Miércoles 20 de noviembre de 2024

La parábola del hijo pródigo y la necesidad de encontrar a Jesús

  • 13 de septiembre, 2013
  • Corrientes (AICA)
En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, reflexiona a la luz de la parábola del hijo pródigo y explica que en ese texto evangélico se menciona tres protagonistas: "el padre, el hijo menor y un hijo mayor". Identifica al "tercer hermano" y destaca la importancia de la búsqueda de Cristo, de la conversión por más "periférica que sea la situación" y la necesidad de "regresar a casa".
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En su sugerencia para la homilía del próximo domingo, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, reflexiona a la luz de la parábola del hijo pródigo y explica que en ese texto evangélico se menciona tres protagonistas: "el padre, el hijo menor y un hijo mayor".

"Existe un tercer hermano - entre el desatinado menor y el indiferente mayor - es alguien que participa del sufrimiento de su padre y, por ello, sufre la ausencia de su hermano menor. Se ofrece a buscarlo y parte hacia la periferia, donde su hermano está vencido y extraviado, con el fin de volverlo a casa, a los brazos de su padre", precisó.

"Con ese propósito se pone en camino, recorre los senderos escabrosos de su pobre hermano menor - sin arriesgar su dignidad y su herencia - hasta encontrarlo. Allí está, hambriento y deseoso del alimento de los puercos que apacienta, sin dignidad, ni figura de lo que había sido, imaginando un difícil regreso a la casa familiar".

El prelado considera que no es difícil "comprobar quién es ese tercer hermano: Jesucristo. Como autor de la parábola no lo menciona, no necesita hacerlo, su compromiso en la búsqueda del hermano menor lo identifica abiertamente. El propósito de la Encarnación es la salvación de los hombres. Mediante la misma Cristo se convierte en el tercer Hermano que propone, a todos los hombres, por más periférica que sea su situación, regresar a casa".

Texto de la sugerencia
Dios es bueno y misericordioso. La palabra de Cristo, en varias parábolas referidas al mismo tema, ofrece al mundo la revelación de la Divina Misericordia. Dios es bueno, se compadece del dolor humano, se hace lágrimas en los ojos de los inocentes que lloran y en los hijos pródigos que vuelven al cobijo seguro de la casa paterna. En Cristo Dios espera al hijo menor ausente y, al mismo tiempo, decide buscarlo. Es precisamente el contenido de la parábola principal de este texto evangélico escrito por San Lucas. El subtítulo que la encabeza dice así: "El padre misericordioso". El relato, inspirado en la búsqueda del hombre en pecado, por parte de Cristo, debiera conmover al más insensible. Explicando, en cierta ocasión, el significado de la parábola, literariamente velado, me impresionó la reacción del auditorio, en su mayoría compuesto por jóvenes. Procuré desentrañar lo que la parábola no explicita y que, sin traicionar el contenido de su mensaje, nos ofrece entrelíneas.

La parábola. La parábola menciona tres protagonistas: el padre, el hijo menor y un hijo mayor. El menor solicita la liquidación de su herencia, para malgastarla en una vida disoluta, muy alejado de su padre. El mayor se queda en casa, juzgando interiormente la decisión irresponsable de su hermano. Jesús se dedica a describir el drama del joven atolondrado, el despilfarro de su personal herencia y el arrepentimiento nostalgioso que, por fin, le inspira regresar humilde e incondicionalmente a la casa paterna. Imagino que el Maestro dejó que completáramos el relato extrayendo de su entrelíneas lo que, sin decirlo, transcurre como historia. Existe un tercer hermano - entre el desatinado menor y el indiferente mayor - es alguien que participa del sufrimiento de su padre y, por ello, sufre la ausencia de su hermano menor. Se ofrece a buscarlo y parte hacia la periferia, donde su hermano está vencido y extraviado, con el fin de volverlo a casa, a los brazos de su padre. Con ese propósito se pone en camino, recorre los senderos escabrosos de su pobre hermano menor - sin arriesgar su dignidad y su herencia - hasta encontrarlo. Allí está, hambriento y deseoso del alimento de los puercos que apacienta, sin dignidad, ni figura de lo que había sido, imaginando un difícil regreso a la casa familiar, donde: "muchos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre".

El tercer Hermano. A esta altura de nuestra reflexión podremos comprobar quién es ese tercer hermano: Jesucristo. Como autor de la parábola no lo menciona, no necesita hacerlo, su compromiso en la búsqueda del hermano menor lo identifica abiertamente. El propósito de la Encarnación es la salvación de los hombres. Mediante la misma Cristo se convierte en el tercer Hermano que propone, a todos los hombres, por más periférica que sea su situación, regresar a casa. Él mismo es transparencia de aquel Padre que espera con inocultable ansiedad. Ha sido comisionado por su Padre para encontrarlo y transmitirle esta Buena Noticia: "Hermano, papá te espera ansioso... ¡¡¡volvamos a casa!!!". El pobre hijo perdido necesita saber que Dios Creador es su Padre; que no le es indiferente, al contrario. Es lo primero que necesita saber el hombre contemporáneo. Agobiado con propuestas de tipo espiritualista, provenientes, con frecuencia, de raras mistificaciones religiosas, ha perdido su inicial orientación; experimenta su necesidad o hambre de Dios, pero, no atina a satisfacerla adecuadamente. Grandes, como San Agustín, debieron transitar entreverados caminos hasta encontrarse con Cristo, la Verdad anhelada.

La Iglesia personifica al tercer Hermano. Como aquel hijo menor, los hombres y mujeres de nuestro tiempo, necesitan que el Padre les envíe a su Hijo divino para que los recupere y oriente a la Casa olvidada. En la simple lectura del Evangelio advertimos que el tercer Hermano ha encontrado a su hermano menor; lo invita a seguirlo, más aún, se ofrece como Camino que lo conduzca de regreso. Esa actitud define la misión universal de la Iglesia. Debe concretar el encuentro del Hijo de Dios encarnado, con cada uno de los hombres, por la fe. La Iglesia, que lo representa y actualiza, es responsable de la transmisión del Evangelio al mundo y de suministrar la gracia para llevarlo a la práctica. La evangelización no es más que el encuentro, leído en el entrelinea de la parábola, del tercer Hermano - Jesucristo - con su hermano menor perdido. La Buena Nueva que Cristo comunica - por medio de su Iglesia - al pobre hermano de la diáspora, debe formularse, como antes lo hemos hecho: "Hermano, papá te espera ansioso.... ¡Volvamos a casa!". La conversión es consecuencia de esa espera de Dios Padre, entrañable e ilusionada, que viene a desplazar la rígida imagen del Dios intransigente y vengador, que habíamos falsamente fraguado. Jesús, además de manifestarse como "Camino" se revela como Verdad y Vida. La Verdad descarta espontáneamente el error, no soporta la mínima sombra de mentira y, por lo mismo, restablece la justicia.+