregnada de la "cultura del descarte". Ese mismo día de marzo, el Papa nos decía: "En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo". Quizás algún día no tan lejano, miremos a la pandemia del Covid19 como la señal que nos hizo detenernos y pensar si nos estába­mos cuidando.

Y como Dios siempre deja reservorios, como siempre protege determinados espacios y ambientes, podemos mirar a "compañeros de viaje", a personas y estructuras que nos ayuden a contagiar, compartir y celebrar la alegría de ser una familia que se cuida. "Cuidarnos" quizás sea el mejor modo de encarnar hoy los valores evangélicos, "cui­darnos" puede ser la columna vertebral que inspire estos primeros años de nuestro caminar como diócesis.

Intentaré acompañar los valores, lemas y textos bíblicos elegidos desde esta perspec­tiva del cuidado; será el aporte que creo puedo hacer para darle continuidad a lo reflexionado en las asambleas, proveerlo de cierta raíz espiritual e ir proponiendo un lenguaje que no tiene por qué ser el único, pero sí que aúne otros diversos.

Desde esta perspectiva es que podemos vivir el valor cuaresmal de “desprenderse" como una verdadera liberación. En el salmo 142 que hemos elegido para vivir este tiem­po, quien clama a Dios dice que "el aliento se me extingue", y a la angustia que envuelve a toda su persona, al dolor y desconcierto, se le suma algo más grave aún: no hay familiar, amigo o conocido que lo acompañe; y menos que lo ayude.

El “ahogo" puede expresar lo que nos pasa y vivimos, y los caminos de solución nos incluyen y trascienden a la vez: "Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetra­dos. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funciona­miento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de enten­der la realidad". LS 139

Un buen modo de vivir este tiempo de cua­resma puede ser desprendernos de modos de funcionar, de roles predeterminados; ahondar en este tiempo sobre porqué reac­ciono, pienso y opino de tal o cual manera que me ahoga e intoxica el ambiente familiar, comunitario y ciudadano. Asumir el “descui­do" sobre el cultivo de uno mismo y la revi­sión de cómo cuido a los demás es un fan­tástico comienzo para nuestro cambio cultural. La conversión es un cambio en la mentalidad y en la mirada; transformar en apertura, en encuentro con el otro y en acogida del don de la creación el deseo constante de dominar y someter. "Trocar una mirada depredadora por una contemplativa", ha dicho en múltiples oportunidades el Santo Padre.

Quizás el desafío en lo cultural sean los cambios vinculares; allí desprendernos será evitar que el péndulo de la libertad o la igualdad nos inhiban de vivir de modo autén­tico la fraternidad. Porque la tentación siempre será la carrera por quién tiene o ejerce el poder o el dominio sobre los otros; y si vivimos una crisis terminal sobre el mundo creado, ella sólo refleja el final de un largo camino de conductas abusivas que han terminado definiendo nuestros ambientes.

Sólo la fraternidad, como el vínculo que emerge cuando por el bautismo nos sabe­mos todos hijos de un mismo Padre, puede ayudarnos en este cambio cultural. El ambiente “patriarcal" que sigue definiendo nuestros vínculos, que hace pesado los roles y oprimente los ambientes, ha trasladado la primacía del Padre transpolando errónea­mente ese vínculo a todas las realidades. Hacer del varón de la casa, de la parroquia o de la diócesis casi un Dios al que hay que escuchar y obedecer; verlo como alguien a quien hay que agradar o festejar aun cuando avanza sobre la vida de los que lo rodean, es un virus tóxico que sigue definiendo el aire que respiramos. Urge cuidar a las mujeres en nuestras comunidades, porque urge cuidar­las en nuestras familias; América Latina tiene los índices más altos de violencia de género, y nosotros no podemos ser indife­rentes a eso.

No alcanza con decir que hay muchas muje­res en la iglesia, ni caricaturizar su presencia diciendo que “mandan", cuando en realidad se suben a un juego donde el tablero, las reglas y la permanencia las seguimos defi­niendo los varones. Si el salmista fuera una mujer bien podría decir de muchas de nues­tras estructuras, de nuestros consejos y actitudes clericales: "aplastó mi vida contra el suelo; me introdujo en las tinieblas" por la sencilla razón que hemos aportado a un ambiente donde el rol del varón se definía desde el ejercicio del poder.

La fraternidad también nos tiene que desatar y liberar de un modo de vincularnos en las redes. “Desintoxicación virtual" no es nece­sariamente desconectarme, sino elegir qué miro y en qué me detengo. Cuando mis clickeos siempre están vinculados a chis­mes y trascendidos; cuando sólo busco páginas hipercríticas o me solazo con los haters, tengo que asumir que busco confir­mar en la virtualidad aquello que tengo en el corazón y que tiene que ver con disconformi­dades, broncas o desconfianzas que así sólo exacerbo. Cuando paso horas averiguando y curioseando en la vida de los demás en las redes sociales, pero no soy capaz de enta­blar una conversación atenta con esas mismas personas en vivo y en directo, tengo que asumir que estoy ahogado por una curiosidad mal sana o un voyerismo que me aleja del genuino interés por la vida de los demás.

El poder que me da el saber de los demás, el manejar información, el saberme oculto atrás de una mirilla es tóxico y sólo contribu­ye a enrarecer los ambientes fraternos. El alejarme de ellos, el no tener redes ni partici­par en nada, tampoco es garantía de fraterni­dad; a veces sólo expresa un culto exacerba­do a la propia intimidad, una explicitación del deseo de ser una isla, una barca sola en el mar que decide con absoluta autonomía en qué mares navega y qué playas visita. No tener o no responder nunca los whatsapp u otras redes es emitir señales contundentes de que mi vida es una zona de exclusión donde nadie entra si antes no se ha rendido a mis condiciones, que no son otras que dejarme vivir como se me cante sin opinar ni intervenir; tan sólo aplaudiendo desde la orilla. Todo resulta una tremenda falsifica­ción de una auténtica intimidad que siempre se pone en riesgo, siempre es factible de ser modificada desde una fraternidad que nunca son los amigotes elegidos, los cómplices de mis egoísmos o ensimismamientos.

Que el salmo 142, leído desde la fraternidad que ventila los aires tóxicos de la competen­cia, el estilo patriarcal y el individualismo informático agresivo o egoísta, sea nuestro desprendimiento para lo que queda de esta cuaresma.

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En el tiempo pascual podemos vivir el valor de la confianza, el coraje que nos da saber que Dios siempre es providente desde la perspectiva del Salmo 33. Lo es por su Palabra, que todo lo crea y todo lo llena; esa Palabra es capaz de someter las aguas, y todo lo que ella dice se cumple; y ella ha pensado, dirige y despliega los propósitos de Dios en la historia.

Creemos en un Dios que siempre nos va a proveer de todo lo que necesitamos para avanzar en el proyecto del Reino; no nos asustamos ante ideologías, leyes o proce­sos que intentan acallar o desdibujar los planes de Dios. Con el salmo, nosotros decimos "El Señor frustra el designio de las naciones y deshace los planes de los pue­blos"; y por eso llenos de coraje -parresía es la virtud según San Pablo- nos atrevemos a “soñar en grande", intentamos este cambio cultural promoviendo el cuidado aún de aquellos que quieran desdibujar e incluso anular la fuerza arrolladora de la Pascua de Cristo. Resistimos la tentación de encerrar­nos o mirar para atrás creyendo -desde el miedo- que “el tiempo pasado fue mejor", y de atacar los procesos que inicien otros o algunos “de los nuestros" pero sin el certifi­cado de pertenencia. Tampoco nos diluimos en propuestas o estilos que licúen o vuelvan insípido a Jesús, a la fuerza de su Evangelio, intentando situarlo como uno más en una lista de pensadores. Es el Señor, el Cristo, el Hijo de Dios Resucitado.

Cuidar la fuerza de la Pascua será reconocer que el Padre bueno lo “ha resucitado" y de ese modo ha confirmado que Dios “enaltece a los humildes", que ha privilegiado lo que “el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despre­ciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale" 1 Cor 1,27-28. Cuidarnos será cambiar los marcos de análisis de lo que nos rodea; cuidarnos será percibir como “invaluable" aquello que el mundo considera sin valor; porque cuidarse es decirle al otro que su persona –con todos sus despliegues y todas sus roturas- así como es y como está, es querida por Dios.

En esa perspectiva, el salmo elegido nos dice que "El rey no vence por su mucha fuerza ni se libra el guerrero por su gran vigor; de nada sirven los caballos para la victoria: a pesar de su fuerza no pueden salvar"; eso supone que la confianza no está puesta en las fuerzas humanas, en un modo de conce­bir nuestra identidad como algo que debe pelear, imponerse, hacer que se rindan quienes consideramos oponentes y no hermanos con otros criterios y valores. No es renegar de un pasado donde entendía­mos que "Cristo vence" cuando incide a cualquier precio en leyes, costumbres y culturas. Es descubrir que "en el principio no fue así", que eligió un burrito en vez de un caballo para entrar en Jerusalén, y un puña­do de mujeres que le avisaron a pescadores asustados que eligió quedarse en un poqui­to de pan y vino y no en un banquete.

Confiar en lo imperceptible, asumir que Él genera vida desde abajo, desde lo invisible, nos tiene que llenar de confianza ¡y hacer pensar en grande! ¡Tanto por cuidar, tanto por proteger!; por más ínfimo y pequeño que nos parezca, en cada gesto de cuidado, en cada espacio donde con delicadeza expre­samos la "alegría del evangelio" estamos haciendo presente la revolución de la ternu­ra, intentando instaurar otra cultura.

Nosotros sabemos en manos de quién termina la historia de los hombres, estamos convencidos de que no hay un solo hilo, ni una pincelada que no termine estampada en el proyecto de Dios. Es hora de que aprenda­mos que no estamos ni para elegir ni descar­tar colores] que a ninguno se le fue dada la vocación para mandar algo a un rincón del cuadro o para decidir qué tonalidades o texturas combinan y cuáles se cancelan.

Porque el que cuida no anula, no hace invisi­ble lo que no comprende o lo que intuitivamente no le gusta. El que cuida confía en Dios que ha acercado esa persona al teatro de la vida y lo ha puesto al lado nuestro sobre el mismo escenario. Y le ha dado guion y letra. Y, como buen director, sus "ojos están fijos en la vida de sus fieles", esperando que nadie le robe lo que le toca decir a cada uno, que en vez de abolir o avanzar sobre el otro, lo ayudemos a decir lo que le toca del libreto, a expresarlo con su cuerpo, sus palabras y su corazón.

Aspirando que al caer la noche -siempre se hace de noche en distintos momentos de la historia- sin elegir con quién, nos encuentre caminando hacia jardín de la Pascua; con la esperanza puesta en las promesas de Dios y confiando en el que está al lado, para que alguien nos diga a todos: ¡es verdad, ha resucitado... no está acá, y siempre va ade­lante!

Mons. Roberto “Chobi” Álvarez, obispo de Rawson

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo a las autoridades presentes, a los hermanos de los gremios, especialmente a aquellos que hoy han perdido a sus trabajadores y están padeciendo las amenazas por esta situación tan tremenda que vive la ciudad.

Ciertamente que esta violencia que podemos llamar irracional, inhumana, nos deja como petrificados, como impotentes ya que cualquier rosarino puede ser el blanco de esta violencia. Algo casi nunca visto. ¿Qué habrá en el corazón de esta gente, qué tendrán en su corazón? El deseo de venganza, este deseo de revancha, esta maldad que como dice hoy el Evangelio: “todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella”.

Vivir en la luz, es vivir en la verdad, en la transparencia, es vivir a la luz del día, como la inmensa mayoría, que quiere vivir sin tinieblas, sin oscuridades. Ciertamente, esta violencia brota de las tinieblas, no brota de la luz. Brota de las tinieblas.

La realidad golpea hoy a la puerta de nuestra Ciudad, a la puerta de nuestras casas, a la puerta de nuestros corazones y lo hace así, de este modo tan tremendo, tan brutal, donde deja familias destrozadas, familias llenas de dolor, como las familias de estos hermanos nuestros Héctor, Diego, Bruno, Marcos, César… Jimy, o el taxista de San Lorenzo.

¿Qué podemos decir?

Primero que todo, queremos mirar con fe la realidad, con la fe de Cristo y Cristo no vino a matar sino a morir, a dar la vida por nosotros. Por eso el Evangelio dice que Jesús tiene que ser crucificado por nuestros pecados. Con su muerte, con su sangre, Jesús paga por nuestros pecados, también por estos crímenes. Jesús sigue crucificado en estos hermanos que han muerto. Sigue crucificado en sus familias. Jesús sigue en la cruz. Por eso tenemos que mirar hoy a Jesús y encontrar toda la fuerza que necesitamos, la unidad que necesitamos, el compromiso para trabajar por el bien, por la justicia, por la paz y no dejarnos amedrentar.

Esta violencia casi diabólica, quiere paralizarnos, quiere hacernos detener, lograr terror en la ciudad, lograr terror en cada uno de los rosarinos. Pero tenemos que encontrar en Jesús esa fuerza para seguir adelante, con la certeza de que el mal no vencerá, de que el mal no tiene la última palabra, que la última palabra la tiene el bien, la tiene Dios sobre el mundo y sobre la vida, la última palabra es misericordia, la última palabra es vida, no muerte. Esta es nuestra fe. Por eso nos podemos levantar aún en medio del dolor y seguir caminando.

Por eso, tenemos que rezar. Frente a esa impotencia, los ciudadanos comunes, los que caminamos por la calle todos los días, tenemos que levantar la mirada al Señor, mirar a Jesús y pedir que toque el corazón de estas personas violentas y decirles en nombre de Dios: cesen de hacer el mal, cesen de matar gente. No es este el camino que los puede llevar a la vida. Ese es un camino de muerte y de destrucción.

Rezar. Pedir a Dios que tenga piedad de todos nosotros. Implorar esa gracia y esa paz que tanto necesitamos, que tanto necesita nuestra ciudad, que tanto necesitamos desde lo más profundo del corazón.

Rezamos por las almas de estos hermanos nuestros. Tenemos una certeza desde la fe: la vida no termina con la muerte, la muerte es paso a la vida eterna. Por eso ofrecemos el Santo Sacrificio de la Misa. Por eso, también queremos estar cerca de sus familias, destrozadas por este dolor producido por estas muertes injustas, y estar cerca de ellos para darles consuelo.

Los otros días, estuve con la viuda del taxista que mataron el Tablada y realmente me asombró la fe de esta mujer, ¿saben lo que me dijo? Me dijo que estaba con sus hijos y que ella reza por los que mataron a su esposo, porque Jesús también derramó su sangre por ellos. Realmente me dejó asombrado. Cómo puede una mujer a la que le matan su esposo decir eso. Sólo la fe, sólo por la fe, por tener a Dios en el corazón se puede tener esta grandeza, esta grandeza de ánimo porque la venganza no lleva a ningún lado, sólo el perdón, sólo el amor es lo que salva el mundo. Por eso, pedimos de modo especial por las familias de las víctimas de la violencia.

Pero como dice San Benito, ora et labora, reza y trabaja. Nosotros rezamos pero también tenemos que trabajar. ¿Qué podemos hacer nosotros? Lo primero es dejar que Cristo pacifique nuestro corazón. Como dice el Evangelio lo que ensucia al hombre es lo que sale del corazón herido del hombre. Por eso, en este tiempo de cuaresma lo que podemos hacer es abrir nuestro corazón de modo sincero a Dios, de modo confiado. Él quiere entrar en nuestras vidas para pacificarnos, para perdonarnos y así poder irradiar esa paz en nuestras casas, en nuestras familias. Tenemos que pacificar nuestras familias también, para que no haya heridas, para que no haya gritos, para que no haya peleas.

Tenemos que pacificar nuestros barrios. Tenemos mucho por hacer y trabajar como ciudadanos, un compromiso por el bien común y la justicia. Sembrar paz. No es debilidad, es fortaleza. Paciencia como símbolo de fortaleza.

Pero también hay un ámbito que nos excede a nosotros y es el de las autoridades. Autoridades que el pueblo ha elegido para garantizar la seguridad y la paz. Para eso dice el Apóstol Pablo están las autoridades. Por eso también pedimos por las autoridades y queremos estar unidos y unidos junto a ellos en esta lucha contra el mal que nos aqueja, contra esta violencia injusta, contra esta violencia irracional. Siempre, y eso también hay que decirlo, dentro de las leyes y dentro del respeto de la dignidad de las personas. Nunca excediéndose. Siendo firmes, inteligentes y firmes pero siempre dentro de lo que es el derecho.

Rogamos al Señor para que les de inteligencia para desentrañar de dónde viene esta violencia, dónde está la raíz de todo esto. Inteligencia y firmeza. HAce unos años atrás decía que se necesitaba esa decisión política de nación, provincia y municipio. Bueno, hoy parece que se están alineando porque esto no se resuelve solos, desde nuestra ciudad. Se necesita de ese compromiso serio y profundo contra el crimen organizado y la violencia que nos asola. Por eso rezamos por las autoridades para que Dios les de esa firmeza y esa templanza y buscar el bien y la defensa de la vida de todos los rosarinos tan seriamente amenazadas por estos actos de terror.

Quería terminar, dirigiendo nuestra mirada a la Virgen. Hay un canto que solemos cantar: “Junto a la cruz de su Hijo, la Madre llorando se ve, el dolor lo ha crucificado el amor la tiene en pie. Quédate de pie junto a Jesús que tu hijo sigue en la cruz”.

Miramos a María, nuestra Madre, la que estuvo al pie de la cruz de su hijo. También hoy la Madre está al pie de la cruz de los rosarinos, al pie de la cruz de las familias que han perdido a sus seres queridos, al pie de la cruz de todos los que están amenazados.

Por eso recurrimos a ella con confianza e imploremos que ella nos traiga la paz, que intercediendo ante su Hijo Jesús nos traiga la paz.

Trabajando nosotros: luchando por la justicia, luchando por la paz, luchando por el bien, luchando en contra de la violencia y elevando nuestras manos a Dios y confiando plenamente que en Él está el bien de todos nosotros.

Que María Santísima del Rosario, nuestra Patrona y fundadora nos mire ahora y tenga compasión de todos nosotros, los rosarinos. Amén

Mons. Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario

Mateo, hoy queremos entrar en tu casa y sentarnos a tu mesa. Queremos que nos cuentes cómo es la mirada de Jesús; cómo fue ese momento en que se cruzaron sus vidas, y, entonces, la tuya cambio para siempre.

Sabemos que muchos te miraban con ojos condenatorios y prejuiciosos, como a veces nos miramos entre nosotros. Sabemos que muchos decidían dar vuelta la cara y no mirarte porque preferían ignorar tu presencia. Y quizás, a tus familiares más cercanos les dabas un poco de vergüenza y bajaban la mirada al encontrarse con vos.

Decinos entonces, ¿cómo fue esa mirada de Jesús?... Es una mirada profunda, una mirada compasiva y misericordiosa. Una mirada tierna y esperanzada; seguro que el Señor ve nuestras debilidades, pero no las aprovecha para burlarse o criticar, sino para sanar y liberar.

Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro; déjense mirar por Jesús; déjense “misericordiar” encontrándose con sus ojos de ternura. Y siempre tengan la mirada del Señor para con los demás. Que quienes se encuentren con ustedes no se sientan examinados ni vigilados. Tengan una mirada empática con la vulnerabilidad de todos. Mirando como Jesús, animen, entusiasmen y levanten en la dignidad a tantos hermanos que sufren la más profunda angustia existencial.

Mateo, hablanos también de su voz: ¿cómo es la voz del Señor cuando te dijo: “sígueme”? Habrás estado acostumbrado a escuchar palabras descalificantes e insultos; palabras de desprecio, que como dardos se clavaban en tu corazón; como las que muchas veces usamos nosotros para referirnos a los demás.

La intolerancia y el sentirnos dueños de la verdad nos hace tratarnos mal y usar términos horribles para referirnos a los otros, y lo más grave es que lo hacemos en nombre de Dios, porque nos creemos puros y santos, y creyéndonos defensores de la sana doctrina, decimos cualquier cosa de los demás con comentarios farisaicos e hipócritas.

El “sígueme” de Jesús fue firme y amoroso a la vez, porque unía identidad y misión. Mateo se sintió reconocido y valorado, llamado y enviado, discípulo y misionero.

Queridos hermanos, sientan cada mañana en la oración personal la voz del Señor que los llama y les recuerda que son sus discípulos, que caminan tras sus huellas y que Él es el único maestro.

Préstenle sus voces para anunciar al mundo que Dios nos ama y que nos quiere hermanos. Que sus voces sean proféticas, anunciando la Buena Noticia del Evangelio y denunciando las injusticias y atropellos con nuestros hermanos más pobres.

Mateo, vos recaudabas dinero, cobrabas impuestos, y según comentan, te guardabas algunas monedas. ¡Qué increíble!, de recaudar y juntar, de sacarle a los demás, de guardar y acumular, fuiste invitado a entregarte, a darte por completo, a compartir tus bienes y tu vida.

Hermanos, no se guarden nada. Compartan sus vidas con el pueblo de Dios. No sean diáconos de título privado. Entreguen su vida por Jesús; siempre cerquita de la gente, escuchando, alentando, acompañando. Como recomendaba el beato Enrique Angelelli a sus consagrados: “Vayan, llénense los pies de tierra y que la panza les quede verde de mate, conversando con la gente y queriendo a la gente

Querido Mateo -permitime a esta altura de la homilía tratarte así-, con más confianza. Apoyabas tu vida en la mesa de dinero; sostenías tu pobre vida de recaudador entre monedas e impuestos; el centro de tu existencia era “la guita”, como decimos vulgarmente. Jesús te ofreció una mesa mejor, una mesa de hermanos, una mesa de fraternidad y alegría, porque todos los pecadores experimentan la misericordia de Dios, ya que no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos (Mt. 9,12).

Dejanos también a nosotros sentarnos a esa mesa de vulnerables. No queremos ser el maítre, el jefe de mozos que vela por el buen funcionamiento del comedor y mira desde arriba. Queremos ser hermanos frágiles que compartimos la vida con otros, que, también débiles y pecadores, la pelean todos los días.

Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro, eligieron este evangelio para la misa de ordenación diaconal. Que San Mateo los interpele siempre, que experimenten la misericordia divina en sus vidas, que escuchen diariamente el “sígueme” de Jesús y se levanten para ir detrás del Maestro. Siéntense en las mesas del dolor de la ciudad de Buenos Aires junto a los hermanos que están solos, junto a los que están en la calle, junto a los tristes y depresivos, junto a los que más sufren la crisis económica, junto a los enfermos en los hospitales, junto a los presos, junto a los que lloran un ser querido en los cementerios. No tercericen su presencia allí donde hay más dolor y sufrimiento. Ahí tenemos que estar porque somos servidores de todos por amor de Jesús. (Cfr. Cor 4, 5)

Diáconos se permanece para siempre; porque como dice Francisco, servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, los imprevistos, los cambios de programa, las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en la “justezade lo que se ha estudiado. La vida pastoral no es un manual, sino una ofrenda diaria; no es un trabajo preparado en la mesa, sino “una aventura eucarística”.[1]

Anuncien con su vida y sin vergüenza que somos pecadores perdonados y salvados por Cristo y que en su mesa hay lugar para todos. Sean verdaderos testigos del Resucitado con alegría y pasión, y recuerden siempre, que no es grande el que manda sino el que sirve.

Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
9 de marzo de 2024


Notas:
[1] Francisco, Discurso a los diáconos ordenados presbíteros de la diócesis de Roma, Ciudad del Vaticano, febrero 2024

Querida comunidad, queridos Hugo, Daniel, Lorenzo, Luis y Norberto, y sus familias que los han acompañado en este camino de preparación al diaconado permanente y que están junto a Uds. en esta celebración. Hoy ha llegado el momento en el que serán incorporados al clero de la diócesis de Concordia mediante la imposición de las manos del obispo y la oración de ordenación en el grado del diaconado.

Mediante la ordenación diaconal quedarán incardinados, es decir, constituidos de un modo permanente en diáconos de la Iglesia de Concordia. Por eso, ejercerán su ministerio bajo la autoridad del obispo en todo aquello que se refiere al cuidado pastoral, al ejercicio público del culto divino y a las obras de apostolado[1]. Para eso, mediante la efusión del Espíritu Santo, recibirán una identificación específica con Cristo Señor y Servidor. Uds. mediante la ordenación diaconal serán en la Iglesia signo sacramental de Cristo Siervo. Por eso, tendrán la misión de servir a la Iglesia, servir en la Iglesia y animar el servicio de la Iglesia.

Para ilustrar mejor la misión de los diáconos, les leeré un fragmento del Informe final del Sínodo del año pasado donde habla de los diáconos y presbíteros (aunque ahora lo refiero pensando en Uds. futuros diáconos):

“Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión..., la animación de centros de espiritualidad y otros muchos. En una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración. Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (...) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7). La Asamblea reconoce que muchos presbíteros y diáconos, con su entrega, hacen visible el rostro de Cristo, Buen Pastor y Siervo. (Una Iglesia sinodal en misión. Informe de síntesis, 11, b.)

Por lo tanto, la misión que hoy la Iglesia les encomienda es fundamentalmente el servicio de la caridad, de la Palabra y de la liturgia. Los obispos reunidos en Aparecida[2] nos decían que lo primero que se espera de un diácono permanente es el servicio de la caridad: ser hermanos y servidores de los pobres, los enfermos, los descartados, los adictos, porque serán sacramento de Cristo que se hizo el último de todos para servir a todos. Después el servicio de la Palabra: orar con la Palabra, alimentarse con el Evangelio, para poder enseñarlo en la predicación, en la catequesis y, fundamentalmente, con el testimonio de vida. El diácono, en cuanto servidor de la Palabra es misionero y está enviado a la misión, para ir al encuentro de los más alejados. Por esto, en nuestra diócesis necesitamos diáconos permanentes que, enviados por el obispo y por el párroco, vayan a servir a las comunidades periféricas de las parroquias, formen comunidad y acompañen pastoralmente, las animen, para que en cada barrio se implante la Iglesia de Jesús, que es comunidad de fe y de amor, a la que todos están invitados y todos tienen lugar. Por último, son servidores de la liturgia, especialmente para los sacramentos del bautismo y del matrimonio”, nos dicen los obispos en Aparecida.

Queridos hermanos que serán ordenados diáconos: Cuiden la vocación matrimonial y familiar, la primera a la que el Señor los ha llamado y camino de santidad para Uds. En el amor de Cristo, sean cada vez más testigos de fe y de amor como esposos, papás y abuelos. Y a partir de hoy, recibirán la gracia propia del diaconado que los asimilará a Cristo servidor. Nunca olviden que tienen un doble cauce para responder al llamado a la santidad, que recibieron en el Bautismo: el sacramento del matrimonio que les da la gracia de responder al llamado a la santidad en la vida matrimonial y familiar. Y, desde hoy, el sacramento del sagrado orden del diaconado. Que una seria y comprometida vida espiritual, centrada en la Palabra orada y meditada, en la celebración de la Liturgia de la Horas, en la participación y recepción de los sacramentos, los transforme en servidores, imitando a Cristo, servidor de todos, en sus familias y en las comunidades a las que la Iglesia los envíe. Que la Virgen María, la “humilde servidora del Señor”, los cuide siempre. Amen.

Mons. Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia


Notas:
[1] Cfr. El diaconado permanente en la Argentina. Plan de formación-plan de estudios-Directorio, 124
[2] Cfr. Aparecida, documento final, 205.208

El encuentro de hoy en la catequesis hablaba de los desafíos para la catequesis. Ahí es donde quisimos poner el acento y ahí es donde pusimos nuestra reflexión abriendo caminos…, caminos para recorrer. La vida cristiana y sobre todo el camino de santidad (me repito muchas veces y lo seguiré diciendo…) es un proceso…; un proceso que se da principalmente por la Gracia de Dios. Sacramentalmente significada en el bautismo…, el sacramento de la gracia. Esta Gracia puede ir creciendo… o se puede ir perdiendo a lo largo de la vida. Crecerá en la medida que dejamos que Dios obre sobre nosotros. La Gracia actúa como en la parábola del trigo y la cizaña… depende lo que vamos haciendo dejar crecer o no… allí se dará nuestro proceso.

Lo importante es tener desafíos y tener claridad en la visión hacia dónde caminamos…, en comunión con la Iglesia y en comunión con la Iglesia, buscar la fidelidad de Dios. No siempre el pueblo de Israel fue fiel…; hoy nos lo recordaba el padre Guillermo cuando, frente a las culturas reinantes politeístas, si bien, Israel tenía muy claro que había un solo Dios: Yahveh, quien los había liberado del poder de los egipcios…; los mismos Apóstoles también…, no siempre estuvieron en el en el camino correcto. “vade retro satanás” , le dice que es un san Pedro…; cuando lo tuvo que corregir ¡y se corrigió! Hasta llegar a dar su vida por su Maestro… Pedro también fue adquiriendo in crescendoen esa fe…, en ese conocimiento y en esa santidad. A lo largo de toda la vida, también desde la catequesis nosotros tendremos que ir trabajando en un camino de crecimiento…, de formación…, de discernimiento…, enfrentando desafíos. Pero nada de esto se da si solamente buscamos la seguridad o si nos dejamos caer en el en el error. Hoy la primera lectura, en el libro del Éxodo escuchamos: “no tendrás otros dioses delante de mí no te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba en el cielo abajo la tierra…” Seguramente no nos vamos a hacer nosotros un becerro de oro…, pero…, ¡cuántas veces nos hacemos una imagen de un Dios inexistente!

No es el Dios de Jesucristo… es el dios que me he fabricado a mi medida… a mi necesidad… ser fieles al Dios de Jesucristo… ¡esto es clave…!

En el camino de la catequesis, también en esto de los desafíos… tenemos que ir dando pasos…

Yo les pregunto… por sí o por no… ¿podemos comenzar ya con las celebraciones de las Primeras Comuniones en la Pascua…? Como se planteó en la exposición… (entre los fieles… hubo respuestas variadas…)

En lo personal yo creo que no…; en Brasil les llevó un proceso de 8 años…

Lo importante es permitirnos pensar que las cosas pueden ser de una manera o otra… a lo mejor… este paso no lo podemos dar ahora por las costumbres… por las tradiciones… por varios motivos…; no podemos dar ese paso… pero sí, podemos dar otros…; el concepto era el de “desescolarizar” los tiempos de las catequesis…; llevará u tiempo y proceso adecuarnos más a los tiempos litúrgicos que a los tiempos escolares…

Pero hay pasos que sí podemos dar nosotros ahora. Por ejemplo… desterrar el lenguaje escolar en la catequesis. No debemos usar la expresión: “vengan a clase”. Hay que desterrarlo… y eso lo podemos hacer ya… lo podemos hacer hoy.

Será más difícil sacar de nuestras cabezas… sentirnos como si fuéramos maestros de escuela en vez de catequistas…, debemos romper esas estructuras…

Alguna vez me ha pasado escuchar a una madre a quien le preguntaba cuándo su hijo tomaba la comunión y la madre me dijo que sí…, pero… “si aprobaba el examen” que le debía tomar el cura. Lo dijo con toda naturalidad… si no aprueba el examen… no toma la comunión…; ¡esas son las cosas que hay que desterrarlas…! Yo las prohibiría… pero, debo ir más despacio…; piénselas… está bien evaluar… se puede hacer…, pero no con esa modalidad de examen. No puede ser

Seguimos repitiendo la exigencia de que deben presentar firmado en un papel la asistencia a Misa. ¡También lo prohibiría…! ¡crean en la palabra…! Incentiven ir a Misa… y si el niño dijo que ha ido… debemos creerle…; yo creo que son metodologías a desterrar…; no llegaremos a desescolarizar las fechas… pero ¡cuántos pasos podemos ir dando…!

Desafíos… pensar… no somos autómatas… y solo hacemos porque “siempre se hizo así”. Y no permito que nadie lo cambie.

Esto debemos ir haciendo a través de la catequesis.

¿Qué hizo Jesús, según escuchamos en el Evangelio de hoy…?

Sacó con látigos a los vendedores del Templo… porque habían hecho un comercio de las cosas de Dios. También nosotros muchas veces comerciamos las cosas de Dios. Y podría sacarnos con un látigo…; ya lo hizo…

Le ponemos precio a las cosas de Dios. ¿Qué me vas a dar a cambio para que Dios te dé? Y se muere la Gracia…, dejamos de lado la Gracia…; lo gratuito… la gratuidad…

Desafíos… pensar… y romper. ¡Es de Dios romper…! ¡Es del Espíritu romper…! Jesús rompió las mesas de los cambistas…; recién en el debate que hemos tenido…, que fue bellísimo…, que nos despertó a todos… si estábamos medio dormidos…, afuera… hablando con algunos… varios de ellos me han repetido esta frase: “eso ha sido del Espíritu”. Yo creo que sí…: se nos abrió temas para debatir… para pensar… para profundizar…, como una teología que permanentemente debe actualizarse. La Iglesia, por dos mil años vive debatiendo y madurando conceptos. ¿Cambia la fe…? ¡NO…! Pero sí, cambia el concepto de la comprensión de la misma fe.

Recién alguien citó los comentarios que se hacen en las publicaciones de Facebook (cuando desde el Obispado se comunica algo…). En general yo no los leo porque no quiero intoxicarme, por cuidar mi salud mental…; pero siempre hay alguien que lo hace por mí… y me los marcan…; hay comentarios que evidentemente son de catequistas… y ¡son violentos…! Agresivos…; ¿eso es catequesis…? Marca una esquizofrenia de nuestra fe…; vivir una cosa… decir una cosa… hacer otra cosa. Cuando nosotros separamos la fe de la vida, dejándola solo como un concepto intelectual… van pasando estas cosas.

En el Evangelio se dice: “miren como se aman”. Muchas veces obramos lo contrario: “miren cómo nos odiamos”.

El otro día… en la Asamblea del Decanato San Luis centro, les contaba de un señor que se confesó con el P. Pío poco antes de su muerte. Y decía que se le planteó qué debía hacer… porque no se llevaba bien con su cura. Y el P. Pío le dijo: “con la Iglesia no se juega”. Me pareció muy importante este concepto. ¡Esto no es un juego…! No es una competencia… no es una guerra…; lo nuestro es el seguimiento de Cristo.

Lo nuestro es caminar en comunión. Caminar en comunión con el Papa no es un chiste…, la comunión el obispo no es un chiste…, la comunión con nuestros pastores no es un chiste…; podemos disentir… podemos estar de acuerdo o no… y si hay errores decirlos donde corresponde como nos lo enseñan en la Sagrada Escritura. Vivir la caridad. Vivir, cuidar y construir la comunión. Con la Iglesia no se juega, dijo el P. Pío.

Este es el lugar de nuestro caminar desde la catequesis. Es un gran desafío para la Iglesia particular de San Luis, ir adecuando una catequesis viva.., que atraiga.., que anime…a conocer amar y seguir a Jesús. Una catequesis que nos ponga en comunión con toda la Iglesia. Y de esto no hay fórmulas escritas. Debemos ir poniendo los elementos necesarios… sino no dejaremos actuar al Espíritu.

Recién dijeron que debíamos ser una Iglesia humanizada y humanizante. Yo creo que es clave esto en un mundo tan deshumanizado. Necesitamos una Iglesia humanizada y humanizante. Una Iglesia que acoge… que corrija los yerros…, pero que sane heridas. Que nos haga caminar juntos.

Que Dios nos bendiga haciéndonos fieles… fieles a un Dios no fabricado a nuestra medida… Cristianos testigos y portadores de Cristo con nuestras obras. Que no comercialicemos las cosas de Dios, que seamos cuidadosos de la Gratuidad… cuidadosos de la Gracia.

¿A dónde nos lleva la Gracia?

Siempre nos lleva a un Dios que es Padre… Papito (Abba), nos recordaba eso el padre Guillermo. Un Padre que nos ama por el solo hecho de ser hijo… ¡SIEMPRE…! No por lo que hagamos…

¡Un Dios que nos ama al punto de dar la vida por nosotros…!

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis

Aquí estamos de nuevo, Tierna Madre de Itatí, tus hijos, peregrinos y devotos, para expresarte nuestro amor, poner en tus manos el Año Pastoral Arquidiocesano, y suplicarte que nos acompañes, nos muestres el camino para encontrarnos con tu Divino Hijo Jesús, y nos animes y sostengas en la misión. Así como estamos abiertos y expectantes a la preparación y celebración de la segunda fase del Sínodo sobre la Sinodalidad, que se llevará a cabo el próximo mes de octubre en Roma, también nos estamos preparando para celebrar nuestra Segunda Asamblea Diocesana, Dios mediante, en la segunda mitad de este año, inspirados en el lema: “Iglesia Sinodal, escucha, discierne y misiona”. 

Recordemos también que el papa Francisco inauguró el mes pasado el Año de la Oración, "un año dedicado a redescubrir el gran valor y absoluta necesidad de la oración", en la vida personal, en la vida de la Iglesia y la oración en el mundo. Por eso, para nuestro inicio del Año pastoral, destacamos la oración y decimos: “Iglesia orante, escucha, discierne y misiona”, también para insistir, a tiempo y a destiempo, en la necesidad indispensable de la oración si queremos escuchar de veras a Dios y a los hermanos; discernir juntos lo que Dios quiere hoy para nosotros, y misionar descubriéndonos enviados y no proyectados individualmente y por cuenta propia. 

Además, en este contexto eclesial, declaramos el año 2024 como un Año Vocacional, cuya finalidad es doble: por una parte, ayudarnos a tomar conciencia de la dignidad que tenemos como hijos e hijas de Dios por el Bautismo, llamados, “vocacionados”, a vivir como cristianos; y, por otra parte, a preguntarnos cuál es el servicio al que Jesús nos llama a prestar en la comunidad. Una particular insistencia estará puesta en el llamado que están recibiendo los jóvenes para discernir su vocación al matrimonio cristiano, al ministerio sacerdotal, o a la vida consagrada. También en este camino estamos ante el desafío de ser una Iglesia sinodal que escucha, discierne y misiona. Vayamos ahora a la Palabra de Dios, que siempre es luz que ilumina nuestro caminar creyente. 

La primera lectura que escuchamos del libro del Génesis (cf. 22, 1-2.9-13. 15-18) se abre con una llamada de Dios a Abraham: “¡Abraham!”, le dijo. Él le respondió “Aquí estoy”, y luego, a lo largo de toda su vida mantuvo firme su total disponibilidad, aun cuando estuvo ante el tremendo desafío de sacrificar a su hijo Isaac. Por eso se lo llama Padre de la fe. También nosotros, al iniciar al año pastoral, renovamos nuestra total disponibilidad y, con las palabras de Abraham decimos: Aquí estoy. Aquí estoy para escuchar a Dios y a los hermanos, aquí estoy para discernir juntos lo que Dios quiere hoy para nuestra Iglesia, aquí estoy para anunciar con mi vida y con mis palabras la Buena Noticia de Jesús. Entonces, tengamos la certeza de que también sobre nosotros caerá una lluvia de gracia, tal como Dios prometió a Abraham: “Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar”.

El Evangelio de hoy (cf. Mc 9, 2-10), Segundo Domingo de Cuaresma camino hacia la Pascua, nos llena de esperanza, como a aquellos tres discípulos que Jesús invita a un monte elevado y allí se transfigura en presencia de ellos. La emoción que los embarga es tan intensa que quieren quedarse con Él en ese lugar apartado. La experiencia les dura poco, pero es suficiente para sostenerlos en el duro camino de seguir a Jesús, ahora con la consigna que les confirmó a quién debían escuchar: “Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Ese pequeño grupo de tres discípulos recibieron la contraseña que los identificaría para siempre como comunidad sinodal, cuya primera actitud es escuchar juntos a Jesús. También nosotros fuimos invitados a subir a este monte elevado de la devoción, que es el santuario de nuestra Madre, para recordar que lo primero a lo que debemos volver siempre es a escuchar la Palabra de Dios en la intimidad personal, para luego ir a la comunidad para discernirla juntos y acordar las pautas que orienten nuestro accionar misionero. 

En la segunda lectura (cf. Rm 8, 31b-34), San Pablo responde con mucha emoción que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús. Así como a los discípulos de Jesús la fuerte experiencia del Amor de Dios en aquel monte elevado los fortaleció para poder atravesar con Él los momentos dramáticos de su pasión y muerte, así también a los creyentes que se dejan transformar por ese Amor, transitan serenos y confiados en medio de las dificultades y contratiempos con los que se encuentran a diario. Ellos, pacientes y fieles, caminando en presencia del Señor, como respondíamos al Salmo, son depositarios de aquella promesa que les asegura toda clase de favores que les vienen de su fidelidad a Jesús, tal como nos asegura San Pablo. En ese espíritu, caminemos confiados, con paciencia y perseverancia, renovando nuestro amor a Jesús y encomendándonos a nuestra Madre en la preparación de la II Asamblea Diocesana. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros. Amén. 

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes