Viernes 17 de mayo de 2024

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Querida comunidad diocesana:

Estamos a las puertas de la Cuaresma que, como cada año, aunque siempre de un modo nuevo, nos invita a ponernos en camino. Es una invitación a dejarnos renovar desde lo más hondo para responder en verdad a la llamada de Dios, que nos convoca a la libertad.

El Papa Francisco ha dedicado su mensaje para la Cuaresma de 2024 a esta llamada a la libertad, que no se concreta de una vez y para siempre en un acontecimiento único, sino que supone un camino de maduración que nos compromete en primera persona. Es un bello y profundo mensaje, impregnado de resonancias bíblicas que nos hacen gustar la palabra que Dios nos dirige hoy y que ciertamente puede arrojar mucha luz sobre el itinerario que estamos invitados a recorrer en este tiempo.

En esta carta, más que indicarles nuevas orientaciones, me gustaría proponerles una lectura serena, atenta, del mensaje de Francisco, ya sea personalmente o -lo que será mucho más rico- en comunidad. Permítanme subrayar algunas dimensiones.

1. El camino interior hacia la libertad. El Papa ha querido rescatar la gran imagen bíblica de la Cuaresma: la imagen del camino en el desierto, donde Israel, rescatado de la esclavitud, aprendió fatigosamente a vivir en la libertad. Algo que nos asombra de los relatos bíblicos es el largo camino que debió recorrer Israel hasta la tierra de la promesa: cuarenta años que, en realidad, si consideramos solamente las distancias geográficas, podrían haber sido unas pocas semanas. Es que la libertad no se alcanza repentinamente, ni se «tiene» en un momento, sino a través de un paciente esfuerzo de liberación. Apenas liberado de la esclavitud, de la opresión y la violencia, Israel experimenta la nostalgia de tiempos pasados (llora las «cebollas de Egipto») y las tensiones de la vida en libertad. Parece añorar la opresión que antes sufría y, lo que es aún más dramático, parece querer vivir bajo la misma «lógica» inhumana de la opresión, imponiéndose unos sobre otros, desgarrándose unos a otros. En palabras de nuestro tiempo, diríamos que ha «interiorizado» la opresión y la violencia. La ha convertido en la «cosa normal» de su vida, de sus vínculos, del modo en que mira y juzga las situaciones y a los demás. Liberado por la misericordia de Dios, Israel tiene que acoger personalmente el don de la libertad. Rescatado, tiene que aprender a vivir en una lógica nueva de libertad. Es un camino que necesariamente supone una purificación de las profundidades: de las «idolatrías» que a todos nos habitan, las violencias, los criterios de juicio deshumanizados, las rebeldías profundas a esa comunión para la que fuimos creados —comunión con los demás, cercanos y lejanos, conocidos y anónimos; con la creación; con el mismo Dios…

Los Evangelios han querido conservar para nosotros el recuerdo de Jesús retirándose al desierto durante cuarenta días, como renovando él mismo, en su propia vida, este camino. También él experimentó el largo y difícil camino hacia una libertad plena. Es una libertad despojada de violencia; pensemos en cuánta violencia esconde el deseo de convertir las piedras en pan, como quien busca convertir todos los recursos naturales en mercancía y ganancia (Mt 4, 3-4; Lc 4, 3-4), o cuánta violencia hay en ese afán de encumbrarse sobre los demás y sobre Dios, que el tentador tan hábilmente le propone (Mt 4, 5-10; Lc 4, 5-12). Es una libertad abierta a la comunión, comprometida con los demás, capaz de amor, de fraternidad y de cuidado… Es la libertad genuina del Hijo de Dios, libertad de quien ama y ama hasta el final, esa «libertad gloriosa» (Ro 8, 21) que la creación entera anhela y a la que también nosotros estamos llamados.

Si los Evangelios nos recuerdan este episodio, no es simplemente para informarnos sobre algo que haya ocurrido en otro tiempo. Es más bien para recordarnos que, si el Hijo de Dios quiso transitar este paciente camino de maduración en la libertad, también nosotros, hijos e hijas en el Hijo, estamos llamados a recorrerlo. Todo creyente y todos juntos, como pueblo de Dios siempre en camino, estamos invitados a entrar en la misma senda de renovación interior hacia una libertad cada vez más plena. Cuaresma es el tiempo para escuchar y acoger esta llamada.

2. Un camino de pequeños pasos. El mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma nos plantea pistas muy concretas para introducirnos en este camino, para vivirlo «con los pies en la tierra». El Papa nos invita a ver la realidad; a escuchar los clamores de nuestro pueblo, especialmente de los pobres y de quienes sufren, y de la creación; a asumir responsabilidades y compromisos concretos, «encarnados»… No son detalles sin importancia. Podrían servirnos como una señal de alerta y un llamado de atención. En el camino hacia la libertad, siempre corremos el riesgo de quedarnos en las bellas palabras, piadosas meditaciones y nobles propósitos. Pero es un atajo que no conduce a ningún sitio. Son, en cambio, los concretos pasos cotidianos los que nos permiten hacer el camino al que Dios nos llama. Cuando nuestra Cuaresma se pierda en nuestra madeja de «reflexiones espirituales», cuando nuestro impulso interior de conversión se enfríe hasta conformarse con bonitos discursos y observancias exteriores, volvamos a preguntarnos de nuevo: ¿A qué me llama Dios hoy?, ¿qué paso -por pequeño que fuera- de fraternidad, de solidaridad, de escucha, de oración…, me pide dar hoy?

Un modo sencillo pero eficaz de descubrir y redescubrir este llamado cotidiano es cultivar una doble atención: la atención a Dios en la oración y la atención a quienes están a mi alrededor (sin olvidar a quienes no son «de los míos», «de los más cercanos», ni pasar indiferente ante el desconocido). Muy concretamente, a través de la Palabra de Dios leída y meditada («rumiada», como le gustaba decir a los creyentes de los primeros siglos de la Iglesia) y a través de los acontecimientos cotidianos de nuestra vida, se nos van mostrando caminos para concretar nuestro itinerario cuaresmal de conversión. El mensaje del Papa nos propone algunas preguntas que van en este mismo sentido.

Vivimos frecuentemente en un ritmo vertiginoso, donde la prisa (justificada o «ficticia») nos impide ver y escuchar realmente a quienes están a nuestro lado y, con mucha más razón, a quienes nos resultan un poco más lejanos (por desconocidos, por tener ideas diferentes, por pertenecer a otra cultura o a otro sector social, o por muchos otros motivos). La «virtualidad», que tantos aspectos positivos tiene, lamentablemente también corre el riesgo de volvernos un poco más insensibles al dolor real de los demás, a los sufrimientos, las angustias, las soledades, la pobreza de los otros. Cuaresma es un tiempo para cultivar esta atención a los demás. Estar atentos para ver y escuchar realmente, dejarnos tocar el corazón y la vida por «el clamor de mi pueblo», hacernos cercanos y disponibles para que los demás no sean «anónimos» ante quienes puedo pasar indiferente (como los hombres de la parábola «del buen samaritano», Lc 11, 31-32): aquí tenemos un concreto ejercicio cuaresmal, que puede impulsar nuestra conversión.

La otra atención, inseparable de la anterior, es la atención a Dios en la oración. El Papa ha querido convocarnos a un «Año de la oración» en preparación al gran Jubileo que celebraremos en 2025. Es un tiempo para redescubrir juntos la riqueza de la oración en el camino de la fe. Un aspecto importante de la oración -aspecto esencial incluso, aunque frecuentemente minimizado- es la escucha. Con frecuencia, en la oración nos contentamos con decirle a Dios (a veces incluso exigirle) nuestros propios deseos, alegrías e inquietudes. Por supuesto, todo esto tiene su lugar en la oración. Pero orar es también, y ante todo, escuchar. Es Dios quien ha iniciado el diálogo de amor con nosotros -él primero, gratuitamente, sin condiciones-. Ponernos a la escucha de su palabra en un silencio adorante, un silencio que en verdad acoge, nos permite entrar en ese diálogo, es ya oración. Estoy convencido de que nuestros momentos de oración, tanto personal como comunitaria, se enriquecerían mucho si pudiéramos dar un mayor espacio a la lectura atenta, serena, meditada, de la Palabra de Dios. Nos abriría puertas a una comunión cada vez más profunda. Nos descubriría pasos concretos y, sobre todo, el impulso y el aliento que nos pongan en un camino de auténtica conversión.

Por mi parte, estoy convencido de que la renovación de nuestras comunidades no será posible sin cultivar esta doble atención a Dios en la oración y la escucha de su Palabra, y a nuestros hermanos y hermanas. Aquí tenemos un ejercicio cuaresmal que puede plasmar una verdadera «espiritualidad de la atención», que nos dispone a la acogida, la escucha, la cercanía y el cuidado.

3. Para ser presencia del Evangelio entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Nuestra Cuaresma de este año está enmarcada en otro horizonte, que evoqué hace un momento y en el que quisiera detenerme ahora un momento: el camino de revitalizar y fortalecer nuestras comunidades locales, que les propuse como orientación pastoral para los próximos tres años en Pentecostés de 2023. Hace pocos días, comencé la visita pastoral a las parroquias, que me va permitiendo tomar un contacto directo con los referentes y responsables pastorales de toda la Diócesis. Personalmente, a la luz de la tarea y la responsabilidad de mi ministerio pastoral entre ustedes, es un momento de mucha significación, y como les dije en un mensaje anterior, les pido que me acompañen con su oración. Estoy convencido de que, también para nuestras parroquias, este tiempo puede ser en verdad tiempo de gracia.

La cultura, la sociedad, han cambiado profundamente en los últimos años. Son transformaciones muy hondas, que todavía necesitamos escuchar y comprender mejor, pero que ya desde ahora nos piden buscar, ensayar, el modo de ser presencia del Evangelio entre los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Hemos atravesado una pandemia, cuyos efectos aún experimentamos y de la que, sobre todo, aún nos duelen las ausencias que ha dejado; ciertamente, no hemos «salido iguales». La situación actual de nuestro país y, en particular, de nuestro conurbano nos pone ante nuevos desafíos; no son circunstancias de las que podamos desentendernos, ni «números agregados», estadísticas y cálculos, que podamos mirar fríamente: es la vida, el dolor y la esperanza de nuestro pueblo.

Estamos, ciertamente, ante un momento de desafíos. Pero, como nos recuerda el éxodo de Israel por el desierto, no vamos solos ni estamos abandonados. El camino de libertad que, en su amor y su fidelidad, Dios abre ante nosotros, es una invitación a reavivar el compromiso y la creatividad de la esperanza. Estoy seguro de que el mensaje cuaresmal del Papa, que les transmito junto con estas sencillas reflexiones, podrá ayudar a cada comunidad a discernir y emprender pasos de una conversión -también comunitaria- en este horizonte.

Reciban mi saludo fraterno y mi bendición.

Mons. Marcelo Julián Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Avellaneda, domingo 11 de febrero de 2024.

Hace sólo unas horas, el Papa Francisco canonizó a María Antonia de San José, más conocida como Mama Antula, es la primera santa Argentina. Ella nació en Silípica, provincia de Santiago del Estero, en 1730. No era religiosa, siempre fue laica. A sus 15 años empezó a colaborar con los padres Jesuitas y a participar de los ejercicios espirituales, que estos predicaban. Cuando los jesuitas son expulsados de América, ella contaba con 37 años. Y desde ese momento sintió el llamado a continuar la obra, que tanto bien había hecho.

Mama Antula tenía una gran pasión misionera, por eso decía: "Quisiera andar hasta donde Dios no fuese conocido, para hacerlo conocer". Y el modo para concretarlo era que los ejercicios espirituales de San Ignacio, pudieran predicarse. El fin de los ejercicios espirituales es buscar y hallar la voluntad de Dios. Estos invitan a una conversión evangélica, y a una vida de seguimiento personal de Cristo, dentro de la Iglesia.

Comenzó primero en Santiago del Estero, en las poblaciones de Silípica, Loreto, Atamisqui, Soconcho y Salamina. Luego su peregrinación siguió por Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Córdoba. Llegaba a los lugares a pie, o con un sencillo carro tirado de un asno. En una oportunidad va a decir: "El amable Jesús es Quien me conduce y me permite estos pasos".

Y fue formando en torno a Jesús, una comunidad itinerante de laicos misioneros - toda una invitación para nuestra Iglesia hoy-. Al llegar a los distintos lugares, organizaba la predicación de los ejercicios espirituales, y se encargaba que no faltara nada material para realizarlos, de ahí su devoción a San Cayetano a quien invocaba. A ella le debemos la presencia del patrono del pan y del trabajo en el Santuario de Liniers. El pedido del pan es un pedido de justicia -no es posible pasar hambre en una tierra bendita de pan-, y el pedido de trabajo es un pedido de dignidad -aquel que no trabaja está herido en su dignidad, siente que está de sobra-.

María Antonia de San José, llegó a Buenos Aires a fines de 1779, después de caminar miles de kilómetros. Ella vestía un hábito como el que usaban los Jesuitas, se apoyaba en un bastón alto en forma de cruz, y andaba descalza. Acerca de esta llegada hace unos días Francisco subrayaba: "Recordemos también que el camino de la santidad implica confianza, abandono, como cuando la beata María Antonia llegó sólo con un crucifijo y descalza a Buenos Aires, porque no había puesto su seguridad en sí misma, sino en Dios, confiaba en que su arduo apostolado era obra de Él. Ella experimentó lo que Dios quiere de cada uno de nosotros, que podamos descubrir su llamada, cada uno en su propio estado de vida, pues cualquiera que sea, siempre se sintetizará en realizar 'todo para la mayor gloria de Dios y salvación de las almas'".[1]

Por su aspecto exterior, la recepción no fue para nada buena, la trataban de bruja o de loca, de hecho, tuvo que esconderse en esta Iglesia de Nuestra Señora de la Piedad, junto a sus compañeras, porque unos muchachos empezaron a tirarles piedras. Por eso antes de fallecer -en 1799-, pidió ser enterrada en el campo santo de esta Iglesia que la recibió y la protegió.

La capital del recientemente creado Virreinato del Río de la Plata -1776-, era el destino final que le daría la Divina Providencia a esta mujer tan andariega. Con paciencia, y sobre todo con perseverancia, consiguió que miles de personas hicieran los ejercicios espirituales, y mediante ellos transformaran su vida. Luego de hacerlos en varios espacios que le prestaban, con el objetivo de tener un lugar propicio, empezó la obra de la Santa Casa de Ejercicios -hoy en Independencia y Salta-.

En las tandas de ejercicios, compartían la mesa pobres y ricos, indios, esclavos y futuros revolucionarios de Mayo. Eran un tiempo de gracia, de integración y de fraternidad. Para nuestra primera santa, todos los que participaban tenían la misma dignidad, y los trataba con delicadeza, dedicándoles tiempo y escucha.

María Antonia de San José, en la Buenos Aires colonial, fue una mujer de una espiritualidad evangelizadora en salida (Cfr. eg 20-24). Ella buscaba a ese Dios que se oculta especialmente en los lugares de sufrimiento y dolor. Así es que visitaba a los presos, a los enfermos, y socorría a los pobres. Como señala Francisco: "La caridad de Mama Antula, sobre todo en el servicio a los más necesitados, hoy se impone con gran fuerza, en medio de esta sociedad que corre el riesgo de olvidar que «el individualismo radical es el virus más difícil de vencer. Un virus que engaña. Nos hace creer que todo consiste en dar rienda suelta a las propias ambiciones» (Carta enc. Fratelli tutti, 105). En esta beata encontramos un ejemplo y una inspiración que reaviva «la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 195). Que el Señor nos dé la gracia de seguir su ejemplo y que este ejemplo los ayude a ser ese signo de amor y de ternura entre nuestros hermanos”.[2]

Santa Mamá Antula con esta opción tan clara y profética por los últimos, nos permite asomarnos al Evangelio que hoy nos propone la liturgia -Mc. 1,40-45-. Se acerca a Jesús un hombre que tenía lepra, y cayendo de rodillas para pedirle ayuda, le dice: "Si quieres puedes purificarme". Y Jesús conmovido, extiende la mano, lo toca y le dice: "Lo quiero, queda purificado".

Cuando un leproso se acercaba a alguien debía gritar: "impuro, impuro"(Cfr. Lev 13,45), para que se alejara de Él. Y muchas veces se los echaba a piedrazos. Jesús, no sólo deja que se acerque, sino que lo toca y lo sana. Él es el Divino Salvador, el Buen médico, no ha venido por los sanos, sino por los enfermos, ha venido por los pecadores, y choca contra la cerrazón de aquellos se creen justos, y señalan con el dedo a los demás (Cfr. Mt 9, 12-13). El evangelio de hoy nos enseña que nadie puede excluir en nombre de Jesús. Él vino a revelar que en el corazón misericordioso del Padre hay lugar para todos.

Ahora bien, como nos enseña San Ignacio en sus ejercicios espirituales, tratemos de entrar en la escena con la imaginación, y ocupemos el lugar del hombre que le dice a Jesús: "Si quieres, puedes purificarme." Es una oración de petición, pedimos una gracia, suplicamos cosas concretas.

Pedimos la gracia de quitar las afecciones desordenadas, para buscar y hallar la voluntad de Dios (Cfr. ee 1). Es que del interior del corazón es de donde provienen las malas intenciones, la codicia, la envidia, el fraude, que manchan al hombre (Cfr. Mc. 7, 21-23). Y la purificación que anhelamos, tiene como fin la ofrenda de la propia vida.

Pedimos ya a las puertas de la Cuaresma, como gracia al Espíritu Santo, que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, y nuestras acciones, estén ordenados a la mayor gloria de Dios y a la salvación de nuestras hermanas y hermanos (Cfr. EE 46). Y para ser más pedigüeños aún, suplicamos conocer internamente los sentimientos del Señor Jesús, que por nosotros se ha hecho hombre, para amarlo más, seguirlo más de cerca, y servirlo en los más frágiles y rotos de nuestro pueblo (Cfr. ee 104).

La canonización de Mama Antula es una gracia especial para Iglesia en Argentina. Nos alegramos, lo agradecemos, pero a la vez nos queda abierta la pregunta. ¿Qué nos está pidiendo el Espíritu Santo a través de ella? Hay que rezarlo, discernirlo, y actuarlo.

Mons. Gustavo Carrara, obispo auxiliar y vicario general de Buenos Aires


Notas:
[1] Discurso del Santo Padre Francisco a los peregrinos de la Argentina para la canonización de la beata María Antonia de San José de Paz y Figueroa. Sala Clementina. Viernes, 9 de febrero de 2024.
[2] Ibídem

Queridos hermanos:

En la primera lectura escuchábamos del libro del Levítico, una muy antiguo disposición religiosa sobre la lepra, que buscaba preservar la salud de la población. Entonces la lepra era vista como una enfermedad realmente de consecuencias graves por razón de su contagio. Este tipo de normas tan duras, que exigían la rápida segregación de quien tuviera lepra, acarreaba profundas consecuencias personales, familiares y sociales, condenando no sólo al enfermo sino a sus cercanos a dramático destino de aislamiento, de soledad; una verdadera tragedia personal y familiar.

Pero más cerca en el tiempo, en pleno siglo XX, el descubrimiento del HIV, con su doloroso impacto inicial tenía para sus enfermos una dolorosa estigmatización a consecuencia del desconocimiento médico, del temor y los prejuicios. Más recientemente hemos vivido los desafíos del embate del COVID. Y sin caer en el dramatismo de la lepra o del HIV, no nos resulta difícil recordar cómo nos sentimos distanciados y separados; cómo tuvimos que, ante el temor y la desconfianza, mirarnos unos a otros y escapar de alguna manera a nuestras realidades personales cerrándonos, aislándonos. Cuánto nos costó incluso todavía, en algunos casos con consecuencias sociales, dejar ese gran dolor de vernos separados. Cuántos vieron partir a sus familiares queridos sin poder llorarlos, cuántos se sintieron responsables de haber contagiado a alguien de su familia, de su trabajo.

Todo esto para decir la tragedia de una enfermedad, que más acá en el tiempo, agravada por nuestra ignorancia, desconocimiento y el impacto que nos producía, nos hacía sentir las dificultades de convivir o de dejar de convivir con los otros. Qué lejos estábamos entonces y ahora, más cerca en el tiempo, de aquella frase bíblica tan fuertes de los tiempos iniciales, de la creación del hombre: “no es bueno que el hombre esté solo”. Así nos creó Dios para estar unos junto a otros. De esto nos habla el Papa Francisco en la carta dirigida a los fieles con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo que hoy celebramos: “Cuidar al enfermo, cuidando las relaciones” para resaltar el valor de los vínculos, inclusive en los momentos de mayor dolor y mostrándonos cuánto agrava a la situación del enfermo la soledad, la marginación, la falta de cuidado. Inclusive hoy se habla con mucha insistencia de cuidar a los que cuidan, porque también ellos se ven muchas veces arrastrados a la soledad y el aislamiento, en este marco de dolor, de incapacidad para acompañar y de sostener largamente una situación de enfermedad.

De la lepra se ocupa también Jesús que rompe ese aislamiento sanando a un hombre leproso que va a dar testimonio de su sanación ante la autoridad religiosa. Era un requisito de manera que quedara certificado que él ahora no era ya más leproso y que se podía reintegrar; sin embargo, el hombre sanado no pudo callar la obra de Dios en él, y no pudo obedecer a Jesús, quien en virtud de ir gradualmente revelándose para entrar en el corazón de su pueblo y cuidando por eso del denominado secreto mesiánico, le ordenó que no dijera nada. De alguna forma este hombre adelantó el proceso de revelación de Jesús haciéndose su testigo por la obra que el Señor había realizado en su vida.

¿Cuáles son nuestras lepras? ¿Qué cosas nos aíslan y alejan? A veces nos cuesta la vida social, a veces decidimos romper con los otros, hacer la nuestra; por eso hoy Dios nos invita ahora en cambio a emprender siempre una y otra vez el camino del regreso a la vida comunitaria, al encuentro de los otros.

La vida de fe y la piedad religiosa, no están para el aislamiento. Al contrario, ser religiosos nos hace ser profundamente atentos a lo social y comunitario. Por eso este hombre rescatado de la lepra no sólo vuelve a la comunidad de fe que integra, sino que además se hace testigo de Jesús, se hace capaz de misionar, de alguna manera con la obra de Jesús en él.

Que también nosotros dejemos nuestras soledades y aislamientos, que no dejemos de pensar en el otro como un hermano, que abandonemos cualquier forma de segregación, de temor respecto de los otros, de mirarlo como un potencial peligro o amenaza.

Providencialmente estas lecturas nos llegan en la Jornada mundial del enfermo. Aquí en Mendoza, es una fiesta de gran relevancia que nos invita a ir al encuentro de nuestra Madre de Lourdes que nos espera en su casa del Santuario del Challao. Desde las 21:00 hs caminaremos hacia allí, y como el leproso, tendremos ocasión de orar y cantar, recordando la obra de Dios en nosotros. En su casa, la Virgen de Lourdes nos recuerda que somos hermanos cobijados por su amor de madre.

También damos gracias por la canonización de Mamá Antula, una extraordinaria mujer que proclamó la obra del amor de Dios en su vida, en el siglo XVIII en Argentina. A través suyo, numerosos hombres y mujeres conocieron al Señor y fundaron su fe en una robusta experiencia de Dios en sus vidas. La Santa de los Ejercicios, como se la llamaba, descubrió en ese valioso instrumento de la espiritualidad cristiana, una fuente de riqueza para anclarse al Señor de su vida.

Mons. Marcelo Colombo, arzobispo de Mendoza

Queridos hermanos y hermanas
y a quienes nos siguen por redes sociales y la televisión:

Hoy celebramos a la Virgen de Lourdes que se manifestó a Bernardita, esta humilde muchacha. Y se manifestó como la “Inmaculada Concepción”, es decir, yo soy la que ha sido concebida sin mancha de pecado original. Este es el misterio del amor de Dios que ha querido preservar a la Santísima Virgen en función de su misión como Madre del Salvador, que no tuviera mancha del pecado. Y por eso manifiesta allí, de forma anticipada, la potencia de la resurrección. De ese modo. María alberga al Hijo eterno del Padre en su vientre, para que se hiciera hombre y nos viniera a salvar.

Esta fiesta de la Virgen de Lourdes, tiene en primer lugar, esta relación con nosotros que al revés de la Virgen, somos pecadores. Pero al tener a la Virgen María, la Inmaculada, la que no tiene mancha, nos llena de esperanza, nos llena de esperanza porque ella, que es de nuestra raza humana, tiene esta pureza que nosotros anhelamos alcanzar en el Cielo pero que ya por la muerte y resurrección de Cristo y por el Bautismo que hemos recibido, esta vida nueva, esta vida de la gracia, esta vida pura, ha entrado en nuestro corazón, en nuestra alma, en nuestro ser. Si por el pecado la llegáramos a perder, en cada Confesión sinceramente la podemos recuperar. Y así ir caminando para alcanzar la santidad, la pureza plena que será en el Cielo. 

Por eso, también hoy, es la ocasión de pedirle a Jesús que nos libre de la lepra, que es el pecado, que es la peor enfermedad. La peor enfermedad no son los problemas del cuerpo, la peor enfermedad es el pecado. En el Evangelio de este domingo, Jesús cura a un leproso, lo purifica. Y la lepra era considerada una impureza, un signo de una persona alejada de Dios. Al leproso se lo apartaba de la comunidad, quien tocaba a un leproso también. En el relato del Evangelio, cuando el leproso se acerca, Jesús lo toca y le dice, quedas purificado. No le dice, quedas curado, le dice quedas purificado. Es decir, Jesús viene a traer el perdón de los pecados, nos viene a traer esa pureza de la cual nosotros no somos capaces por nuestros propios esfuerzos de alcanzar. Pero sí como gracia cuando nuestro corazón está sinceramente arrepentido. 

Y María, ciertamente que es nuestra gran abogada, nuestra gran intercesora, que la invocamos todos los días cuando rezamos el Ave María y en la segunda parte decimos: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Tenemos esta certeza, de que María, poderosa abogada ante su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, intercede por nosotros pecadores, por el perdón de nuestros pecados y para que nosotros podamos alcanzar el Cielo. Por eso, invocá con confianza a la Santísima Virgen. Ella en la tierra, frente a una necesidad, podemos decir, material, no de gran importancia, como puede ser el vino en una fiesta, intercede.

Por eso, pedir por el perdón de nuestros pecados, librados de la enfermedad espiritual, de los malos sentimientos, lo que nos esclaviza y de todo lo que nos impide estar unidos a Jesús y a nuestros hermanos.

También la advocación de Lourdes está vinculada a la curación física, de hecho hemos visto tantos milagros y testimonios de sanación. Por eso, hoy también queremos acercarnos a la Virgen con la confianza de hijos para pedirle por nuestros sufrimientos, por nuestros dolores, por nuestras enfermedades, por las enfermedades de nuestros seres queridos. Con confianza.

Pero ¿cómo tiene que ser esta oración? No tiene que ser una oración pretenciosa, no tiene que ser una oración que exija sino que tiene que ser una oración humilde y confiada, diciendo “Señor. yo quiero la curación para mi enfermedad o para mi ser querido, pero más quiero tu voluntad, más quiero lo que vos tenés pensado. Que no se haga lo que yo quiero sino lo que vos querés”. Esta es la oración de Jesús en la cruz: Padre. si es posible, sacame de esta situación, sí es posible, que no sufra. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Porque después Dios aunque no le ahorró el sufrimiento de la muerte, lo resucitó y goza de la plenitud, de la gloria más grande. Por eso, siempre tenemos que mirar en esta perspectiva la enfermedad. Porque además, ninguno de nosotros queremos sufrir, ni queremos la enfermedad, esto es razonable, pero también, podemos dar un pasito más. Y en qué sentido: cuando yo miro a Jesús en la cruz, lo miro y digo: “Jesús vos sufriste por mi, siendo el inocente, sufriste horrores. Hoy yo estoy aquí, sufriendo y me uno a vos y lo ofrezco para la redención del mundo”. Completo en mi carne, dirá San Pablo, lo que falta a la pasión de Cristo. Así la enfermedad adquiere un valor de eternidad, un valor de redención. Y sí es voluntad de Dios, bendito sea. Ofrezcamos lo que nos duele, lo que nos aflige, lo que nos hace sufrir.

Finalmente, haciendo una consideración sobre el mensaje del Papa, pensar en los que estamos sanos: “estuve enfermo y me viniste a visitar”. Qué importante es que nuestros enfermos, familiares, amigos, allegados sean visitados. Visitar al enfermo. Cuánta necesidad tiene la persona de ser visitada. La persona enferma siente toda esa fragilidad, toda esa vulnerabilidad, la finitud de la existencia humana y por eso necesita de la mano tendida, del abrazo, de la compañía, de la escucha, de la palabra de consuelo.

A veces asistimos a los hogares de ancianos, que hay muchos, y vemos a ancianos que están solos y sus familias no van a visitarlos. Viven en mil preocupaciones pero se olvidan del ser enfermo, del familiar enfermo. Nosotros, los cristianos estamos llamados siempre a dar este testimonio de visitar a Jesús en nuestros hermanos y hermanas enfermos. Como nos dice el Papa, el ser humano es relacional, estamos hechos para la comunión, para la fraternidad, no para la soledad, no para vivir solos y aislados. Allí está nuestra tarea y compromiso.

Sacrificio. Claro que es un sacrificio visitar a los enfermos. Es un sacrificio. Un escritor argentino, Ernesto Sábado, en uno de sus últimos libros decís: “Traer hijos al mundo, es un sacrificio, cuidar a los enfermos y a los ancianos, es un sacrificio, trabajar por el bien de los demás es un sacrificio”. Pero sí el único ideal es pasarla bien, sí el único ideal es el del “burgués”, de quedarse cómodo, “de dónde se nutrirá el fuego del sacrificio sino está Dios”.

Por eso, queridos hermanos y hermanas, a nosotros nos toca unirnos profundamente a Jesús para tener esa capacidad de entrega, para tener esa fuerza, para tener esa capacidad de donar nuestro tiempo por nuestros hermanos enfermos. Sacrificar lo propio, la comodidad, de la televisión, o de una salida, o del teatro, o del cine o de lo que sea. Dar ese tiempo para visitar a mi hermano enfermo. 

Sólo con este ideal de santidad podemos hacer este sacrificio. Porque en una sociedad consumista, hedonista que solo pretende pasarla bien, ¿de dónde se puede sacar la fuerza para el sacrificio? Por eso hay tantos hermanos enfermos y ancianos que nadie visita. Porque no está esa fuerza del sacrificio. 

Por eso, pidamos a la Virgen que interceda por los enfermos y para que nosotros podamos donar este pedazo de tiempo para los demás y así nosotros estaremos abriendo la puerta del Cielo para nosotros.

Demos gracias a Dios por este don inmenso de la Virgen. Pidamos humildemente la curación de nuestras enfermedades y salgamos de nosotros para visitar a los demás y manifestar la gloria de Dios, Amén

Mons. Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario

¡Viva Santa Mama Antula!
Viva la Santa santiagueña Viva la primera Santa argentina.
Viva la Santa peregrina y misionera.
Viva la Santa de los Ejercicios Espirituales Viva la Santa valiente y sacrificada.

Queridos hermanos santiagueños:

Con profunda alegría acabamos de participar de la Eucaristía que a través de los Medios de Comunicación ha celebrado el Papa Francisco en Roma, donde ha pronunciado la fórmula de Canonización de mama Antula.

Mama Antula mujer creyente y comprometida con la fe
María Antonia recibió la fe por el bautismo a través de su familia y esa fe la llevó a vivir un profundo amor a Dios y a los hermanos.

¿Nosotros somos bautizados? ¿Amamos a Dios? ¿Amamos a los hermanos? Que importante que podamos vivir la fe en familia. Que teniendo nuestro altar familiar enseñemos a rezar a nuestros hijos, a los niños y adolescentes, que sepan recurrir a Dios y a la Virgen en todo momento, especialmente en los más difíciles.

La oración alimenta nuestra fe. La lectura de la Palabra de Dios alimenta nuestra fe. La celebración d ellos sacramentos alimenta nuestra fe. La caridad y el servicio al hermano, no solo alimenta, sino que expresa nuestra fe con obras concretas.

Como lo hizo Jesús, que anunciaba la Palabra del Reino de Dios y sanaba a los enfermos, tocando nuestras miserias, como tocó al leproso para sanarnos y liberarnos de las lepras que nos aíslan y apartan de la sociedad y de Dios.

Mama Antula mujer valiente y promotora de los Ejercicios Espirituales
Ella tuvo desde joven una experiencia extraordinaria de encuentro con Jesús a través de los Ejercicios Espirituales. "Para buscar y hallar la voluntad de Dios..." Y ella misma no pudo guardarse esta gran alegría y entusiasmo para que sean muchos los que hagan esta experiencia tan profunda y por eso se puso a servir en los Ejercicios Espirituales al lado de los Jesuitas que los predicaban.

Cuando son expulsados los jesuitas ella experimenta una inspiración del Espíritu Santo a seguir con esa misión y a pesar de las grandes y graves dificultades que le tocó atravesar, no se achica, no arruga. Se pone en manos de Dios y se pone a caminar...

Que nunca nos dejemos robar la esperanza, ni la confianza que con Dios todo lo podemos. Aún en medio de las dificultades.

Ella estuvo cerca de los más pobres y necesitados del pan material, del pan del afecto, del pan de la educación, del pan de la dignidad. Por eso su ferviente caridad. Vivía una espiritualidad encarnada y expresiva en el servicio a los demás.

Jesús nos enseña a través de Santa Mama Antula a vivir el encuentro sincero con él y su Misterio Pascual y a colaborar de forma eficaz en la obra evangelizadora para ser cercano a todos, llevando la alegría del Evangelio.

Jesús nos enseña por el testimonio de Mama Antula a ser valientes, corajudos, a pechar para adelante, con la fuerza del Espíritu Santo porque estamos convencidos que esta es la forma de salir de tan gran crisis. Creciendo en el diálogo y el encuentro fraterno de los argentinos. Esto le pedimos al Señor hoy por mediación de Mama Antula.

Mama Antula peregrina y misionera
Con los pies descalzos y con el fuego del Espíritu Santo en su corazón, con la firme convicción que solo Jesús es nuestro redentor, Mama Antula salió de su comodidad, de su zona de confort, para ir por los caminos de sus hermanos argentinos, los cercanos, por todo el NOA y también los más lejanos, córdoba y Buenos Aires y hasta cruzando los límites, hasta Uruguay. para que Jesús sea conocido y amado. Para que los cristianos puedan hacer la experiencia renovadora del amor misericordioso del Señor.

Mama Antula peregrina, en este hoy de la Iglesia sinodal, en la que "caminamos juntos" acrecentando la Comunión, comprometiéndonos por la participación para llegar a todos por la Misión y así hacer que el reino de Dios se haga presente, con nuestra colaboración y entrega. Como lo hizo Mama Antula.

En comunión con sacerdotes, consagrados y laicos, escuchando a todos, acercándonos a todos y discerniendo el querer de Dios para esta realidad compleja pero tan nuestra que nos toca vivir.

Pero sin parar, sin miedo, con alegría, con valentía, con la certeza de la fe, con el entusiasmo de la esperanza y el ardor de la caridad. Como lo hizo Mama Antula.

En esta Argentina, en este NOA, en este Santiago de hoy, con estos hermanos y con la fuerza de Dios. Vamos a salir al encuentro del otro para llevarle la alegría del Evangelio. A decirle sin miedo "Jesús te ama, ha muerto y ha resucitado por vos y por mi"

Hoy la Patria, en esta situación difícil que nos toca vivir, necesita mujeres y hombres valientes, creyentes, sacrificados, como Mama Antula, con profundas convicciones, una esperanza sólida y un entrañable amor a Dios y a los hermanos.

Que el modelo de santidad que hoy nos presenta la Iglesia en Santa Mama Antula, como los santos: Cura Brochero, el enfermero Don Zatti y los Beatos Mamerto Esquiú, los Mártires del Zenta y Los mártires Riojanos, Madre Catalina, Tránsito, Cresencia, Ceferino, etc. nos ayude a los argentinos a hacer presente y creciente el Reino de Dios en nuestra Patria como lo hicieron ellos y que intercedan por nosotros ante el Señor.

  • Viva Jesús que llenó el corazón de Mama Antula con su amor misericordioso.
  • Viva el Manuelito que la acompañó todos los días de su vida.
  • Viva el Nazareno, que la animó a llevar la cruz con entrega y valentía. Viva Jesús vivo y presente en la Eucaristía.
  • Viva el Señor crucificado.
  • Viva el Señor d ellos Milagros de Mailín.
  • Viva el Espíritu Santo que le inspiró a Mama Antula a salir de su comodidad para ir en búsqueda de sus hermanos que necesitaban la alegría del Evangelio.
  • Viva el Espíritu Santo que fortaleció a Mama Antula para caminar la Argentina en ayuda de sus hermanos más necesitados.
  • Viva la Virgen María, que acompañó con su ternura de Madre a Mama Antula en toda su obra.
  • Viva Nuestra Señora de la Consolación de Sumampa.
  • Viva la Virgen de Huachana.
  • Viva San José y San Cayetano. Viva San Ignacio.
  • Viva Santa Mama Antula
  • Viva María Antonia de San José
  • Viva María Antonio de Paz y Figueroa.
  • Viva la primera Santa argentina.
  • Viva la Santa Santiagueña.
  • Viva el pueblo Santiagueño que gestó a esta Santa y todos sus devotos.

Mons. Carlos Alberto Sánchez, arzobispo de Tucumán

Podemos leer y meditar este pasaje de la Escritura. Y ciertamente nuestra Santa, que se proclamará mañana, Mama Antula, habrá leído muchas veces. Ella que fue traspasada por el amor de Dios, porque ese era su centro, ese era fundamento de su vida. Ella que experimentó hondamente el amor de Dios. Por eso, conmovida por ese amor, o movida por ese amor, sale al encuentro, sale a comunicar ese amor de Dios, ese fue el lema de su vida. Llevar el amor de Dios a todas partes. A aquel que no lo conozca, a aquel que nunca ha hablado o escuchado de ese amor de Dios, de un Dios creador, de un Dios padre, de un Dios redentor, de un Dios que ama inmensamente. María Antonia vivió esa escuela. Y fue ciertamente esa escuela donde aprendió a conocerlo a Jesús, a experimentarlo a Jesús, como diríamos con San Pablo, a revestirse de los sentimientos de Cristo Jesús, que aparece en esta página notable del Evangelio, en este encuentro de Jesús con el leproso.

La primera lectura nos presentaba cómo había que tratar a los leprosos, a estos enfermos, que eran expulsados de la comunidad, sin familia, sin afecto, sin participar en la comunidad, sin poder participar del culto, de los actos religiosos, absolutamente marginados. Eran muertos en vida, muertos en vida. Ya esa es la ley mosaica. Y Jesús se encuentra con este hombrecito. Por supuesto que no podían salir al encuentro de nadie. Y ese leproso es el que trasgrede de alguna manera la primera ley. Él no podía acercarse. Dice que el leproso se acercó. Se acercó a pedirle ayuda al Señor, cayendo de rodillas. «Si quieres, puedes purificarme». Y Jesús no se apartó. Jesús no le dijo, “no puedes acercarte”. Jesús escuchó ese ruego. Pero dice ahí una palabrita clave: «Jesús se conmovió» por el sufrimiento y por la situación del leproso. Se conmovió. El leproso le pidió la salud. Y ciertamente Jesús le regaló esa gracia, esa salud plena, integral. Conmovido por la situación de ese pobre hombre, muerto en vida, que buscaba la salvación. Solamente Jesús conocía la historia de ese hombre, ¿no? Y no tuvo ningún problema de superar esas leyes a veces frías y preceptos de no poder acercarse al leproso. Porque quedaba impuro Él tambien. A Jesús le interesaba llevar la salvación. Y este leproso ya movido por el Espíritu de Dios se acercó a Él a pedir la ayuda. Confiaba en el poder salvador del Señor. Qué lindo es pensar e imaginar esa escena, ¿no es cierto? Y a veces esos tabúes y prejuicios y a veces legislaciones frías que se superaban. Hay muchos que quedaban contentos y felices y con conciencia tranquila porque cumplían los preceptos. Pero se olvidaban de las personas. Se olvidaban de las personas. Jesús también trasgrede esa ley. Y la alcanza la salud, lo tocó al leproso. No lo miró desde lejos, lo tocó. Se dejó tocar por la enfermedad del leproso. Qué hermoso. Qué hermoso pensar en esto. Y como María Antonia de San José que entró en el Espíritu del Señor, que fue revestida por el Espíritu del Señor, seguramente que fue tocada por el Señor con esta gracia de la conmoción interior. Porque esta es la compasión: es la conmoción interior frente al sufrimiento, frente al mal. No es decir “pobrecito”. La conmoción es esa moción interior que lleva a la acción. Y Jesús vio eso. Jesús vio la situación del hombre. Conmovido por su realidad, por su vida. Y ciertamente, viendo esa fe en Él, le regala una vida nueva.

También nosotros hoy, prontos a celebrar la canonización de María Antonia de San José, podemos mirar a ella como a tantos santos. Aquella que nos enseña este camino. Ella fue un poco el reflejo, ¿no? De esa santidad de Dios, ese reflejo del amor de Dios. Pero un amor que se hace obra. Que no se queda en bellos sentimientos, en bellas reflexiones. Es un amor que se refleja, se expresa en obras, en encuentros, en cercanías, en ensuciarse, en ensuciarse, embarrarse. Para poder salvar, para poder rescatar, para poder liberar, para ayudar a ponerse de pie. María Antonia salió al encuentro. Desde su encuentro con el Señor, no se quedó tranquila, disfrutando de bellas reflexiones. Aquello que encontraba en su encuentro con el Señor, la llevó, le abrió los ojos, sintió la compasión ante tantos hombres y mujeres de su tiempo que necesitaban de la luz, de la verdad, de la paz, de la gracia, el perdón, que necesitaban del pan, que necesitaban del reconocimiento de su dignidad. Era una sociedad también con mucha discriminación, con muchas desigualdades sociales. Ella superó prejuicios, superó prejuicios. Qué bueno es mirar a Antonia en esta actitud. Fue lo que después ha hecho desde su Santiago natal. Desde sus inicios como misionera, como peregrina, habiendo estado tantos años al lado de sus maestros jesuitas, llegó la hora de ella, de vivir aquello que había aprendido. Que ese Evangelio que vivió, que profundizó, que le dio sentido a su vida. Salió al encuentro de los hermanos. Es lo que hoy nuestro Papa Francisco nos pide, nos exhorta, nos enseña permanentemente: a ser una iglesia en salida, una iglesia de acercarnos a aquellos que están en los márgenes de la vida, a aquellos que están en las periferias geográficas y

existenciales de nuestra vida. Saber tocar la carne de Cristo, la carne dolorida de Cristo. Seguir este testimonio, el ejemplo de María Antonia en este tiempo que nos toca vivir. Es vivir estas actitudes fundamentales, ese encuentro profundo con el Señor, pero que nos lleva a los hermanos, y especialmente a los hermanos más abandonados, más alejados. Ayer nos lo decía así, muy rápidamente, pero muy fuertemente el Papa Francisco en la audiencia que hemos participado. Es la caridad. Es la caridad que brota de ese corazón lleno del amor de Dios, pero que se expresa en la entrega a los hermanos. Tendremos muchas oportunidades en nuestra vida, en nuestros lugares, en nuestros estados de vida, en nuestras vocaciones, de poder vivir aquello que nos enseñó María Antonia en San José, aquello que nos enseña Jesús. Hoy son tantísimos, y cada vez más hermanos, los nuevos leprosos, los descartados, los abandonados, que necesitan que alguien los escuche, que los mire, que nos dejemos tocar por esa miseria y pobreza para compartir con ellos el amor de Dios.

Vamos a pedir en esta Eucaristía, los que tenemos la gracia de estar aquí, muy unidos a tanta gente que en nuestra patria en este momento, en nuestro Santiago, están haciendo la vigilia como nosotros. Se están encontrando en este momento, para vivir una noche larga, también en oración, con alegría, con encuentro, dejarnos llenar por este Espíritu, el Espíritu del Señor, por el Espíritu que vivió María Antonia, que realmente esto nos ayude a confirmar este camino, este camino de encuentro, este camino de despojarnos a veces de ciertos estilos, de ciertas costumbres, ¿no es cierto?, de saber mirar como miró Jesús al pobre, de saber mirar a la situación, de sabernos conmover, pero también de salir a actuar. Que María Antonia de San José, nuestra Beata Mama Antula, nuestra Santita Próxima, nos ayude en este camino, nos renueve. Que podamos vivir en nuestras comunidades y contagiar nuestras comunidades y nuestra iglesia, de toda nuestra patria, este Espíritu, llevarlo a aquellos que más necesitan de la presencia, de la gracia, de la salvación. Que ella nos ayude en este camino y nos confirme en la fe, que así sea.

Mons. Vicente Bokalic Iglic, obispo de Santiago del Estero

Esta lectura del Evangelio, escuchándola aquí en Mar del Plata, creo que nos conecta inmediatamente con este Señor que camina a orillas del mar. Y que cuando ve a Pedro y otros pescadores, los invita a que vuelvan a echar las redes mar adentro.

Esta palabra de Jesús, “navega mar adentro y echen las redes”, es una invitación en esta mañana para todos los que queremos habitar, vivir y trabajar en esta bellísima ciudad de Mar del Plata. A cada uno de nosotros el Señor nos dirige esta invitación: “navega mar adentro y echa las redes”.

¿Qué significa navegar mar adentro? Si le preguntamos a nuestros pescadores van a dar una respuesta inmediata: “es animarse a salir de la orilla; es ir a lo profundo”. Y cuando uno está mar adentro se da cuenta de lo que significa estar en ese lugar bastante lejos de la orilla con la única seguridad que da la embarcación y los otros compañeros de trabajo, de navegación, cada uno en su lugar.

En un barco cada uno tiene su tarea. No puede uno hacer lo que le toca al otro, porque sino se hunden. Y cuando Pedro y los demás pescadores ven que las redes están llenas, llaman a otros para que los acompañen a sacar las redes. Es una tarea en común, una tarea solidaria. Y esto es lo que nos puede ayudar en esta mañana, pensar cómo fue construida esta ciudad. No fue con el esfuerzo de uno, sino de miles.

Hace poquito que estoy en Mar del Plata -tres semanas- y una cosa que me viene como imagen es que esta ciudad trabaja para que millones descansen. Es una ciudad donde los argentinos vienen a descansar, a tomarse unos días -cada vez menos días, pero vienen igual- a pasar aquí su descanso, sus vacaciones. ¡Familias enteras!

Y la ciudad trabaja para que aquellos que vienen a descansar se vayan un poco más felices en sus vidas. Por eso se llama “la ciudad feliz”. Una ciudad feliz que implica mucho esfuerzo e implica desafíos porque la felicidad no es algo que se alcanza en tres días: la felicidad implica mucho trabajo.

Esta ciudad que cumple 150 años, un número ya muy redondo y de mucho tiempo, como sabemos fue fundada en base a una misión jesuita -la misión en la Laguna de los Padres, Nuestra Señora del Pilar de los Puelches-. Esos jesuitas que vinieron a misionar estas tierras y de acá salieron para el sur. Esos jesuitas que dejaron sus tierras para poder traer el Evangelio a estas tierras.

Y esta celebración está enmarcada dentro de la beatificación del cardenal Eduardo Pironio, que estuvo en Mar del Plata como obispo y estuvo en los 100 años de la ciudad, dejándonos unas reflexiones bellísimas que les invito a leer. Y también tiene el contexto esta celebración de la canonización de Mama Antula.

Y ¿por qué traigo a referencia esto? Porque Mar del Plata desde sus inicios fue fundada también en la confianza en Dios y en los santos. Aquellos fundadores eran cristianos y no querían una ciudad que solo sea para un progreso indefinido, sino que querían fundar esta ciudad en los valores cristianos. Por eso es que Santa Cecilia, San Pedro, son patronos en esta ciudad, y los jesuitas trabajaron para dejar aquí la semilla del Evangelio y todos los demás obispos, sacerdotes, laicos, religiosos, construyeron con su aporte y su fidelidad esta ciudad y la sociedad civil.

Las Fuerzas de Seguridad, las Fuerzas Armadas, nuestros políticos y gobernantes, las asociaciones, constituyen el entramado de esta ciudad que quiere crecer, que quiere abrirse cada vez más a todos aquellos que quieren no solo venir unos días sino habitar como ciudadanos.

Ayer bendiciendo en la puerta de la Catedral una señora me dijo “rece padre para que se cumpla nuestro sueño, queremos venir a vivir en Mar del Plata.” También son “colonos” que quieren venir a trabajar, a dar su aporte, a disfrutar también de estas bellezas naturales que Mar del Plata nos da.

Hemos pedido en la oración, recién, por nuestra ciudad y para que el Señor nos conceda no solo prosperidad sino también justicia, paz, y podemos agregar trabajo para todos, honestidad en los que llevamos adelante distintas responsabilidades en esta ciudad. Que entre todos podamos ayudar a los que están hoy más desfavorecidos.

Lamentablemente Mar del Plata tiene también un índice muy alto de pobreza, de desempleo, de falta de vivienda. Esto no tiene que ser como una tarea para los que vendrán. Esto tiene que ser una tarea nuestra. Así como los fundadores pensaron en algo grande -no pensaron un puertito chiquito para ir a pescar, pensaron una ciudad grande, pujante- nos toca ahora tratar de solucionar los problemas que nos duelen, tratar de hacer de la política algo honesto y que a todos nos implique: no solo a los que tienen un cargo sino que todos formamos parte de la ciudad, de la polis. Pidamos esta gracia.

Hoy tocó lluvia y los actos van a quedar reducidos. ¡Bendita lluvia porque la estábamos pidiendo!, porque el país necesita de esta agua para que nuestros campos que tantos frutos dan, sigan acompañando el crecimiento de nuestra Argentina.

Y hoy reunidos, rezando juntos, pidamos por nuestra patria, para que salgamos adelante. Vamos a salir adelante solo con diálogo y grandeza de corazón. No nos quedemos en el “chiquitaje” de las cosas que a veces nos ahogan. Pensemos en grande y hagamos de esta ciudad lo que quisieron sus fundadores: una ciudad tan grande como estas playas y tan cercana a aquellos que buscan mejorar sus vidas.

Que la Virgen de Luján, patrona de la Argentina, nos acompañe en esta tarea. Damos gracias por los 150 años de Mar del Plata.

Mar del Plata, 10 de febrero de 2024.
Mons. Ernesto Giobando SJ, administrador apostólico de Mar del Plata

«Como hizo en otro tiempo con los discípulos,
nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan»
(Pleg. euc. div. circunstancias IV; cfr. Le 24, 13-35)

1. El escuchar del resucitado
Jesús resucitado de entre los muertos, Luz y Vida del mundo, como un peregrino más, sale al cruce de los discípulos que vuelven a Emaús; uno es Cleofás, el otro no tiene nombre, de modo que pueda cargar con la historia de cualquier hombre o mujer que se vea reflejado en su caminar.

Ellos van con «el semblante triste» (Le 24, 17), y Jesús sabe reconocer eso en sus rostros y en el peso de sus pisadas. Por eso se acerca, rompe toda distancia, se hace cercarlo aunque no lo reconozcan. Y en la proximidad de quien sabe acompasar su paso al paso de los demás, dialoga, pregunta, invita a sacar del corazón lo que aflige para ayudarles a reconocer el malestar que cargan. Jesús no desconoce lo que pregunta, pero pregunta para que el corazón afligido pueda expresar el malestar que le aqueja, como aquella vez en la que frente a la evidente necesidad del ciego, Jesús le pregunta «¿Qué quieres que haga por ti?» (Le 18, 41). Para aquel hombre, tal vez, más importante que la misma vista, haya sido el sentir que alguien pensaba en él, que se interesaba por su querer y sentir, que «se daba» en lugar de sólo dar.

El resucitado ayuda a los peregrinos de Emaús a desahogar el corazón, a contar su pena con la confianza de saberse escuchados. Pero los rescata de una simple queja proponiéndoles un horizonte. No rechaza lo que ellos sienten, sino que los ayuda a leer distinto lo que viven, desde una lectura pascual de su sufrimiento. Así es como su Palabra va sanando los corazones de los discípulos y dando nueva luz a lo vivido; sin pesimismos ni superficialidad, sin moralismos ni laxismos, ayuda a descubrir cada vivencia dentro del designio amoroso del Padre que nunca se aparta y que siempre consuela. A este momento se referirán los discípulos cuando digan luego: «¿No ardía acaso nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Le 24, 32). Su Palabra es la que consuela, ilumina y enciende la vida de quien le confía su vulnerable vida. «En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios.» (Mane nobiscum Domine, 2).

Los peregrinos lo descubren presente entre ellos, con ellos, y desde esa experiencia sanante se lanzan nuevamente al camino, pero con los pies apresurados de quienes llevan la urgencia de compartir una alegre noticia que cambia la vida. En esa fraternidad que se hace encuentro con los demás discípulos, comparten «lo que les había pasado en el camino» (Le 24, 35) y reciben con fe el testimonio de aquellos a quienes también el Señor habló.

Nosotros, peregrinos también, estamos invitados a escuchar la Palabra viva que nos hace descubrir nuestra historia como historia de salvación. En este año acompañados de la liturgia dominical podríamos acercarnos más asiduamente al evangelio de San Marcos y San Juan.

2. El escuchar de nuestra Iglesia
En nuestro camino pastoral diocesano, aunque continuamos buscando vivir las realidades reflejadas en los cuatro objetivos específicos en el horizonte de nuestro objetivo general, este año 2024 pondremos énfasis en el objetivo específico 1, como intento de responder al desafío que el Pueblo de Dios ha llamado «Malestar y vulnerabilidad social». Al recordar este desafío, lo hacemos partiendo de la experiencia agradecida del amor de Jesucristo que, como con los discípulos de Emaús, sigue caminando con nosotros para mostramos el rostro de un Dios que no es indiferente al sufrimiento de sus hijos, la cercanía de un Dios que sale a nuestro encuentro porque tiene compasión de quienes están fatigados y abatidos (cfr. Mt 9, 36); el corazón de un Dios que escucha, dialoga y consuela; la voz y el abrazo de un Dios que abre horizontes nuevos y enciende la fe en los corazones. Notemos que son estas mismas actitudes las que nos hemos propuesto como camino pastoral, reflejadas en el objetivo específico 1: «Ir al encuentro de los hermanos, escuchar sin juzgar, acompañar sin cuestionar, amar sin preguntar y transmitir la alegría de la fe».

A la descripción del «malestar y vulnerabilidad social» que el Pueblo de Dios hiciera hace un tiempo atrás, debemos sumarle aquellas realidades que estos años pusieron al descubierto y acentuaron. La dolorosa experiencia de la pandemia del Covid ha hecho experimentar en todos, sin excepción, los límites y la debilidad que se expresa aún hoy. Para esto, el Consejo Diocesano nos acercará unas fichas de trabajo que nos ayudarán a hacer memoria y completar la realidad a la que queremos responder con audacia y convicción.

3. Escuchar junto a la Iglesia que camina en el mundo
Junto a las iglesias de todo el mundo, seguiremos viviendo el Sínodo, aportando nuestra vivencia, convencidos de que nuestra historia y nuestros deseos son portadores de una riqueza que queremos compartir con todos. Para esto, desde la experiencia de fraternidad en camino, viviremos este año discerniendo como Pueblo de Dios lo que el Señor hizo con nosotros, cómo nos salió al cruce en el camino y cómo lo hemos reconocido. Y lo haremos con el deseo de escuchar a los demás, cómo también a ellos se les apareció el Resucitado y qué les dijo. Y así, juntos y compartiendo la vida, seguiremos discerniendo la voluntad de Dios para el hoy de nuestra Iglesia diocesana.

En sintonía con el documento que recoge reflexiones y propuestas pastorales a partir de la Io Asamblea Eclesial de América Latina y el Caribe, llamado «Hacia una Iglesia sinodal en salida a las periferias», podemos comprender que la «escucha» a la que estamos llamados, es una escucha activa, atenta especialmente a quienes habitan las periferias geográficas y existenciales y que nos permita conmovernos frente a la realidad del hermano. En este tiempo de cuaresma -y comenzando a pensar nuestra vida pastoral- debemos preguntarnos desde lo individual y comunitario: ¿estamos en camino hacia las periferias?, ¿cuáles son nuestras periferias?, ¿estamos disponibles y en salida?, ¿no son nuestros hermanos que están en una situación de vulnerabilidad los que están en esas periferias?, ¿estamos caminando como Iglesia sinodal en salida hacia las periferias?, ¿somos una Iglesia que se deja guiar por el Espíritu Santo?

4. Escuchar con el estilo de Jesús
El Papa Francisco que nos recuerda en esta cuaresma que “A través del desierto Dios nos guía a la libertad”, nos invita a vivir como Iglesia que mira y se detiene ante la realidad del pueblo santo de Dios y está cercano a las comunidades, que no permanece inmóvil, sino que busca soluciones nuevas a problemas nuevos, que está a la escucha del Espíritu y sale al encuentro de los hermanos. La Conversión cuaresmal es destello de una nueva esperanza.

El objetivo específico que asumimos, nos marca además un modo, un estilo, el de Jesús: «sin juzgar... sin cuestionar... sin preguntar». Para que esto sea posible y haga fecundo y concreto el anuncio de la buena noticia, debemos primero redescubrimos hijos amados y perdonados por el Padre misericordioso, y renovar la experiencia de ser rescatados por Jesús, hasta llegar a decir como Pablo «me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20). Sólo desde esta certeza hecha experiencia, podremos «ir al encuentro de los hermanos, escuchar sin juzgar, acompañar sin cuestionar, amar sin preguntar y transmitir la alegría de la fe» (obj.diocesano 1). Ese hermano, todo hermano, (y particularmente el niño, el joven, el pequeño, el frágil, el marginado, el sufriente...), también es un amado.

5. Un Corazón herido que sana
El 27 de diciembre hemos celebrado la apertura del año jubilar del Corazón de Jesús, recordando los 350 años de las apariciones del Corazón de Jesús a Santa Margarita María Alacoque. Este camino jubilar no es para nada extraño a lo que deseamos vivir como diócesis, porque salir al encuentro de los hermanos para escucharlos, acompañar sus vidas, amando y anunciando la alegría de la fe, supondrá en nosotros el sincero trabajo espiritual de modelar nuestro corazón para que sea cada día más parecido al Corazón de Jesús, siguiendo la invitación de San Pablo que nos pide: «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús. El, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz. Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: ‘Jesucristo es el Señor ’» (Flp 2, 5-11).

La devoción del Pueblo fiel de Dios nos permite encontrar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en cada hogar, en una estampa, en un cuadro, iluminada por una lámpara encendida, entronizada en puertas o recibidores, en una grutita en el frente o en el patio de las casas... El rostro de Jesús «manso y humilde de corazón» (Mt 11, 29) con su mano señalando el corazón traspasado de amor, es la invitación a la confianza y a la imitación de sus sentimientos. Por eso, la religiosidad popular ha conservado aquellas simples palabras que se abren a la misericordia: «Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío»... «Jesús, manso y humilde corazón, hace mi corazón semejante al tuyo», jaculatorias que podemos retomar en nuestro diario peregrinar, no para aferramos a una espiritualidad anacrónica, sino para enseñar a nuestros niños, y que se vayan grabando en el corazón creyente y acompañen la vida siempre necesitada del abrazo tierno de Jesús que consuela y fortalece.

Este año -conjugando el marco sinodal, el objetivo específico í y la contemplación del Sagrado Corazón- será un kairós, un tiempo providencialmente oportuno para continuar plasmando en la vida personal y comunitaria aquello que San Pablo VI invitaba a vivir como estilo de evangelización, fiel al modo del mismo Jesucristo: «Desde fuera no se salva al mundo. Como el Verbo de Dios, que se ha hecho hombre, hace falta hacerse una misma cosa, hasta cierto punto, con las formas de vida de aquellos a quienes se quiere llevar el mensaje de Cristo; hace falta compartir -sin que medie distancia de privilegios o diafragma de lenguaje incomprensible- las costumbres comunes, con tal que sean humanas y honestas, sobre todo las de los más pequeños, si queremos ser oídos y comprendidos. Hace falta, aun antes de hablar, escuchar la voz, más aún, el corazón del hombre, comprenderlo y respetarlo en la medida de lo posible y, cuando lo merece, secundarlo. Hace falta hacerse hermanos de los hombres en el momento mismo que queremos ser sus pastores, padres y maestros. El clima del diálogo es la amistad. Más todavía: el servicio. Debemos recordar todo esto y esforzarnos por practicarlo según el ejemplo y el precepto que Cristo nos dejó (Jn 13, 14-17)» (Ecclesiam suam 39, cfr. Gaudiun et Spes 92-93).

Contemplar el corazón traspasado de Jesús es reconocer, como lo hizo María al pie de la cruz, que todo dolor ha sido asumido por su dolor. Cómo no escuchar en este marco los clamores del mundo hoy: los de los jóvenes, los de la inseguridad, los de padres, madres, jubilados que viven con angustia la situación económica, los de grandes espacios de la humanidad azotados por el fracaso de la guerra, del cambio climático y tantos más... Escuchar con el corazón, comprender, y aun en la impotencia, trasfigurar el dolor por el amor orante, servicial y solidario (cfr, Romanos 12,2ss). Escuchar amando de tal manera que cada uno pueda también descubrir sus dones y posibilidades viviendo en comunión con Dios, con Cristo y con el Espíritu Santo y construyendo fraternidad.

6. Llamados a la santidad
«Los santos no son héroes inalcanzables o lejanos, sino personas como nosotros, nuestros amigos, cuyo punto de partida es el mismo don que nosotros hemos recibido» (Papa Francisco, Ángelus 01/11/23) El Santo Padre utiliza el término «santos» para describir a personas generosas, justas, que se toman en serio la vida cristiana y que, con la ayuda de Dios, han correspondido al don recibido y se han dejado transformar día a día por la acción del Espíritu Santo, recibido en el bautismo.

Nosotros estamos llamados a ser santos, y la cuaresma es el tiempo que la Iglesia nos propone para preparar el corazón a fin de renovar nuestro bautismo. En la noche más santa de todas las noches, la vigilia pascual, se nos invitará a renovar nuestro bautismo con el deseo de ser santos: «terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras y prometimos servir fielmente a Dios, en la santa Iglesia católica» (Misal, vigilia pascual)

Como una gran providencia de Dios, el 11 de febrero del presente año, ha sido canonizada Mama Antula, “caminante del Espíritu”, considerada la madre espiritual de la Nación Argentina, la primera mujer argentina reconocida como santa. Se trata de María Antonia de San José, una mujer que vivió en el siglo XVIII y trabajó con valentía e iniciativa para mantener viva la obra de los padres jesuitas tras su expulsión. ¿Qué podemos recuperar de su vida para que sea inspiración para nuestra misión en este tiempo que nos toca? Una Santa evangelizadora del pueblo, que vio el maltrato de indios y esclavos y, con el paso del tiempo, el dolor de estas personas se le hizo insoportable. Los sentía como hermanos y sufría con ellos. Fue una mujer que desafió las convenciones de su tiempo, llevando la Palabra de Dios a través de ios ejercicios espirituales.

Podemos contemplar su testimonio para traducir en acciones concretas el deseo de escuchar a quienes viven sumidos en la dolorosa vulnerabilidad, los maltratados, los que sufren, los que están excluidos. La vida de Santa María Antonia de San José nos puede insinuar cómo hacer para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo se sientan hermanos nuestros, amados por nuestro Padre Dios. Al mismo tiempo, imitarla nos ayudará a salir de nuestras comodidades, de nuestras seguridades y nuestros miedos, desafiando lo establecido para ir más allá, creciendo en la conciencia de que no nos llevamos a nosotros mismos, sino a Dios, de que somos instrumentos simples al servicio de la misión que él nos está encomendando, y de que la oración es nuestro alimento y fuente de fortaleza. Con ella podemos exclamar: «Honra y gloria sean dadas a Dios y al amante Corazón de Jesús eternamente... porque Dios tiene entrañas de Piedad y Misericordia» (carta de Mama Antula, 1792).

Conclusión
Este tiempo de cuaresma que hemos comenzado a vivir y que nos irá moldeando el corazón para celebrar la Pascua de Jesucristo actualizándola en nuestra vida, es un tiempo precioso para abrimos a la escucha de la Palabra de Dios -en el silencio de la oración y en la experiencia de otros hermanos- y a la celebración eucarística que nos alimenta para que «formemos un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria eucarística ITT).

La presencia de Jesús resucitado en su Palabra y en la Eucaristía nos regala el horizonte pascual de lo que vivimos, de lo que nos duele y de lo que nos hace sentir vulnerables frente a la realidad. En ellas encontraremos la esperanza y la alegría que queremos renovar y transmitir. Como lo hicieron los primeros discípulos del Resucitado, iluminados por su Palabra, alimentados por la Eucaristía y fortalecidos por el Espíritu Santo, vivamos nuestro Bautismo como un permanente Pentecostés, y seamos una Iglesia que se mueve, que sale al encuentro, que evangeliza con alegría porque se sabe enviada y acompañada por el mismo Señor de la historia.

SEÑOR TE NECESITAMOS, ¡haz que escuchemos tu voz! Bendícenos, y bendice a los que nos has confiado. Mantennos en el espíritu de las “Bienaventuranzas”: la alegría, la sencillez, la misericordia, la escucha, la esperanza. Que tu Madre, la Virgen de Guadalupe, y San José acompañen nuestro caminar.

(Nota: Agradezco la sustanciosa colaboración del Consejo Pastoral Diocesano en diversas instancias y de variados agentes pastorales para la elaboración de esta propuesta.)

Rafaela, 8 de febrero de 2024
Mons. Pedro Javier Torres, obispo de Rafaela

Domingo V Durante el Año
Job 7,1-4.6-7; Sal 146,1-6; 1Co 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39

Queridas hermanas y queridos hermanos:

Tengo la alegría de presidir en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Luján, la primera conmemoración del Beato Eduardo Francisco Pironio en este Quinto Domingo del Tiempo Durante el Año. Agradezco al Consejo Nacional de la ACA y al Instituto Pironio de la Pastoral Juvenil Nacional que me han invitado a compartir con ustedes este momento de gracia y de luz.

A la luz de los textos de la Palabra de Dios escrita que acabamos de escuchar, y teniendo como horizonte el testimonio de vida del Cardenal Pironio, propongo tres impulsos para dejarnos interpelar por Dios en esta celebración. Los tres puntos los sintetizo en tres palabras tomadas del Evangelio: ORANDO, PREDICAR, MANO.

1. “Allí estuvo ORANDO...” (Mc 1,35).
2 “Vayamos a PREDICAR...” (Mc 1,38).
3. “Se acercó la tomó de la MANO y la hizo levantar...” (Mc 1,31).

1. “Allí estuvo ORANDO...” (Mc 1,35).
A pesar de lo intenso de la jornada, Jesús no deja de hacer lo que es importante: entrar en diálogo y en comunión plena con el Padre Eterno a través de la ORACIÓN. Es en la ORACIÓN donde Jesucristo, en su naturaleza humana, discierne y encuentra el centro y la claridad de su misión. ¡Cuántas veces nos cuesta incorporar esta enseñanza de forma vital! Allí, en la ORACIÓN, el mismo Jesús descubre la voluntad del Padre Dios. A ejemplo y con la gracia del Maestro, nosotros también debemos ORAR en medio de las tensiones y tironeos de nuestra vida. Esta es la ORACIÓN auténtica, la ORACIÓN que ilumina el verdadero discernimiento cristiano.

Comentando este texto y la ORACIÓN de Jesús, nos dice el Beato Eduardo Pironio: Que tu persona orante que busca el desierto, el monte, el lago, las horas más silenciosas para entrar en comunión con el Padre, porque todos te buscan, nos enseñe a orar así. Que aprendamos a vivir en experiencia de desierto, a dejarlo todo para recuperarlo todo. Que aprendamos que el dejar momentáneamente alguna actividad es ganar la vida, es para que la ganen nuestros hermanos (Enséñanos a orar, pág. 5).

¿Dejo lugar a la ORACIÓN en mi vida? ¿Qué momentos le dedico? En medio de las actividades cotidianas: ¿Me reservo un espacio para el Señor? Aunque no disponga de mucho tiempo: ¿Busco que sean intensos los momentos de encuentro con Jesús? Mi ORACIÓN habitual: ¿Me lleva a un sincero discernimiento en las realidades de mi vida?

2. “Vayamos a PREDICAR...” (Mc 1,38)
El Señor sale a PREDICAR e invita a sus discípulos: “¡Vayamos a PREDICAR!” (Mc 1,28). San Pablo en la segunda lectura repite lo mismo con otras palabras: “Ay de mi si no PREDICARA el Evangelio” (1Co 9,16) y “Se me ha confiado una misión” (1Co 9,17). Queda evidenciada así la imperiosa necesidad de la tarea misionera. La Iglesia es evangelizadora por esencia. Es parte de su identidad más profunda. Esa Iglesia somos todos y cada uno de los bautizados y, como el Papa Francisco nos insiste, debemos salir de nosotros mismos e ir al encuentro de las periferias geográficas y existenciales que necesitan y están esperando, lo sepan o no, que se les anuncie la Palabra de Salvación por medio de la PREDICACIÓN.

Hablando de la PREDICACIÓN y de la misión, nos plantea el Beato Eduardo Pironio: Una evangelización plena supone siempre tres cosas: proclamación auténtica de la totalidad el Evangelio; culminación de la Palabra en la celebración de la Eucaristía; realización de la fe en la práctica de la vida y en la construcción positiva de la historia (“Evangelio y promoción humana” en Escritos pastorales, pág. 231).

¿Soy misionero en mi ambiente? ¿Anuncio la Palabra de Dios? ¿Cómo PREDICO el Evangelio? ¿Lo hago en todos los lugares o me quedo solo en un sector, tal vez en el que me siento más cómodo? ¿Siento como Pablo que anunciar la buena noticia es una necesidad imperiosa? ¿Qué significa para mí hoy “salir a las periferias”? ¿Invito a los demás cristianos para que todos salgamos a PREDICAR?

3. “Se acercó la tomó de la MANO y la hizo levantar...” (Mc 1,31)
Al curar a la suegra de Simón se nos dice que “se acercó, la tomó de la MANO y la hizo levantar” (Mc 1,31). Es un gesto muy cercano y afectivo de Jesús que a la vez es profundamente efectivo, es decir, la mujer es sanada de su enfermedad. Muchas veces estamos enfermos como ella, muchas veces estamos confundidos y deprimidos como Job en la primera lectura que dice “me han tocado en herencia meses vacíos, me han sido asignadas noches de dolor”; “la noche se hace muy larga y soy presa de la inquietud...”; “mi vida es un soplo y que mis ojos no verán más la felicidad...” (cf. Job 7,1-4.6-7). Allí irrumpe Jesús con su amor afectivo y efectivo y nos toma de la MANO y nos levanta. El Señor con su MANO hoy nos toma de la MANO para hacernos levantar de esas situaciones que nos pueden tener tirados, sin esperanzas, bajoneados o paralizados. La vida sacramental, la vida de comunidad en la Iglesia es hoy la MANO de Jesús que nos hace levantar para caminar en esperanza teologal.

Nos ilumina al respecto el Beato Eduardo Pironio: Una Iglesia en esperanza es una Iglesia en camino... Una Iglesia en esperanza se hace cotidianamente por la renovada fidelidad de los cristianos... La esperanza cristiana es creación y compromiso... No tengamos miedo. Es una hora difícil y crucificante, pero providencialmente rica y fecunda. Es hora de esperanza: de posibilidades inmensas, de dolor muy hondo y de fecundidad en la cruz (“Primera Carta Pastoral en Mar del Plata”, núm. 15).

¿Descubro que Jesús hoy y siempre “se acerca” a mi vida? ¿De qué situaciones particulares en este tiempo me tendrá que “levantar” el Señor? ¿Dejo que el Maestro con su MANO me “tome de la MANO” y me sane, me conduzca, me guíe...? ¿Encuentro en la Iglesia la MANO de Jesús que siempre me rescata para caminar en esperanza?

Para concluir
Quiero agradecer nuevamente al Consejo Nacional de la ACA y al Instituto Pironio de la Pastoral Juvenil Nacional esta invitación. Y no solo la invitación. También, como pastor de la Iglesia en Argentina les agradezco el compromiso por dar a conocer el testimonio de vida de nuestro querido Beato Eduardo Pironio. Sabiendo que en el corazón de Pironio siempre estuvieron los consagrados y los sacerdotes, también, y de forma eminente los laicos, y especialmente los jóvenes, fueron su preocupación y su corona a lo largo de su vida tanto en La Plata, como en el CELAM, en Mar del Plata y en su servicio a la Iglesia Universal desde la Santa Sede.

Estamos en la Casa de la Madre, en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Luján. Aquí el Beato Eduardo Francisco Pironio fue ordenado presbítero y obispo, aquí descansa su cuerpo mortal. Desde este lugar de luz pascual, con la protección de la Madre Gaucha para toda la Argentina, comparto para finalizar, la segunda parte de la oración de Pironio a Nuestra Señora de la Misión:

Que toda la Iglesia se renueve en el Espíritu.
Que amemos al Padre y al hermano.
Que seamos pobres y sencillos,
presencia de Jesús y testigos de su Pascua.
Que al entrar en cada casa comuniquemos la paz,
anunciemos el Reino y aliviemos a los que sufren.
Que formemos comunidades orantes, fraternas y misioneras.
Virgen de la Reconciliación: nuestra Iglesia peregrina
quiere proclamar la fe con la alegría de la Pascua
y gritar al mundo la esperanza.
Por eso se hunde en tu silencio, tu comunión y tu servicio.
Ven con nosotros a caminar. Amén. Que así sea.

Mons. Gabriel Mestre, arzobispo de La Plata

Queridos hermanos.

Con sentimientos compartidos de gratitud y de alabanza estamos transcurriendo este Año Vocacional Diocesano con el lema: “¡Llama, Señor! Tus hijos escuchan". No dejamos de dar gracias a Dios por tanto que hemos recibido en vocaciones que se han concretado o que están en camino de discernimiento y formación; incluso la celebración de los veinte años del establecimiento del Orden de las Vírgenes consagradas en nuestra Diócesis, es un don de Dios. Y continuamos viviéndolo con una gran alegría porque tenemos la certeza de que este acontecimiento está llamado a renovar nuestro entusiasmo y a darnos nueva vitalidad.

Al finalizar las celebraciones del nacimiento del Señor, quiero ofrecerles algunas reflexiones que son continuidad y complemento de mi carta del 26 de febrero último.

Les había propuesto como objetivo “recuperar la cultura vocacional”, lo cual implica:

  • orar y trabajar por la fidelidad a la propia vocación;
  • crear en nuestras familias, en las escuelas católicas, en las comunidades parroquiales, ambientes donde fuese posible escuchar la llamada del Señor;
  • anunciar la vocación y lo vocacional como buena noticia, un evangelio;
  • promover y provocar las vocaciones de especial consagración (cfr. Francisco al Congreso Internacional de Pastoral Vocacional y Vida Consagrada, nov.2017).

Considero que este Año Vocacional debe dejar una huella importante en nuestra vida diocesana; para ello será bueno chequear si se está cumpliendo el objetivo propuesto y, si fuera necesario, ajustar las acciones para conseguirlo; y recordar que “no hay cambios duraderos sin cambios culturales, sin una maduración en la forma de vida y en las convicciones de las sociedades; y no hay cambios culturales sin cambios en las personas" (Laudato Deum nro. 70). Por lo cual este año de gracia tiene que ayudarnos a madurar algunos criterios, a adoptar acciones duraderas y a asumir una nueva forma de vida teniendo como horizonte “el evangelio de la vocación”. Esto, sin lugar a dudas, comienza por la conversión de cada uno de nosotros; principalmente de aquellos que tenemos mayores responsabilidades en nuestra Iglesia diocesana.

Los meses transcurridos de este Año Vocacional fueron ofreciéndonos algunas certezas, de las cuales surgen estas sugerencias e indicaciones para seguir adelante:

1. Somos conscientes de que “las vocaciones son un don de la caridad de Dios” (Benedicto XVI, 49- Jornada de Oración por las Vocaciones), lo cual nos exige pedirlas confiadamente, recibirlas como regalo inmerecido y acogerlas como gracia en nuestras comunidades; por eso les pido que sigamos rezando -incluso después de concluido el año- la oración que les hemos enviado oportunamente. Pero, aun siendo así, las vocaciones de especial consagración deben ser fomentadas laboriosamente - "promoverlas y provocarlas", en palabras del Papa Francisco- por cada comunidad cristiana y, en ella, por todos sus miembros.

2. Es imprescindible fortalecer la pastoral juvenil -en su diversidad etaria- en todas las comunidades de la Diócesis, procurando encontrar caminos adecuados para el anuncio de Jesucristo a las jóvenes generaciones. Es responsabilidad de "toda la Iglesia” cuidar su fe y acompañar su vocación; y debemos pensar en "todos los jóvenes” creciendo en nuestra capacidad de "ofrecerles un lugar”, acogerlos, recibirlos con gusto, intentar interpretar su lenguaje y entender su vida, acompañarlos en el encuentro con Jesús, en el cuidado y maduración de su fe y en la búsqueda vocacional, inspirándonos en la exhortación apostólica "Christus Vivit' del Papa Francisco. Es necesario que los sacerdotes dediquemos tiempo de calidad y lo mejor de nosotros mismos para confesar, escuchar, orientar, estar junto a los jóvenes, acompañar sus procesos de maduración en la fe y discernimiento vocacional. Para esta delicada tarea contamos con material que se ha puesto a nuestra disposición en la última Jornada de Actualización Pastoral de los sacerdotes.

3. Sintámonos motivados a testimoniar gozosamente la radicalidad evangélica por la que hemos optado, y nuestro compromiso por el anuncio del Evangelio de Jesucristo. Tengamos presente la necesidad de establecer un orden de prioridades en nuestras ocupaciones ministeriales de modo que nos quede tiempo para cuidar el don de nuestra vocación -incluso en su dimensión comunitaria- y la fidelidad al mismo (cfr. Pastores Dabo Vobis, 3; mensaje del papa Francisco, nov.2017), y las energías necesarias para la exigente tarea de acompañar a los jóvenes (cfr. Christus Vivit, 244).

4. Los sacerdotes y diáconos, pero también los consagrados y consagradas, los laicos agentes de pastoral y los padres de familia, no podemos desaprovechar las oportunidades que se presenten -más aún, debemos buscarlas y provocarlas- para hacer explícita la propuesta de una especial consagración en el ministerio sacerdotal, en la vida consagrada y en el servicio misionero, teniendo la convicción de que "una propuesta concreta, hecha en el momento oportuno, puede ser decisiva para provocar en los jóvenes una respuesta libre y auténtica” (Pastores Dabo Vobis, 39).

5. Es necesario presentar a las familias -particularmente a las familias jóvenes-, el "evangelio de la vocación”: por un lado, la vocación y lo vocacional como una buena noticia; y por otro, todo su contenido bíblico, catequístico y pastoral; y debemos hacerlo en los diversos ámbitos de catequesis y pastoral familiar.

6. En el año que comienza, debemos redoblar el esfuerzo por conocer, profundizar y hacer conocer, de modo personal y comunitario, la exhortación apostólica "Christus Vivit’, para que sus criterios orienten y animen nuestro trabajo con los jóvenes y el cuidado de las vocaciones, y atraviesen toda nuestra actividad pastoral.

7. Las comunidades que por alguna circunstancia no hayan aprovechado la novena vocacional para las fiestas patronales que ofreció el equipo de Pastoral Juvenil y Vocacional, pueden hacerlo en el curso del año que comienza. Ese material nos servirá, incluso, para organizar celebraciones, jornadas o encuentros en otras circunstancias. Igualmente recordemos que ese organismo diocesano ha puesto a nuestra disposición un valioso material para ser utilizado en diversas ocasiones y que puede encontrarse en https://biolink.website/pastoraljuventudgchu

8. Crearemos un organismo diocesano específico con la misión de promover las vocaciones de especial consagración -particularmente al ministerio sacerdotal y al diaconado permanente- y de acompañar la maduración vocacional de quienes lo soliciten. En ese marco intentaremos recuperar la Obra de las Vocaciones como un espacio de oración y un instrumento para fomentar en nuestras comunidades la preocupación por la promoción vocacional.

9. Estableceremos una semana vocacional anual para mantener viva la memoria de este acontecimiento, y continuar trabajando y profundizando a lo largo del tiempo las metas que nos hemos propuesto para este Año.

10. La comunidad del Seminario diocesano visitará, durante el año que comienza, las parroquias y otros espacios pastorales que lo soliciten para ofrecer el testimonio vocacional y animar la preocupación de las comunidades por las vocaciones.

Seguimos encomendándonos a la intercesión de la Virgen María, "madre y modelo de todas las vocaciones", teniendo la certeza de estar viviendo un tiempo de gracia -don inestimable de Dios para nosotros-, y abrigando la esperanza de cosechar abundantes frutos.

Invocando una abundante bendición de Dios para todos, reciban mi más cordial y fraterno saludo en el Señor.

San José de Gualeguaychú, en la fiesta del Bautismo del Señor del Año Vocacional 2024.
Mons. Héctor Luis Zordán M.SS.CC., obispo de Gualeguaychú