Quinto Domingo de Cuaresma
GARCÍA CUERVA, Jorge Ignacio - Homilías - Homilía de monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires, durante la misa del 5° Domingo de Cuaressma (Catedral Metropolitana, 17 de marzo de 2024)
El Salmo que rezamos hoy, el Salmo 50, dice en su antífona “crea en mí un corazón puro”, crea en mí un corazón puro. Y me hacía acordar a una lectura que leímos el jueves de la segunda semana de cuaresma, creo que fue el 29 de febrero, donde decía la primera lectura del profeta Jeremías: “nada más tortuoso que el corazón del hombre y parece que no tiene arreglo, ¿quién podrá penetrarlo? Yo el Señor sondeo el corazón y examino las entrañas”.
Repito, la antífona del Salmo de hoy crea en mi Señor un corazón puro y me hizo acordar de esta lectura de Jeremías de hace unos cuantos días, donde leíamos en la misa nada más tortuoso que el corazón del hombre que parece que no tiene arreglo, ¿quién podrá penetrarlo? Yo el Señor que sondeo el corazón y examino las entrañas.
Por eso hoy quería comenzar prestándole atención a nuestro corazón, pudiendo decirle hoy al Señor que sí, que queremos tener un corazón puro, pero que al mismo tiempo reconocemos con el profeta Jeremías que nuestro corazón es un poco tortuoso y que a veces parece que no tiene arreglo, porque a veces en el corazón tenemos sentimientos encontrados, a veces en el corazón como también nos dice el Salmo de hoy, tenemos culpas, tenemos pecado.
Entonces quería que hoy cada uno pudiese mirar su corazón, ese corazón que siente hermosos sentimientos de amor, de amistad, de perdón, pero ese corazón que es a veces complicado, ese corazón que como dice el Salmo también hoy tiene culpa, tiene pecados.
Pensaba en la culpa, la culpa que es un sentimiento que a veces nos va carcomiendo por dentro. Hay un libro, un libro de Marcos Aguinis que se llama, justamente, El elogio de la culpa. El personaje principal es la culpa y dice textualmente, “me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta, mi propósito es apretar, no ahogar”. Fíjense lo que dice la culpa en ese libro, me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta, mi propósito es apretar, no ahogar.
Es que creo que todos a veces nos sentimos apretados por la culpa. La culpa es ese sentimiento que nos hace sentir angustia, que nos hace sentir mal por lo que hicimos y que nosotros lo tenemos que transformar en responsabilidad.
Por eso quería que hoy junto con el salmista le pidamos juntos a Dios que nos dé un corazón puro, que nos libere de la culpa, que no nos deje ahogarnos por la culpa porque la culpa aparte es un sentimiento que nos paraliza, que no nos deja avanzar y que no nos deja ser responsable de nuestras acciones.
Con la culpa nos quedamos como atrapados en el pasado y no confiamos en la misericordia de Dios, por eso prohibido ahogarnos en la culpa. Quizá muchos de los que nos siguen hoy vienen arrastrando culpas de hace muchos años en su historia personal, pero creo que tenemos que animarnos hoy a presentarle el corazón a Dios y decirle que nos regale un corazón puro, liberado del pecado, pero también liberado especialmente de las culpas.
Al mismo tiempo, el Evangelio de hoy en cuatro ocasiones dice la palabra glorificar. Y uno cuando escucha estas palabras que nosotros no somos de usarlas mucho, lo primero que tiene que hacer es buscar en el diccionario. Y glorificar, dice el diccionario, se dice de quien es ensalzado, o alabar a una persona, o hacerla digna de prestigio, alabarlo por sus éxitos, por el dinero, por el poder, alabarlo por el rating, o alabarlo porque todo le sale bien.
Pero claramente, para Jesús glorificar es otra cosa. Para Jesús la glorificación es servicio. Para Jesús la glorificación es desapego. Para Jesús la glorificación es morir como la semilla. Como nos dice el Evangelio, la semilla de trigo que cae en tierra y muere.
Pero no es morir de cualquier manera, es morir sembrado, morir para dar fruto, morir para dar nueva vida. Ese es el modo de ser glorificado, entregar nuestra vida por amor y por servicio.
Por eso creo que por un lado está bueno hoy mirar el propio corazón, crea en mi Señor un corazón puro, pero al mismo tiempo no nos queremos quedar ensimismados, no nos queremos quedar mirándonos a nosotros mismos, sino que queremos también nosotros glorificar a Dios.
¿Y cómo lo glorificamos a Dios? Entregando la vida por los demás. ¿Cómo glorificamos a Dios? Viviendo la vida con pasión, no guardándonos nada.
Así lo dice el documento de Aparecida en el número 360. “Los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad en la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir cómo un cuidado enfermizo de la vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo. Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad, que la vida se alcanza y se madura a medida que se la entrega para dar la vida por los otros”.
Una vez leí una frase que decía, “todo lo que no se da se pierde”. Justamente entonces entregarnos en la vida cotidiana, glorificar a Dios es ponernos al servicio de los demás.
Pidamos juntos al Señor entonces que nos regale un corazón nuevo, pero no un corazón nuevo para mirarnos al espejo y decir qué bueno que soy, me liberé del pecado, me liberé de todas las culpas.
No, un corazón nuevo para construir un nuevo mundo, un corazón nuevo para ponerme al servicio de los demás, un corazón nuevo para jugarme por los otros.
Termino con un texto de San Oscar Romero que nos habla de esta tensión entre cambiar el corazón y ponernos al servicio de los otros. Decía unos poquitos días antes de morir, asesinado el 24 de marzo de 1980, “vivamos este tiempo de cuaresma que nos va a capacitar en esta larga peregrinación que emprendimos el miércoles de cenizas y a la pascua y hacia Pentecostés. Ellas son las dos grandes metas de la cuaresma. El hombre no se mortifica por una enfermiza pasión por sufrir. Dios no nos ha hecho para el sufrimiento. Si hay ayunos, si hay penitencia, si hay oración, es porque tenemos una meta positiva que el hombre le alcanza con su vencimiento, en la pascua, o sea, en la resurrección, para que no sólo celebremos a un Cristo que resucita, sino que durante la cuaresma nos hemos capacitado para resucitar con él a una vida nueva y así ser hombres nuevos que precisamente hoy necesita nuestro país. No gritemos solamente cambios de estructuras, porque de nada sirven esas estructuras nuevas cuando no hay hombres nuevos que manejen y vivan esas estructuras que urgen en el país”.
Cambiemos el corazón, pidamos con el Salmo un corazón nuevo, un corazón purificado, para ponernos al servicio de los otros, para glorificar a Dios entregando la vida por los demás y entre todo generar estructuras nuevas, como nos decía Monseñor Romero, estructuras nuevas para un país más justo que tenemos que construir entre todos.
Amén.
Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires