Viernes 3 de mayo de 2024

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“¡Cristo vive! ¡Y te quiere vivo!”

Hoy es un día de fiesta para la Iglesia en San Juan. Estos cuatro hermanos nuestros darán un paso importante en su camino de fe, y entregarán su vida como ofrenda para nosotros. Dios nos quiere en gran manera, alabemos su misericordia. Saludamos de modo especial a sus familiares y amigos que tan importantes han sido en la historia de la vocación. 

Ellos han elegido las lecturas que acabamos de proclamar, y quieren que esta Palabra nos ilumine en este momento. Para quienes somos obispos, presbíteros y diáconos esta celebración nos lleva en la memoria a los inicios del servicio ministerial.

Quien escribe la carta leída en la Primera Lectura se identifica como “testigo de los sufrimientos de Cristo y copartícipe de la gloria” (I Pe 5, 1). Sin duda un modo de expresar una cercanía muy singular con Jesús, compartiendo una gloria en común.

La exhortación se dirige a un grupo de responsables de las primeras comunidades cristianas, quienes cumplen la misión de pastorear. La enseñanza es clara y concreta: “Apacienten el rebaño de Dios que les ha sido confiado”.

Apacentar implica una tarea colectiva, un encargo realizado a un grupo de presbíteros pastores, aclarando que el rebaño sigue siendo “de Dios”; no hay un cambio de propiedad, un regalo, permuta o venta, salvo que “seamos uno con Cristo”.

Al asumir un párroco o un obispo nuevos se acostumbraba designar ese momento erróneamente como “toma de posesión”; de ninguna manera. Pastorear nunca debe ser confundido con poseer. Debemos rendir cuentas de nuestro modo de llevar adelante la misión.

El autor de la carta nos presenta tres binomios en tensión, advirtiéndonos primero lo que no quiere Dios del pastoreo, para decirnos con claridad qué es lo que Él espera de sus ministros.

El primero, apacienten “no forzada, sino espontáneamente, como lo quiere Dios” en su Iglesia.

Vos pedís a la Iglesia consagrar tu vida. Vos sentís en tu corazón la llamada de Dios, y la Iglesia discierne sobre tu solicitud. Nadie te obliga a ser diácono, presbítero, obispo.

Debemos desterrar lenguajes incorrectos, que desplazan a Jesús del centro para pretender colocarme yo en su lugar. “Aquí, Caritas no”; “Aquí, catequesis de adultos no”; “Aquí, sínodo no”. “Mientras yo esté aquí…” Si algún día te expresas así es necesario preguntarte ¿quién sos? ¿Sucesor del Espíritu Santo?

El querer de Dios es la afabilidad, la cercanía, la comunión.

El segundo binomio, “no por un interés mezquino, sino con abnegación” Que la motivación que te mueva sea la misión, el anuncio de la Buena Noticia a los pobres.

Ante el ofrecimiento “¿Podés ser capellán en tal lugar?”, que la respuesta no sea “¿Cuál es la remuneración?”, y menos todavía “Mejor en tal otro colegio que pagan mejor”. Una vez en diálogo semejante alguien me dijo: “Y bueno, padre, de algo hay que vivir, quiero cambiar el auto”.

Es necesario cuidarnos mucho del estilo de vida cómodo y burgués que ahoga el entusiasmo, la parresía. No estemos pendientes de la última tecnología, la ropa refinada. Es una tentación que está al acecho.

La “abnegación” nos hace perseverar en el anhelo de plantar la Iglesia especialmente en condiciones adversas. “¡Aquí estoy: envíame!” (Is 6, 8). Es la disponibilidad misionera de una vida entregada.

“No pretendiendo dominar a los que les han sido encomendados”.

Hace falta preguntarnos: ¿Cómo se ejerce la autoridad en la comunidad de Jesús?

Desterrar el “ya sé todo”, “yo tengo la última palabra”.

No hace falta “hacer sentir la autoridad”, levantar la voz o ser déspota para pastorear. Hace algunos años en una reunión una psicóloga describía este perfil como “monarca autosuficiente sin más techo que su ego”.

Por eso el autor de la carta nos alienta en la entrega, “siendo de corazón ejemplo para el Rebaño”.

En el camino sinodal universal estamos reflexionando acerca del modo de vivir los vínculos entre los creyentes y los pastores en las comunidades cristianas y en la Iglesia toda. Mañana nos volveremos a congregar en la Asamblea Arquidiocesana para estar abiertos a la luz de la Palabra, y dejarnos conducir con docilidad por el Espíritu Santo. Recemos por los frutos.

Qué bueno cuando los fieles hablan del diácono, el sacerdote o el obispo diciendo: “Nunca critica”. “Reza”. “Trata con ternura a los enfermos y pobres”. “Encarna al Buen Samaritano”.

Celebrar el culto a Dios
Ustedes se consagran por el sacramento del Orden Sagrado Diácono y Presbíteros, para celebrar el Culto a Dios. Y acerca de esta dimensión sacerdotal nos enseña la Parábola del Buen Samaritano. Alaben a Dios como a Él le gusta ser alabado.

Para ello es necesario purificar la mirada. Achicar distancias hasta “tocar la carne de Cristo sufriente en el pueblo” (EG 24)

No podemos adorar a Cristo en la Eucaristía y ser altaneros con los pobres. Sería una grave contradicción.

Tengamos siempre presente la enseñanza del Evangelio: Amar a Dios y al prójimo “vale más que todos los holocaustos y todos los sacrificios” (Mc. 12, 33).

Los primeros dos personajes de la Parábola (sacerdote y levita, vinculados al culto en Israel en tiempos de Jesús) pasan de largo ante el herido del camino. En cambio, el Samaritano “Lo vio y se conmovió” (Lc. 10, 33). Mirar es escuchar el gemido apenas perceptible, el grito silencioso que brota del hermano caído y despojado. Es caer en la cuenta, como se nos expresa en otra parábola, de la presencia de Lázaro hambriento en la puerta de la casa del rico.

Me preguntaba al preparar esta predicación “¿Hará falta decir estas cosas?”

Jesús quiere advertirnos de no caer en un culto vacío. Ungir aceite y vino es la acción que realizaba el sacerdote en Israel sobre el altar; el Buen Samaritano asume gestos sacerdotales sobre el cuerpo herido y maltratado. La vida rota, los sueños hechos pedazos, son el altar en el cual Jesús nos llama a celebrar el consuelo de la fe y el amor.

Estamos llamados a tratar con cuidado las heridas físicas y existenciales porque allí encontramos a Jesús. Convocados para ser otros Cristos, otros Samaritanos, para tantos caídos y despojados. Este servicio se convierte en un signo profético de esperanza.

Jesús concluye esta enseñanza con un envío “ve y procede tú de la misma manera” (Lc. 10, 37)

Vayan a los caídos al borde de los caminos. No sean pescadores en la pecera. Alienten a quienes gozan del fuego tibio en el interior de la casa, pero vayan a la intemperie.

Estamos en las vísperas de San José Gabriel del Rosario Brochero, aprendamos de él. Estamos en la novena de San José, padre de ternura, patrono de nuestro Seminario.

Lo jóvenes han promovido la invitación a esta celebración. Ellos esperan mucho de ustedes.

“En esto hemos conocido el amor: en que Él entregó su vida por nosotros. Por eso también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”. (I Jn. 3, 16).

Mons. Jorge Eduardo Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo

Queridas comunidades, sacerdotes, consagrados y agentes pastorales; queridísimo pueblo de Dios:

Después del comienzo como diócesis que hemos vivido, tan familiar, tan de “casa", quisiera que empecemos estos primeros años generando entre nosotros un cambio “cultural", una "metanoia", un cambio de mentalidad que nos hace preguntarnos si cuando nos expresamos y desenvolvemos, cuando nos vinculamos, nos estamos cuidando. Al abrir estas puertas con "domi­cilio propio", quienes entran ¿llegan a un hogar o a una trampa?

La cultura del cuidado, que incluye la expre­sada por el Papa Francisco en la cultura del encuentro, supone una perspectiva de una extrema delicadeza sobre la vida de los demás, sobre el mundo creado, y por qué no, sobre el cuidado del "santo nombre de Dios"; porque también se descuida o banaliza el nombre de Dios cuando se lo usa como modo de presión o manipulación. En ocasión del mensaje por la Jornada mundial de la Paz del 2021 -después del primer año de pandemia- el Papa nos decía: "Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en día".

Precisamente durante la pandemia, en aquella oración tan significativa del Papa Francisco en una plaza vacía y lluviosa, él clamaba a Dios diciendo: "Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás. Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida". Francisco, Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia (27 marzo 2020).

Lo que cuenta, lo necesario, a partir del emergente final que fue el Covid 19, es que asumamos que estamos acostumbrados a hacernos daño, a herir y desconfiar; que hemos permitido muchos virus que han terminado haciendo tóxico el aire, el ambien­te, los vínculos. La vida misma entre noso­tros está impregnada de la "cultura del descarte". Ese mismo día de marzo, el Papa nos decía: "En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo". Quizás algún día no tan lejano, miremos a la pandemia del Covid19 como la señal que nos hizo detenernos y pensar si nos estába­mos cuidando.

Y como Dios siempre deja reservorios, como siempre protege determinados espacios y ambientes, podemos mirar a "compañeros de viaje", a personas y estructuras que nos ayuden a contagiar, compartir y celebrar la alegría de ser una familia que se cuida. "Cuidarnos" quizás sea el mejor modo de encarnar hoy los valores evangélicos, "cui­darnos" puede ser la columna vertebral que inspire estos primeros años de nuestro caminar como diócesis.

Intentaré acompañar los valores, lemas y textos bíblicos elegidos desde esta perspec­tiva del cuidado; será el aporte que creo puedo hacer para darle continuidad a lo reflexionado en las asambleas, proveerlo de cierta raíz espiritual e ir proponiendo un lenguaje que no tiene por qué ser el único, pero sí que aúne otros diversos.

Desde esta perspectiva es que podemos vivir el valor cuaresmal de “desprenderse" como una verdadera liberación. En el salmo 142 que hemos elegido para vivir este tiem­po, quien clama a Dios dice que "el aliento se me extingue", y a la angustia que envuelve a toda su persona, al dolor y desconcierto, se le suma algo más grave aún: no hay familiar, amigo o conocido que lo acompañe; y menos que lo ayude.

El “ahogo" puede expresar lo que nos pasa y vivimos, y los caminos de solución nos incluyen y trascienden a la vez: "Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetra­dos. Las razones por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funciona­miento de la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de enten­der la realidad". LS 139

Un buen modo de vivir este tiempo de cua­resma puede ser desprendernos de modos de funcionar, de roles predeterminados; ahondar en este tiempo sobre porqué reac­ciono, pienso y opino de tal o cual manera que me ahoga e intoxica el ambiente familiar, comunitario y ciudadano. Asumir el “descui­do" sobre el cultivo de uno mismo y la revi­sión de cómo cuido a los demás es un fan­tástico comienzo para nuestro cambio cultural. La conversión es un cambio en la mentalidad y en la mirada; transformar en apertura, en encuentro con el otro y en acogida del don de la creación el deseo constante de dominar y someter. "Trocar una mirada depredadora por una contemplativa", ha dicho en múltiples oportunidades el Santo Padre.

Quizás el desafío en lo cultural sean los cambios vinculares; allí desprendernos será evitar que el péndulo de la libertad o la igualdad nos inhiban de vivir de modo autén­tico la fraternidad. Porque la tentación siempre será la carrera por quién tiene o ejerce el poder o el dominio sobre los otros; y si vivimos una crisis terminal sobre el mundo creado, ella sólo refleja el final de un largo camino de conductas abusivas que han terminado definiendo nuestros ambientes.

Sólo la fraternidad, como el vínculo que emerge cuando por el bautismo nos sabe­mos todos hijos de un mismo Padre, puede ayudarnos en este cambio cultural. El ambiente “patriarcal" que sigue definiendo nuestros vínculos, que hace pesado los roles y oprimente los ambientes, ha trasladado la primacía del Padre transpolando errónea­mente ese vínculo a todas las realidades. Hacer del varón de la casa, de la parroquia o de la diócesis casi un Dios al que hay que escuchar y obedecer; verlo como alguien a quien hay que agradar o festejar aun cuando avanza sobre la vida de los que lo rodean, es un virus tóxico que sigue definiendo el aire que respiramos. Urge cuidar a las mujeres en nuestras comunidades, porque urge cuidar­las en nuestras familias; América Latina tiene los índices más altos de violencia de género, y nosotros no podemos ser indife­rentes a eso.

No alcanza con decir que hay muchas muje­res en la iglesia, ni caricaturizar su presencia diciendo que “mandan", cuando en realidad se suben a un juego donde el tablero, las reglas y la permanencia las seguimos defi­niendo los varones. Si el salmista fuera una mujer bien podría decir de muchas de nues­tras estructuras, de nuestros consejos y actitudes clericales: "aplastó mi vida contra el suelo; me introdujo en las tinieblas" por la sencilla razón que hemos aportado a un ambiente donde el rol del varón se definía desde el ejercicio del poder.

La fraternidad también nos tiene que desatar y liberar de un modo de vincularnos en las redes. “Desintoxicación virtual" no es nece­sariamente desconectarme, sino elegir qué miro y en qué me detengo. Cuando mis clickeos siempre están vinculados a chis­mes y trascendidos; cuando sólo busco páginas hipercríticas o me solazo con los haters, tengo que asumir que busco confir­mar en la virtualidad aquello que tengo en el corazón y que tiene que ver con disconformi­dades, broncas o desconfianzas que así sólo exacerbo. Cuando paso horas averiguando y curioseando en la vida de los demás en las redes sociales, pero no soy capaz de enta­blar una conversación atenta con esas mismas personas en vivo y en directo, tengo que asumir que estoy ahogado por una curiosidad mal sana o un voyerismo que me aleja del genuino interés por la vida de los demás.

El poder que me da el saber de los demás, el manejar información, el saberme oculto atrás de una mirilla es tóxico y sólo contribu­ye a enrarecer los ambientes fraternos. El alejarme de ellos, el no tener redes ni partici­par en nada, tampoco es garantía de fraterni­dad; a veces sólo expresa un culto exacerba­do a la propia intimidad, una explicitación del deseo de ser una isla, una barca sola en el mar que decide con absoluta autonomía en qué mares navega y qué playas visita. No tener o no responder nunca los whatsapp u otras redes es emitir señales contundentes de que mi vida es una zona de exclusión donde nadie entra si antes no se ha rendido a mis condiciones, que no son otras que dejarme vivir como se me cante sin opinar ni intervenir; tan sólo aplaudiendo desde la orilla. Todo resulta una tremenda falsifica­ción de una auténtica intimidad que siempre se pone en riesgo, siempre es factible de ser modificada desde una fraternidad que nunca son los amigotes elegidos, los cómplices de mis egoísmos o ensimismamientos.

Que el salmo 142, leído desde la fraternidad que ventila los aires tóxicos de la competen­cia, el estilo patriarcal y el individualismo informático agresivo o egoísta, sea nuestro desprendimiento para lo que queda de esta cuaresma.

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En el tiempo pascual podemos vivir el valor de la confianza, el coraje que nos da saber que Dios siempre es providente desde la perspectiva del Salmo 33. Lo es por su Palabra, que todo lo crea y todo lo llena; esa Palabra es capaz de someter las aguas, y todo lo que ella dice se cumple; y ella ha pensado, dirige y despliega los propósitos de Dios en la historia.

Creemos en un Dios que siempre nos va a proveer de todo lo que necesitamos para avanzar en el proyecto del Reino; no nos asustamos ante ideologías, leyes o proce­sos que intentan acallar o desdibujar los planes de Dios. Con el salmo, nosotros decimos "El Señor frustra el designio de las naciones y deshace los planes de los pue­blos"; y por eso llenos de coraje -parresía es la virtud según San Pablo- nos atrevemos a “soñar en grande", intentamos este cambio cultural promoviendo el cuidado aún de aquellos que quieran desdibujar e incluso anular la fuerza arrolladora de la Pascua de Cristo. Resistimos la tentación de encerrar­nos o mirar para atrás creyendo -desde el miedo- que “el tiempo pasado fue mejor", y de atacar los procesos que inicien otros o algunos “de los nuestros" pero sin el certifi­cado de pertenencia. Tampoco nos diluimos en propuestas o estilos que licúen o vuelvan insípido a Jesús, a la fuerza de su Evangelio, intentando situarlo como uno más en una lista de pensadores. Es el Señor, el Cristo, el Hijo de Dios Resucitado.

Cuidar la fuerza de la Pascua será reconocer que el Padre bueno lo “ha resucitado" y de ese modo ha confirmado que Dios “enaltece a los humildes", que ha privilegiado lo que “el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despre­ciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale" 1 Cor 1,27-28. Cuidarnos será cambiar los marcos de análisis de lo que nos rodea; cuidarnos será percibir como “invaluable" aquello que el mundo considera sin valor; porque cuidarse es decirle al otro que su persona –con todos sus despliegues y todas sus roturas- así como es y como está, es querida por Dios.

En esa perspectiva, el salmo elegido nos dice que "El rey no vence por su mucha fuerza ni se libra el guerrero por su gran vigor; de nada sirven los caballos para la victoria: a pesar de su fuerza no pueden salvar"; eso supone que la confianza no está puesta en las fuerzas humanas, en un modo de conce­bir nuestra identidad como algo que debe pelear, imponerse, hacer que se rindan quienes consideramos oponentes y no hermanos con otros criterios y valores. No es renegar de un pasado donde entendía­mos que "Cristo vence" cuando incide a cualquier precio en leyes, costumbres y culturas. Es descubrir que "en el principio no fue así", que eligió un burrito en vez de un caballo para entrar en Jerusalén, y un puña­do de mujeres que le avisaron a pescadores asustados que eligió quedarse en un poqui­to de pan y vino y no en un banquete.

Confiar en lo imperceptible, asumir que Él genera vida desde abajo, desde lo invisible, nos tiene que llenar de confianza ¡y hacer pensar en grande! ¡Tanto por cuidar, tanto por proteger!; por más ínfimo y pequeño que nos parezca, en cada gesto de cuidado, en cada espacio donde con delicadeza expre­samos la "alegría del evangelio" estamos haciendo presente la revolución de la ternu­ra, intentando instaurar otra cultura.

Nosotros sabemos en manos de quién termina la historia de los hombres, estamos convencidos de que no hay un solo hilo, ni una pincelada que no termine estampada en el proyecto de Dios. Es hora de que aprenda­mos que no estamos ni para elegir ni descar­tar colores] que a ninguno se le fue dada la vocación para mandar algo a un rincón del cuadro o para decidir qué tonalidades o texturas combinan y cuáles se cancelan.

Porque el que cuida no anula, no hace invisi­ble lo que no comprende o lo que intuitivamente no le gusta. El que cuida confía en Dios que ha acercado esa persona al teatro de la vida y lo ha puesto al lado nuestro sobre el mismo escenario. Y le ha dado guion y letra. Y, como buen director, sus "ojos están fijos en la vida de sus fieles", esperando que nadie le robe lo que le toca decir a cada uno, que en vez de abolir o avanzar sobre el otro, lo ayudemos a decir lo que le toca del libreto, a expresarlo con su cuerpo, sus palabras y su corazón.

Aspirando que al caer la noche -siempre se hace de noche en distintos momentos de la historia- sin elegir con quién, nos encuentre caminando hacia jardín de la Pascua; con la esperanza puesta en las promesas de Dios y confiando en el que está al lado, para que alguien nos diga a todos: ¡es verdad, ha resucitado... no está acá, y siempre va ade­lante!

Mons. Roberto “Chobi” Álvarez, obispo de Rawson

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo a las autoridades presentes, a los hermanos de los gremios, especialmente a aquellos que hoy han perdido a sus trabajadores y están padeciendo las amenazas por esta situación tan tremenda que vive la ciudad.

Ciertamente que esta violencia que podemos llamar irracional, inhumana, nos deja como petrificados, como impotentes ya que cualquier rosarino puede ser el blanco de esta violencia. Algo casi nunca visto. ¿Qué habrá en el corazón de esta gente, qué tendrán en su corazón? El deseo de venganza, este deseo de revancha, esta maldad que como dice hoy el Evangelio: “todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella”.

Vivir en la luz, es vivir en la verdad, en la transparencia, es vivir a la luz del día, como la inmensa mayoría, que quiere vivir sin tinieblas, sin oscuridades. Ciertamente, esta violencia brota de las tinieblas, no brota de la luz. Brota de las tinieblas.

La realidad golpea hoy a la puerta de nuestra Ciudad, a la puerta de nuestras casas, a la puerta de nuestros corazones y lo hace así, de este modo tan tremendo, tan brutal, donde deja familias destrozadas, familias llenas de dolor, como las familias de estos hermanos nuestros Héctor, Diego, Bruno, Marcos, César… Jimy, o el taxista de San Lorenzo.

¿Qué podemos decir?

Primero que todo, queremos mirar con fe la realidad, con la fe de Cristo y Cristo no vino a matar sino a morir, a dar la vida por nosotros. Por eso el Evangelio dice que Jesús tiene que ser crucificado por nuestros pecados. Con su muerte, con su sangre, Jesús paga por nuestros pecados, también por estos crímenes. Jesús sigue crucificado en estos hermanos que han muerto. Sigue crucificado en sus familias. Jesús sigue en la cruz. Por eso tenemos que mirar hoy a Jesús y encontrar toda la fuerza que necesitamos, la unidad que necesitamos, el compromiso para trabajar por el bien, por la justicia, por la paz y no dejarnos amedrentar.

Esta violencia casi diabólica, quiere paralizarnos, quiere hacernos detener, lograr terror en la ciudad, lograr terror en cada uno de los rosarinos. Pero tenemos que encontrar en Jesús esa fuerza para seguir adelante, con la certeza de que el mal no vencerá, de que el mal no tiene la última palabra, que la última palabra la tiene el bien, la tiene Dios sobre el mundo y sobre la vida, la última palabra es misericordia, la última palabra es vida, no muerte. Esta es nuestra fe. Por eso nos podemos levantar aún en medio del dolor y seguir caminando.

Por eso, tenemos que rezar. Frente a esa impotencia, los ciudadanos comunes, los que caminamos por la calle todos los días, tenemos que levantar la mirada al Señor, mirar a Jesús y pedir que toque el corazón de estas personas violentas y decirles en nombre de Dios: cesen de hacer el mal, cesen de matar gente. No es este el camino que los puede llevar a la vida. Ese es un camino de muerte y de destrucción.

Rezar. Pedir a Dios que tenga piedad de todos nosotros. Implorar esa gracia y esa paz que tanto necesitamos, que tanto necesita nuestra ciudad, que tanto necesitamos desde lo más profundo del corazón.

Rezamos por las almas de estos hermanos nuestros. Tenemos una certeza desde la fe: la vida no termina con la muerte, la muerte es paso a la vida eterna. Por eso ofrecemos el Santo Sacrificio de la Misa. Por eso, también queremos estar cerca de sus familias, destrozadas por este dolor producido por estas muertes injustas, y estar cerca de ellos para darles consuelo.

Los otros días, estuve con la viuda del taxista que mataron el Tablada y realmente me asombró la fe de esta mujer, ¿saben lo que me dijo? Me dijo que estaba con sus hijos y que ella reza por los que mataron a su esposo, porque Jesús también derramó su sangre por ellos. Realmente me dejó asombrado. Cómo puede una mujer a la que le matan su esposo decir eso. Sólo la fe, sólo por la fe, por tener a Dios en el corazón se puede tener esta grandeza, esta grandeza de ánimo porque la venganza no lleva a ningún lado, sólo el perdón, sólo el amor es lo que salva el mundo. Por eso, pedimos de modo especial por las familias de las víctimas de la violencia.

Pero como dice San Benito, ora et labora, reza y trabaja. Nosotros rezamos pero también tenemos que trabajar. ¿Qué podemos hacer nosotros? Lo primero es dejar que Cristo pacifique nuestro corazón. Como dice el Evangelio lo que ensucia al hombre es lo que sale del corazón herido del hombre. Por eso, en este tiempo de cuaresma lo que podemos hacer es abrir nuestro corazón de modo sincero a Dios, de modo confiado. Él quiere entrar en nuestras vidas para pacificarnos, para perdonarnos y así poder irradiar esa paz en nuestras casas, en nuestras familias. Tenemos que pacificar nuestras familias también, para que no haya heridas, para que no haya gritos, para que no haya peleas.

Tenemos que pacificar nuestros barrios. Tenemos mucho por hacer y trabajar como ciudadanos, un compromiso por el bien común y la justicia. Sembrar paz. No es debilidad, es fortaleza. Paciencia como símbolo de fortaleza.

Pero también hay un ámbito que nos excede a nosotros y es el de las autoridades. Autoridades que el pueblo ha elegido para garantizar la seguridad y la paz. Para eso dice el Apóstol Pablo están las autoridades. Por eso también pedimos por las autoridades y queremos estar unidos y unidos junto a ellos en esta lucha contra el mal que nos aqueja, contra esta violencia injusta, contra esta violencia irracional. Siempre, y eso también hay que decirlo, dentro de las leyes y dentro del respeto de la dignidad de las personas. Nunca excediéndose. Siendo firmes, inteligentes y firmes pero siempre dentro de lo que es el derecho.

Rogamos al Señor para que les de inteligencia para desentrañar de dónde viene esta violencia, dónde está la raíz de todo esto. Inteligencia y firmeza. HAce unos años atrás decía que se necesitaba esa decisión política de nación, provincia y municipio. Bueno, hoy parece que se están alineando porque esto no se resuelve solos, desde nuestra ciudad. Se necesita de ese compromiso serio y profundo contra el crimen organizado y la violencia que nos asola. Por eso rezamos por las autoridades para que Dios les de esa firmeza y esa templanza y buscar el bien y la defensa de la vida de todos los rosarinos tan seriamente amenazadas por estos actos de terror.

Quería terminar, dirigiendo nuestra mirada a la Virgen. Hay un canto que solemos cantar: “Junto a la cruz de su Hijo, la Madre llorando se ve, el dolor lo ha crucificado el amor la tiene en pie. Quédate de pie junto a Jesús que tu hijo sigue en la cruz”.

Miramos a María, nuestra Madre, la que estuvo al pie de la cruz de su hijo. También hoy la Madre está al pie de la cruz de los rosarinos, al pie de la cruz de las familias que han perdido a sus seres queridos, al pie de la cruz de todos los que están amenazados.

Por eso recurrimos a ella con confianza e imploremos que ella nos traiga la paz, que intercediendo ante su Hijo Jesús nos traiga la paz.

Trabajando nosotros: luchando por la justicia, luchando por la paz, luchando por el bien, luchando en contra de la violencia y elevando nuestras manos a Dios y confiando plenamente que en Él está el bien de todos nosotros.

Que María Santísima del Rosario, nuestra Patrona y fundadora nos mire ahora y tenga compasión de todos nosotros, los rosarinos. Amén

Mons. Eduardo Eliseo Martín, arzobispo de Rosario

Mateo, hoy queremos entrar en tu casa y sentarnos a tu mesa. Queremos que nos cuentes cómo es la mirada de Jesús; cómo fue ese momento en que se cruzaron sus vidas, y, entonces, la tuya cambio para siempre.

Sabemos que muchos te miraban con ojos condenatorios y prejuiciosos, como a veces nos miramos entre nosotros. Sabemos que muchos decidían dar vuelta la cara y no mirarte porque preferían ignorar tu presencia. Y quizás, a tus familiares más cercanos les dabas un poco de vergüenza y bajaban la mirada al encontrarse con vos.

Decinos entonces, ¿cómo fue esa mirada de Jesús?... Es una mirada profunda, una mirada compasiva y misericordiosa. Una mirada tierna y esperanzada; seguro que el Señor ve nuestras debilidades, pero no las aprovecha para burlarse o criticar, sino para sanar y liberar.

Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro; déjense mirar por Jesús; déjense “misericordiar” encontrándose con sus ojos de ternura. Y siempre tengan la mirada del Señor para con los demás. Que quienes se encuentren con ustedes no se sientan examinados ni vigilados. Tengan una mirada empática con la vulnerabilidad de todos. Mirando como Jesús, animen, entusiasmen y levanten en la dignidad a tantos hermanos que sufren la más profunda angustia existencial.

Mateo, hablanos también de su voz: ¿cómo es la voz del Señor cuando te dijo: “sígueme”? Habrás estado acostumbrado a escuchar palabras descalificantes e insultos; palabras de desprecio, que como dardos se clavaban en tu corazón; como las que muchas veces usamos nosotros para referirnos a los demás.

La intolerancia y el sentirnos dueños de la verdad nos hace tratarnos mal y usar términos horribles para referirnos a los otros, y lo más grave es que lo hacemos en nombre de Dios, porque nos creemos puros y santos, y creyéndonos defensores de la sana doctrina, decimos cualquier cosa de los demás con comentarios farisaicos e hipócritas.

El “sígueme” de Jesús fue firme y amoroso a la vez, porque unía identidad y misión. Mateo se sintió reconocido y valorado, llamado y enviado, discípulo y misionero.

Queridos hermanos, sientan cada mañana en la oración personal la voz del Señor que los llama y les recuerda que son sus discípulos, que caminan tras sus huellas y que Él es el único maestro.

Préstenle sus voces para anunciar al mundo que Dios nos ama y que nos quiere hermanos. Que sus voces sean proféticas, anunciando la Buena Noticia del Evangelio y denunciando las injusticias y atropellos con nuestros hermanos más pobres.

Mateo, vos recaudabas dinero, cobrabas impuestos, y según comentan, te guardabas algunas monedas. ¡Qué increíble!, de recaudar y juntar, de sacarle a los demás, de guardar y acumular, fuiste invitado a entregarte, a darte por completo, a compartir tus bienes y tu vida.

Hermanos, no se guarden nada. Compartan sus vidas con el pueblo de Dios. No sean diáconos de título privado. Entreguen su vida por Jesús; siempre cerquita de la gente, escuchando, alentando, acompañando. Como recomendaba el beato Enrique Angelelli a sus consagrados: “Vayan, llénense los pies de tierra y que la panza les quede verde de mate, conversando con la gente y queriendo a la gente

Querido Mateo -permitime a esta altura de la homilía tratarte así-, con más confianza. Apoyabas tu vida en la mesa de dinero; sostenías tu pobre vida de recaudador entre monedas e impuestos; el centro de tu existencia era “la guita”, como decimos vulgarmente. Jesús te ofreció una mesa mejor, una mesa de hermanos, una mesa de fraternidad y alegría, porque todos los pecadores experimentan la misericordia de Dios, ya que no tienen necesidad del médico los sanos, sino los enfermos (Mt. 9,12).

Dejanos también a nosotros sentarnos a esa mesa de vulnerables. No queremos ser el maítre, el jefe de mozos que vela por el buen funcionamiento del comedor y mira desde arriba. Queremos ser hermanos frágiles que compartimos la vida con otros, que, también débiles y pecadores, la pelean todos los días.

Queridos Fabián, Ariel, Franco y Pedro, eligieron este evangelio para la misa de ordenación diaconal. Que San Mateo los interpele siempre, que experimenten la misericordia divina en sus vidas, que escuchen diariamente el “sígueme” de Jesús y se levanten para ir detrás del Maestro. Siéntense en las mesas del dolor de la ciudad de Buenos Aires junto a los hermanos que están solos, junto a los que están en la calle, junto a los tristes y depresivos, junto a los que más sufren la crisis económica, junto a los enfermos en los hospitales, junto a los presos, junto a los que lloran un ser querido en los cementerios. No tercericen su presencia allí donde hay más dolor y sufrimiento. Ahí tenemos que estar porque somos servidores de todos por amor de Jesús. (Cfr. Cor 4, 5)

Diáconos se permanece para siempre; porque como dice Francisco, servir quiere decir estar disponibles, renunciar a vivir según la propia agenda, estar preparados para las sorpresas de Dios que se manifiestan a través de las personas, los imprevistos, los cambios de programa, las situaciones que no entran en nuestros esquemas y en la “justezade lo que se ha estudiado. La vida pastoral no es un manual, sino una ofrenda diaria; no es un trabajo preparado en la mesa, sino “una aventura eucarística”.[1]

Anuncien con su vida y sin vergüenza que somos pecadores perdonados y salvados por Cristo y que en su mesa hay lugar para todos. Sean verdaderos testigos del Resucitado con alegría y pasión, y recuerden siempre, que no es grande el que manda sino el que sirve.

Mons. Jorge García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires
9 de marzo de 2024


Notas:
[1] Francisco, Discurso a los diáconos ordenados presbíteros de la diócesis de Roma, Ciudad del Vaticano, febrero 2024

Querida comunidad, queridos Hugo, Daniel, Lorenzo, Luis y Norberto, y sus familias que los han acompañado en este camino de preparación al diaconado permanente y que están junto a Uds. en esta celebración. Hoy ha llegado el momento en el que serán incorporados al clero de la diócesis de Concordia mediante la imposición de las manos del obispo y la oración de ordenación en el grado del diaconado.

Mediante la ordenación diaconal quedarán incardinados, es decir, constituidos de un modo permanente en diáconos de la Iglesia de Concordia. Por eso, ejercerán su ministerio bajo la autoridad del obispo en todo aquello que se refiere al cuidado pastoral, al ejercicio público del culto divino y a las obras de apostolado[1]. Para eso, mediante la efusión del Espíritu Santo, recibirán una identificación específica con Cristo Señor y Servidor. Uds. mediante la ordenación diaconal serán en la Iglesia signo sacramental de Cristo Siervo. Por eso, tendrán la misión de servir a la Iglesia, servir en la Iglesia y animar el servicio de la Iglesia.

Para ilustrar mejor la misión de los diáconos, les leeré un fragmento del Informe final del Sínodo del año pasado donde habla de los diáconos y presbíteros (aunque ahora lo refiero pensando en Uds. futuros diáconos):

“Los diáconos y los presbíteros están comprometidos en las formas más diversas del ministerio pastoral: el servicio a las parroquias, la evangelización, la cercanía a los pobres y emigrados, el compromiso en el mundo de la cultura y de la educación, la misión..., la animación de centros de espiritualidad y otros muchos. En una Iglesia sinodal, los ministros ordenados están llamados a vivir su servicio al Pueblo de Dios con actitudes de cercanía a las personas, de acogida y de escucha a todos y a cultivar una profunda espiritualidad personal y una vida de oración. Sobre todo, están llamados a repensar el ejercicio de la autoridad desde el modelo de Jesús que, “a pesar de su condición divina (...) se rebajó a sí mismo, tomando la condición de esclavo” (Fil 2, 6-7). La Asamblea reconoce que muchos presbíteros y diáconos, con su entrega, hacen visible el rostro de Cristo, Buen Pastor y Siervo. (Una Iglesia sinodal en misión. Informe de síntesis, 11, b.)

Por lo tanto, la misión que hoy la Iglesia les encomienda es fundamentalmente el servicio de la caridad, de la Palabra y de la liturgia. Los obispos reunidos en Aparecida[2] nos decían que lo primero que se espera de un diácono permanente es el servicio de la caridad: ser hermanos y servidores de los pobres, los enfermos, los descartados, los adictos, porque serán sacramento de Cristo que se hizo el último de todos para servir a todos. Después el servicio de la Palabra: orar con la Palabra, alimentarse con el Evangelio, para poder enseñarlo en la predicación, en la catequesis y, fundamentalmente, con el testimonio de vida. El diácono, en cuanto servidor de la Palabra es misionero y está enviado a la misión, para ir al encuentro de los más alejados. Por esto, en nuestra diócesis necesitamos diáconos permanentes que, enviados por el obispo y por el párroco, vayan a servir a las comunidades periféricas de las parroquias, formen comunidad y acompañen pastoralmente, las animen, para que en cada barrio se implante la Iglesia de Jesús, que es comunidad de fe y de amor, a la que todos están invitados y todos tienen lugar. Por último, son servidores de la liturgia, especialmente para los sacramentos del bautismo y del matrimonio”, nos dicen los obispos en Aparecida.

Queridos hermanos que serán ordenados diáconos: Cuiden la vocación matrimonial y familiar, la primera a la que el Señor los ha llamado y camino de santidad para Uds. En el amor de Cristo, sean cada vez más testigos de fe y de amor como esposos, papás y abuelos. Y a partir de hoy, recibirán la gracia propia del diaconado que los asimilará a Cristo servidor. Nunca olviden que tienen un doble cauce para responder al llamado a la santidad, que recibieron en el Bautismo: el sacramento del matrimonio que les da la gracia de responder al llamado a la santidad en la vida matrimonial y familiar. Y, desde hoy, el sacramento del sagrado orden del diaconado. Que una seria y comprometida vida espiritual, centrada en la Palabra orada y meditada, en la celebración de la Liturgia de la Horas, en la participación y recepción de los sacramentos, los transforme en servidores, imitando a Cristo, servidor de todos, en sus familias y en las comunidades a las que la Iglesia los envíe. Que la Virgen María, la “humilde servidora del Señor”, los cuide siempre. Amen.

Mons. Gustavo G. Zurbriggen, obispo de Concordia


Notas:
[1] Cfr. El diaconado permanente en la Argentina. Plan de formación-plan de estudios-Directorio, 124
[2] Cfr. Aparecida, documento final, 205.208

Queridas niñas y queridos niños:

Se acerca su primera Jornada Mundial, que será en Roma los días 25 y 26 del próximo mes de mayo. Por eso me pareció bien enviarles un mensaje. Me alegra que puedan recibirlo y agradezco a todos los que trabajarán para que esto sea posible.

Lo dirijo ante todo a cada uno de ustedes personalmente, a ti querida niña, a ti querido niño, porque «eres valioso» a los ojos de Dios (Is 43,4), como nos lo enseña la Biblia y como Jesús lo demostró tantas veces.

Al mismo tiempo este mensaje lo envío a todos, porque todos ustedes son importantes, y porque juntos -los que están cerca y los que están lejos- manifiestan el deseo de cada uno de nosotros de crecer y renovarse. Ustedes nos recuerdan que todos somos hijos y hermanos, y que nadie puede existir sin alguien que lo traiga al mundo, ni crecer sin tener otras personas para amar y sentirse amado (cf. Carta enc. Fratelli tutti, 95).

De este modo, todos ustedes, niñas y niños, que son la alegría de sus padres y de sus familias, son también la alegría de la humanidad y de la Iglesia, donde cada uno es como un eslabón de una larguísima cadena, que se extiende del pasado al futuro y que cubre toda la tierra. Por eso les aconsejo que escuchen siempre con atención los relatos de los mayores: de sus mamás y de sus papás, de sus abuelos y de sus bisabuelos. Y al mismo tiempo no olviden a cuántos de entre ustedes que, aun siendo tan pequeños, ya están luchando contra enfermedades y dificultades, en el hospital o en su casa, a quienes son víctimas de la guerra y de la violencia, a quienes sufren el hambre y la sed, a quienes viven en la calle, a quienes se ven obligados a ser soldados o a huir como refugiados, separados de sus padres, a quienes no pueden ir a la escuela, a quienes son víctimas de bandas criminales, de las drogas o de otras formas de esclavitud y de abusos. En definitiva, a todos esos niños a los que todavía hoy se les roba la infancia cruelmente. Escúchenlos, o mejor aún, escuchémoslos, porque con su sufrimiento, con los ojos purificados por las lágrimas y con el constante deseo de bien que nace del corazón de quien ha visto verdaderamente qué terrible es el mal, nos hablan de la realidad.

Mis pequeños amigos, para renovarnos a nosotros mismos y al mundo, no es suficiente con que estemos unidos entre nosotros: es necesario que estemos unidos con Jesús. Él nos infunde mucho valor, porque está siempre a nuestro lado, su Espíritu nos precede y nos acompaña en los caminos del mundo. Jesús nos dice: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5); estas son las palabras que elegí como tema para la primera Jornada Mundial. Estas palabras nos invitan a ser ágiles como niños para comprender las novedades que el Espíritu suscita en nosotros y a nuestro alrededor. Con Jesús podemos soñar una humanidad nueva y comprometernos por una sociedad más fraterna y atenta a nuestra casa común, comenzando por las cosas sencillas, como saludar a los demás, pedir permiso, pedir disculpas, decir gracias. El mundo se transforma, ante todo, por medio de las cosas pequeñas, sin avergonzarse de dar sólo pasos pequeños. Es más, nuestra pequeñez nos recuerda que somos frágiles y que necesitamos los unos de los otros, como miembros de un único cuerpo (cf. Rm 12,5; 1 Co 12,26).

Y hay algo más. Queridas niñas y queridos niños, no podemos llegar a ser felices en solitario, porque la felicidad crece en la medida en que se comparte; pues nace con la gratitud por los dones que hemos recibido y que a su vez compartimos con los demás. Cuando aquello que hemos recibido lo guardamos sólo para nosotros, o incluso hacemos berrinches para conseguir este o aquel regalo, en realidad nos olvidamos de que el don más grande somos nosotros mismos, los unos para los otros; nosotros somos el “regalo de Dios”. Los otros dones sirven, sí, pero en la medida en que nos ayudan a estar juntos; si no los usamos para eso estaremos siempre insatisfechos y nunca nos serán suficientes.

En cambio, si estamos juntos todo es diferente. Piensen en sus amigos; qué hermoso es estar con ellos, en casa, en la escuela, en la parroquia, en el oratorio, en todas partes; jugar, cantar, descubrir cosas nuevas, divertirse, todos juntos, sin dejar atrás a nadie. La amistad es hermosísima y sólo crece así, compartiendo y perdonando, con paciencia, valentía, creatividad e imaginación, sin miedo y sin prejuicios.

Y ahora quiero confiarles un secreto importante: para ser realmente felices es necesario rezar, rezar mucho, todos los días, porque la oración nos conecta directamente con Dios, nos llena el corazón de luz y de calor y nos ayuda a hacer todo con confianza y serenidad. También Jesús rezaba siempre al Padre. ¿Y saben cómo lo llamaba? En su lengua le decía sencillamente Abba, que signific Papá (cf. Mc 14,36). Llamémoslo así también nosotros y lo sentiremos siempre cercano. Nos lo prometió el mismo Jesús, cuando nos dijo: «Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos» (Mt 18,20).

Queridas niñas y queridos niños, saben que en mayo me encontraré en Roma con muchos de ustedes, que vendrán en gran número de todo el mundo. Y entonces, para prepararnos bien, rezando, les propongo que usemos las mismas palabras que Jesús nos ha enseñado: el Padrenuestro. Recítenlo todas las mañanas y todas las tardes, y también en familia, con sus padres, hermanos, hermanas y abuelos. Pero no como una fórmula, no, sino pensando en las palabras que Jesús nos ha enseñado. Jesús nos llama y desea que, con Él, seamos protagonistas de esta Jornada Mundial, como constructores de un mundo nuevo, más humano, justo y pacífico.

Él, que se ofreció en la cruz para reunirnos a todos en el amor; Él, que venció la muerte y nos reconcilió con el Padre, quiere continuar su obra en la Iglesia por medio de nosotros. Piensen en esto, especialmente quienes se están preparando para recibir la Primera Comunión.

Queridos amigos, Dios, que nos ama desde siempre (cf. Jr 1,5), tiene para nosotros la mirada del papá más amoroso y de la mamá más tierna. Él no se olvida nunca de nosotros (cf. Is 49,15) y cada día nos acompaña y nos renueva con su Espíritu.

Junto con María Santísima y san José recemos con estas palabras:

Ven, Espíritu Santo,
muéstranos tu belleza
que se refleja en los rostros
de las niñas y los niños de la tierra.
Ven, Jesús,
que haces nuevas todas las cosas,
que eres el camino que nos conduce al Padre,
ven y quédate con nosotros.
Amén.

Roma, San Juan de Letrán, 2 de marzo de 2024.

Francisco

El encuentro de hoy en la catequesis hablaba de los desafíos para la catequesis. Ahí es donde quisimos poner el acento y ahí es donde pusimos nuestra reflexión abriendo caminos…, caminos para recorrer. La vida cristiana y sobre todo el camino de santidad (me repito muchas veces y lo seguiré diciendo…) es un proceso…; un proceso que se da principalmente por la Gracia de Dios. Sacramentalmente significada en el bautismo…, el sacramento de la gracia. Esta Gracia puede ir creciendo… o se puede ir perdiendo a lo largo de la vida. Crecerá en la medida que dejamos que Dios obre sobre nosotros. La Gracia actúa como en la parábola del trigo y la cizaña… depende lo que vamos haciendo dejar crecer o no… allí se dará nuestro proceso.

Lo importante es tener desafíos y tener claridad en la visión hacia dónde caminamos…, en comunión con la Iglesia y en comunión con la Iglesia, buscar la fidelidad de Dios. No siempre el pueblo de Israel fue fiel…; hoy nos lo recordaba el padre Guillermo cuando, frente a las culturas reinantes politeístas, si bien, Israel tenía muy claro que había un solo Dios: Yahveh, quien los había liberado del poder de los egipcios…; los mismos Apóstoles también…, no siempre estuvieron en el en el camino correcto. “vade retro satanás” , le dice que es un san Pedro…; cuando lo tuvo que corregir ¡y se corrigió! Hasta llegar a dar su vida por su Maestro… Pedro también fue adquiriendo in crescendoen esa fe…, en ese conocimiento y en esa santidad. A lo largo de toda la vida, también desde la catequesis nosotros tendremos que ir trabajando en un camino de crecimiento…, de formación…, de discernimiento…, enfrentando desafíos. Pero nada de esto se da si solamente buscamos la seguridad o si nos dejamos caer en el en el error. Hoy la primera lectura, en el libro del Éxodo escuchamos: “no tendrás otros dioses delante de mí no te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba en el cielo abajo la tierra…” Seguramente no nos vamos a hacer nosotros un becerro de oro…, pero…, ¡cuántas veces nos hacemos una imagen de un Dios inexistente!

No es el Dios de Jesucristo… es el dios que me he fabricado a mi medida… a mi necesidad… ser fieles al Dios de Jesucristo… ¡esto es clave…!

En el camino de la catequesis, también en esto de los desafíos… tenemos que ir dando pasos…

Yo les pregunto… por sí o por no… ¿podemos comenzar ya con las celebraciones de las Primeras Comuniones en la Pascua…? Como se planteó en la exposición… (entre los fieles… hubo respuestas variadas…)

En lo personal yo creo que no…; en Brasil les llevó un proceso de 8 años…

Lo importante es permitirnos pensar que las cosas pueden ser de una manera o otra… a lo mejor… este paso no lo podemos dar ahora por las costumbres… por las tradiciones… por varios motivos…; no podemos dar ese paso… pero sí, podemos dar otros…; el concepto era el de “desescolarizar” los tiempos de las catequesis…; llevará u tiempo y proceso adecuarnos más a los tiempos litúrgicos que a los tiempos escolares…

Pero hay pasos que sí podemos dar nosotros ahora. Por ejemplo… desterrar el lenguaje escolar en la catequesis. No debemos usar la expresión: “vengan a clase”. Hay que desterrarlo… y eso lo podemos hacer ya… lo podemos hacer hoy.

Será más difícil sacar de nuestras cabezas… sentirnos como si fuéramos maestros de escuela en vez de catequistas…, debemos romper esas estructuras…

Alguna vez me ha pasado escuchar a una madre a quien le preguntaba cuándo su hijo tomaba la comunión y la madre me dijo que sí…, pero… “si aprobaba el examen” que le debía tomar el cura. Lo dijo con toda naturalidad… si no aprueba el examen… no toma la comunión…; ¡esas son las cosas que hay que desterrarlas…! Yo las prohibiría… pero, debo ir más despacio…; piénselas… está bien evaluar… se puede hacer…, pero no con esa modalidad de examen. No puede ser

Seguimos repitiendo la exigencia de que deben presentar firmado en un papel la asistencia a Misa. ¡También lo prohibiría…! ¡crean en la palabra…! Incentiven ir a Misa… y si el niño dijo que ha ido… debemos creerle…; yo creo que son metodologías a desterrar…; no llegaremos a desescolarizar las fechas… pero ¡cuántos pasos podemos ir dando…!

Desafíos… pensar… no somos autómatas… y solo hacemos porque “siempre se hizo así”. Y no permito que nadie lo cambie.

Esto debemos ir haciendo a través de la catequesis.

¿Qué hizo Jesús, según escuchamos en el Evangelio de hoy…?

Sacó con látigos a los vendedores del Templo… porque habían hecho un comercio de las cosas de Dios. También nosotros muchas veces comerciamos las cosas de Dios. Y podría sacarnos con un látigo…; ya lo hizo…

Le ponemos precio a las cosas de Dios. ¿Qué me vas a dar a cambio para que Dios te dé? Y se muere la Gracia…, dejamos de lado la Gracia…; lo gratuito… la gratuidad…

Desafíos… pensar… y romper. ¡Es de Dios romper…! ¡Es del Espíritu romper…! Jesús rompió las mesas de los cambistas…; recién en el debate que hemos tenido…, que fue bellísimo…, que nos despertó a todos… si estábamos medio dormidos…, afuera… hablando con algunos… varios de ellos me han repetido esta frase: “eso ha sido del Espíritu”. Yo creo que sí…: se nos abrió temas para debatir… para pensar… para profundizar…, como una teología que permanentemente debe actualizarse. La Iglesia, por dos mil años vive debatiendo y madurando conceptos. ¿Cambia la fe…? ¡NO…! Pero sí, cambia el concepto de la comprensión de la misma fe.

Recién alguien citó los comentarios que se hacen en las publicaciones de Facebook (cuando desde el Obispado se comunica algo…). En general yo no los leo porque no quiero intoxicarme, por cuidar mi salud mental…; pero siempre hay alguien que lo hace por mí… y me los marcan…; hay comentarios que evidentemente son de catequistas… y ¡son violentos…! Agresivos…; ¿eso es catequesis…? Marca una esquizofrenia de nuestra fe…; vivir una cosa… decir una cosa… hacer otra cosa. Cuando nosotros separamos la fe de la vida, dejándola solo como un concepto intelectual… van pasando estas cosas.

En el Evangelio se dice: “miren como se aman”. Muchas veces obramos lo contrario: “miren cómo nos odiamos”.

El otro día… en la Asamblea del Decanato San Luis centro, les contaba de un señor que se confesó con el P. Pío poco antes de su muerte. Y decía que se le planteó qué debía hacer… porque no se llevaba bien con su cura. Y el P. Pío le dijo: “con la Iglesia no se juega”. Me pareció muy importante este concepto. ¡Esto no es un juego…! No es una competencia… no es una guerra…; lo nuestro es el seguimiento de Cristo.

Lo nuestro es caminar en comunión. Caminar en comunión con el Papa no es un chiste…, la comunión el obispo no es un chiste…, la comunión con nuestros pastores no es un chiste…; podemos disentir… podemos estar de acuerdo o no… y si hay errores decirlos donde corresponde como nos lo enseñan en la Sagrada Escritura. Vivir la caridad. Vivir, cuidar y construir la comunión. Con la Iglesia no se juega, dijo el P. Pío.

Este es el lugar de nuestro caminar desde la catequesis. Es un gran desafío para la Iglesia particular de San Luis, ir adecuando una catequesis viva.., que atraiga.., que anime…a conocer amar y seguir a Jesús. Una catequesis que nos ponga en comunión con toda la Iglesia. Y de esto no hay fórmulas escritas. Debemos ir poniendo los elementos necesarios… sino no dejaremos actuar al Espíritu.

Recién dijeron que debíamos ser una Iglesia humanizada y humanizante. Yo creo que es clave esto en un mundo tan deshumanizado. Necesitamos una Iglesia humanizada y humanizante. Una Iglesia que acoge… que corrija los yerros…, pero que sane heridas. Que nos haga caminar juntos.

Que Dios nos bendiga haciéndonos fieles… fieles a un Dios no fabricado a nuestra medida… Cristianos testigos y portadores de Cristo con nuestras obras. Que no comercialicemos las cosas de Dios, que seamos cuidadosos de la Gratuidad… cuidadosos de la Gracia.

¿A dónde nos lleva la Gracia?

Siempre nos lleva a un Dios que es Padre… Papito (Abba), nos recordaba eso el padre Guillermo. Un Padre que nos ama por el solo hecho de ser hijo… ¡SIEMPRE…! No por lo que hagamos…

¡Un Dios que nos ama al punto de dar la vida por nosotros…!

Mons. Gabriel Bernardo Barba, obispo de San Luis

Aquí estamos de nuevo, Tierna Madre de Itatí, tus hijos, peregrinos y devotos, para expresarte nuestro amor, poner en tus manos el Año Pastoral Arquidiocesano, y suplicarte que nos acompañes, nos muestres el camino para encontrarnos con tu Divino Hijo Jesús, y nos animes y sostengas en la misión. Así como estamos abiertos y expectantes a la preparación y celebración de la segunda fase del Sínodo sobre la Sinodalidad, que se llevará a cabo el próximo mes de octubre en Roma, también nos estamos preparando para celebrar nuestra Segunda Asamblea Diocesana, Dios mediante, en la segunda mitad de este año, inspirados en el lema: “Iglesia Sinodal, escucha, discierne y misiona”. 

Recordemos también que el papa Francisco inauguró el mes pasado el Año de la Oración, "un año dedicado a redescubrir el gran valor y absoluta necesidad de la oración", en la vida personal, en la vida de la Iglesia y la oración en el mundo. Por eso, para nuestro inicio del Año pastoral, destacamos la oración y decimos: “Iglesia orante, escucha, discierne y misiona”, también para insistir, a tiempo y a destiempo, en la necesidad indispensable de la oración si queremos escuchar de veras a Dios y a los hermanos; discernir juntos lo que Dios quiere hoy para nosotros, y misionar descubriéndonos enviados y no proyectados individualmente y por cuenta propia. 

Además, en este contexto eclesial, declaramos el año 2024 como un Año Vocacional, cuya finalidad es doble: por una parte, ayudarnos a tomar conciencia de la dignidad que tenemos como hijos e hijas de Dios por el Bautismo, llamados, “vocacionados”, a vivir como cristianos; y, por otra parte, a preguntarnos cuál es el servicio al que Jesús nos llama a prestar en la comunidad. Una particular insistencia estará puesta en el llamado que están recibiendo los jóvenes para discernir su vocación al matrimonio cristiano, al ministerio sacerdotal, o a la vida consagrada. También en este camino estamos ante el desafío de ser una Iglesia sinodal que escucha, discierne y misiona. Vayamos ahora a la Palabra de Dios, que siempre es luz que ilumina nuestro caminar creyente. 

La primera lectura que escuchamos del libro del Génesis (cf. 22, 1-2.9-13. 15-18) se abre con una llamada de Dios a Abraham: “¡Abraham!”, le dijo. Él le respondió “Aquí estoy”, y luego, a lo largo de toda su vida mantuvo firme su total disponibilidad, aun cuando estuvo ante el tremendo desafío de sacrificar a su hijo Isaac. Por eso se lo llama Padre de la fe. También nosotros, al iniciar al año pastoral, renovamos nuestra total disponibilidad y, con las palabras de Abraham decimos: Aquí estoy. Aquí estoy para escuchar a Dios y a los hermanos, aquí estoy para discernir juntos lo que Dios quiere hoy para nuestra Iglesia, aquí estoy para anunciar con mi vida y con mis palabras la Buena Noticia de Jesús. Entonces, tengamos la certeza de que también sobre nosotros caerá una lluvia de gracia, tal como Dios prometió a Abraham: “Yo te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar”.

El Evangelio de hoy (cf. Mc 9, 2-10), Segundo Domingo de Cuaresma camino hacia la Pascua, nos llena de esperanza, como a aquellos tres discípulos que Jesús invita a un monte elevado y allí se transfigura en presencia de ellos. La emoción que los embarga es tan intensa que quieren quedarse con Él en ese lugar apartado. La experiencia les dura poco, pero es suficiente para sostenerlos en el duro camino de seguir a Jesús, ahora con la consigna que les confirmó a quién debían escuchar: “Entonces una nube los cubrió con su sombra, y salió de ella una voz: “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”. Ese pequeño grupo de tres discípulos recibieron la contraseña que los identificaría para siempre como comunidad sinodal, cuya primera actitud es escuchar juntos a Jesús. También nosotros fuimos invitados a subir a este monte elevado de la devoción, que es el santuario de nuestra Madre, para recordar que lo primero a lo que debemos volver siempre es a escuchar la Palabra de Dios en la intimidad personal, para luego ir a la comunidad para discernirla juntos y acordar las pautas que orienten nuestro accionar misionero. 

En la segunda lectura (cf. Rm 8, 31b-34), San Pablo responde con mucha emoción que nadie ni nada puede separarnos del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús. Así como a los discípulos de Jesús la fuerte experiencia del Amor de Dios en aquel monte elevado los fortaleció para poder atravesar con Él los momentos dramáticos de su pasión y muerte, así también a los creyentes que se dejan transformar por ese Amor, transitan serenos y confiados en medio de las dificultades y contratiempos con los que se encuentran a diario. Ellos, pacientes y fieles, caminando en presencia del Señor, como respondíamos al Salmo, son depositarios de aquella promesa que les asegura toda clase de favores que les vienen de su fidelidad a Jesús, tal como nos asegura San Pablo. En ese espíritu, caminemos confiados, con paciencia y perseverancia, renovando nuestro amor a Jesús y encomendándonos a nuestra Madre en la preparación de la II Asamblea Diocesana. Tierna Madre de Itatí, ruega por nosotros. Amén. 

Mons. Andrés Stanovnik OFMCap, arzobispo de Corrientes

Me dirijo a las personas que, por su sensibilidad, se sienten especialmente llamadas a la Caridad. También, les escribo a ustedes queridas hermanas y queridos hermanos con los que compartimos el seguimiento del Señor Jesús. Estamos unidos en "un solo Cuerpo y un solo Espíritu, en una misma esperanza" fEf 4,4­6). A ustedes, no puedo dejar de pedirles que estén especialmente atentos a las necesidades de nuestros hermanos débiles, sufrientes y pobres.

En estos días de cuaresma hemos proclamado la Palabra de Dios del Evangelio Según San Mateo, capítulo 25. Allí Jesús abre su corazón y nos revela su inmenso amor por todas las personas que sufren. Es tanto su amor que lo lleva a identificarse con ellas, asegurándonos que los gestos de solidaridad que tengamos con los sufrientes, serán hechos a Él. Sólo el Dios hecho hombre, cuyo nombre es Jesús, puede animarse a tanto. Sólo Él.

Todos recordamos esas palabras tan inspiradoras e interpelantes para la vida de las personas y pueblos de todos los tiempos:

"Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver". Los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de paso, y te alojamos; desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o preso, y fuimos a verte?". Y el Rey les responderá: "Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo".

Luego dirá a los de su izquierda: "Aléjense de mí, malditos; vayan al fuego eterno que fue preparado para el demonio y sus ángeles, porque tuve hambre, y ustedes no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; estaba de paso, y no me alojaron; desnudo, y no me vistieron; enfermo y preso, y no me visitaron". Estos, a su vez, le preguntarán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?". Y él les responderá: "Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo". Estos irán al castigo eterno, y los justos a la Vida eterna». (Mateo 25, 34-46)

¿Quién no se queda conmovido y pensando al escuchar estas palabras tan penetrantes de Jesús? ¿Quién no se siente un poco en falta? ¿Quién no desearía ser más sensible para descubrir en el rostro del necesitado, el rostro de Jesús?

EL Papa Francisco en esa hermosa Exhortación Apostólica del 19 de marzo de 2018 sobre el llamado a la santidad en el mundo actual, Gaudete et Exsultate, nos dice que este texto del Evangelio puede llamarse "El Gran Protocolo", porque sobre él seremos juzgados. Les pido que lean los números que van del 95 al 109, porque son de una enorme profundidad y riqueza.

Meditando la Palabra del Señor e iluminado por Francisco, le pedí al Espíritu del Señor que nos regale más fe y más amor concreto para vivirlo en este tiempo que estamos atravesando en nuestra querida Patria.

Liberarnos de pensamientos y palabras humillantes e hirientes
Seguramente todos tenemos sentimientos de dolor y frustración frente a la situación social que estamos viviendo. Cada uno tiene su manera de ver, de pensar, de sentir, de interpretar y de dar explicaciones de por qué estamos así. Los ciudadanos debemos tomarnos muy en serio la vida de la Nación. Nadie puede ser indiferente y dejar de tener una postura frente a la realidad. Personalmente trato de escuchar porque estoy convencido que las diversas miradas, pensamientos y sentimientos, van enriqueciendo mis opiniones e ideas.

Sin embargo, se ha metido entre nosotros un modo de convivencia social que pareciese habilitar posturas y palabras humillantes e hirientes hacia los hermanos más necesitados y pobres. No me parece oportuno escribir la cantidad de "etiquetas" que se colocan a los pobres, pero son unas cuantas. Les confieso que cuando las escucho, muchas veces vienen a mí los rostros de tantas personas que a lo largo de mi vida sacerdotal he conocido. Personas que, en situaciones de extrema vulnerabilidad y fragilidad material, las vi luchando con todas sus fuerzas para sacar adelante a sus familias. En esas personas me he apoyado y de ellas he aprendido a pelear la vida. Han sido verdaderos ejemplos para mí. Jamás podría etiquetarlos, porque considero que si así lo hiciese, inmediatamente experimentaría una mirada fuerte y dura de Jesús, como si mi dijera: ¿qué estás haciendo?

Podemos coincidir que en las causas de esta situación social está el quiebre de la cultura del trabajo, la falta real de trabajo, la falta de oportunidades, problemas gravísimos en la educación, sueldos injustos, explotación laboral, narcotráfico, corrupción de los dirigentes, y tantas otras cuestiones que nos han llevado a estar como estamos.

Y digo esto, porque si a la hora de hablar de los más pobres tuviésemos en cuenta estas y más causas, seguramente, seríamos con ellos más misericordiosos y compasivos y no nos dejaríamos arrastrar por esa fuerte corriente que está instalada en los Medios, en las Redes y muchas veces en los más cercanos, que nos endurece y lleva a condenarlos y hasta a expatriarlos.

¡He leído y escuchado expresiones irrepetibles!

A ustedes que siguen a Jesús, en Su Nombre, les pido que se liberen de esos pensamientos y de esas palabras humillantes e hirientes hacia los más pobres.

Los pobres, como vos y como yo, y como todos, son personas con virtudes y defectos, con santidad y pecado, pero muy especialmente, son personas con pocas o ninguna oportunidad para vivir dignamente. En la carrera de la vida, han partido mucho más atrás.

Señor, en esta cuaresma, danos un corazón parecido al tuyo, para saber compadecernos y estar cerca a toda persona que sufre, sin ningún tipo de prejuicios o juicios condenatorios.

Liberarnos de la agresividad y la violencia
Nosotros debemos siempre decir: ¡No a la violencia! ¡No a la agresividad! ¡ Nuestra opción es la paz!

La agresividad tiene distintos rostros que van desde la violencia verbal, gestual y física, como así también, la indiferencia hacia el otro. La indiferencia es una forma de desprecio que puede contener un germen de violencia. Seguir de largo frente a los jubilados con sus mínimas pensiones, de los niños y de los que sufren hambre, genera violencia. Nos ayuda hacer el ejercicio de ponernos en el lugar del otro e imaginarnos cómo nos sentiríamos en su situación. Imaginarnos qué pasaría si en un momento de necesidad los otros pasasen de largo sin reconocerme o, lo que es peor, haciendo que no me ven. Seguramente me sentiría violentado.

Necesitamos hacer el esfuerzo de liberarnos de toda agresividad. Necesitamos respetarnos, cuidarnos y tener gestos de amor, porque así como nos gusta que nos traten, así estamos llamados a tratar al otro.

Los que seguimos a Jesús debemos hacer todo lo posible para estar disponibles y cercanos a los que sufren. Basta hacer memoria de la "parábola del Buen Samaritano" (Lucas 10,29-37). Allí, todo comienza con una pregunta que le hacen a Jesús: "¿Quién es mi prójimo?" y después de narrar esa hermosa parábola del samaritano bueno que teniendo todas las justificaciones para seguir de largo, se pone al servicio de la persona asaltada y herida. Jesús cambia radicalmente la pregunta: ¿Quién se hizo prójimo de esa persona que sufre? Jesús nos propone un cambio que nos ubica frente a la realidad de otra manera, porque aquella persona le hace la pregunta poniéndose él en el centro, pero Jesús le pide que ponga en el centro de su vida a la persona necesitada. Aquí está la clave de nuestro ser cristianos. La clave es el amor concreto al prójimo, y prójimo es toda persona que sufre y necesita de mí, porque es ella la que debe estar en el centro.

Para liberarnos de toda agresividad necesitamos tener gestos de amor concreto, especialmente con los necesitados que pueden ser desconocidos para mí, porque allí se prueba mi capacidad de un amor generoso, un amor activado e impulsado por Dios. Si en nuestros corazones habita Dios y su Amor, podemos dar de comer a quien tiene hambre aunque no lo conozca y reconocer en esa persona a Jesús,

¡Obrar por el amor de Dios en nuestros corazones, trae la paz!

Señor, no nos dejes caer en la tentación de la frialdad frente a nuestros hermanos pobres y danos la fuerza para amar con un corazón lleno de paz.

Dar de comer al hambriento
En una de las crisis económicas que atravesamos como sociedad, siendo párroco en una parroquia de un barrio de clase media, tuve una charla con una persona muy querida que nunca olvidaré. Se trataba de un papá que había trabajado toda su vida y que tenía en ese momento un trabajo muy mal remunerado. Me confesó que a los mediodías pudiendo ir a su casa, no lo hacía para no sacarles la comida a su esposa e hijos y por eso se quedaba en su auto hasta volver a entrar al trabajo y recién a la tarde regresaba a su casa.

¡Qué tremendo es que no te alcance tu sueldo para poder comer en familia! ¡Qué desesperante es el hambre de los niños y de los mayores!

La cuaresma, es el tiempo propicio para mirar al hermano necesitado y reconocer en él a Jesús.

Es el tiempo en que deseamos convertirnos a Dios y misteriosamente Jesús, el Dios en quien creemos, nos invita a convertirnos al amor concreto por los más necesitados. Porque la conversión a Dios, que tanto deseamos vivir en este tiempo cuaresmal, no puede estar disociada de la conversión al amor concreto. Deseo con todo mi corazón, como todos deseamos, que esta difícil situación de los argentinos pase pronto, para que todas las familias tengan trabajo y la posibilidad de llevar el pan dignamente a sus mesas. Hasta que esto suceda, les pido, les suplico, queridas hermanas y queridos hermanos en el Señor, que seamos muy sensibles y generosos. Les pido que seamos generosos hacia las personas que pueden pasar necesidades y hambre en este tiempo social. Les pido humildemente, que de alguna manera se acerquen a una familia pobre y necesitada para ayudarla directamente, porque el cara a cara, nos da la posibilidad de vivir ese amor que Jesús nos trajo y que desea se viva hoy entre nosotros. El sueño de Jesús, como nos recuerda siempre nuestro Papa Francisco, "es la fraternidad".

Cáritas
Ustedes saben que las Caritas de las parroquias de nuestra Iglesia arquidiocesana, están disponibles para dar una mano.

A veces, tenemos lo suficiente para compartir y, otras veces, no alcanza. Vivimos de la providencia y de la generosidad de las personas que se acercan trayendo sus dones. Gracias a los aportantes de dinero y comida. ¡Gracias! Sepan que lo que dan, va directamente a los más pobres.

Quiero agradecerles a todas las personas que colaboran con su tiempo y su servicio en nuestras Caritas. Gracias porque son el Buen Samaritano de estos tiempos. Les pido que antes de comenzar la tarea y al finalizarla recen al Señor. No nos cansemos de rezar para que el Espíritu del Señor siga transformando las mentes y los corazones de todos nosotros, para que podamos vivir en una Argentina en la que a nadie le falte el pan en su mesa.

Los jóvenes, constructores de un amor concreto y solidario
Queridos jóvenes, amigas y amigos, me dirijo muy especialmente a ustedes, para pedirles que sean constructores de un amor concreto y solidario.

Deben ayudarnos a ser una sociedad más justa y fraterna. Ustedes no son el futuro, son el presente y necesitamos que nos ayuden a saber vivir en este mundo en cambio. NO se dejen tentar por juicios categóricos y condenatorios hacia los pobres, débiles y sufrientes. NO sean agresivos o violentos. Que en sus corazones habite el deseo de bien. Comprométanse con el Bien Común, y háganlo cada uno desde su lugar y según sus propias convicciones. Ayuden con urgencia para que no les falte al pan a los niños y a los ancianos.

Ustedes saben habitar en las redes sociales, por eso les pido que colaboren enviando mensajes positivos, mensajes llenos de cuidado y amor por los más pobres. Piensen cómo lo haría Jesús en este tiempo, cómo saldría en su defensa y sin ningún tipo de agresión: Siembren las Redes de amor concreto y solidario. ¡Sean la Palabra viva de Jesús! ¡Sean mensajeros de la paz!

Los invito a que todos los días, todos los días, le pidamos a la Madre del Señor, María de las Mercedes y de Luján, a Ella que está tan cerca de nuestro pueblo y de nuestra Iglesia, que pronto encontremos la salida a esta situación apremiante para muchas personas y que, mientras tengamos que vivir estos momentos difíciles, nos cuide y ampare a todos, especialmente a los más necesitados y pobres.

23 de febrero de 2024
Mons. Jorge Eduardo Scheinig, arzobispo de Mercedes-Luján

A los sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas,
a las comunidades parroquiales, de la vicarías y capillas,
a los miembros de los Organismos pastorales , Instituciones y Movimientos
a las Comunidades Educativas Católicas,
a los fieles todos del Pueblo de Dios que peregrina en Salta

¡Mi saludo fraterno y cordial en el Señor Jesucristo del Milagro y en su Madre bendita!

Nos encaminamos hacia la Celebración del Jubileo del año 2025 que nos ha de reunir a todos los hijos de la Iglesia bajo el lema: “Testigos de la esperanza”.

El Papa Francisco nos ofrece el marco de nuestro peregrinar invitándonos a vivir en nuestras Iglesias particulares la dimensión sinodal de la Iglesia, comprometiendo a todos los cristianos a “caminar juntos” buscando ser un pueblo que tiene conciencia de ser un misterio de comunión misionera. Nos ilumina el Sínodo de la Sinodalidad, cuya culminación será en octubre de 2024.

Este año fue anunciado por el Santo Padre como año de oración. Afirmaba el Papa: «debe acompañar la oración a la lectura de la Sagrada Escritura para que se entable diálogo entre Dios y el hombre» (Dei Verbum, 25). No olvidemos las dos dimensiones constitutivas de la oración cristiana: la escucha de la Palabra y la adoración del Señor. Hagamos espacio a la Palabra de Jesús, a la Palabra de Jesús orada, y sucederá para nosotros lo mismo que a los primeros discípulos.”. Al día siguiente, Mons. Rino Fisichella decía: El año Santo es un acontecimiento espiritual, por lo tanto, ha de ser preparado por la oración…“para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo”…

En ese marco, en comunión con toda la Iglesia, nuestra Arquidiócesis de Salta celebra el 50° aniversario del Congreso Eucarístico Nacional, que se realizó en Salta entre los días 6 y 13 de octubre de 1974 inspirado en el lema “Reconciliación en Cristo” y el 150° aniversario de la fundación del hoy Seminario Metropolitano “San Buenaventura”.

Bajo este contexto es que en este 2024 estamos celebrando el “Año de la Eucaristía, de la Comunión, de la Reconciliación y del Padre Nuestro”.

Permítanme compartir algunas breves reflexiones sobre algunas realidades que, vinculadas profundamente con la Eucaristía, nos interpelarán a lo largo de este tiempo, ayudándonos a recorrer el camino de los discípulos del Señor. Las mismas no agotan la riqueza del Misterio Eucarístico. Queda en manos de los señores presbíteros profundizar y enriquecerlas con la oración , la reflexión y la vivencia junto al Pueblo de Dios encomendado.

I. LA EUCARISTÍA, EXPRESIÓN PERFECTA DEL AMOR DE DIOS, FUNDAMENTO DE NUESTRA FE Y EXISTENCIA CRISTIANA

La Eucaristía nos entrega a Dios que se da en su totalidad a Su Iglesia, a cada uno de nosotros, a toda la humanidad, puesto que “Él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4).

“Sacramento de la caridad, la Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor “más grande”, aquél que impulsa a “dar la vida por los propios amigos” (cfr. Jn 15,13). En efecto, Jesús “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1)[1].

Este amor total tiene una expresión privilegiada en el ofrecimiento de la verdad. Cristo entrega al hombre la verdad sobre el hombre y alimenta su vida para que viva la verdad de su identidad y de su destino. “Jesucristo es la Verdad en persona que atrae al mundo hacia sí. Jesús es la estrella polar de la libertad humana: sin él pierde su orientación, puesto que, sin el conocimiento de la verdad, la libertad se desnaturaliza, se aísla y se reduce a arbitrio estéril. Con él, la libertad se reencuentra. En particular, Jesús nos enseña en el sacramento de la Eucaristía, la verdad del amor que es la esencia misma de Dios”[2].

En la Eucaristía, por lo tanto, nos consolidamos en el fundamento de nuestra fe que es el amor que Dios tiene por cada uno de nosotros; “Él nos amó primero” y la fuerza para vivir nuestra vida diaria como auténticos hijos de Dios que reconocen su propia existencia como respuesta libre y generosa a ese amor.

II. LA EUCARISTÍA Y LA INICIACIÓN CRISTIANA

En nuestra Arquidiócesis estamos recorriendo un camino, ya largo, que nos debe llevar a asumir, como Iglesia particular, el itinerario de la Iniciación a la vida cristiana propuesto por la 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana (Aparecida, 2007). Se trata de una propuesta que la Iglesia en el Continente presenta frente a la descristianización de nuestros fieles, inspirándose en el estilo catecumenal de la Iglesia de los primeros siglos. El desafío asumido es el siguiente: “O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora”[3].

Esta propuesta fue entregada para la Iglesia en todo el mundo por el Papa Francisco: “Una catequesis que pretende ser fecunda y en armonía con toda la vida cristiana encuentra su savia en la liturgia y en los sacramentos. La iniciación cristiana requiere que en nuestras comunidades se active cada vez más un camino catequético que nos ayude a experimentar el encuentro con el Señor, el crecimiento en su conocimiento y el amor por su seguimiento. La mistagogia ofrece una oportunidad muy importante para recorrer este camino con valor y determinación, favoreciendo el abandono de una fase estéril de la catequesis, que a menudo aleja sobre todo a nuestros jóvenes, porque no encuentran la frescura de la propuesta cristiana y la incidencia en su vida. El misterio que celebra la Iglesia encuentra su expresión más bella y coherente en la liturgia. No olvidemos en nuestra catequesis la contemporaneidad de Cristo.” [4].

El Papa Benedicto XVI enseñaba lo siguiente: Puesto que la Eucaristía es verdaderamente fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia, el camino de iniciación cristiana tiene como punto de referencia la posibilidad de acceder a este sacramento… debemos preguntarnos si en nuestras comunidades cristianas se percibe de manera suficiente el estrecho vínculo que hay entre el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía… Esto requiere el esfuerzo de favorecer en la acción pastoral una comprensión más unitaria del proceso de iniciación cristiana… Se ha de tener presente que toda la iniciación cristiana es un camino de conversión que se debe recorrer con la ayuda de Dios y en constante referencia a la comunidad eclesial… teniendo en cuenta que en la acción pastoral se tiene que asociar siempre la familia cristiana al itinerario de iniciación. Recibir el Bautismo, la Confirmación y acercarse por primera vez a la Eucaristía, son momentos decisivos no sólo para la persona que los recibe, sino también para toda la familia[5]

III. LA EUCARISTÍA Y LA ORACIÓN

Jesús oraba; los evangelios nos lo muestran dedicando mucho tiempo al encuentro con el Padre. Él enseñó a orar a sus discípulos, les dijo qué debían pedir, y cuáles habían de ser las condiciones espirituales para rezar, si de verdad querían orar al Padre en su nombre. Siguiendo sus enseñanzas, la Iglesia, desde su nacimiento, se revela como una comunidad orante: “Todos perseveraban unánimes en la oración” (Hch 1,14). Por eso puede decirse que la vocación cristiana es una vocación a la oración. San Pablo VI enseñaba: “¿Qué hace la Iglesia? ¿Para qué sirve la Iglesia? ¿Cuál es su manifestación característica?... La oración. La Iglesia es una sociedad de oración. La Iglesia es la humanidad que ha encontrado, por medio de Cristo único y sumo Sacerdote, el modo auténtico de orar” (3 de noviembre de 1978).

La oración es conversación familiar y unión con Dios. Decía Santa Teresa que la oración es “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama” (Vida 8,5). La oración es inmersión familiar en la Trinidad divina. Oramos al Padre en Cristo, por el Espíritu. Debemos aprender a orar. La Iglesia es maestra de oración en su liturgia y en el testimonio de los grandes orantes, los santos. Pero es sobre todo en la Celebración Eucarística el lugar y el momento en el que alcanza su plenitud la oración cristiana. Allí, desde lo profundo de nuestro interior y en comunión con toda la Iglesia, se expresan las dimensiones fundamentales de la oración bíblica: la petición, la alabanza y la acción de gracias. Con la Iglesia pedimos por todos los hombres, por los vivos y por los difuntos, alabamos al Señor y le damos gracias. En el clima de acción de gracias se renueva la Pascua del Señor que se nos da en la comunión eucarística.

En la Eucaristía el Padre Nuestro tiene un lugar especial. El Padre Nuestro nos fue entregado el día de nuestro bautismo. El Señor nos lo entregó como su oración, por eso, finalizando la Plegaria Eucarística es introducido para ser rezado por todos, siguiendo las enseñanzas de Jesús, bajo el impulso del Espíritu. Hemos de convertirlo en nuestra oración por excelencia.

Enseña el Papa Francisco: “La misa es oración, de hecho, es la oración por excelencia, la más alta, la más sublime, y al mismo tiempo la más «concreta». Porque es el encuentro de amor con Dios a través de su Palabra y del Cuerpo y la Sangre de Jesús. Es un encuentro con el Señor”. (15 de noviembre de 2017)

IV. LA EUCARISTÍA Y LA COMUNIÓN

La Eucaristía es la fuente de la comunión eclesial y personal. En el banquete eucarístico recibimos el pan del Palabra y el Pan de la Eucaristía. Allí alimentamos la comunión con Dios y con los hermanos. La Eucaristía dominical es el gran momento de la comunión de la Iglesia, en la diócesis y en las parroquias. Esta comunión nace en el misterio de Dios, se realiza y entrega en la Iglesia, se traduce en el caminar juntos en la fe y en la caridad que nos impulsa a la misión y al servicio a los hermanos.

A. Desde la comunión trinitaria
Cada celebración de la eucaristía es un rayo de ese sol sin ocaso que es Jesús resucitado. “Participar en la misa, en particular el domingo, significa entrar en la victoria del Resucitado, ser iluminados por su luz, calentados por su calor. A través de la celebración eucarística el Espíritu Santo nos hace partícipes de la vida divina que es capaz de transfigurar todo nuestro ser mortal. Y en su paso de la muerte a la vida, del tiempo a la eternidad, el Señor Jesús nos arrastra también a nosotros con Él para hacer la Pascua. En la misa se hace Pascua. Nosotros, en la misa, estamos con Jesús, muerto y resucitado y Él nos lleva adelante, a la vida eterna. En la misa nos unimos a Él. Es más, Cristo vive en nosotros y nosotros vivimos en Él: «Yo estoy crucificado con Cristo -dice san Pablo- y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí: la vida que sigo viviendo en la carne, la vivo en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó por mí» (Gálatas 2, 19-20). Así pensaba Pablo”[6].

La comunión brota de la misma Trinidad que genera la unidad interior en cada uno de nosotros y desde allí se desborda sumergiéndonos en el misterio de la unidad de la Iglesia. “Dios es comunión perfecta de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Ya en la creación, el hombre fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios. Pero es en Cristo, muerto y resucitado, y en la efusión del Espíritu Santo, que se nos da sin medida, donde nos convertimos en verdaderos partícipes de la intimidad divina”[7].

B. En la comunión eclesial
Al rezar el Credo profesamos: “Creo en la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica”. Se trata de cuatro atributos inseparables entre sí, que indican rasgos esenciales de la Iglesia y de su misión. Son dones de Dios que la llaman a ejercitar cada una de estas cualidades.

La Iglesia es una por su origen: “la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu Santo en la Trinidad de personas”[8]. Es una por su fundador: Cristo. Es una por su “alma”, el Espíritu Santo. Pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser una. El Concilio Vaticano II afirma , que, “la Iglesia es, en Cristo, como un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”[9]. Obra de Dios Uno y Trino, la Iglesia “aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad de Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”[10]. La Iglesia es depositaria y distribuidora de la acción redentora de Cristo. “La obra de la Redención se efectúa cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, por medio del cual Cristo, que es nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1Cor 5,7). Y, al mismo tiempo, la unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representada y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (Cfr. 1 Cor 10,17)[11].

De todo esto nace que la liturgia (y especialmente la Eucaristía) es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza”[12]. La Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia y se muestra como misterio de comunión.

C. Para la sinodalidad en la Iglesia
La enseñanza del Concilio Vaticano II nos lleva a descubrir a la Iglesia como un misterio de comunión misionera. Este misterio se vive en la historia como un Pueblo, el Pueblo de Dios que camina en comunión. “Caminar juntos” es el estilo comunional que caracteriza a la Iglesia. Este estilo es la sinodalidad. Hemos vivido el proceso en su momento diocesano, hemos compartido lo reflexionado con la Iglesia en la Argentina. Después del Sínodo en Roma en octubre de 2023 nos hemos reunido con el Consejo de Pastoral para avanzar en la propuesta ofrecida por la Iglesia extendida en el mundo entero. Estamos caminando, lento, pero caminamos.

El Papa Francisco, al iniciar este camino del Sínodo de la Sinodalidad, enseñaba: “Vivamos este Sínodo en el espíritu de la oración que Jesús elevó al Padre con vehemencia por los suyos: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Estamos llamados a la unidad, a la comunión, a la fraternidad que nace de sentirnos abrazados por el amor divino, que es único. Todos, sin distinciones, y en particular nosotros Pastores, como escribía san Cipriano: «Debemos mantener y defender firmemente esta unidad, sobre todo los obispos, que somos los que presidimos en la Iglesia, a fin de probar que el mismo episcopado es también uno e indiviso» (De Ecclesiae catholicae unitate, 5). Por eso, caminamos juntos en el único Pueblo de Dios, para hacer experiencia de una Iglesia que recibe y vive el don de la unidad, y que se abre a la voz del Espíritu. Las palabras clave del Sínodo son tres: comuniónparticipación y misión. Comunión y misión son expresiones teológicas que designan el misterio de la Iglesia, y es bueno que hagamos memoria de ellas”[13]

El Papa San Juan Pablo II incorporó la noción de “participación” en el discurso de clausura del Sínodo extraordinario de 1985 (7 de noviembre de 1985); entonces afirmó: “Es preciso que en las Iglesias locales se trabaje en su preparación -de los sínodos- con la participación de todos”. Francisco nos advierte que la participación es una exigencia de fe, no de simple estrategia. Es la escucha atenta a la voz del Espíritu que continúa manifestándose en el sentido de la fe de nuestros fieles.

La sinodalidad se convierte en un modo de vida de la Iglesia que quiere vivir su identidad de misterio de comunión misionera en la historia y en cada época, por eso busca escuchar para llegar a enfrentar los desafíos que le muestra el Espíritu Santo discerniendo los signos de los tiempos en cada Iglesia particular en el misterio de la Iglesia universal.

La fuente, el alimento y la cumbre del caminar juntos es y será siempre la Eucaristía. Es bueno recordar la enseñanza conciliar: “Conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al obispo, sobre todo en la iglesia catedral, persuadidos de que la principal manifestación de la Iglesia se realiza en la participación plena y activa de todo el pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones litúrgicas, particularmente en la misma Eucaristía, en una misma oración, junto al único altar, donde preside el Obispo rodeado de su presbiterio y ministros”[14]. Esta manifestación y alimento de la comunión se expande en las parroquias sobre todo en la misa dominical presidida por el Párroco y en toda Celebración Eucarística que se celebra en espíritu de comunión.

D. Hacia la misión
La comunión en la Iglesia no alimenta la autocomplacencia. Por el contrario, la comunión es para la misión, es comunión misionera. La Iglesia vive para evangelizar, esa es su identidad más profunda. El mandato ha brotado de labios de Jesús: “Vayan, entonces, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estoy con ustedes hasta el fin del mundo” (Mt 28, 19-20).

Esta palabra de Jesús, nos interpela. El anuncio del Evangelio responde a nuestra identidad cristiana. A su luz recordemos esta enseñanza de San Pablo VI: “Sería ciertamente un error imponer cualquier cosa a la conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer…, lejos de ser un atentado contra la libertad religiosa, es un homenaje a esa libertad, a la cual se ofrece la elección de un camino que incluso los no creyentes juzgan noble y loable… No sería inútil que cada cristiano y cada evangelizador examine en profundidad, a través de la oración, este pensamiento: los hombres podrán salvarse por otros caminos gracias a la misericordia de Dios, si nosotros no le anunciamos el Evangelio, pero, ¿podremos nosotros salvarnos si por negligencia, por miedo, por vergüenza…, o por ideas falsas omitimos anunciarlo?”[15]. El desafío es llegar a todos los hombres y a todo el hombre. Nuestra Iglesia arquidiocesana ha de hacer suya la pasión del Señor Jesús que, en su imagen del Milagro llegó “buscando el amor de un pueblo”.

1. Llegar a todos
La nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos. Así nos lo recuerda el Papa Francisco: “En primer lugar, mencionemos el ámbito de la pastoral ordinaria, animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna…. En segundo lugar, … el ámbito de las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo, no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe… Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado… Todos tienen e derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen en deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción”[16].

Según la enseñanza del Papa San Juan Pablo II, la actividad misionera representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia” y “la causa misionera debe ser la primera”[17]

2. Darlo todo (entregar a Jesucristo, cuidar a los pobres)
Llegar a todos los hombres y a todo el hombre. Lo enseñaba San Pablo VI: “La Iglesia evangeliza cuando por la sola fuerza divina del mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos… Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas más vastas o en poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar, con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación… Lo que importa es evangelizar… de manera vital, en profundidad y hasta sus mismas raíces, la cultura y las culturas del hombre”[18].

Desde el corazón de la Eucaristía, que se hace Pacto de Fidelidad cada 15 de septiembre, hemos de abrir el corazón a los horizontes de toda la humanidad y de todo lo humano que habita en nuestra Arquidiócesis. Se impone el diálogo con todos los salteños, con lo diversos sectores y el servicio a los pobres, los enfermos, los necesitados. Que la vivencia de la fraternidad que brilla en los peregrinos sea luz de esperanza para una nueva sociedad que cuida y se hace cargo del hermano.

V. LA EUCARISTÍA Y LA RECONCILIACIÓN

Ya en 1984el Papa San Juan Pablo II describía a este mundo como “en pedazos”, hablando de divisiones que se manifiestan en las relaciones entre las personas y los grupos, pero también a nivel de naciones contra naciones. El Papa Francisco habló varias veces de una tercera guerra mundial por las numerosas zonas de conflicto que dibujan un mundo enfrentado. Las guerras entre Rusia y Ucrania, así como el enfrentamiento provocado por Hamas en Israel, son el emergente doloroso de una humanidad dividida. Varias causas se descubren según las miradas desde las que se estudian estas divisiones: las varias formas de discriminación racial, cultural, religiosa: la violencia y el terrorismo, la trata de personas, la acumulación de armas, la distribución inicua de las riquezas del mundo y de los bienes de la civilización. También en el interior de la misma Iglesia aparecen estas divisiones entre sus mismos miembros, causadas por la diversidad de puntos de vista en el campo doctrinal y pastoral. “Sin embargo, por muy impresionantes que a primera vista puedan aparecer tales laceraciones, sólo observando en profundidad se logra individualizar su raíz: ésta se halla en una herida en lo más íntimo del hombre. Nosotros, a la luz de la fe, la llamamos pecado; comenzando por el pecado original que cada uno lleva desde su nacimiento como una herencia recibida de sus primogenitores, hasta el pecado que cada uno comete, abusando de su propia libertad”[19].

Si profundizamos la mirada sobre la humanidad captamos en lo más vivo de la división un inconfundible deseo, por parte de los hombres de buena voluntad y de los verdaderos cristianos, de recomponer las fracturas, de cicatrizar las heridas, de instaurar una unidad esencial. La reconciliación buscada no puede ser menos profunda de lo que es la división; debe llegar a la raíz de todas las divisiones que es el pecado. La unión de los hombres no puede darse sin un cambio interno de cada uno. La conversión personal es el camino necesario para la concordia entre las personas.

A. La Reconciliación personal
La Reconciliación es un don de Dios; es iniciativa del Padre que se concreta y manifiesta en el acto redentor de Jesucristo en su Pascua y que se irradia en el mundo mediante el ministerio de la Iglesia.

El Señor Jesucristo, venciendo con la muerte en la Cruz el mal y el poder del pecado con su total obediencia de amor, ha traído a todos la salvación y se ha hecho reconciliación para toda la humanidad. La Iglesia es sacramento de esa reconciliación, por eso ella proclama con san Pablo: “Nosotros somos embajadores de Cristo, y es Dios el que exhorta a los hombres por intermedio nuestro. Por eso les suplicamos en nombre de Cristo: Déjense reconciliar con Dios” (2 Cor 5,20). Con su oración, con su predicación y con su testimonio, la Iglesia no cesa de llamar a la reconciliación con Dios y con los hermanos.

Un servicio especial es el sacramento de la Reconciliación. El amor a la Eucaristía lleva también a apreciar cada vez más este sacramento, llamado también penitencia o confesión. El Papa Benedicto XVI enseñaba: “Debido a la relación entre estos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial… La relación entre la Eucaristía y la Reconciliación nos recuerda que el pecado nunca es algo exclusivamente individual, siempre comporta también una herida para la comunión eclesial, en la que estamos insertados por el Bautismo”[20].

B. La Reconciliación comunitaria en la Iglesia
También la Iglesia, como comunidad, recibe del Padre el don de la Reconciliación. Este don la convierte en sacramento de Reconciliación para todos los hombres. Al mismo tiempo la desafía permanentemente a trabajar por la reconciliación entre sus miembros, los bautizados. La herida a la unidad de la Iglesia la acompaña en su historia desde los pequeños enfrentamientos hasta los cismas que afectaron gravemente su comunión, muchos de los cuales aún perduran. Hemos de pedir humildemente y con insistencia por la unidad de la Iglesia. Este año, en el que queremos honrar especialmente el sacramento de la Eucaristía, signo de unidad y vínculo de caridad, hemos de elevar al Señor nuestras súplicas para que nuestras palabras y actitudes no rompan la comunión. Que la fe en la obra de Jesús Resucitado y de su Espíritu Santo se traduzca en un amor fiel a la Iglesia, tanto a la Iglesia extendida por toda la tierra como a la Iglesia local.

C. La reconciliación social en nuestro país y en el mundo
Los cristianos, sin ser del mundo, vivimos en este mundo. Resuena en nuestro corazón la enseñanza del Concilio Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”[21].

Nuestra patria y el mundo vive un tiempo de enfrentamientos y divisiones. Trabajar por la paz es una tarea ineludible para cada cristiano. El Papa Francisco nos propone alimentar la cultura del diálogo y del encuentro, una cultura capaz de promover a todos, de dignificar a los excluidos, a los pobres a los necesitados. La propuesta de la Carta “Fratelli Tutti” que ha de ser leída con la Carta “Laudato sí” nos deben orientar a cada uno de nosotros y a nuestras comunidades. La fuerza transformadora de la sociedad, subraya el Santo Padre, es sin duda la educación. Que los lineamientos esenciales del Pacto Educativo Global guíen la labor educativa en nuestra diócesis para ser un acto de reconciliación y esperanza en nuestra sociedad.

Reitero mi invitación a los señores presbíteros a profundizar y ampliar estas reflexiones para que nos impulsen a vivir este año de la Eucaristía, de la Caridad y del Padre Nuestro con gozosa fidelidad.

Para finalizar, les propongo algunas acciones pastorales que han de marcar el curso pastoral de este año en nuestra Arquidiocesis:

ACCIONES PASTORALES

1. Alimentar la vida litúrgica en nuestras parroquias, centros educativos e instituciones y movimientos
Es importante que renovemos el fervor por hacer de la liturgia “la fuente y la cumbre de la vida de la Iglesia”, especialmente de la Eucaristía dominical. Aprovechemos los tiempos fuertes de la liturgia, las fiestas patronales, el curso del año litúrgico y las ocasiones favorables para animar, con una catequesis mistagógica, la “activa y fructuosa participatio” de todos los fieles.

2. Encuentro de la Iglesia local
Según los conversado en el Consejo Presbiteral y en reuniones del Presbiterio, en torno a Pentecostés, organizaremos un encuentro que puede ser arquidiocesano y/o decanatal, de parroquias, instituciones y movimientos, para acrecentar el conocimiento y la comunión entre los bautizados. Será un momento celebrativo y catequístico.

3. La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor
Debemos destacar este año la Celebración de la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor (Domingo 2 de junio). La Celebración Eucarística será en las proximidades de la Cruz del Congreso Eucarístico y la procesión ha de dirigirse a la Catedral Basílica para culminar allí con la Bendición Eucarística.

4. Congreso Eucarístico Arquidiocesano Juvenil
Al cumplirse el 50° aniversario de la Celebración en Salta del Congreso Eucarístico Nacional, celebraremos el Encuentro Eucarístico Juvenil Arquidiocesano entre los días 12 y 13 de octubre en la Parroquia "Nuestra Señora Aparecida" en Vaqueros. Esperamos contar con la participación de delegaciones todas las parroquias. Serán invitadas las arqui/diócesis y prelaturas del NOA.

5. 50° Aniversario del Servicio Sacerdotal de Urgencia y de la Parroquia “San José Obrero”
Nos uniremos a las celebraciones organizadas por los fieles de esa institución y de esa parroquia, frutos del Congreso Eucarístico Nacional.

6. 150° Aniversario de la creación del Seminario Metropolitano “San Buenaventura”
Los formadores de nuestro querido Seminario, corazón de la arquidiócesis, presentarán el programa de celebraciones de un aniversario que proclama la fidelidad de Dios y compromete nuestro apoyo orante y de sostenimiento material.

7. Apertura del Proceso de Canonización de Mons. Carlos Mariano Pérez Eslava, 2° arzobispo de Salta
La escucha de numerosos testimonios y el pedido de la gran mayoría de los señores presbíteros me impulsan a poner en marcha el proceso de canonización de Mons. Pérez.

Invito a la oración de todo el pueblo santo de Dios para que podamos responder a este regalo de Dios a nuestra arquidiócesis.

8. Consagración de los templos parroquiales del Bautismo del Señor y Nuestra Señora de Lourdes en la ciudad de Salta y de San Francisco Solano en El Galpón
El 9 de febrero ha sido dedicado el templo parroquial del “Bautismo del Señor y Nuestra Señora de Lourdes”. El próximo 10 de marzo, a hs 10,00 será dedicado el templo parroquial de ”San Francisco Solano” en El Galpón. Ambas dedicaciones profundizan el misterio de la Eucaristía como centro de la vida de la Iglesia. Damos gracias a Dios.

9. Las fiestas en honor del Señor y de la Virgen del Milagro
Este año, las fiestas en honor al Señor y a la Virgen del Milagro destacarán, de un modo particular, la centralidad de la Eucaristía en la vida de nuestra Iglesia de Salta. Es una dimensión profunda del Milagro.

10. Que Nuestras Cáritas ocupen el lugar protagónico que les corresponde en las parroquias
Esto nos compromete a priorizar, apoyando a Cáritas y a otras iniciativas que el Espíritu suscita en instituciones, movimientos o fieles al servicio de nuestros hermanos mas necesitados. Por ejemplo: Casita de Belén, Manos Abiertas, Casa de la Bondad y otros.

11. Asumir el desafío eclesial a favor de la educación integral de todos los salteños
Nuestra Universidad Católica y nuestros colegios sean de la arquidiócesis o de congregaciones religiosas, deben ser los modelos de una educación de calidad con fuerte identidad católica, siguiendo las indicaciones del Pacto Educativo Global que el Papa Francisco propuso a la Iglesia.

Gracias a todos, por su testimonio de fe y de amor a la Iglesia. El Señor los bendiga. En el Miércoles de Ceniza, Salta, 14 de febrero de 2024.

Mons. Mario Cargnello, arzobispo de Salta


Notas:
[1] Benedicto XVI, Exhortación Apostólica “Sacramentum Caritatis”-a partir de ahora SC- 22.02.2007, 1
[2] SC 2. Siempre es de renovado valor las reflexiones de G.S. 22
[3] 5ª Conferencia Episcopal Latinoamericana, a partir de ahora DA 287
[4] francisco, “El Catequista, testigo del Misterio” (22.09.2018). El Papa Francisco dedicó sus catequesis de los miércoles al tema de los sacramentos de la iniciación cristiana entre el 8 de noviembre de 2017 y el 6 de junio de 2018. Quince catequesis dedicadas a la Eucaristía, seis al bautismo y tres a la confirmación.
[5] Cfr. Benedicto XVI, Exhortación Sacramentum Caritatis, (A partir de ahora SC)- 17-19
[6] Papa Francisco, Catequesis en la Audiencia General del 22 de noviembre de 2017.
[7] SC 9
[8] Concilio Vaticano II, Decreto sobre el Ecumenismo -UR- 2
[9] Concilio Vaticano II, Constitución dogmática sobre la Iglesia_- LG-, 1
[10] LG 4
[11] LG 3
[12] Concilio Vaticano II, Constitución sobre la Liturgia, - SC- 10.
[13] Francisco, Discurso en el Aula Nueva del Sínodo, sábado, 9 de octubre de 2021
[14] SC 41
[15] San Pablo VI, Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, (8.12,1975),-EN-, 80.
[16] Francisco, Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” -EG-. 14
[17] San Juan Pablo II, Encíclica “Redemptoris Missio” -RM-, 40. 80.
[18] EN 18,19,20.
[19] San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica “Reconciliatio et Poenitencia” -REP, 2
[20] SC 20.
[21] Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, -GS- 1.