Misa de ordenación de diáconos permanentes
ZURBRIGGEN, Gustavo Gabriel - Homilías - Homilía de monseñor Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia, en la misa de ordenación de diáconos permanentes (9 de marzo de 2024)
Querida comunidad, queridos Hugo, Daniel, Lorenzo, Luis y Norberto, y sus familias que los han acompañado en este camino de preparación al diaconado permanente y que están junto a Uds. en esta celebración. Hoy ha llegado el momento en el que serán incorporados al clero de la diócesis de Concordia mediante la imposición de las manos del obispo y la oración de ordenación en el grado del diaconado.
Mediante la ordenación diaconal quedarán incardinados, es decir, constituidos de un modo permanente en diáconos de la Iglesia de Concordia. Por eso, ejercerán su ministerio bajo la autoridad del obispo en todo aquello que se refiere al cuidado pastoral, al ejercicio público del culto divino y a las obras de apostolado[1]. Para eso, mediante la efusión del Espíritu Santo, recibirán una identificación específica con Cristo Señor y Servidor. Uds. mediante la ordenación diaconal serán en la Iglesia signo sacramental de Cristo Siervo. Por eso, tendrán la misión de servir a la Iglesia, servir en la Iglesia y animar el servicio de la Iglesia.
Para ilustrar mejor la misión de los diáconos, les leeré un fragmento del Informe final del Sínodo del año pasado donde habla de los diáconos y presbíteros (aunque ahora lo refiero pensando en Uds. futuros diáconos):
“Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión..., la animación de centros de espiritualidad y otros muchos. En una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración. Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (...) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7). La Asamblea reconoce que muchos presbíteros y diáconos, con su entrega, hacen visible el rostro de Cristo, Buen Pastor y Siervo. (Una Iglesia sinodal en misión. Informe de síntesis, 11, b.)
Por lo tanto, la misión que hoy la Iglesia les encomienda es fundamentalmente el servicio de la caridad, de la Palabra y de la liturgia. Los obispos reunidos en Aparecida[2] nos decían que lo primero que se espera de un diácono permanente es el servicio de la caridad: ser hermanos y servidores de los pobres, los enfermos, los descartados, los adictos, porque serán sacramento de Cristo que se hizo el último de todos para servir a todos. Después el servicio de la Palabra: orar con la Palabra, alimentarse con el Evangelio, para poder enseñarlo en la predicación, en la catequesis y, fundamentalmente, con el testimonio de vida. El diácono, en cuanto servidor de la Palabra es misionero y está enviado a la misión, para ir al encuentro de los más alejados. Por esto, en nuestra diócesis necesitamos diáconos permanentes que, enviados por el obispo y por el párroco, vayan a servir a las comunidades periféricas de las parroquias, formen comunidad y acompañen pastoralmente, las animen, para que en cada barrio se implante la Iglesia de Jesús, que es comunidad de fe y de amor, a la que todos están invitados y todos tienen lugar. Por último, son servidores de la liturgia, especialmente para los sacramentos del bautismo y del matrimonio”, nos dicen los obispos en Aparecida.
Queridos hermanos que serán ordenados diáconos: Cuiden la vocación matrimonial y familiar, la primera a la que el Señor los ha llamado y camino de santidad para Uds. En el amor de Cristo, sean cada vez más testigos de fe y de amor como esposos, papás y abuelos. Y a partir de hoy, recibirán la gracia propia del diaconado que los asimilará a Cristo servidor. Nunca olviden que tienen un doble cauce para responder al llamado a la santidad, que recibieron en el Bautismo: el sacramento del matrimonio que les da la gracia de responder al llamado a la santidad en la vida matrimonial y familiar. Y, desde hoy, el sacramento del sagrado orden del diaconado. Que una seria y comprometida vida espiritual, centrada en la Palabra orada y meditada, en la celebración de la Liturgia de la Horas, en la participación y recepción de los sacramentos, los transforme en servidores, imitando a Cristo, servidor de todos, en sus familias y en las comunidades a las que la Iglesia los envíe. Que la Virgen María, la “humilde servidora del Señor”, los cuide siempre. Amen.
Mons. Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia
Notas:
[1] Cfr. El diaconado permanente en la Argentina. Plan de formación-plan de estudios-Directorio, 124
[2] Cfr. Aparecida, documento final, 205.208