Jueves 2 de mayo de 2024

Documentos


BUSCAR DOCUMENTOS

Me dirijo a las personas que, por su sensibilidad, se sienten especialmente llamadas a la Caridad. También, les escribo a ustedes queridas hermanas y queridos hermanos con los que compartimos el seguimiento del Señor Jesús. Estamos unidos en "un solo Cuerpo y un solo Espíritu, en una misma esperanza" fEf 4,4­6). A ustedes, no puedo dejar de pedirles que estén especialmente atentos a las necesidades de nuestros hermanos débiles, sufrientes y pobres.

En estos días de cuaresma hemos proclamado la Palabra de Dios del Evangelio Según San Mateo, capítulo 25. Allí Jesús abre su corazón y nos revela su inmenso amor por todas las personas que sufren. Es tanto su amor que lo lleva a identificarse con ellas, asegurándonos que los gestos de solidaridad que tengamos con los sufrientes, serán hechos a Él. Sólo el Dios hecho hombre, cuyo nombre es Jesús, puede animarse a tanto. Sólo Él.

Todos recordamos esas palabras tan inspiradoras e interpelantes para la vida de las personas y pueblos de todos los tiempos:

"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?". Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".

Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron". Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna». (Mateo 25, 34-46)

¿Quién no se queda conmovido y pensando al escuchar estas palabras tan penetrantes de Jesús? ¿Quién no se siente un poco en falta? ¿Quién no desearía ser más sensible para descubrir en el rostro del necesitado, el rostro de Jesús?

EL Papa Francisco en esa hermosa Exhortación Apostólica del 19 de marzo de 2018 sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, Gaudete et Exsultate, nos dice que este texto del Evangelio puede llamarse "El Gran Protocolo", porque sobre él seremos juzgados. Les pido que lean los números que van del 95 al 109, porque son de una enorme profundidad y riqueza.

Meditando la Palabra del Señor e iluminado por Francisco, le pedí al Espíritu del Señor que nos regale más fe y más amor concreto para vivirlo en este tiempo que estamos atravesando en nuestra querida Patria.

Liberarnos de pensamientos y palabras humillantes e hirientes
Seguramente todos tenemos sentimientos de dolor y frustración frente a la situación social que estamos viviendo. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar, de sentir, de interpretar y de dar explicaciones de por qué estamos así. Los ciudadanos debemos tomarnos muy en serio la vida de la Nación. Nadie puede ser indiferente y dejar de tener una postura frente a la realidad. Personalmente trato de escuchar porque estoy convencido que las diversas miradas, pensamientos y sentimientos, van enriqueciendo mis opiniones e ideas.

Sin embargo, se ha metido entre nosotros un modo de convivencia social que pareciese habilitar posturas y palabras humillantes e hirientes hacia los hermanos más necesitados y pobres. No me parece oportuno escribir la cantidad de "etiquetas" que se colocan a los pobres, pero son unas cuantas. Les confieso que cuando las escucho, muchas veces vienen a mí los rostros de tantas personas que a lo largo de mi vida sacerdotal he conocido. Personas que, en situaciones de extrema vulnerabilidad y fragilidad material, las vi luchando con todas sus fuerzas para sacar adelante a sus familias. En esas personas me he apoyado y de ellas he aprendido a pelear la vida. Han sido verdaderos ejemplos para mí. Jamás podría etiquetarlos, porque considero que si así lo hiciese, inmediatamente experimentaría una mirada fuerte y dura de Jesús, como si mi dijera: ¿qué estás haciendo?

Podemos coincidir que en las causas de esta situación social está el quiebre de la cultura del trabajo, la falta real de trabajo, la falta de oportunidades, problemas gravísimos en la educación, sueldos injustos, explotación laboral, narcotráfico, corrupción de los dirigentes, y tantas otras cuestiones que nos han llevado a estar como estamos.

Y digo esto, porque si a la hora de hablar de los más pobres tuviésemos en cuenta estas y más causas, seguramente, seríamos con ellos más misericordiosos y compasivos y no nos dejaríamos arrastrar por esa fuerte corriente que está instalada en los Medios, en las Redes y muchas veces en los más cercanos, que nos endurece y lleva a condenarlos y hasta a expatriarlos.

¡He leído y escuchado expresiones irrepetibles!

A ustedes que siguen a Jesús, en Su Nombre, les pido que se liberen de esos pensamientos y de esas palabras humillantes e hirientes hacia los más pobres.

Los pobres, como vos y como yo, y como todos, son personas con virtudes y defectos, con santidad y pecado, pero muy especialmente, son personas con pocas o ninguna oportunidad para vivir dignamente. En la carrera de la vida, han partido mucho más atrás.

Señor, en esta cuaresma, danos un corazón parecido al tuyo, para saber compadecernos y estar cerca a toda persona que sufre, sin ningún tipo de prejuicios o juicios condenatorios.

Liberarnos de la agresividad y la violencia
Nosotros debemos siempre decir: ¡No a la violencia! ¡No a la agresividad! ¡ Nuestra opción es la paz!

La agresividad tiene distintos rostros que van desde la violencia verbal, gestual y física, como así también, la indiferencia hacia el otro. La indiferencia es una forma de desprecio que puede contener un germen de violencia. Seguir de largo frente a los jubilados con sus mínimas pensiones, de los niños y de los que sufren hambre, genera violencia. Nos ayuda hacer el ejercicio de ponernos en el lugar del otro e imaginarnos cómo nos sentiríamos en su situación. Imaginarnos qué pasaría si en un momento de necesidad los otros pasasen de largo sin reconocerme o, lo que es peor, haciendo que no me ven. Seguramente me sentiría violentado.

Necesitamos hacer el esfuerzo de liberarnos de toda agresividad. Necesitamos respetarnos, cuidarnos y tener gestos de amor, porque así como nos gusta que nos traten, así estamos llamados a tratar al otro.

Los que seguimos a Jesús debemos hacer todo lo posible para estar disponibles y cercanos a los que sufren. Basta hacer memoria de la "parábola del Buen Samaritano" (Lucas 10,29-37). Allí, todo comienza con una pregunta que le hacen a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?" y después de narrar esa hermosa parábola del samaritano bueno que teniendo todas las justificaciones para seguir de largo, se pone al servicio de la persona asaltada y herida. Jesús cambia radicalmente la pregunta: ¿Quién se hizo prójimo de esa persona que sufre? Jesús nos propone un cambio que nos ubica frente a la realidad de otra manera, porque aquella persona le hace la pregunta poniéndose él en el centro, pero Jesús le pide que ponga en el centro de su vida a la persona necesitada. Aquí está la clave de nuestro ser cristianos. La clave es el amor concreto al prójimo, y prójimo es toda persona que sufre y necesita de mí, porque es ella la que debe estar en el centro.

Para liberarnos de toda agresividad necesitamos tener gestos de amor concreto, especialmente con los necesitados que pueden ser desconocidos para mí, porque allí se prueba mi capacidad de un amor generoso, un amor activado e impulsado por Dios. Si en nuestros corazones habita Dios y su Amor, podemos dar de comer a quien tiene hambre aunque no lo conozca y reconocer en esa persona a Jesús,

¡Obrar por el amor de Dios en nuestros corazones, trae la paz!

Señor, no nos dejes caer en la tentación de la frialdad frente a nuestros hermanos pobres y danos la fuerza para amar con un corazón lleno de paz.

Dar de comer al hambriento
En una de las crisis económicas que atravesamos como sociedad, siendo párroco en una parroquia de un barrio de clase media, tuve una charla con una persona muy querida que nunca olvidaré. Se trataba de un papá que había trabajado toda su vida y que tenía en ese momento un trabajo muy mal remunerado. Me confesó que a los mediodías pudiendo ir a su casa, no lo hacía para no sacarles la comida a su esposa e hijos y por eso se quedaba en su auto hasta volver a entrar al trabajo y recién a la tarde regresaba a su casa.

¡Qué tremendo es que no te alcance tu sueldo para poder comer en familia! ¡Qué desesperante es el hambre de los niños y de los mayores!

La cuaresma, es el tiempo propicio para mirar al hermano necesitado y reconocer en él a Jesús.

Es el tiempo en que deseamos convertirnos a Dios y misteriosamente Jesús, el Dios en quien creemos, nos invita a convertirnos al amor concreto por los más necesitados. Porque la conversión a Dios, que tanto deseamos vivir en este tiempo cuaresmal, no puede estar disociada de la conversión al amor concreto. Deseo con todo mi corazón, como todos deseamos, que esta difícil situación de los argentinos pase pronto, para que todas las familias tengan trabajo y la posibilidad de llevar el pan dignamente a sus mesas. Hasta que esto suceda, les pido, les suplico, queridas hermanas y queridos hermanos en el Señor, que seamos muy sensibles y generosos. Les pido que seamos generosos hacia las personas que pueden pasar necesidades y hambre en este tiempo social. Les pido humildemente, que de alguna manera se acerquen a una familia pobre y necesitada para ayudarla directamente, porque el cara a cara, nos da la posibilidad de vivir ese amor que Jesús nos trajo y que desea se viva hoy entre nosotros. El sueño de Jesús, como nos recuerda siempre nuestro Papa Francisco, "es la fraternidad".

Cáritas
Ustedes saben que las Caritas de las parroquias de nuestra Iglesia arquidiocesana, están disponibles para dar una mano.

A veces, tenemos lo suficiente para compartir y, otras veces, no alcanza. Vivimos de la providencia y de la generosidad de las personas que se acercan trayendo sus dones. Gracias a los aportantes de dinero y comida. ¡Gracias! Sepan que lo que dan, va directamente a los más pobres.

Quiero agradecerles a todas las personas que colaboran con su tiempo y su servicio en nuestras Caritas. Gracias porque son el Buen Samaritano de estos tiempos. Les pido que antes de comenzar la tarea y al finalizarla recen al Señor. No nos cansemos de rezar para que el Espíritu del Señor siga transformando las mentes y los corazones de todos nosotros, para que podamos vivir en una Argentina en la que a nadie le falte el pan en su mesa.

Los jóvenes, constructores de un amor concreto y solidario
Queridos jóvenes, amigas y amigos, me dirijo muy especialmente a ustedes, para pedirles que sean constructores de un amor concreto y solidario.

Deben ayudarnos a ser una sociedad más justa y fraterna. Ustedes no son el futuro, son el presente y necesitamos que nos ayuden a saber vivir en este mundo en cambio. NO se dejen tentar por juicios categóricos y condenatorios hacia los pobres, débiles y sufrientes. NO sean agresivos o violentos. Que en sus corazones habite el deseo de bien. Comprométanse con el Bien Común, y háganlo cada uno desde su lugar y según sus propias convicciones. Ayuden con urgencia para que no les falte al pan a los niños y a los ancianos.

Ustedes saben habitar en las redes sociales, por eso les pido que colaboren enviando mensajes positivos, mensajes llenos de cuidado y amor por los más pobres. Piensen cómo lo haría Jesús en este tiempo, cómo saldría en su defensa y sin ningún tipo de agresión: Siembren las Redes de amor concreto y solidario. ¡Sean la Palabra viva de Jesús! ¡Sean mensajeros de la paz!

Los invito a que todos los días, todos los días, le pidamos a la Madre del Señor, María de las Mercedes y de Luján, a Ella que está tan cerca de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia, que pronto encontremos la salida a esta situación apremiante para muchas personas y que, mientras tengamos que vivir estos momentos difíciles, nos cuide y ampare a todos, especialmente a los más necesitados y pobres.

23 de febrero de 2024
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján

A los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas,
a las comunidades parroquiales, de la vicarías y capillas,
a los miembros de los Organismos pastorales , Instituciones y Movimientos
a las Comunidades Educativas Católicas,
a los fieles todos del Pueblo de Dios que peregrina en Salta

¡Mi saludo fraterno y cordial en el Señor Jesucristo del Milagro y en su Madre bendita!

Nos encaminamos hacia la Celebración del Jubileo del año 2025 que nos ha de reunir a todos los hijos de la Iglesia bajo el lema: “Testigos de la esperanza”.

El Papa Francisco nos ofrece el marco de nuestro peregrinar invitándonos a vivir en nuestras Iglesias particulares la dimensión sinodal de la Iglesia, comprometiendo a todos los cristianos a “caminar juntos” buscando ser un pueblo que tiene conciencia de ser un misterio de comunión misionera. Nos ilumina el Sínodo de la Sinodalidad, cuya culminación será en octubre de 2024.

Este año fue anunciado por el Santo Padre como año de oración. Afirmaba el Papa: «debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre» (Dei Verbum, 25). No olvidemos las dos dimensiones constitutivas de la oración cristiana: la escucha de la Palabra y la adoración del Señor. Hagamos espacio a la Palabra de Jesús, a la Palabra de Jesús orada, y sucederá para nosotros lo mismo que a los primeros discípulos.”. Al día siguiente, Mons. Rino Fisichella decía: El año Santo es un acontecimiento espiritual, por lo tanto, ha de ser preparado por la oración…“para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo”…

En ese marco, en comunión con toda la Iglesia, nuestra Arquidiócesis de Salta celebra el 50° aniversario del Congreso Eucarístico Nacional, que se realizó en Salta entre los días 6 y 13 de octubre de 1974 inspirado en el lema “Reconciliación en Cristo” y el 150° aniversario de la fundación del hoy Seminario Metropolitano “San Buenaventura”.

Bajo este contexto es que en este 2024 estamos celebrando el “Año de la Eucaristía, de la Comunión, de la Reconciliación y del Padre Nuestro”.

Permítanme compartir algunas breves reflexiones sobre algunas realidades que, vinculadas profundamente con la Eucaristía, nos interpelarán a lo largo de este tiempo, ayudándonos a recorrer el camino de los discípulos del Señor. Las mismas no agotan la riqueza del Misterio Eucarístico. Queda en manos de los señores presbíteros profundizar y enriquecerlas con la oración , la reflexión y la vivencia junto al Pueblo de Dios encomendado.

I. LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN PERFECTA DEL AMOR DE DIOS, FUNDAMENTO DE NUESTRA FE Y EXISTENCIA CRISTIANA

La Eucaristía nos entrega a Dios que se da en su totalidad a Su Iglesia, a cada uno de nosotros, a toda la humanidad, puesto que “Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

“Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquél que impulsa a “dar la vida por los propios amigos” (cfr. Jn 15,13). En efecto, Jesús “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)[1].

Este amor total tiene una expresión privilegiada en el ofrecimiento de la verdad. Cristo entrega al hombre la verdad sobre el hombre y alimenta su vida para que viva la verdad de su identidad y de su destino. “Jesucristo es la Verdad en persona que atrae al mundo hacia sí. Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que, sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra. En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía, la verdad del amor que es la esencia misma de Dios”[2].

En la Eucaristía, por lo tanto, nos consolidamos en el fundamento de nuestra fe que es el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros; “Él nos amó primero” y la fuerza para vivir nuestra vida diaria como auténticos hijos de Dios que reconocen su propia existencia como respuesta libre y generosa a ese amor.

II. LA EUCARISTÍA Y LA INICIACIÓN CRISTIANA

En nuestra Arquidiócesis estamos recorriendo un camino, ya largo, que nos debe llevar a asumir, como Iglesia particular, el itinerario de la Iniciación a la vida cristiana propuesto por la 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana (Aparecida, 2007). Se trata de una propuesta que la Iglesia en el Continente presenta frente a la descristianización de nuestros fieles, inspirándose en el estilo catecumenal de la Iglesia de los primeros siglos. El desafío asumido es el siguiente: “O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora”[3].

Esta propuesta fue entregada para la Iglesia en todo el mundo por el Papa Francisco: “Una catequesis que pretende ser fecunda y en armonía con toda la vida cristiana encuentra su savia en la liturgia y en los sacramentos. La iniciación cristiana requiere que en nuestras comunidades se active cada vez más un camino catequético que nos ayude a experimentar el encuentro con el Señor, el crecimiento en su conocimiento y el amor por su seguimiento. La mistagogia ofrece una oportunidad muy importante para recorrer este camino con valor y determinación, favoreciendo el abandono de una fase estéril de la catequesis, que a menudo aleja sobre todo a nuestros jóvenes, porque no encuentran la frescura de la propuesta cristiana y la incidencia en su vida. El misterio que celebra la Iglesia encuentra su expresión más bella y coherente en la liturgia. No olvidemos en nuestra catequesis la contemporaneidad de Cristo.” [4].

El Papa Benedicto XVI enseñaba lo siguiente: Puesto que la Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de acceder a este sacramento… debemos preguntarnos si en nuestras comunidades cristianas se percibe de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía… Esto requiere el esfuerzo de favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de iniciación cristiana… Se ha de tener presente que toda la iniciación cristiana es un camino de conversión que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en constante referencia a la comunidad eclesial… teniendo en cuenta que en la acción pastoral se tiene que asociar siempre la familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el Bautismo, la Confirmación y acercarse por primera vez a la Eucaristía, son momentos decisivos no sólo para la persona que los recibe, sino también para toda la familia[5]

III. LA EUCARISTÍA Y LA ORACIÓN

Jesús oraba; los evangelios nos lo muestran dedicando mucho tiempo al encuentro con el Padre. Él enseñó a orar a sus discípulos, les dijo qué debían pedir, y cuáles habían de ser las condiciones espirituales para rezar, si de verdad querían orar al Padre en su nombre. Siguiendo sus enseñanzas, la Iglesia, desde su nacimiento, se revela como una comunidad orante: “Todos perseveraban unánimes en la oración” (Hch 1,14). Por eso puede decirse que la vocación cristiana es una vocación a la oración. San Pablo VI enseñaba: “¿Qué hace la Iglesia? ¿Para qué sirve la Iglesia? ¿Cuál es su manifestación característica?... La oración. La Iglesia es una sociedad de oración. La Iglesia es la humanidad que ha encontrado, por medio de Cristo único y sumo Sacerdote, el modo auténtico de orar” (3 de noviembre de 1978).

La oración es conversación familiar y unión con Dios. Decía Santa Teresa que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama” (Vida 8,5). La oración es inmersión familiar en la Trinidad divina. Oramos al Padre en Cristo, por el Espíritu. Debemos aprender a orar. La Iglesia es maestra de oración en su liturgia y en el testimonio de los grandes orantes, los santos. Pero es sobre todo en la Celebración Eucarística el lugar y el momento en el que alcanza su plenitud la oración cristiana. Allí, desde lo profundo de nuestro interior y en comunión con toda la Iglesia, se expresan las dimensiones fundamentales de la oración bíblica: la petición, la alabanza y la acción de gracias. Con la Iglesia pedimos por todos los hombres, por los vivos y por los difuntos, alabamos al Señor y le damos gracias. En el clima de acción de gracias se renueva la Pascua del Señor que se nos da en la comunión eucarística.

En la Eucaristía el Padre Nuestro tiene un lugar especial. El Padre Nuestro nos fue entregado el día de nuestro bautismo. El Señor nos lo entregó como su oración, por eso, finalizando la Plegaria Eucarística es introducido para ser rezado por todos, siguiendo las enseñanzas de Jesús, bajo el impulso del Espíritu. Hemos de convertirlo en nuestra oración por excelencia.

Enseña el Papa Francisco: “La misa es oración, de hecho, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más «concreta». Porque es el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor”. (15 de noviembre de 2017)

IV. LA EUCARISTÍA Y LA COMUNIÓN

La Eucaristía es la fuente de la comunión eclesial y personal. En el banquete eucarístico recibimos el pan del Palabra y el Pan de la Eucaristía. Allí alimentamos la comunión con Dios y con los hermanos. La Eucaristía dominical es el gran momento de la comunión de la Iglesia, en la diócesis y en las parroquias. Esta comunión nace en el misterio de Dios, se realiza y entrega en la Iglesia, se traduce en el caminar juntos en la fe y en la caridad que nos impulsa a la misión y al servicio a los hermanos.

A. Desde la comunión trinitaria
Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. “Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo -dice san Pablo- y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 19-20). Así pensaba Pablo”[6].

La comunión brota de la misma Trinidad que genera la unidad interior en cada uno de nosotros y desde allí se desborda sumergiéndonos en el misterio de la unidad de la Iglesia. “Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios. Pero es en Cristo, muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo, que se nos da sin medida, donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina”[7].

B. En la comunión eclesial
Al rezar el Credo profesamos: “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”. Se trata de cuatro atributos inseparables entre sí, que indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. Son dones de Dios que la llaman a ejercitar cada una de estas cualidades.

La Iglesia es una por su origen: “la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo en la Trinidad de personas”[8]. Es una por su fundador: Cristo. Es una por su “alma”, el Espíritu Santo. Pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una. El Concilio Vaticano II afirma , que, “la Iglesia es, en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[9]. Obra de Dios Uno y Trino, la Iglesia “aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”[10]. La Iglesia es depositaria y distribuidora de la acción redentora de Cristo. “La obra de la Redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Cor 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (Cfr. 1 Cor 10,17)[11].

De todo esto nace que la liturgia (y especialmente la Eucaristía) es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”[12]. La Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia y se muestra como misterio de comunión.

C. Para la sinodalidad en la Iglesia
La enseñanza del Concilio Vaticano II nos lleva a descubrir a la Iglesia como un misterio de comunión misionera. Este misterio se vive en la historia como un Pueblo, el Pueblo de Dios que camina en comunión. “Caminar juntos” es el estilo comunional que caracteriza a la Iglesia. Este estilo es la sinodalidad. Hemos vivido el proceso en su momento diocesano, hemos compartido lo reflexionado con la Iglesia en la Argentina. Después del Sínodo en Roma en octubre de 2023 nos hemos reunido con el Consejo de Pastoral para avanzar en la propuesta ofrecida por la Iglesia extendida en el mundo entero. Estamos caminando, lento, pero caminamos.

El Papa Francisco, al iniciar este camino del Sínodo de la Sinodalidad, enseñaba: “Vivamos este Sínodo en el espíritu de la oración que Jesús elevó al Padre con vehemencia por los suyos: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Estamos llamados a la unidad, a la comunión, a la fraternidad que nace de sentirnos abrazados por el amor divino, que es único. Todos, sin distinciones, y en particular nosotros Pastores, como escribía san Cipriano: «Debemos mantener y defender firmemente esta unidad, sobre todo los obispos, que somos los que presidimos en la Iglesia, a fin de probar que el mismo episcopado es también uno e indiviso» (De Ecclesiae catholicae unitate, 5). Por eso, caminamos juntos en el único Pueblo de Dios, para hacer experiencia de una Iglesia que recibe y vive el don de la unidad, y que se abre a la voz del Espíritu. Las palabras clave del Sínodo son tres: comuniónparticipación y misión. Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia, y es bueno que hagamos memoria de ellas”[13]

El Papa San Juan Pablo II incorporó la noción de “participación” en el discurso de clausura del Sínodo extraordinario de 1985 (7 de noviembre de 1985); entonces afirmó: “Es preciso que en las Iglesias locales se trabaje en su preparación -de los sínodos- con la participación de todos”. Francisco nos advierte que la participación es una exigencia de fe, no de simple estrategia. Es la escucha atenta a la voz del Espíritu que continúa manifestándose en el sentido de la fe de nuestros fieles.

La sinodalidad se convierte en un modo de vida de la Iglesia que quiere vivir su identidad de misterio de comunión misionera en la historia y en cada época, por eso busca escuchar para llegar a enfrentar los desafíos que le muestra el Espíritu Santo discerniendo los signos de los tiempos en cada Iglesia particular en el misterio de la Iglesia universal.

La fuente, el alimento y la cumbre del caminar juntos es y será siempre la Eucaristía. Es bueno recordar la enseñanza conciliar: “Conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo rodeado de su presbiterio y ministros”[14]. Esta manifestación y alimento de la comunión se expande en las parroquias sobre todo en la misa dominical presidida por el Párroco y en toda Celebración Eucarística que se celebra en espíritu de comunión.

D. Hacia la misión
La comunión en la Iglesia no alimenta la autocomplacencia. Por el contrario, la comunión es para la misión, es comunión misionera. La Iglesia vive para evangelizar, esa es su identidad más profunda. El mandato ha brotado de labios de Jesús: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

Esta palabra de Jesús, nos interpela. El anuncio del Evangelio responde a nuestra identidad cristiana. A su luz recordemos esta enseñanza de San Pablo VI: “Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer…, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esa libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y loable… No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examine en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no le anunciamos el Evangelio, pero, ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza…, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?”[15]. El desafío es llegar a todos los hombres y a todo el hombre. Nuestra Iglesia arquidiocesana ha de hacer suya la pasión del Señor Jesús que, en su imagen del Milagro llegó “buscando el amor de un pueblo”.

1. Llegar a todos
La nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos. Así nos lo recuerda el Papa Francisco: “En primer lugar, mencionemos el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna…. En segundo lugar, … el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe… Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado… Todos tienen e derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen en deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”[16].

Según la enseñanza del Papa San Juan Pablo II, la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia” y “la causa misionera debe ser la primera”[17]

2. Darlo todo (entregar a Jesucristo, cuidar a los pobres)
Llegar a todos los hombres y a todo el hombre. Lo enseñaba San Pablo VI: “La Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos… Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas más vastas o en poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación… Lo que importa es evangelizar… de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces, la cultura y las culturas del hombre”[18].

Desde el corazón de la Eucaristía, que se hace Pacto de Fidelidad cada 15 de septiembre, hemos de abrir el corazón a los horizontes de toda la humanidad y de todo lo humano que habita en nuestra Arquidiócesis. Se impone el diálogo con todos los salteños, con lo diversos sectores y el servicio a los pobres, los enfermos, los necesitados. Que la vivencia de la fraternidad que brilla en los peregrinos sea luz de esperanza para una nueva sociedad que cuida y se hace cargo del hermano.

V. LA EUCARISTÍA Y LA RECONCILIACIÓN

Ya en 1984el Papa San Juan Pablo II describía a este mundo como “en pedazos”, hablando de divisiones que se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos, pero también a nivel de naciones contra naciones. El Papa Francisco habló varias veces de una tercera guerra mundial por las numerosas zonas de conflicto que dibujan un mundo enfrentado. Las guerras entre Rusia y Ucrania, así como el enfrentamiento provocado por Hamas en Israel, son el emergente doloroso de una humanidad dividida. Varias causas se descubren según las miradas desde las que se estudian estas divisiones: las varias formas de discriminación racial, cultural, religiosa: la violencia y el terrorismo, la trata de personas, la acumulación de armas, la distribución inicua de las riquezas del mundo y de los bienes de la civilización. También en el interior de la misma Iglesia aparecen estas divisiones entre sus mismos miembros, causadas por la diversidad de puntos de vista en el campo doctrinal y pastoral. “Sin embargo, por muy impresionantes que a primera vista puedan aparecer tales laceraciones, sólo observando en profundidad se logra individualizar su raíz: ésta se halla en una herida en lo más íntimo del hombre. Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus primogenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad”[19].

Si profundizamos la mirada sobre la humanidad captamos en lo más vivo de la división un inconfundible deseo, por parte de los hombres de buena voluntad y de los verdaderos cristianos, de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de instaurar una unidad esencial. La reconciliación buscada no puede ser menos profunda de lo que es la división; debe llegar a la raíz de todas las divisiones que es el pecado. La unión de los hombres no puede darse sin un cambio interno de cada uno. La conversión personal es el camino necesario para la concordia entre las personas.

A. La Reconciliación personal
La Reconciliación es un don de Dios; es iniciativa del Padre que se concreta y manifiesta en el acto redentor de Jesucristo en su Pascua y que se irradia en el mundo mediante el ministerio de la Iglesia.

El Señor Jesucristo, venciendo con la muerte en la Cruz el mal y el poder del pecado con su total obediencia de amor, ha traído a todos la salvación y se ha hecho reconciliación para toda la humanidad. La Iglesia es sacramento de esa reconciliación, por eso ella proclama con san Pablo: “Nosotros somos embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios” (2 Cor 5,20). Con su oración, con su predicación y con su testimonio, la Iglesia no cesa de llamar a la reconciliación con Dios y con los hermanos.

Un servicio especial es el sacramento de la Reconciliación. El amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más este sacramento, llamado también penitencia o confesión. El Papa Benedicto XVI enseñaba: “Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial… La relación entre la Eucaristía y la Reconciliación nos recuerda que el pecado nunca es algo exclusivamente individual, siempre comporta también una herida para la comunión eclesial, en la que estamos insertados por el Bautismo”[20].

B. La Reconciliación comunitaria en la Iglesia
También la Iglesia, como comunidad, recibe del Padre el don de la Reconciliación. Este don la convierte en sacramento de Reconciliación para todos los hombres. Al mismo tiempo la desafía permanentemente a trabajar por la reconciliación entre sus miembros, los bautizados. La herida a la unidad de la Iglesia la acompaña en su historia desde los pequeños enfrentamientos hasta los cismas que afectaron gravemente su comunión, muchos de los cuales aún perduran. Hemos de pedir humildemente y con insistencia por la unidad de la Iglesia. Este año, en el que queremos honrar especialmente el sacramento de la Eucaristía, signo de unidad y vínculo de caridad, hemos de elevar al Señor nuestras súplicas para que nuestras palabras y actitudes no rompan la comunión. Que la fe en la obra de Jesús Resucitado y de su Espíritu Santo se traduzca en un amor fiel a la Iglesia, tanto a la Iglesia extendida por toda la tierra como a la Iglesia local.

C. La reconciliación social en nuestro país y en el mundo
Los cristianos, sin ser del mundo, vivimos en este mundo. Resuena en nuestro corazón la enseñanza del Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”[21].

Nuestra patria y el mundo vive un tiempo de enfrentamientos y divisiones. Trabajar por la paz es una tarea ineludible para cada cristiano. El Papa Francisco nos propone alimentar la cultura del diálogo y del encuentro, una cultura capaz de promover a todos, de dignificar a los excluidos, a los pobres a los necesitados. La propuesta de la Carta “Fratelli Tutti” que ha de ser leída con la Carta “Laudato sí” nos deben orientar a cada uno de nosotros y a nuestras comunidades. La fuerza transformadora de la sociedad, subraya el Santo Padre, es sin duda la educación. Que los lineamientos esenciales del Pacto Educativo Global guíen la labor educativa en nuestra diócesis para ser un acto de reconciliación y esperanza en nuestra sociedad.

Reitero mi invitación a los señores presbíteros a profundizar y ampliar estas reflexiones para que nos impulsen a vivir este año de la Eucaristía, de la Caridad y del Padre Nuestro con gozosa fidelidad.

Para finalizar, les propongo algunas acciones pastorales que han de marcar el curso pastoral de este año en nuestra Arquidiocesis:

ACCIONES PASTORALES

1. Alimentar la vida litúrgica en nuestras parroquias, centros educativos e instituciones y movimientos
Es importante que renovemos el fervor por hacer de la liturgia “la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia”, especialmente de la Eucaristía dominical. Aprovechemos los tiempos fuertes de la liturgia, las fiestas patronales, el curso del año litúrgico y las ocasiones favorables para animar, con una catequesis mistagógica, la “activa y fructuosa participatio” de todos los fieles.

2. Encuentro de la Iglesia local
Según los conversado en el Consejo Presbiteral y en reuniones del Presbiterio, en torno a Pentecostés, organizaremos un encuentro que puede ser arquidiocesano y/o decanatal, de parroquias, instituciones y movimientos, para acrecentar el conocimiento y la comunión entre los bautizados. Será un momento celebrativo y catequístico.

3. La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
Debemos destacar este año la Celebración de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor (Domingo 2 de junio). La Celebración Eucarística será en las proximidades de la Cruz del Congreso Eucarístico y la procesión ha de dirigirse a la Catedral Basílica para culminar allí con la Bendición Eucarística.

4. Congreso Eucarístico Arquidiocesano Juvenil
Al cumplirse el 50° aniversario de la Celebración en Salta del Congreso Eucarístico Nacional, celebraremos el Encuentro Eucarístico Juvenil Arquidiocesano entre los días 12 y 13 de octubre en la Parroquia "Nuestra Señora Aparecida" en Vaqueros. Esperamos contar con la participación de delegaciones todas las parroquias. Serán invitadas las arqui/diócesis y prelaturas del NOA.

5. 50° Aniversario del Servicio Sacerdotal de Urgencia y de la Parroquia “San José Obrero”
Nos uniremos a las celebraciones organizadas por los fieles de esa institución y de esa parroquia, frutos del Congreso Eucarístico Nacional.

6. 150° Aniversario de la creación del Seminario Metropolitano “San Buenaventura”
Los formadores de nuestro querido Seminario, corazón de la arquidiócesis, presentarán el programa de celebraciones de un aniversario que proclama la fidelidad de Dios y compromete nuestro apoyo orante y de sostenimiento material.

7. Apertura del Proceso de Canonización de Mons. Carlos Mariano Pérez Eslava, 2° arzobispo de Salta
La escucha de numerosos testimonios y el pedido de la gran mayoría de los señores presbíteros me impulsan a poner en marcha el proceso de canonización de Mons. Pérez.

Invito a la oración de todo el pueblo santo de Dios para que podamos responder a este regalo de Dios a nuestra arquidiócesis.

8. Consagración de los templos parroquiales del Bautismo del Señor y Nuestra Señora de Lourdes en la ciudad de Salta y de San Francisco Solano en El Galpón
El 9 de febrero ha sido dedicado el templo parroquial del “Bautismo del Señor y Nuestra Señora de Lourdes”. El próximo 10 de marzo, a hs 10,00 será dedicado el templo parroquial de ”San Francisco Solano” en El Galpón. Ambas dedicaciones profundizan el misterio de la Eucaristía como centro de la vida de la Iglesia. Damos gracias a Dios.

9. Las fiestas en honor del Señor y de la Virgen del Milagro
Este año, las fiestas en honor al Señor y a la Virgen del Milagro destacarán, de un modo particular, la centralidad de la Eucaristía en la vida de nuestra Iglesia de Salta. Es una dimensión profunda del Milagro.

10. Que Nuestras Cáritas ocupen el lugar protagónico que les corresponde en las parroquias
Esto nos compromete a priorizar, apoyando a Cáritas y a otras iniciativas que el Espíritu suscita en instituciones, movimientos o fieles al servicio de nuestros hermanos mas necesitados. Por ejemplo: Casita de Belén, Manos Abiertas, Casa de la Bondad y otros.

11. Asumir el desafío eclesial a favor de la educación integral de todos los salteños
Nuestra Universidad Católica y nuestros colegios sean de la arquidiócesis o de congregaciones religiosas, deben ser los modelos de una educación de calidad con fuerte identidad católica, siguiendo las indicaciones del Pacto Educativo Global que el Papa Francisco propuso a la Iglesia.

Gracias a todos, por su testimonio de fe y de amor a la Iglesia. El Señor los bendiga. En el Miércoles de Ceniza, Salta, 14 de febrero de 2024.

Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta


Notas:
[1] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”-a partir de ahora SC- 22.02.2007, 1
[2] SC 2. Siempre es de renovado valor las reflexiones de G.S. 22
[3] 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana, a partir de ahora DA 287
[4] francisco, “El Catequista, testigo del Misterio” (22.09.2018). El Papa Francisco dedicó sus catequesis de los miércoles al tema de los sacramentos de la iniciación cristiana entre el 8 de noviembre de 2017 y el 6 de junio de 2018. Quince catequesis dedicadas a la Eucaristía, seis al bautismo y tres a la confirmación.
[5] Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Sacramentum Caritatis, (A partir de ahora SC)- 17-19
[6] Papa Francisco, Catequesis en la Audiencia General del 22 de noviembre de 2017.
[7] SC 9
[8] Concilio Vaticano II, Decreto sobre el Ecumenismo -UR- 2
[9] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia_- LG-, 1
[10] LG 4
[11] LG 3
[12] Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Liturgia, - SC- 10.
[13] Francisco, Discurso en el Aula Nueva del Sínodo, sábado, 9 de octubre de 2021
[14] SC 41
[15] San Pablo VI, Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, (8.12,1975),-EN-, 80.
[16] Francisco, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” -EG-. 14
[17] San Juan Pablo II, Encíclica “Redemptoris Missio” -RM-, 40. 80.
[18] EN 18,19,20.
[19] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Reconciliatio et Poenitencia” -REP, 2
[20] SC 20.
[21] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, -GS- 1.

“Examinen todo y quédense con lo bueno” (1 Tes 5,21)
Revisión personal de nuestras “Prioridades Pastorales Diocesanas”

Ya en los tramos finales del “Sínodo sobre la Sinodalidad 2021-2024”, y siguiendo con nuestros aportes diocesanos según la modalidad que explicará oportunamente el Consejo Diocesano de Pastoral, considero que estamos en el momento propicio para revisar la vigencia de nuestras prioridades diocesanas, confirmarlas, modificarlas o cambiarlas, de acuerdo a lo que el Espíritu nos inspire y al discernimiento que podamos hacer juntos.

Pienso que, para poder lograrlo, es necesario darnos tiempo, esperar los primeros frutos del sínodo y, sobre todo, orar personal y comunitariamente para alcanzar la claridad necesaria sobre lo que el Espíritu quiere decir a la Iglesia (cf. Ap 2,11 pasim). El año dedicado a la oración se constituye en un contexto adecuado para tal fin.

Por estos motivos, y para que la conversión pastoral permanente arraigue en la conversión personal de cada uno, les propongo vivir este tiempo de cuaresma como primer momento de la revisión de las prioridades pastorales, referidas a la familia, los jóvenes y los pobres, desde la oración personal. A continuación, las transcribo tal como las formulamos hace diez años, y agrego algún comentario para ayudar a este ejercicio orante.

Mirada retrospectiva
Pasados aproximadamente diez años de camino, orientados por estas prioridades pastorales, es tiempo de discernir su vigencia. Las recuerdo en su formulación original:

– La familia, con sus diferentes realidades, atendiendo especialmente a los niños y ancianos.

– Los jóvenes, especialmente los que están en riesgo y en búsqueda del sentido de sus vidas.

– Los pobres, en sus distintos aspectos (material, moral, espiritual, etc.).

Estas opciones fueron ocupando un lugar en nuestro caminar diocesano, de diversas formas, y marcando nuestras actividades pastorales. Considero que un primer paso que podemos dar es tomar cada una de estas frases y volver a pasarlas por el corazón, a la luz de la Palabra de Dios, y confrontarlas con lo vivido durante este tiempo. Esta práctica no debiera consistir tanto en una evaluación racional, midiendo cuantas cosas hicimos o dejamos de hacer, sino tratar de percibir su incidencia y su actualidad.

Los animo a que cada uno pueda rezar por y con su familia. ¿Cómo estamos en familia? ¿Qué cosas me alegran y que cosas me duelen de mi familia, de otras familias? ¿Cuidamos de nuestros niños y de nuestros ancianos? Si soy joven, pedir la luz para revisar mi experiencia de encuentro con el Señor. ¿Es realmente Jesús alguien vivo, que me acompaña en mi camino? Contemplar también las búsquedas y situaciones difíciles de los jóvenes y preguntarnos que nos dicen y que nos reclaman. En cuanto al tema de la pobreza, el ámbito de oración y reflexión es muy amplio. Podemos pensarla como actitud personal, como vivencia de austeridad y despojo, como opción. Más todavía, volver a revisar cuál es nuestra reacción ante Jesús, escondido en aquel que está caído al borde del camino (cf. Lc 10,1-10).

Buscando “ensanchar el espacio de nuestra tienda”
El Documento de Trabajo para la Fase Continental del Sínodo ha sido un texto muy iluminador. Ya su título, inspirado en el profeta Isaías dice mucho: “Ensancha el espacio de tu tienda, extiende las cortinas de tu morada, no los restrinjas, alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas” (Is 54,2). Es cierto que se necesitan opciones relativamente estables para una pastoral orgánica, pero cada tanto es necesario ampliar la mirada, el horizonte. Dejar que pueda entrar aire fresco y claridad, que la tienda pueda ventilarse, revitalizando nuestro caminar.

En vistas a discernir caminos a transitar en el futuro, señalo algunas cosas que, a mi entender son relevantes en la realidad actual, y que no están incluidas, al menos directamente, en nuestras prioridades. Debemos abordarlas en general, incluirlas en nuestro discernimiento orante, y tal vez asumirlas, de algún modo, en las prioridades o líneas de acción. Dios nos irá marcando el camino.

Entre estas cosas, expreso mi preocupación por la formación de los laicos, especialmente en la Enseñanza Social de la Iglesia en lo que atañe a la libertad, al bien común, a la política, a la propiedad, a la ecología integral; las dificultades para constituir equipos de animación para las áreas sociales de la pastoral; la poca relevancia que le damos, a nivel estructural, al cuidado de la casa común; la falta de conciencia y compromiso de todos en el sostenimiento de la Iglesia y las dificultades para encontrar voluntarios que se dediquen a la pastoral orgánica (Consejos, Equipos Diocesanos y Parroquiales, etc.); el rol de la mujer en nuestras comunidades y su participación en la toma de decisiones (cf. Síntesis Diocesana, Fase inicial del Sínodo). Podríamos seguir ampliando el elenco de temas a meditar. También la “Síntesis Diocesana” de la consulta para el sínodo, puede ser un instrumento útil en la oración. A modo de resumen, anoto un comentario, que me fuera expresado por alguien que caminó mucho tiempo entre nosotros y hoy vive en otro lugar. Me decía, preocupado: “¿Cómo hacer para que la Iglesia y su mensaje se pueda conectar más con nuestra vida cotidiana, y las luchas diarias de las personas?

Con gratitud y compromiso
En mi última Carta Pastoral “Eucaristía y Sinodalidad”, he intentado poner de manifiesto el enorme valor de la Misa Dominical para nuestro camino personal y como Pueblo de Dios. Ella es escuela de discernimiento y sinodalidad. En ella aprendemos a agradecer, a permanecer juntos, a buscar los consensos del Espíritu, a tomar las decisiones adecuadas y a lograr el impulso necesario para traducirlas en acciones concretas. La Eucaristía es, sin lugar a dudas, la forma eminente de oración.

Además, esta invitación a comenzar la renovación de nuestras prioridades pastorales con un espíritu orante coincide con la convocatoria del Papa Francisco a dedicar este año a la oración, en vistas al jubileo de la redención 2025. Así lo decía en la Plaza de San Pedro: “Los próximos meses nos conducirán a la apertura de la Puerta Santa, con la que comenzaremos el Jubileo. Les pido que intensifiquen la oración para prepararnos a vivir bien este acontecimiento de gracia y experimentar la fuerza de la esperanza de Dios. Por eso comenzamos hoy el Año de la Oración, un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo” (Francisco, Angelus 21 de enero 2024).

Que San José, patrono de la Diócesis, y María Santísima nos acompañen con su testimonio e intercesión en este tiempo de oración, penitencia y solidaridad.

Mons. Ángel José Macín, obispo de Reconquista
Sede Episcopal de Reconquista, 14 de febrero de 2024, Miércoles de Cenizas

Querida comunidad diocesana de San Carlos de Bariloche y hermanos todos:

Comenzamos el camino hacia la Pascua. La riqueza de las lecturas bíblicas cuaresmales nos invitan a hacer un camino de practica anual de conversión, como decimos en la oración de la asamblea: “asíprogresemos en el conocimiento del misterio de Cristo y vivamos en conformidad con Él” (oración colecta del I Domingo de Cuaresma). Este dinamismo espiritual no es un trayecto propio o personal, dado que Dios se ha revelado a su Pueblo y nos salva siempre del individualismo para buscarnos y dejarse encontrar en la comunidad del Santo Pueblo de Dios, como le gusta decir al Papa Francisco.

Uno de los temas bíblicos por excelencia del tiempo de Cuaresma es el término de “La Alianza”. “La alianza (“berit”), antes de referirse a las relaciones de los hombres con Dios, pertenece a la experiencia social de los hombres. Estos se ligan entre sí con pactos y contratos. Acuerdos entre grupos o individuos iguales que quieren prestarse ayuda: son alianzas de paz...” (Vocabulario de Teología Bíblica, X. Leon-Dufour). Esta realidad social muchas veces en nosotros, a lo largo del tiempo, ha sido desfigurada y manipulada. Las alianzas, no son convenios de partes, son concesiones de partidismos; un "toma y daca” que esconden segundas intenciones, corrompen a las personas y a las sociedades. Nosotros no estamos exentos de esto; hasta nuestra propia relación con Dios y con las demás puede transformarse en ello. El ámbito político e incluso en las relaciones internacionales se habla de "negociaciones”, término estrictamente mercantil o económico. Dejamos de lado no solo a Dios sino que el hombre ya no es el centro de la creación sino que somos productos u objetos de consumo que somos útiles en cuanto servimos al sistema dominante. “Hace falta valentía y generosidad en orden a establecer libremente determinados objetivos comunes y asegurar el cumplimiento en todo el mundo de algunas normas básicas. Para que esto sea realmente útil, se debe sostener la exigencia de mantener los acuerdos suscritos de manera que se evite la tentación de apelar al derecho de la fuerza más que a la fuerza del derecho” (Fratelli tutti N°174).

No obstante, la Alianza que Dios nos propone supera toda tipo acuerdo de partes; dado que la experiencia del Pueblo de Israel va creciendo en su relación con un Dios, Único y Verdadero, que se da a conocer como Misericordioso, Todopoderoso, Creador y Padre. “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días - oráculo del Señor -: pondré mi Ley dentro de ellos y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer. 31, 33). Alianza de amor, de mutua pertenencia, como un Esposo con su Esposa: “Aquel día - oráculo del Señor - tú me llamarás: 'Mi Esposo' y ya no me llamaras: 'Mi Baal' (ídolo). Le apartaré de la boca los nombres de los Baales, y nunca más serán mencionados por su nombre. Yo estableceré para ellos, en aquel día, una Alianza con los animales del campo, con las aves del cielo y los reptiles de la tierra; extirparé del país el arco, la espada y la guerra, y haré que descansen seguros” (Os. 2, 18-20).

Todos estos textos bíblicos los meditaremos a lo largo de este camino:

1) Génesis 9, 8-15: La Alianza con Noé en favor de toda la creación y anticipo de la redención eterna. “El universo no surgió como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: 'Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado' (Sab. 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo” (Laudato Si N°77). A pesar de la maldad de la humanidad, Dios renueva su Alianza con nosotros, nuestra descendencia y con todos los seres vivientes; 'yo pongo mi arco en las nubes, como signo de mi alianza con la tierra' (Gen. 9, 13).

¡Quien no se maravilla al ver alrededor! Como rionegrinos somos privilegiados de disfrutar esta alianza que Dios renueva todas las mañanas con nosotros y en nosotros. “Todos somos parte de este don de la creación. Somos parte de la naturaleza, no estamos separados de ella” (Mensaje del Papa Francisco a las Naciones Unidas, 27 de mayo 2021).

2) Génesis 22, 1-2.9-13.15-18: La Alianza con Abraham que Dios lo pone en camino y le promete una gran descendencia. Descendencia de un Pueblo Elegido y un Hijo de esa descendencia quien será el Mesías. Su hijo, Isaac, será figura del Hijo ofrecido y víctima. Así el Papa Francisco nos exhorta: “el mundo todavía no lo sabe, pero todos están invitados al banquete de bodas del Cordero (Apoc. 19,9)... no todos han recibido aún la invitación a la Cena, o que otros la han olvidado o perdido en los tortuosos caminos de la vida de los hombres. Por eso, he dicho que ‘sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación’ (Evangelii Gaudium, n. 27): para que todos puedan sentarse a la Cena del sacrificio del Cordero y vivir de Él.” (Desiderio desideravi N°5). Como discípulos misioneros en Bariloche, en El Bolsón y en la línea Sur seamos testigos de la Alianza Nueva y Eterna.

3) Éxodo 20, 1-17: La Alianza en el Sinaí y el Decálogo de la Ley. "Yo soy el Señor. Tú Dios”, así comienza las palabras que Moisés, como buen portador, expresa en nombre de Dios, lo que Él desea de su Pueblo. Dios no pone condiciones sino que nos propone un camino de reglas para ser feliz. Cabría la pregunta: ¿se puede ser feliz con normas? ¿Ser feliz no es hacer lo que se me da la gana? Todo un aprendizaje de camino, no solo personal sino comunitario, para vivir la plena libertad. Todos “estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor” (Mensaje en la Bendición Orbi et Urbi, 27 de marzo de 2020).

Que podamos, junto a nuestras familias y comunidades, expresar la alegría que cantamos en la Vigilia Pascual: “¡Oh feliz culpa, que mereció tan grande redentor!” (cf. Pregón Pascual)

4) 2 Crónicas. 36, 14-16.19-23: La Alianza con los exiliados y la vuelta a la ciudad de Jerusalén. Junto a la palabra "alianza”, los profetas insisten en un verbo activo: “volver”. “Tú les dirás: Así habla el Señor de los ejércitos: 'Vuelvan a mí - oráculo del Señor de los ejércitos - y yo volveré a ustedes, dice el Señor de los ejércitos” (Zac. 1,3). Todo aquel que experimenta un exilio, siempre tiene la esperanza de volver. Volver sobre nuestros pasos, cambiar, convertirnos. La Alianza sigue a pesar de nuestras infidelidades pero solo disfrutamos de sus beneficios si volvemos como el hijo pródigo en brazos de su padre. Toda nuestra vida es un gran exilio, es un camino de vuelta a las manos de Dios Padre. La experiencia de la vuelta del Destierro de Babilonia fue para todo Israel una fiesta y un encuentro. No era fácil porque había que empezar de nuevo pero Dios los había rescatado una vez más.

Que vivamos esa experiencia interior que anima la conversión pastoral hacia una Iglesia cada vez más “en salida”; como lo han hecho nuestros primeros evangelizadores. En primer lugar recordar al Padre Nicolás Mascardi sj, quien fundó la Misión del Nahuel Huapi y este año se cumplen 350 años de su martirio. Estos misioneros no calcularon su entrega sino que murieron, a ejemplo de Cristo, de acuerdo a lo que vivían.

Todo este camino cuaresmal es rico en imágenes, gestos, palabras y actos religiosos, sin embargo no tiene sentido si no es vivido con intensa caridad, “si no tengo amor, no sirve para nada” (1 Cor. 13, 3c.).

El mundo vive muy agitado y en conflicto permanente, las guerras se multiplican y las normas básicas de fraternidad y convivencia social se desvanecen sin una Alianza de hermandad viva y verdadera.

Empecemos por casa, tu propio corazón, tu vida en relación; tus alianzas de amor. “Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo “dialogar”. Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y corajudo no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta” (Fratelli tutti N°198).

“Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad” (Papa Francisco - Mensaje de Cuaresma 2024).

Nuestro querido Papa Francisco, el cual esperamos que nos pueda visitarnos este año, ha promulgado el Año Jubilar para el 2025, que comenzará la Nochebuena del 2024 al domingo 14 de diciembre del 2025, con el lema: “Peregrinos de la Esperanza”: “debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras.... En este tiempo de preparación, me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hech. 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día” (Carta del Papa Francisco a Mons. Rino Fisichella para el Jubileo del 2025 - 11 de febrero de 2022).

Con este espíritu de oración, de cambio y de camino cuaresmal dejemos que Espíritu nos hable en el desierto y juntos renovemos La Alianza que Dios Padre restableció por la entrega amorosa de su Hijo, muy amado, Jesucristo.

Con mi bendición, buena y fructuosa Cuaresma.

Mons. Juan Carlos Ares, obispo San Carlos de Bariloche

1. “Vuelvan a mí de todo corazón”[1]
Queridos hermanos y hermanas: estamos iniciando un nuevo tiempo de Cuaresma, y la Iglesia, en el nombre del Señor hace sonar la trompeta y nos recuerda la invitación urgente, el pedido acuciante del Señor: “Vuelvan a mí de todo corazón”; “conviértanse y crean en el evangelio”[2]. Siempre estamos necesitados de volver a Dios porque siempre nuestra vida se desvía del buen rumbo, a causa de las consecuencias del pecado original, como lo es la inclinación al mal; debemos rectificar el rumbo y volver nuestra mirada hacia Dios, volver a poner los ojos fijos en Jesús, iniciador y consumador de nuestra fe[3].

Caemos en la distracción, en el olvido de Dios, y otras cosas ocupan su lugar. Muchas veces ponemos la paz, la felicidad, la satisfacción de los anhelos más profundos en cisternas agrietadas que no las pueden contener.[4] Ponemos la esperanza en los ídolos, hechura de manos humanas “ que tienen boca pero no hablan, tienen ojos pero no ven, tienen orejas pero no oyen…como ellos serán los que los fabrican, los que ponen en ellos su confianza[5]” Lo ídolos no puede mantener lo que prometen, sólo dejan esclavitud y muerte. Por eso hoy todos somos invitados a pedir perdón de nuestros pecados e implorar la misericordia del Señor: ¡Ten piedad, Señor, que hemos pecado!

2. “Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación”[6]
Con la palabra tiempo designamos ordinariamente el transcurrir de las horas, de los días, el sucederse de los hechos de la vida personal y social. San Pablo en la segunda carta a los Corintios utiliza la palabra tiempo en el sentido de oportunidad, usa la expresión griega “kairós”, el tiempo oportuno, el tiempo favorable. La Cuaresma es el tiempo oportuno para el cambio de vida, es el tiempo de la salvación, el tiempo de la misericordia. Cuaresma es un tiempo fuerte, un tiempo de gracia al que somos invitados con fuerza para aprovechar ¡que no caiga en saco roto la gracia que en estos días el Señor derrama generosamente! No sea que dejemos pasar esta oportunidad para nuestra conversión; mañana no sabemos, hoy sí estamos ciertos de que estamos en el día de la salvación.

Queridos hermanos los exhorto a que este tiempo encuentre nuestros corazones abiertos a recibir la gracia, la misericordia, el perdón del Señor y renovar nuestra vida cristiana.

3. ¿Cómo hacer este camino de vuelta hacia Dios”
En el Evangelio del miércoles de ceniza Jesús nos invita a vivir con sinceridad de corazón las tres prácticas que abrazan las tres dimensiones de la persona: la oración, el ayuno y la limosna.

El ayuno nos enseña a valorar lo necesario y relativizar lo superfluo (en esta era consumista, ¡cuántas cosas innecesarias compramos y consumimos!). No sólo ayunar de cosas materiales, estamos invitados a un ayuno de los vicios, de las malas costumbres, a un ayuno de pasatiempos banales, etc., etc. El mismo nos dispone a la oración y a compartir con los hermanos más necesitados.

La limosna, que no es dar una moneda de modo displicente a quien me la pide, sino que es abrirnos al bien de nuestros hermanos, compartiendo los dones que Dios nos ha dado, el tiempo con el que está solo o enfermo, y los bienes materiales con los más pobres. Todos estamos en condiciones de practicar las obras de misericordia, no en la misma cantidad, pero sí con la misma disposición interior[7].

La oración que nos une a Dios, y que si es auténtica nos lleva al amor del prójimo. Todo proviene de Dios, y a él todo hemos de llevar. Dios es el fin último de nuestras vidas, Él es Amor infinito, por ello el fruto de la oración, la autenticidad de la oración y del ayuno se verifica en las obras de misericordia.

En estos tiempos tan difíciles para nuestro país, en que los más pobres están padeciendo literalmente hambre, los exhorto, queridos hermanos, a que intensifiquemos las obras de misericordia, compartiendo nuestros bienes con los más necesitados. Animo e invito a todas las comunidades parroquiales, centros educativos, movimientos y diversas realidades eclesiales a la creatividad de la caridad para aliviar las penurias de tantos hermanos nuestros. Puede ser a través de colectas de alimentos en cada comunidad, en donación de dinero para la compra de alimentos o las diversas formas que puedan surgir de la inventiva del amor. De un modo especial que sean destinadas a las franjas más vulnerables de la población, cual son los niños y los ancianos. Seamos generosos y demos con alegría sabiendo que Dios nunca se deja ganar en generosidad.

No olvidemos que la caridad cubre la multitud de nuestros pecados y que el Señor recompensa con el céntuplo en esta vida y con la vida eterna si nos entregamos a él de todo corazón y por amor de él al bien de nuestros hermanos.

Transitemos este camino cuaresmal desde la oscuridad del pecado a la luz de la gracia; de la muerte a la vida, de la mano de Jesús, para llegar a la Pascua y experimentar la alegría y la paz de la resurrección.

Que María del Rosario, nos ayude con su intercesión en este camino cuaresmal que estamos iniciando.

Mons. Eduardo Martín, arzobispo de Rosario


Notas:
[1] Joel 2,12
[2]Mc 1,15
[3] Cf Heb 12,2
[4] Cf Jer 2,13
[5] Salmo 115, 3-8
[6] 2Cor 6,2
[7] Cf. San león Magno Sermón 6 sobre la Cuaresma

Con esta misa de Miércoles de Cenizas, comienza para todos nosotros este tiempo favorable, como decía el final de la segunda lectura de hoy: “Este es el tiempo favorable, este es el día de la salvación…”

Comienza un tiempo particular y especial donde también, como nos invitan las lecturas de hoy, estamos llamados a dejarnos reconciliar con Dios.

Muchas veces, basamos nuestra vida de fe en un gran esfuerzo, un gran sacrificio… y hago este esfuerzo, y hago este sacrificio, como si la vida de fe fuera solamente un gran acto voluntarista.

La invitación de las lecturas de hoy es: Déjense reconciliar.

Más que fuerza nos habla de dejarnos llevar por Dios, de dejarnos guiar por Dios, docilidad de corazón…, docilidad de espíritu. Y, por supuesto, siempre Jesús nos enseña que tenemos que ser genuinos, como lo refleja el evangelio de hoy.

Que nuestras búsquedas deben ser sinceras, nada tiene que ser para demostrar al otro. La vida habla por sí misma, nuestras acciones serán los frutos del árbol. No Hay frutos buenos de un árbol malo.

No tenemos que esforzarnos por eso, tenemos que, sí buscar ser fieles. Reconocer nuestra pequeñez, aún nuestras limitaciones Por supuesto, nuestros pecados, porque nada de eso nos quita el llamado.

Nada de eso nos separa del amor de Dios, ni el pecado nos separa del amor de Dios.

Recordemos la carta de San Pablo a los Romanos en el capítulo 8: “Ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo profundo…, nada nos puede separar jamás del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

Ahora, el amor de Dios, la carta que nos escribió el Papa a todos para este inicio de cuaresma, nos habla de que hay un solo amor, y eso es lo que nosotros no debemos olvidar, según nos enseñan los mandamientos que: Si amamos a Dios, tenemos que amar al prójimo. Hay un solo amor, no lo podemos separar.

Esta búsqueda de Dios profunda, necesariamente también tiene que llevarnos al encuentro del hermano, a un corazón atento, a un corazón sensible.

Vivimos siempre tiempos difíciles, esa frase la podemos haber escuchado y la repetimos desde pequeños: “estamos viviendo tiempos muy difíciles”, miramos el diario de esta semana y también podemos decir lo mismo: “estamos viviendo tiempos muy difíciles” .

El tiempo que nos toca vivir, en este tiempo, en esta historia es donde nosotros tenemos que aprender a escuchar al Dios nos habla, al Dios que me habla, y el Dios que me llama a construir una vida distinta, un corazón distinto, un mundo distinto…

La cuaresma nos remite al desierto, los 40 días en el desierto, la cuaresma nos remite, también a los 40 años del desierto del pueblo de Israel en búsqueda de la libertad.

Nuevamente, recuerdo esta carta del Papa Francisco para prepararnos para la cuaresma, les insisto, tómense su tiempo para leerla, nos hace bien a todos. Pone el acento en la Libertad, el camino de la cuaresma, el camino del desierto como el camino hacia la libertad.

La lectura del próximo domingo, primer domingo de cuaresma, dice “El Espíritu impulsó a Jesús hacia el desierto”. Alguna traducción, basándose en original dice “lo empujó al desierto…” “lo empujó…” , es una imagen que hasta parece bruta, y muchas veces la vida nos empuja con cosas que no elegimos Y Dios se hace providente en esos empujones, se nos cae todo, aquello que prolijamente habíamos armado , nuestra vida … aquella vida prolija y tranquila que teníamos, y Dios nos empuja al Desierto  y Dios a un desierto y el  Espíritu  nos empuja a escuchar su voz a ver su presencia aún donde pareciera que no lo estuviera.

Dios siempre está a nuestro lado, pero nos impulsa al desierto para la libertad, para que no haya nada en nuestra vida que nos vayan atando.

También tenemos, muchas veces, ataduras religiosas, no solamente ataduras paganas o ataduras de cosas de las que dependemos. Nos atamos religiosamente con prácticas y con costumbres que no nos llevan a la libertad.

El Espíritu lo llevaba a Jesús al desierto, al camino de la Libertad. El camino hacia la libertad, es sin dudas también, una lucha contra el mal, una lucha contra el demonio, una lucha basada y sostenida en la Palabra de Dios que nos libera, Jesús que nos viene a liberar.

En este tiempo, no solamente pongamos la mirada sobre cuáles son mis pecados, de qué tengo que pedir perdón, de qué me tengo que reconciliar y aprovechar este tiempo, sin dudas, para reconciliarnos profundamente, reconciliarnos con este gran regalo Sacramento de la confesión. Me da la certeza de que Dios me perdona, a través del sacramento de la reconciliación.

Pero también, lo hacemos pensando: ¿Cuáles son mis ataduras de las cuáles yo me tengo que liberar?

Para ser un hombre, una mujer, una persona verdaderamente libre como Dios quiere, como Dios me ha soñado…

Oración, ayuno, limosna, son tres signos, los tres caminos…, las acciones que nos puede servir como instrumentos a la libertad.

Que estos 40 días, no sean 40 días más, 40 días iguales a los de siempre, sino que sean un tiempo de verdad, donde dejemos que Dios obre en nuestros corazones, y nos atrevamos a dar aquellos pasos que, a lo mejor, en otros tiempos no nos atrevimos.

La cuaresma solamente tiene sentido si nuestra visión está en la Pascua.

Nuestra espiritualidad, nuestra vida cristiana, va a encontrar su verdadero sentido si nuestra mirada está en la Luz del Resucitado, no me puedo quedar solamente con la cruz y con el sufrimiento, eso sería incompleto.

Por supuesto, que no hay camino cristiano sin cruz, “el que quiera seguirme que cargue su cruz y me siga” …  pero tampoco hay camino cristiano sin Pascua.

A veces pareciera que muchas espiritualidades se quedan a mitad de camino…solo con la cruz. No. La Cruz, pero con la luz del resucitado, la tristeza del dolor, pero con la alegría de la Pascua.

No existe un verdadero cristiano que, en el fondo no tenga verdadera alegría, paz y esperanza en su corazón.

Que este camino de la cuaresma vaya purificando nuestros corazones, nuestras vidas y nuestras acciones, para que fortalezcamos la alegría de la Luz Pascual y para que podamos vivir según Dios nos ha soñado, a cada uno de nosotros.

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis
Catedral de San Luis, 14 de febrero de 2024.

Queridos amigos: nos han congregado sentimientos muy caros en estos días, sobre todo ayer, cuando tuvimos la enorme dicha de haber participado de la solemne Misa en la que el papa Francisco elevó a los altares a nuestra entrañable Mama Antula, la Santa de los Ejercicios Espirituales. Y hoy, esta Celebración Eucarística quiere expresar la gratitud de un pueblo que vive este acontecimiento como una especial bendición para la Argentina, porque ¡Santa María Antonia de San José es una bendición para todos los argentinos!

La primera carta de San Pedro nos ayuda a acercarnos a la vocación, ministerio y misión de Santa María Antonia en el tiempo de la Iglesia que le tocó por providencia. La centralidad del amor domina la exhortación del apóstol, porque su lugar y trascendente servicio como primer Papa tuvo su origen en la triple confesión a orillas del lago de Galilea, cuando el Señor resucitado le preguntó: «Pedro ¿me amas?». El que fue llamado para ser pescador de hombres, sintió que las palabras del Maestro, lejos de percibirlas como un reproche, habían entrado en su pasado para curar todas sus heridas, perdonar todos sus pecados y consolar su conciencia; era necesario que Jesús solo pidiese una triple correspondencia amorosa para volver a confiarle su Iglesia, y fue cuando edujo del corazón de Cefas las palabras de una sincera conversión: «Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero» (Jn 20,17). Ese diálogo con el Señor inspiró a Pedro a dejarnos una sentencia que nos conmueve: «Sobre todo –nos dice en su carta–, ámense profundamente los unos a los otros porque el amor cubre todos los pecados» (1Pe 4,8). Con esas palabras quedó abierta la via caritatis para la redención de los pecadores, porque todas las formas del amor cristiano nos acercan a Dios, que no deja de manifestar su omnipotencia a través de su misericordia[1]. Una experiencia semejante vivió nuestra Santa desde que recibió la moción interior del Espíritu que la movió a dejar la casa familiar y la llevó por los caminos del amor a Dios y a los hermanos: «Yo no sabría resolver nada –escribía a su padre espiritual– hasta ver claramente que es la voluntad de Dios. Y para decirles con toda confianza, no daría un paso si el Señor no me lo mandase y me conduzca sensiblemente como por la mano»[2].

En todos los tiempos, como nos enseñaba San Pablo VI[3], la Iglesia existió para evangelizar, para «ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios»; y hay muchos modos de poner por obra ese mandato apostólico: nuestra Mama Antula lo asumió con el estilo misionero de una incansable peregrina de los Ejercicios Espirituales.

El Evangelio de Marcos que se nos ha anunciado nos presenta a Jesús que se dirige a Jerusalén; hace un alto en el camino para hospedarse en casa de unas hermanas, llamadas Marta y María. Lucas elige este pasaje del Señor para concluir un ciclo de enseñanzas del Maestro, que comenzó por enviar a los 72 discípulos para que «vayan a todas las ciudades a donde él debía ir» (10, 1-9); alabó y dio gracias a su Padre porque los secretos del Reino fueron revelados a los pequeños y no a los sabios y prudentes (10,21-24); y es ahí donde desarrolla la iluminadora parábola del Buen Samaritano para dejarnos la vital enseñanza acerca de quién es nuestro prójimo. Por su parte, la ocasional visita pone de relieve dos actitudes ante la presencia del Señor: Marta se preocupa de lo cotidiano y se desvive por servir al huésped, mientras que María se sienta a los pies de Jesús, como hacían los discípulos, para escuchar al Maestro. Ante el reclamo de Marta para que su hermana le ayude, Él responde que hay un valor mayor que el de servir a los demás, y es hacerse discípulo. María eligió «la mejor parte» (10.42), y nadie tiene derecho a reclamarle. Está claro que el Maestro enseñó un orden de prioridades: sin negar el servicio, lo primero es escucharlo a Él. No olvidemos que las dos hermanas son veneradas como santas, y que Marta, en ocasión de la muerte de su hermano Lázaro, confesó ante el Señor: «Creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» (Jn 11,27).

En cierto modo, nuestra Santa peregrina de los Ejercicios Espirituales tuvo algo de Marta y algo de María. Como discípula, desde muy joven declaró su voluntad de seguir a Jesús, sin otro sostén que el de pertenecer a un beaterío de mujeres, unidas en el ideal de perfección que les ofrecía la espiritualidad ignaciana. Como servidora, se entregó al servicio de apoyo en las tandas de ejercitantes, colaborando en todas las tareas, por lo general imperceptibles, pero que hacen al sostén de lo necesario para que la vida durante nueve días, rindan los frutos deseados. Sus cartas la reflejan como una mujer muy activa, ocupada en la delicada logística que reclama la atención de centenares de personas; no obstante, supo reservarse los esperados momentos en que se entregaba a un continuo trato interior con Dios, alabando siempre su divina providencia. La oración de acción de gracias, de intercesión y de alabanza dominaban ese tiempo exclusivo y excluyente en su vida cotidiana.

En su travesía la acompañó una devota imagen de Nuestra Señora de los Dolores. Bajo su protección y la de los santos de la Compañía de Jesús puso su proyecto misionero y recurría a ellos en los momentos de adversidad, como cuando tuvo que esperar casi un año para que el Virrey y el Obispo de Buenos Aires le concediesen el permiso y habilitación para organizar los Ejercicios Espirituales. En esos momentos aciagos, así lo expresaba en sus cartas: «Hoy me hallo en esta ciudad fomentando la propagación de la misma empresa y aunque hace once meses a que estoy demorada por defectos de licencias del Ilustrísimo [Señor Obispo] actual –cuanto más he merecido promesas incumplidas–, con todo mi fe no varía y se sostiene en quien la da»[4]. Las virtudes teologales que María Antonia de San José recibió en el bautismo son la clave para entender el arrojo en su empresa, la perseverancia en mantenerse fiel al ministerio que recibió por inspiración y la paciencia para sobreponerse ante las pruebas.

Así es como, esperanzada en que «la perseverancia del Señor hará llanos los caminos, que a primera vista parecen insuperables»[5], durante la inexplicable demora no se abate y no deja de recurrir a sus santos del cielo. Finalmente, sus oraciones y su paciente virtud alcanzaron su deseo y así nos comparte su alegría: «En efecto las cosas cambiaron de un instante a otro, en un momento todos pensaban en rechazar esta obra del cielo, sin embargo imprevistamente se aceptó, esto se debe a las amplias facultades y permisos que me ha otorgado el obispo de esta diócesis, que antes se resistía a tales fines»[6]. Su mirada sobrenatural le hizo reconocer que lo acontecido era una gracia de lo alto y agradecida escribe: «Mandé a celebrar una misa cantada a San Estanislao, en su Iglesia y altar propio, en su honor y agradeciendo por haber calmado los ánimos y darme la fuerza para seguir con mis propósitos»[7].

Aquella mujer fecunda en sentimientos de santidad, cuando lo permitían las exigencias de la organización de la casa, se detenía a mirar a los ejercitantes de esas numerosas tandas de hombres y mujeres de todas las clases sociales, y su corazón se inflamaba cada momento en deseos de la santificación de aquellas almas, por quienes ofrecía privaciones y sacrificios, tan silenciosos como discretos, de tal forma que nadie lo advertía. Sus cartas, sus numerosas y apasionadas cartas, son un remanso de bondad, espejo de su alma simple y sincera, donde es fácil percibir una actitud perseverante: ofrecer a todos, sin excepción, la posibilidad de encontrarse con el Dios amante de la vida, sin ocuparse de otra cosa que no fuese ese bien supremo, porque para servirlos estaba ella y sus compañeras beatas.

Lo que hoy nos sorprende y edifica es su incondicional confianza en lo que ella llamaba «los cuidados amorosos de la Providencia»[8], en la que descansaba para llevar su economía del «pan nuestro de cada día», lo que hoy interpela nuestra mentalidad mercantilista y consumista. Escuchemos cómo lo decía tan simplemente: «Dios nos provee con tanta abundancia los alimentos, que todos los días alcanza para llevarles a los presos de la cárcel y alimentar a los mendigos que vienen a esta casa; por todo esto lo alabo y le doy infinitas gracias, al igual que a muchos corazones devotos»[9]. Los santos ejercicios espirituales[10], los pobres y los presos, junto a su irrenunciable deseo de la restitución de la Compañía de Jesús[11], conformaban los cuatro amores que gastaron y desgastaron su vida peregrina: eran las humildes ofrendas agradables a Dios, entregadas cada día en el altar de su corazón.

En sus largos y extenuantes caminos «a pies desnudos»[12], no le faltaron sueños por realizar, aunque su humanidad empezaba a dar señales de agotamiento. Sin embargo, no renunció a su ideario, y así lo expresaba: «Por lo que toca a mi persona, por darle cuenta de todo, y hablarle con claridad, debo significarle, que me hallo muy cargada de años, y que me parece, que cada noche ya me muero; pero luego que amanece, ya me hallo con mis ánimos… y quisiera andar hasta donde Dios no fuese conocido, para hacerle conocen»[13]. En su ideario, nuestra Santa santiagueña no ponía límites a su misión peregrina porque pensaba que «después de caminar para donde Dios fuese servido, mientras me dure la vida, y si me fuera posible, andar todo el mundo»[14]. Ayer, la Madre Iglesia nos confirmó que se cumplió sobradamente esa moción del Espíritu en ella, la que supo desplegar con una misión itinerante, transformando con los valores del Evangelio la sociedad de su tiempo; ahora, la andariega de caminos sin fronteras, desde la comunión de los Santos, seguirá cautivando voluntades para que Dios sea conocido, amado y servido.

Santa María Antonia más de una vez dejaba en claro en sus cartas, que los Ejercicios Espirituales que la divina providencia le permitió organizar, en nada distaban de los que realizaban sus amados padres. No obstante, a los nueve días tradicionales se había tomado la licencia de agregar uno más. Además, «ha conseguido que las señoras más principales y entre ellas la Excma. Virreina, vayan a servir a las mujeres que hacen los ejercicios»[15]. En ese clima de oración y penitencia, donde Cristo los atraía a sí, instaló la lógica del servicio evangélico: «Uno solo es el Maestro, y todos ustedes son hermanos» (Mt 23,8). No era una obviedad, que en una sociedad fuertemente estratificada como la colonial, sin posibilidad de ascenso de clases, esa modalidad con el tiempo se transformara en un signo muy fuerte, con una saludable proyección social, que solo una personalidad como Mama Antula podía sugerir y sostener sin que nadie se violentase; acaso porque ella era la primera en dar el ejemplo y por estar convencida de que la fraternidad deseada solo se consigue imitando al Señor que estaba entre los hombres como el que sirve[16]. Recordemos que casi todos los próceres de Mayo y Tucumán hicieron ejercicios espirituales en las casas de Córdoba y Buenos Aires, proyectando ese ideal sobre la Patria naciente[17]. Hoy, los argentinos necesitamos que Santa María de San José nos ayude a retomar el camino del encuentro fraterno y solidario.

Al preparar estas palabras, me propuse dejar hablar a sus cartas, pero tengo para mí, que apenas me he quedado en el inicio de su largo camino interior, de su espiritualidad profunda y su religiosidad auténtica. Solo intenté asomarme a su serena y afable vida transformada por la gracia, a lo que ha sido su bella, verdadera y sabia personalidad, siempre en un segundo plano, con el mejor espíritu josefino. Pero puedo decir inmerecidamente, como un humilde testigo de su obra y don, que estoy feliz de sumarme a la alegría de todos los que celebran la santidad de María Antonia, nuestra querida Mama Antula, que por la sabia decisión de la Iglesia, ya forma parte de esa enorme multitud de amigos nuestros en el Cielo. Ahora, esa mujer fuerte, amante apasionada de la virtud y propagadora incansable de la devoción –la que no dejó de contagiar hasta los últimos días de su peregrinación–, puede continuar su deseo de pasar «haciendo presente las acciones divinas de Dios en las personas»[18].

Card. Mario Aurelio Poli, arzobispo emérito de Buenos Aires


Notas:
[1] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 30, a. 4.
[2] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Córdoba del Tucumán, 6 de enero de 1778.
[3] Cfr. Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, n. 14.
[4] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 7 de agosto de 1780.
[5] Ídem.
[6] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1781.
[7] Ídem.
[8] Carta de María Antonia de San José a su padre espiritual Gaspar Juárez S. J., Córdoba del Tucumán. 6 de enero de 1778.
[9] Carta de María Antonia de San José a Ambrosio Funes, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1881.
[10] «Los medios temporales para mantener a los ejercitantes, tantos millares que los hubo desde el principio hasta hora y casi sin cesar…, son solamente de la Divina Providencia». Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, del 26 de mayo de 1785.
[11] «Tuve siempre la opinión y lo seguiré teniendo, que la compañía de Jesús será restablecida. Y para obtener esta gracia efectiva del Señor tan deseada para todos nosotros, hago celebrar una misa solemne todos los 19 del mes en honor de San José». Carta de María Antonia de San José a su padre espiritual Gaspar Juárez S.J., Córdoba del Tucumán. 6 de enero de 1778.

[12] «Además, si usted quiere que yo lo instruya acerca de los cuidados tan amorosos de la Providencia sobre mí -indigna que soy, sepa que en mis penosos viajes, en Países tan malos, en los desiertos, obligada a pasar ríos, torrentes, he caminado siempre a pies desnudos, sin que nada lamentable me ocurriese». Carta de María Antonia de San José a su padre espiritual Gaspar Juárez S.J., Córdoba del Tucumán. 6 de enero de 1778.
[13] Carta de María Antonia al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 26 mayo de 1785.
[14] De la carta de María Antonia de San José al Virrey Pedro de Ceballos, 6 de agosto de 1777.
[15] Guillermo Furlong, Un valioso testimonio sobre la Madre Antula, en Estudios, 363-378.
[16] Cfr. Lc 22,27.
[17] Guillermo Furlong S.J. Cartas inéditas de María Antonia de San José, en apartado de Estudios, Tomo XXXVIII, N° 215-216, mayo-junio de 1929, pg. 6.
[18] Carta de María Antonia de San José al P. Gaspar Juárez, Buenos Aires, 28 de noviembre de 1781.

Querida comunidad diocesana:

Estamos a las puertas de la Cuaresma que, como cada año, aunque siempre de un modo nuevo, nos invita a ponernos en camino. Es una invitación a dejarnos renovar desde lo más hondo para responder en verdad a la llamada de Dios, que nos convoca a la libertad.

El Papa Francisco ha dedicado su mensaje para la Cuaresma de 2024 a esta llamada a la libertad, que no se concreta de una vez y para siempre en un acontecimiento único, sino que supone un camino de maduración que nos compromete en primera persona. Es un bello y profundo mensaje, impregnado de resonancias bíblicas que nos hacen gustar la palabra que Dios nos dirige hoy y que ciertamente puede arrojar mucha luz sobre el itinerario que estamos invitados a recorrer en este tiempo.

En esta carta, más que indicarles nuevas orientaciones, me gustaría proponerles una lectura serena, atenta, del mensaje de Francisco, ya sea personalmente o -lo que será mucho más rico- en comunidad. Permítanme subrayar algunas dimensiones.

1. El camino interior hacia la libertad. El Papa ha querido rescatar la gran imagen bíblica de la Cuaresma: la imagen del camino en el desierto, donde Israel, rescatado de la esclavitud, aprendió fatigosamente a vivir en la libertad. Algo que nos asombra de los relatos bíblicos es el largo camino que debió recorrer Israel hasta la tierra de la promesa: cuarenta años que, en realidad, si consideramos solamente las distancias geográficas, podrían haber sido unas pocas semanas. Es que la libertad no se alcanza repentinamente, ni se «tiene» en un momento, sino a través de un paciente esfuerzo de liberación. Apenas liberado de la esclavitud, de la opresión y la violencia, Israel experimenta la nostalgia de tiempos pasados (llora las «cebollas de Egipto») y las tensiones de la vida en libertad. Parece añorar la opresión que antes sufría y, lo que es aún más dramático, parece querer vivir bajo la misma «lógica» inhumana de la opresión, imponiéndose unos sobre otros, desgarrándose unos a otros. En palabras de nuestro tiempo, diríamos que ha «interiorizado» la opresión y la violencia. La ha convertido en la «cosa normal» de su vida, de sus vínculos, del modo en que mira y juzga las situaciones y a los demás. Liberado por la misericordia de Dios, Israel tiene que acoger personalmente el don de la libertad. Rescatado, tiene que aprender a vivir en una lógica nueva de libertad. Es un camino que necesariamente supone una purificación de las profundidades: de las «idolatrías» que a todos nos habitan, las violencias, los criterios de juicio deshumanizados, las rebeldías profundas a esa comunión para la que fuimos creados —comunión con los demás, cercanos y lejanos, conocidos y anónimos; con la creación; con el mismo Dios…

Los Evangelios han querido conservar para nosotros el recuerdo de Jesús retirándose al desierto durante cuarenta días, como renovando él mismo, en su propia vida, este camino. También él experimentó el largo y difícil camino hacia una libertad plena. Es una libertad despojada de violencia; pensemos en cuánta violencia esconde el deseo de convertir las piedras en pan, como quien busca convertir todos los recursos naturales en mercancía y ganancia (Mt 4, 3-4; Lc 4, 3-4), o cuánta violencia hay en ese afán de encumbrarse sobre los demás y sobre Dios, que el tentador tan hábilmente le propone (Mt 4, 5-10; Lc 4, 5-12). Es una libertad abierta a la comunión, comprometida con los demás, capaz de amor, de fraternidad y de cuidado… Es la libertad genuina del Hijo de Dios, libertad de quien ama y ama hasta el final, esa «libertad gloriosa» (Ro 8, 21) que la creación entera anhela y a la que también nosotros estamos llamados.

Si los Evangelios nos recuerdan este episodio, no es simplemente para informarnos sobre algo que haya ocurrido en otro tiempo. Es más bien para recordarnos que, si el Hijo de Dios quiso transitar este paciente camino de maduración en la libertad, también nosotros, hijos e hijas en el Hijo, estamos llamados a recorrerlo. Todo creyente y todos juntos, como pueblo de Dios siempre en camino, estamos invitados a entrar en la misma senda de renovación interior hacia una libertad cada vez más plena. Cuaresma es el tiempo para escuchar y acoger esta llamada.

2. Un camino de pequeños pasos. El mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma nos plantea pistas muy concretas para introducirnos en este camino, para vivirlo «con los pies en la tierra». El Papa nos invita a ver la realidad; a escuchar los clamores de nuestro pueblo, especialmente de los pobres y de quienes sufren, y de la creación; a asumir responsabilidades y compromisos concretos, «encarnados»… No son detalles sin importancia. Podrían servirnos como una señal de alerta y un llamado de atención. En el camino hacia la libertad, siempre corremos el riesgo de quedarnos en las bellas palabras, piadosas meditaciones y nobles propósitos. Pero es un atajo que no conduce a ningún sitio. Son, en cambio, los concretos pasos cotidianos los que nos permiten hacer el camino al que Dios nos llama. Cuando nuestra Cuaresma se pierda en nuestra madeja de «reflexiones espirituales», cuando nuestro impulso interior de conversión se enfríe hasta conformarse con bonitos discursos y observancias exteriores, volvamos a preguntarnos de nuevo: ¿A qué me llama Dios hoy?, ¿qué paso -por pequeño que fuera- de fraternidad, de solidaridad, de escucha, de oración…, me pide dar hoy?

Un modo sencillo pero eficaz de descubrir y redescubrir este llamado cotidiano es cultivar una doble atención: la atención a Dios en la oración y la atención a quienes están a mi alrededor (sin olvidar a quienes no son «de los míos», «de los más cercanos», ni pasar indiferente ante el desconocido). Muy concretamente, a través de la Palabra de Dios leída y meditada («rumiada», como le gustaba decir a los creyentes de los primeros siglos de la Iglesia) y a través de los acontecimientos cotidianos de nuestra vida, se nos van mostrando caminos para concretar nuestro itinerario cuaresmal de conversión. El mensaje del Papa nos propone algunas preguntas que van en este mismo sentido.

Vivimos frecuentemente en un ritmo vertiginoso, donde la prisa (justificada o «ficticia») nos impide ver y escuchar realmente a quienes están a nuestro lado y, con mucha más razón, a quienes nos resultan un poco más lejanos (por desconocidos, por tener ideas diferentes, por pertenecer a otra cultura o a otro sector social, o por muchos otros motivos). La «virtualidad», que tantos aspectos positivos tiene, lamentablemente también corre el riesgo de volvernos un poco más insensibles al dolor real de los demás, a los sufrimientos, las angustias, las soledades, la pobreza de los otros. Cuaresma es un tiempo para cultivar esta atención a los demás. Estar atentos para ver y escuchar realmente, dejarnos tocar el corazón y la vida por «el clamor de mi pueblo», hacernos cercanos y disponibles para que los demás no sean «anónimos» ante quienes puedo pasar indiferente (como los hombres de la parábola «del buen samaritano», Lc 11, 31-32): aquí tenemos un concreto ejercicio cuaresmal, que puede impulsar nuestra conversión.

La otra atención, inseparable de la anterior, es la atención a Dios en la oración. El Papa ha querido convocarnos a un «Año de la oración» en preparación al gran Jubileo que celebraremos en 2025. Es un tiempo para redescubrir juntos la riqueza de la oración en el camino de la fe. Un aspecto importante de la oración -aspecto esencial incluso, aunque frecuentemente minimizado- es la escucha. Con frecuencia, en la oración nos contentamos con decirle a Dios (a veces incluso exigirle) nuestros propios deseos, alegrías e inquietudes. Por supuesto, todo esto tiene su lugar en la oración. Pero orar es también, y ante todo, escuchar. Es Dios quien ha iniciado el diálogo de amor con nosotros -él primero, gratuitamente, sin condiciones-. Ponernos a la escucha de su palabra en un silencio adorante, un silencio que en verdad acoge, nos permite entrar en ese diálogo, es ya oración. Estoy convencido de que nuestros momentos de oración, tanto personal como comunitaria, se enriquecerían mucho si pudiéramos dar un mayor espacio a la lectura atenta, serena, meditada, de la Palabra de Dios. Nos abriría puertas a una comunión cada vez más profunda. Nos descubriría pasos concretos y, sobre todo, el impulso y el aliento que nos pongan en un camino de auténtica conversión.

Por mi parte, estoy convencido de que la renovación de nuestras comunidades no será posible sin cultivar esta doble atención a Dios en la oración y la escucha de su Palabra, y a nuestros hermanos y hermanas. Aquí tenemos un ejercicio cuaresmal que puede plasmar una verdadera «espiritualidad de la atención», que nos dispone a la acogida, la escucha, la cercanía y el cuidado.

3. Para ser presencia del Evangelio entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nuestra Cuaresma de este año está enmarcada en otro horizonte, que evoqué hace un momento y en el que quisiera detenerme ahora un momento: el camino de revitalizar y fortalecer nuestras comunidades locales, que les propuse como orientación pastoral para los próximos tres años en Pentecostés de 2023. Hace pocos días, comencé la visita pastoral a las parroquias, que me va permitiendo tomar un contacto directo con los referentes y responsables pastorales de toda la Diócesis. Personalmente, a la luz de la tarea y la responsabilidad de mi ministerio pastoral entre ustedes, es un momento de mucha significación, y como les dije en un mensaje anterior, les pido que me acompañen con su oración. Estoy convencido de que, también para nuestras parroquias, este tiempo puede ser en verdad tiempo de gracia.

La cultura, la sociedad, han cambiado profundamente en los últimos años. Son transformaciones muy hondas, que todavía necesitamos escuchar y comprender mejor, pero que ya desde ahora nos piden buscar, ensayar, el modo de ser presencia del Evangelio entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Hemos atravesado una pandemia, cuyos efectos aún experimentamos y de la que, sobre todo, aún nos duelen las ausencias que ha dejado; ciertamente, no hemos «salido iguales». La situación actual de nuestro país y, en particular, de nuestro conurbano nos pone ante nuevos desafíos; no son circunstancias de las que podamos desentendernos, ni «números agregados», estadísticas y cálculos, que podamos mirar fríamente: es la vida, el dolor y la esperanza de nuestro pueblo.

Estamos, ciertamente, ante un momento de desafíos. Pero, como nos recuerda el éxodo de Israel por el desierto, no vamos solos ni estamos abandonados. El camino de libertad que, en su amor y su fidelidad, Dios abre ante nosotros, es una invitación a reavivar el compromiso y la creatividad de la esperanza. Estoy seguro de que el mensaje cuaresmal del Papa, que les transmito junto con estas sencillas reflexiones, podrá ayudar a cada comunidad a discernir y emprender pasos de una conversión -también comunitaria- en este horizonte.

Reciban mi saludo fraterno y mi bendición.

Mons. Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, domingo 11 de febrero de 2024.

Hace sólo unas horas, el Papa Francisco canonizó a María Antonia de San José, más conocida como Mama Antula, es la primera santa Argentina. Ella nació en Silípica, provincia de Santiago del Estero, en 1730. No era religiosa, siempre fue laica. A sus 15 años empezó a colaborar con los padres Jesuitas y a participar de los ejercicios espirituales, que estos predicaban. Cuando los jesuitas son expulsados de América, ella contaba con 37 años. Y desde ese momento sintió el llamado a continuar la obra, que tanto bien había hecho.

Mama Antula tenía una gran pasión misionera, por eso decía: "Quisiera andar hasta donde Dios no fuese conocido, para hacerlo conocer". Y el modo para concretarlo era que los ejercicios espirituales de San Ignacio, pudieran predicarse. El fin de los ejercicios espirituales es buscar y hallar la voluntad de Dios. Estos invitan a una conversión evangélica, y a una vida de seguimiento personal de Cristo, dentro de la Iglesia.

Comenzó primero en Santiago del Estero, en las poblaciones de Silípica, Loreto, Atamisqui, Soconcho y Salamina. Luego su peregrinación siguió por Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Córdoba. Llegaba a los lugares a pie, o con un sencillo carro tirado de un asno. En una oportunidad va a decir: "El amable Jesús es Quien me conduce y me permite estos pasos".

Y fue formando en torno a Jesús, una comunidad itinerante de laicos misioneros - toda una invitación para nuestra Iglesia hoy-. Al llegar a los distintos lugares, organizaba la predicación de los ejercicios espirituales, y se encargaba que no faltara nada material para realizarlos, de ahí su devoción a San Cayetano a quien invocaba. A ella le debemos la presencia del patrono del pan y del trabajo en el Santuario de Liniers. El pedido del pan es un pedido de justicia -no es posible pasar hambre en una tierra bendita de pan-, y el pedido de trabajo es un pedido de dignidad -aquel que no trabaja está herido en su dignidad, siente que está de sobra-.

María Antonia de San José, llegó a Buenos Aires a fines de 1779, después de caminar miles de kilómetros. Ella vestía un hábito como el que usaban los Jesuitas, se apoyaba en un bastón alto en forma de cruz, y andaba descalza. Acerca de esta llegada hace unos días Francisco subrayaba: "Recordemos también que el camino de la santidad implica confianza, abandono, como cuando la beata María Antonia llegó sólo con un crucifijo y descalza a Buenos Aires, porque no había puesto su seguridad en sí misma, sino en Dios, confiaba en que su arduo apostolado era obra de Él. Ella experimentó lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, que podamos descubrir su llamada, cada uno en su propio estado de vida, pues cualquiera que sea, siempre se sintetizará en realizar 'todo para la mayor gloria de Dios y salvación de las almas'".[1]

Por su aspecto exterior, la recepción no fue para nada buena, la trataban de bruja o de loca, de hecho, tuvo que esconderse en esta Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, junto a sus compañeras, porque unos muchachos empezaron a tirarles piedras. Por eso antes de fallecer -en 1799-, pidió ser enterrada en el campo santo de esta Iglesia que la recibió y la protegió.

La capital del recientemente creado Virreinato del Río de la Plata -1776-, era el destino final que le daría la Divina Providencia a esta mujer tan andariega. Con paciencia, y sobre todo con perseverancia, consiguió que miles de personas hicieran los ejercicios espirituales, y mediante ellos transformaran su vida. Luego de hacerlos en varios espacios que le prestaban, con el objetivo de tener un lugar propicio, empezó la obra de la Santa Casa de Ejercicios -hoy en Independencia y Salta-.

En las tandas de ejercicios, compartían la mesa pobres y ricos, indios, esclavos y futuros revolucionarios de Mayo. Eran un tiempo de gracia, de integración y de fraternidad. Para nuestra primera santa, todos los que participaban tenían la misma dignidad, y los trataba con delicadeza, dedicándoles tiempo y escucha.

María Antonia de San José, en la Buenos Aires colonial, fue una mujer de una espiritualidad evangelizadora en salida (Cfr. eg 20-24). Ella buscaba a ese Dios que se oculta especialmente en los lugares de sufrimiento y dolor. Así es que visitaba a los presos, a los enfermos, y socorría a los pobres. Como señala Francisco: "La caridad de Mama Antula, sobre todo en el servicio a los más necesitados, hoy se impone con gran fuerza, en medio de esta sociedad que corre el riesgo de olvidar que «el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Un virus que engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones» (Carta enc. Fratelli tutti, 105). En esta beata encontramos un ejemplo y una inspiración que reaviva «la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 195). Que el Señor nos dé la gracia de seguir su ejemplo y que este ejemplo los ayude a ser ese signo de amor y de ternura entre nuestros hermanos”.[2]

Santa Mamá Antula con esta opción tan clara y profética por los últimos, nos permite asomarnos al Evangelio que hoy nos propone la liturgia -Mc. 1,40-45-. Se acerca a Jesús un hombre que tenía lepra, y cayendo de rodillas para pedirle ayuda, le dice: "Si quieres puedes purificarme". Y Jesús conmovido, extiende la mano, lo toca y le dice: "Lo quiero, queda purificado".

Cuando un leproso se acercaba a alguien debía gritar: "impuro, impuro"(Cfr. Lev 13,45), para que se alejara de Él. Y muchas veces se los echaba a piedrazos. Jesús, no sólo deja que se acerque, sino que lo toca y lo sana. Él es el Divino Salvador, el Buen médico, no ha venido por los sanos, sino por los enfermos, ha venido por los pecadores, y choca contra la cerrazón de aquellos se creen justos, y señalan con el dedo a los demás (Cfr. Mt 9, 12-13). El evangelio de hoy nos enseña que nadie puede excluir en nombre de Jesús. Él vino a revelar que en el corazón misericordioso del Padre hay lugar para todos.

Ahora bien, como nos enseña San Ignacio en sus ejercicios espirituales, tratemos de entrar en la escena con la imaginación, y ocupemos el lugar del hombre que le dice a Jesús: "Si quieres, puedes purificarme." Es una oración de petición, pedimos una gracia, suplicamos cosas concretas.

Pedimos la gracia de quitar las afecciones desordenadas, para buscar y hallar la voluntad de Dios (Cfr. ee 1). Es que del interior del corazón es de donde provienen las malas intenciones, la codicia, la envidia, el fraude, que manchan al hombre (Cfr. Mc. 7, 21-23). Y la purificación que anhelamos, tiene como fin la ofrenda de la propia vida.

Pedimos ya a las puertas de la Cuaresma, como gracia al Espíritu Santo, que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, y nuestras acciones, estén ordenados a la mayor gloria de Dios y a la salvación de nuestras hermanas y hermanos (Cfr. EE 46). Y para ser más pedigüeños aún, suplicamos conocer internamente los sentimientos del Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho hombre, para amarlo más, seguirlo más de cerca, y servirlo en los más frágiles y rotos de nuestro pueblo (Cfr. ee 104).

La canonización de Mama Antula es una gracia especial para Iglesia en Argentina. Nos alegramos, lo agradecemos, pero a la vez nos queda abierta la pregunta. ¿Qué nos está pidiendo el Espíritu Santo a través de ella? Hay que rezarlo, discernirlo, y actuarlo.

Mons. Gustavo Carrara, obispo auxiliar y vicario general de Buenos Aires


Notas:
[1] Discurso del Santo Padre Francisco a los peregrinos de la Argentina para la canonización de la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa. Sala Clementina. Viernes, 9 de febrero de 2024.
[2] Ibídem

Queridos hermanos:

En la primera lectura escuchábamos del libro del Levítico, una muy antiguo disposición religiosa sobre la lepra, que buscaba preservar la salud de la población. Entonces la lepra era vista como una enfermedad realmente de consecuencias graves por razón de su contagio. Este tipo de normas tan duras, que exigían la rápida segregación de quien tuviera lepra, acarreaba profundas consecuencias personales, familiares y sociales, condenando no sólo al enfermo sino a sus cercanos a dramático destino de aislamiento, de soledad; una verdadera tragedia personal y familiar.

Pero más cerca en el tiempo, en pleno siglo XX, el descubrimiento del HIV, con su doloroso impacto inicial tenía para sus enfermos una dolorosa estigmatización a consecuencia del desconocimiento médico, del temor y los prejuicios. Más recientemente hemos vivido los desafíos del embate del COVID. Y sin caer en el dramatismo de la lepra o del HIV, no nos resulta difícil recordar cómo nos sentimos distanciados y separados; cómo tuvimos que, ante el temor y la desconfianza, mirarnos unos a otros y escapar de alguna manera a nuestras realidades personales cerrándonos, aislándonos. Cuánto nos costó incluso todavía, en algunos casos con consecuencias sociales, dejar ese gran dolor de vernos separados. Cuántos vieron partir a sus familiares queridos sin poder llorarlos, cuántos se sintieron responsables de haber contagiado a alguien de su familia, de su trabajo.

Todo esto para decir la tragedia de una enfermedad, que más acá en el tiempo, agravada por nuestra ignorancia, desconocimiento y el impacto que nos producía, nos hacía sentir las dificultades de convivir o de dejar de convivir con los otros. Qué lejos estábamos entonces y ahora, más cerca en el tiempo, de aquella frase bíblica tan fuertes de los tiempos iniciales, de la creación del hombre: “no es bueno que el hombre esté solo”. Así nos creó Dios para estar unos junto a otros. De esto nos habla el Papa Francisco en la carta dirigida a los fieles con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo que hoy celebramos: “Cuidar al enfermo, cuidando las relaciones” para resaltar el valor de los vínculos, inclusive en los momentos de mayor dolor y mostrándonos cuánto agrava a la situación del enfermo la soledad, la marginación, la falta de cuidado. Inclusive hoy se habla con mucha insistencia de cuidar a los que cuidan, porque también ellos se ven muchas veces arrastrados a la soledad y el aislamiento, en este marco de dolor, de incapacidad para acompañar y de sostener largamente una situación de enfermedad.

De la lepra se ocupa también Jesús que rompe ese aislamiento sanando a un hombre leproso que va a dar testimonio de su sanación ante la autoridad religiosa. Era un requisito de manera que quedara certificado que él ahora no era ya más leproso y que se podía reintegrar; sin embargo, el hombre sanado no pudo callar la obra de Dios en él, y no pudo obedecer a Jesús, quien en virtud de ir gradualmente revelándose para entrar en el corazón de su pueblo y cuidando por eso del denominado secreto mesiánico, le ordenó que no dijera nada. De alguna forma este hombre adelantó el proceso de revelación de Jesús haciéndose su testigo por la obra que el Señor había realizado en su vida.

¿Cuáles son nuestras lepras? ¿Qué cosas nos aíslan y alejan? A veces nos cuesta la vida social, a veces decidimos romper con los otros, hacer la nuestra; por eso hoy Dios nos invita ahora en cambio a emprender siempre una y otra vez el camino del regreso a la vida comunitaria, al encuentro de los otros.

La vida de fe y la piedad religiosa, no están para el aislamiento. Al contrario, ser religiosos nos hace ser profundamente atentos a lo social y comunitario. Por eso este hombre rescatado de la lepra no sólo vuelve a la comunidad de fe que integra, sino que además se hace testigo de Jesús, se hace capaz de misionar, de alguna manera con la obra de Jesús en él.

Que también nosotros dejemos nuestras soledades y aislamientos, que no dejemos de pensar en el otro como un hermano, que abandonemos cualquier forma de segregación, de temor respecto de los otros, de mirarlo como un potencial peligro o amenaza.

Providencialmente estas lecturas nos llegan en la Jornada mundial del enfermo. Aquí en Mendoza, es una fiesta de gran relevancia que nos invita a ir al encuentro de nuestra Madre de Lourdes que nos espera en su casa del Santuario del Challao. Desde las 21:00 hs caminaremos hacia allí, y como el leproso, tendremos ocasión de orar y cantar, recordando la obra de Dios en nosotros. En su casa, la Virgen de Lourdes nos recuerda que somos hermanos cobijados por su amor de madre.

También damos gracias por la canonización de Mamá Antula, una extraordinaria mujer que proclamó la obra del amor de Dios en su vida, en el siglo XVIII en Argentina. A través suyo, numerosos hombres y mujeres conocieron al Señor y fundaron su fe en una robusta experiencia de Dios en sus vidas. La Santa de los Ejercicios, como se la llamaba, descubrió en ese valioso instrumento de la espiritualidad cristiana, una fuente de riqueza para anclarse al Señor de su vida.

Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza