Mons. Castagna: 'La Iglesia, cercana a los más sufrientes'
- 11 de julio, 2025
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes recordó que "el buen samaritano es el modelo propuesto por Jesús, que Él mismo encarna con absoluta fidelidad".

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, aseguró que "la cercanía a los más sufrientes de la sociedad, de quienes la Iglesia está evangélicamente urgida y comprometida, pone en evidencia la presencia de Cristo Salvador".
"De otra manera su gravitación decae, hasta dar la impresión de ser innecesaria para una sociedad hundida en el error y en el pecado", planteó.
"Urge que la humanidad cure sus heridas y, para lograrlo, necesita a Cristo y a su Iglesia", sostuvo.
El arzobispo recordó que "el buen samaritano es el modelo propuesto por Jesús, que Él mismo encarna con absoluta fidelidad".
Texto de la sugerencia
1. El cumplimiento de los Mandamientos y la Vida eterna. San Lucas menciona el diálogo de un doctor de la Ley con Jesús: "Maestro, ¿Qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". La pregunta del mal intencionado doctor -"para ponerlo a prueba"- hace lugar para que el Maestro Divino enseñe. Para ello, el Señor involucra a su mismo interlocutor en su aclaración: "(el doctor de la Ley) le respondió: 'Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, y con todo tu espíritu, y al prójimo como a ti mismo'. Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida" (Lucas 10, 27-28). Siempre concluimos en el mandamiento del amor. Al olvidarlo consideramos impracticables los demás mandamientos y, fácilmente, nos deprimimos hasta declarar la imposibilidad moral de cumplirlos. El sendero directo, para observar los diez Mandamientos y los preceptos del Evangelio, es la práctica del amor a Dios y al prójimo. La reiteración de los pecados personales y sociales, indica la ausencia, o suma debilidad, del amor a Dios y a su semejante: el prójimo. Amando a Dios, de verdad, se produce la capacitación para abandonar los hábitos pecaminosos más aberrantes. No constituye una medicación mágica. A medida que se avanza en la reflexión de este texto Evangélico, ¡qué lejos está el preceptismo farisaico, de una moral fundada íntegramente en el amor a Dios y al prójimo! Así lo entendieron los santos de todos los tiempos. Es preciso implementar una pastoral penitencial inspirada en el primer Mandamiento. Podremos formular la más sublime teología espiritual, sin lograr la santidad que Dios desea realizar en cada uno de nosotros. Es tan simple, aunque difícil, hacer que la vida cristiana se formule en el lenguaje de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Es la misión de los santos de toda edad y condición. Es cierto que el Evangelio es exigente pero, al mismo tiempo, es gracia que hace posible lo humanamente imposible. El Arcángel San Gabriel lo manifiesta a la Virgen María, el día de la Anunciación: "No hay nada imposible para Dios" (Lucas 1, 37).
2. Cristo es el Camino y dispensa la gracia. El amor a Dios y al prójimo, constituye el acceso seguro a la Vida eterna. Todos los demás son caminos alternativos para el cumplimiento del mismo Mandamiento. Se encuentran también muchos senderos erráticos, que en lugar de conducir, alejan del verdadero camino. Cristo es el Camino, así lo revela ante la inquietud del Apóstol Tomás: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí" (Juan 14, 6). No logramos un contacto con Dios, como personas y pueblos, sino por Él. Es más que un puente, es Dios mismo que se hace Camino para que el mundo alcance la posibilidad de relacionarse con la Verdad y la Vida. Aquel doctor de la Ley no se conforma con la respuesta de Jesús e insiste: "Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?" (Lucas 10, 29). Es entonces cuando, a través de una parábola, responde a la que, sin duda, el ánimo tentador del doctor de la Ley es trocado por la palabra del Maestro. El samaritano que se detiene ante el pobre asaltado y herido personifica al prójimo. La parábola crea una tipología de actitudes que deja de manifiesto las diversas e indiferentes decisiones: un sacerdote y un levita que pasan de largo, para destacar la auténtica proximidad de quien se pone al servicio de un ser lastimado y abandonado. Es un samaritano, considerado extranjero y enemigo del pueblo al que pertenecía el herido. La parábola no necesita más lecturas. Su relato constituye, para quienes desean ser coherentes con el mandato del amor, un ejemplo conmovedor. La imagen del buen hombre, de nacionalidad samaritana, transparenta el amor sin fronteras, capaz de comprometerlo todo en la asistencia del infortunado ciudadano judío, a orillas del camino, despojado de sus bienes y mal herido. El amor compromete la vida de quien ama. Si no se da el generoso compromiso en favor del prójimo, no se da el amor. Jesús nos está diciendo: Te amo hasta dar mi vida por ti. Es Él -el buen samaritano divino- que desea perdonar hasta a quienes lo clavan en una cruz y le aplican un lanzazo, ya exánime, en su costado izquierdo. Cristo es el prójimo de cada hombre, curando sus heridas y comprometiendo su patrimonio -por la Encarnación- no teniendo en cuenta su condición divina. Se anonada por solidaridad con la humanidad, hasta redimirla. Para ello celebra su nueva y definitiva Pascua, que pasa a ser de los hombres.
3. El mundo es el mal herido al borde del camino. ¿Qué más nos dice esta asombrosa parábola? La enemistad entre sus pueblos, no es óbice para que el hombre bueno se compadezca del herido y lo trate como a un hermano maltrecho por la injusticia de los salteadores. No hay límites territoriales y culturales para quien no ve sino al hermano muy herido. Traslademos la enseñanza de Jesús, en la simple comparación realizada por la parábola. El mundo, en tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, es un malherido al borde de la muerte. Los síntomas de su enfermedad mortal adquieren formas sofisticadas de expresión. Es importante que las identifiquemos y no temamos llamarlas por sus nombres. Algunas expresiones culturales, de gran popularidad, como el tango "cambalache", ofrecen los datos del deterioro moral, que confirma su trágica vigencia. El Evangelio es denuncia del pecado y anuncio del regreso a la Verdad, que el mundo necesita emprender y llevar a término. La misión de la Iglesia es hacer que el Evangelio se encarne en la sociedad. Los santos constituyen la encarnación viva del Evangelio. Definían a Santo Domingo de Guzmán como "hombre evangélico". El mundo actual necesita que la Iglesia reedite para él, una versión legítima del Evangelio, suscitando muchos santos. Ardua y urgente tarea. Los santos constituyen su retaguardia. La sostienen y aparecen como testigos inviolables de una Iglesia viva, al servicio de la fe del pueblo. La vida santa de los cristianos podrá no ser entendida debidamente, pero no podrá ser negada como auténtica expresión de la Palabra. En el encuentro con Cristo -mediante su Palabra- se produce la salvación, y se abre un sendero que conduce a la Verdad. Corresponde, a todos los bautizados, ser testigos del Evangelio: del mismo Cristo, "el Evangelio del Padre". Únicamente la gracia de Dios hace posible el cumplimiento de esa riesgosa misión. Aquellos setenta y dos discípulos entienden que la exhortación a la pobreza tiene todo que ver con la tarea evangelizadora que el Maestro divino les encomienda. El fracaso de esa misión es catastrófico cuando la opción no es la pobreza sino el prestigio de la riqueza y del poder. Cuando la Iglesia es despojada de su encumbramiento social, como ocurrió durante la Revolución Francesa, recobra su capacidad evangelizadora y conduce a la conversión, de las personas y de sus instituciones, a Cristo Jesús. Una Iglesia mediáticamente poderosa, es más bien débil para el desempeño de su misión evangelizadora.
4. La Iglesia, cercana a los más sufrientes. La cercanía a los más sufrientes de la sociedad, de quienes la Iglesia está evangélicamente urgida y comprometida, pone en evidencia la presencia de Cristo Salvador. De otra manera su gravitación decae, hasta dar la impresión de ser innecesaria para una sociedad hundida en el error y en el pecado. Urge que la humanidad cure sus heridas y, para lograrlo, necesita a Cristo y a su Iglesia. El buen samaritano es el modelo propuesto por Jesús, que Él mismo encarna con absoluta fidelidad.+