Viernes 3 de mayo de 2024

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Durante la Semana Santa que iniciamos actualizaremos en nuestras celebraciones litúrgicas lo que aconteció hace casi dos mil años en Jerusalén. Muchas veces creemos que nuestro momento es el peor, pero en la historia cada situación vivida ha tenido sus graves problemas. No era fácil el contexto en donde se vivió la Pascua del Señor. Tanto por la dominación del Imperio Romano, como por la complejidad de la religiosidad de los judíos y los paganos. En Jerusalén transcurrieron los días y hechos cruciales de nuestra fe. Jerusalén nos evoca el pasado histórico y el futuro escatológico. Aunque lamentablemente siempre abundan los conflictos, Jerusalén nunca dejó de ser una tierra cargada de historia, misterio y sobre todo fe. Es ahí en Jerusalén donde Jesucristo va a vivir la Pascua. Esta va a ser su Pascua, nuestra Pascua y la Pascua de la humanidad.

En este domingo celebramos la entrada mesiánica a Jerusalén (Mc 11,1-10). Jesús montado sobre un pobre burro, es el rey humilde que contradice el poder romano y religioso de los judíos que no entendían la presencia de Dios. Leeremos también la pasión del Señor. Con la lectura de estos textos nos prepararemos para las diversas celebraciones de la Semana Santa. El jueves a las 9 h. nos reuniremos en la Catedral de Posadas, con todos los sacerdotes de la Diócesis y el pueblo de Dios que viajará hasta allí para acompañarnos, y celebrar la Misa Crismal. Esta Misa lleva este nombre porque realizaremos la bendición de los distintos óleos y el Santo Crisma, aceites sagrados que usamos en la distribución de los Sacramentos durante el año. También en esta Eucaristía los sacerdotes renovaremos nuestras promesas sacerdotales. Renovamos el agradecimiento por el llamado que Dios nos ha hecho a ser Apóstoles y amigos. Ese mismo día por la noche celebraremos la Santa Misa en la Cena del Señor. Allí los cristianos nos reunimos a celebrar la institución de la Eucaristía, del sacerdocio y del servicio con el gesto del lavatorio de los pies. Como tradicionalmente lo hacemos, en la plaza de las antiguas reducciones de San Ignacio celebraremos la Misa Popular de las Misiones recuperando la memoria y conjugando la cultura y la espiritualidad de nuestro pueblo. Después siguiendo los textos de la Palabra de Dios nos encaminamos a participar en el «Vía Crucis», en el juicio y la muerte del que fue crucificado el Viernes Santo. El sábado por la noche la Misa empezará en la oscuridad y el cirio encendido será la luz de Cristo, la esperanza y la vida que ilumina las tinieblas. Los aleluyas expresarán el triunfo de la vida, sobre la muerte, porque Cristo, el que murió, ¡Resucitó! La liturgia Pascual nos invita a que nosotros también subamos a Jerusalén para vivir nuestra Pascua.

Muchos al escuchar: Semana Santa o Pascua, lo asocian solamente a vacaciones o a diversión. Como muchos contemporáneos de Jesús, no captan ni entienden el sentido profundo y la posibilidad que Dios quiere regalarnos de vivir la conversión y la Pascua. Hoy corremos el riesgo que el secularismo nos lleve a vaciar de contenido aquello que celebramos. El secularismo es una forma de ateísmo práctico. No discute la existencia de Dios, la omite y vacía de valores que son fundamentales a la dignidad humana. No está mal que algunos quieran tomarse un descanso de la rutina diaria, pero esto debe convivir con nuestro compromiso cristiano de participar y vivir la Pascua y las celebraciones, para renovar la fe.

Quiero subrayar la necesidad de participar en todas las celebraciones de Semana Santa. Esto llenará de sentido nuestras vidas y nos animará a renovarnos como hombres y mujeres «pascuales», para que renovados en la fe podamos ser fermento de transformación social y globalizar la solidaridad.

Les envío un saludo cercano y ¡hasta el próximo domingo!

Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas

En este pórtico de nuestra Semana Santa, el Domingo de Ramos, escuchamos dos pasajes del Evangelio según san Marcos: la entrada de Jesús en Jerusalén y, ahora, el relato de su pasión. Marcos ha querido resaltar la humanidad de Jesús, la valentía de su humildad y su confianza en Dios, al escribir su evangelio precisamente para una comunidad que, como Jesús, estaba sufriendo la hostilidad y la violencia. Así, también ahora, estas páginas pueden ofrecernos una mirada que ilumine nuestra propia vida de fe y, sobre todo, que nos aliente en el seguimiento de Jesús al afrontar la adversidad, especialmente en este tiempo.

Los gritos de hosanna, que acompañaron al Señor como un canto de triunfo durante su entrada en Jerusalén, son el primer gran malentendido de la última semana en la vida de Jesús. Lo aplauden porque esperan que este Mesías les devuelva el poder perdido del reino de David. Parecería que no pueden reconocer que el Mesías, al que están animando con sus cantos, no viene para ejercer ninguna violencia ni ningún acto de fuerza; al contrario, se ofrecerá a sí mismo como sacrificio para que todos puedan experimentar una nueva libertad, que ningún reino de este mundo ofrece.

Sin embargo, entrar montado en burro debe haber despertado preguntas y alentado esperanzas. La profecía de Zacarías habló claramente: «Mira: tu rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna» (Zc 9, 9).

El Mesías Jesús no trae guerras para ganar, sino paz para afirmar. Avanza a paso sereno sobre un animal de carga, no montado sobre un imponente carro de guerra. Aquellos que, como él, eligen el camino de la mansedumbre y cargan con el peso de una realidad herida por la injusticia, antes que ceder a la violencia, experimentan una nueva forma de vivir y abren caminos nuevos. No es la posesión, sino el don de sí mismo, la entrega en la libertad y el amor, el que hace la felicidad. Quien está obligado a servir es sólo un esclavo, pero quien elige servir es, en cambio, otro Cristo.

La historia de la pasión y la muerte de Jesús en el Evangelio según Marcos nos ayudan a ir todavía más a fondo en esta perspectiva.

Llama la atención la actitud pacífica de Jesús ante su arresto y los episodios de violencia que lo rodean, mostrándolo como un modelo de entrega y de no violencia. No es un signo de debilidad o de falta de coraje, menos aún es un silencio enfermizo que quiere tapar la injusticia. Es el silencio corajudo, sanísimo, ese que no reacciona con la agresión o la hostilidad frente a las provocaciones, el silencio que no se descompone frente a la arrogancia, a la provocación, al insulto y a la calumnia. Es el silencio noble que testimonia lealtad y rectitud, y la confianza de que la causa noble por la que se entrega finalmente triunfará. Con la misma lucidez de Jesús, el cristiano no es alguien que se resigna, sino aquel que ama la verdad y la justicia más que su propia vida, y sabe que la mentira y la injusticia no tendrán la última palabra.

Pero el Jesús de quien nos habla el Evangelio no es un héroe incapaz de conmoverse. Marcos ha querido mostrarnos el rostro humano de Jesús ante su pasión. Lo vemos experimentar el miedo y la angustia, lo contemplamos sufriente y cargado de dolor. Es un rostro que lo hace infinitamente cercano y accesible a nosotros, los creyentes. Más todavía, Marcos nos presenta un Jesús que enfrenta su pasión en completa soledad. Esa experiencia de abandono y desolación que enfrentan creyentes y justos en las horas difíciles.

Allí, el silencio de Jesús cobra toda su fuerza. Ante las acusaciones y provocaciones, Jesús guarda silencio. No pierde aquella mansedumbre que eligió al entrar en Jerusalén montado en un humilde asno. La fuerza de Jesús reside precisamente en ese testimonio de mansedumbre, en esa humilde fidelidad de quien no cede a la violencia.

Al final, viéndolo morir de este modo, viéndolo entregar su vida de este modo, un centurión pagano confesará: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!» (Mc 15, 39). La mansedumbre de Jesús es capaz de tocar el corazón y cambiar la vida de todo hombre y mujer que se anime a contemplarlo muriendo así, desarmado, manso, entregado. Es un mensaje más elocuente que cualquier palabra, capaz de ser comprendido por todo ser humano, cualquiera sea su lengua o su pueblo de origen. Porque precisamente para esto ha venido: para conducir a la humanidad entera por el camino de la paz. Cuando, a la hora de su muerte, se rasga el velo del Templo, es señal de que su misión se ha cumplido: la entrega de Jesús nos ha abierto el «camino nuevo y vivo» (Hb 10, 20) que nos acerca al Padre y nos reconcilia entre nosotros.

Preguntémonos en un momento de silencio: Al contemplar así a Jesús, entrando manso y humilde en la Ciudad santa, entregando su vida desarmado de toda violencia, ¿qué nos invita a vivir el Evangelio? ¿Qué pasos estamos llamados a dar, cada uno y cada una, en su propia vida?

Tengamos el coraje de José de Arimatea. Tras la muerte violenta de este Jesús manso y pacífico, no teme identificarse como su seguidor. Es un modelo de coherencia y de valentía en el camino de la fe, del que todos –creo- podemos aprender. No se trata de grandes acciones ni de muestras de fe grandilocuentes; se trata del humilde coraje de seguir los pasos de Jesús, de abrazar su mismo camino de mansedumbre y entrega, de amar hasta el final como Aquel que nos amó hasta el final.

Y no olvidemos nunca la profesión de fe del centurión: «¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!», ni la oración confiada de Jesús en el huerto de la agonía: «Abba, Padre» (Mc 14, 36). En la hora desoladora de la pasión, Jesús vuelve a ponerse en las manos de un Dios en quien puede confiar, al que puede invocar como Padre, cuyo amor paternal no lo abandona jamás. Tampoco nosotros, en las horas de sufrimiento y desolación, estamos abandonados a nuestra suerte. También nosotros verdaderamente somos hijos e hijas de Dios. También nosotros, en nuestras horas oscuras, podemos ser sostenidos por esa confianza.

Mons. Maxi Margni, obispo de Avellaneda-Lanús
Iglesia Catedral, 24 de marzo de 2024.

Queridos hermanos, queridos sacerdotes:

El 2024 ES UN AÑO PARA ESCUCHAR, para re-aprender a escuchar. QUE BUENO DEJAR RESONAR EN EL CORAZÓN: “El Señor me ha ungido. El me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres y a darles el óleo de la alegría”.

Que el Espíritu de la gracia y la paz nos permita conocer a Jesús, seguir a Jesús, amarlo y hacerlo amar. Esta es la oración colecta de esta Eucaristía: “Dios nuestro, que al ungir con el Espíritu Santo a tu Hijo unigénito lo hiciste Señor y Mesías, concede bondadosamente a quienes participamos de su misma consagración, ser ante el mundo testigos de la Redención”.

  • HACE UNOS AÑOS un pedagogo argentino decía que necesitábamos volver de BABEL. Era aquella ciudad que se construyó después de la corrupción del pecado creciente, después del diluvio; hombres que se querían salvar sin Dios y contra Dios. Violentos, (como Nimbrot, Gn 10,9); y Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica “Reconciliación y Penitencia” decía “el mundo está enfermo con el síndrome de Babel, pueblos que terminaron en la incomunicación, la dispersión.”
  • CUANTO MÁS HOY CONSTATANDO nuestras heridas y vulnerabilidades, la violencia es signo de incomunicación; y que crece donde no hay diálogo y encuentro sino soledad y desconfianza.
  • NOSOSTROS Hoy estamos aquí porque Dios nos HABLÓ PRIMERO, nos llamó a la vida, a servir a su pueblo. Dios es comunión, comunicación, su Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, y asumió también nuestra historia transformándola, abriéndola a la eternidad.
  • COMUNICÁNDOSE, nos capacita para comunicarnos y desde el bautismo, abriendo nuestros oídos como a sordos (con el gesto del EFFATÁ: <ábrete>), nos invita a escuchar, con los oídos y con el corazón, a superar las apariencias y el instante: amando, comprendiendo, acompañando.
  • Pablo, SAN PABLO, modelo de Apóstol, en el camino escuchó la voz (Hch 9,4ss), se descubrió interpelado sobre su obrar. Él enseñará que la fe viene de la audición (Rm 10,17-18), y poco después propone un camino de ofrenda que va empapado de humildad y sobre todo de caridad (Romanos 12) que implica: escuchar antes de proponer, amando, compartiendo, reconociéndonos todos peregrinos.
  • Con gestos, como el gesto curativo y suave de ungir, para el que prepararemos hoy los santos óleos.

Me parece compartirlo como una propuesta para nosotros para esta semana santa: ROMANOS, Capítulo 12:

“1 Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia (POR ESTE CARIÑO DE DIOS) de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. 2 No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente (transfigúrense) renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto.

3 En virtud de la gracia que me fue dada, le digo a cada uno de ustedes: no se estimen más de lo que conviene; pero tengan por ustedes una estima razonable, según la medida de la fe que Dios repartió a cada uno. 4 Porque así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros con diversas funciones, 5 también todos nosotros formamos un solo Cuerpo en Cristo, y en lo que respecta a cada uno, somos miembros los unos de los otros. 6 Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. 7 El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. 8 El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría.

9 Amen con sinceridad. Tengan horror al mal y pasión por el bien. 10 Ámense cordialmente con amor fraterno, estimando a los otros como más dignos. 11 Con solicitud incansable y fervor de espíritu, sirvan al Señor. 12 Alégrense en la esperanza, sean pacientes en la tribulación y perseverantes en la oración. 13 Consideren como propias las necesidades de los santos y practiquen generosamente la hospitalidad.

14 Bendigan a los que los persiguen, bendigan y no maldigan nunca. 15 Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. 16 Vivan en armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los más humildes. No presuman de sabios. 17 No devuelvan a nadie mal por mal. Procuren hacer el bien delante de todos los hombres. 18 En cuanto dependa de ustedes, traten de vivir en paz con todos. 19 Queridos míos, no hagan justicia por sus propias manos, antes bien, den lugar a la ira de Dios. Porque está escrito: Yo castigaré. Yo daré la retribución, dice el Señor. 20 Y en otra parte está escrito: Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber. Haciendo esto, amontonarás carbones encendidos sobre su cabeza. 21 No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien.”

Un venerable cura italiano (Don Tonino Bello) hacía notar que “la cuaresma va de la cabeza a los pies”, de la imposición de las cenizas al lavatorio de los pies. Que este camino pase por el corazón y renueve nuestra conciencia de hijos amados, de servidores de una Iglesia Sacramento del servicio que no saca el delantal que el Maestro se puso en la última cena. Agradecido de todo el testimonio de su entrega generosa les deseo que esta celebración y las de Semana Santa los renueven en la alegría.

Que Brochero, y Mama Antula, que escucharon los clamores y el llamado a trabajar en la viña, junto a María de Guadalupe y San José, nos sostengan en el aprendizaje de la escucha y la sinodalidad, de la humildad y la caridad. Así Sea.

Mons. Pedro Torres, obispo de Rafaela

¿De qué hablaban por el camino? Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande. (Mc 9,33-34).

Serán llamados ‘sacerdotes del Señor’ Tocados para caminar en Su mismo camino y agradecidos por ello.

Retomaré algún texto de la Misa de 2023, para situarnos en este caminar sacerdotal con algunos puntos que considero son como vitales, para nuestro obrar y convivir como sacerdotes. La gratuidad y el parentesco, el honor que nos concede al poner bajo nuestro cuidado una porción de su pueblo fiel y la gloria y corona que debe ser un camino realizado en fraternidad sacerdotal cuya fuente es el momento y lugar cotidiano de nuestro encuentro con Él, con su Persona.

1. Emparentados gratuitamente con el Señor
Lo primero que surge en esta acción de gracias es la gratuidad de la elección que el Señor hizo de cada uno de nosotros, su acompañamiento fraterno, lo que ha esperado y espera el retorno para abrazarnos con misericordia y las veces que nos ha sostenido fuerte la mano para no caer si tropezábamos y más aún, levantarnos si habíamos caído.

Estamos emparentados con el Señor. Lo hace desde el primer llamado. Cada uno de nosotros puede dar cuenta de cómo fue ese llamado que nos hizo, dónde, en qué circunstancias, desde las dudas iniciales (o no) hasta el momento decisivo de dejar todo y seguirlo. Podríamos recordar con afecto y gratitud esos momentos dramáticos que por primera vez vivimos y que luego por ser tal la vocación a la que hemos sido llamados y respondido, se reitera cada vez que el mismo Señor así lo quiere.

¿Estaríamos en lo correcto si pensamos el Señor nos castiga con daños porque no hacemos las cosas bien? ¿Nos es lícito pensar que si las actividades que hemos preparado con mucho esfuerzo y orden no salen bien es porque algo habremos hecho? ¿Podremos conformarnos y encontrar la paz que tanto deseamos y pedimos con un inconformismo que surge de otro tipo de insatisfacciones, pero ciertamente no de cumplir la voluntad de Dios?

Por eso, la acción de gracias de esta misa Crismal, en la que el Señor renueva su vínculo filial con nosotros, en la que nos trae a la memoria ese día inquietante y dichoso que nos invitó a seguirlo, le diremos una vez más que sí. Que entre tropezones y caídas volvemos a decirle que creemos en Él y en Aquél que lo envió, y que no sabemos si estará muy contento con nosotros, pero que nosotros estamos muy contentos con Él.

2. Ejercemos la misión en un lugar por Él conquistado
Nos permite ejercer la misión en un lugar que Él conquistó con su sangre, una Porción de la Iglesia, su Esposa, que confía a nuestro cuidado. Vino a rescatarnos, hemos costado la sangre de un Dios, nos convoca a esta Asamblea sabiendo que como pecadores perdonados podemos cometer las mismas cosas y tener las mismas miserias que antes de su Nacimiento en Belén. Nos da su confianza a nosotros, que somos los reos rescatados. (Como si cada uno de nosotros pusiéramos el tesoro recuperado al cuidado del que lo robó). Y todo porque hemos caminado son Él y nos ha preguntado más de una vez, mejor aún, cada vez que volvimos arrepentidos y humillados ‘¿me quieres? apacienta mis ovejas’. Nos confía un universo de realidades humanas que nos enriquecen cotidianamente.

Es en la Parroquia como microcosmos, donde anida, vive y emerge en ese universo toda realidad humana. Un universo tiene una proyección infinita. Y esto vale para todas las parroquias. Porque solemos analizarlas y juzgarlas por lo que aparece o por lo que nos dicen cuatro o cinco personas que opinan y juzgan pero desde afuera.

La Parroquia es fuente, origen, culmen de nuestra espiritualidad. El Señor nos ha elegido para caminar estrechamente con Él y atenderlo en su cuerpo. Por eso lo nuestro es desde ya, caminar con Él, extremar la caridad con los que, parte de su cuerpo, están solos, descartados, tristes, pobres y enfermos, advertir a los ricos que la mortaja no tiene bolsillos y que hay hermanos que necesitan de su generosidad, escuchar a los que gritan sin hacernos los sordos, no sacarle los pobres del camino, descansar con Él, cansarnos con Él, desgastarnos por Él.

3. Nuestro centro es la eucaristía
Día tras día viene a buscarnos en la eucaristía, la expresión más alta y sublime del encuentro de los hombre con Dios y de los hombres entre sí. Desde allí que nuestro centro sea la Eucaristía, el lugar de encuentro por excelencia, el lugar en donde quiso quedarse entre nosotros para la eternidad, allí nos hermanamos y llamamos a la hermandad a todos aquellos que lo deseen. Ese lugar gratificante al que somos invitados, mucho más los pecadores, porque en ese lugar de servicio, de entrega, de diálogo y de consuelo, aprendemos, como en otro Nazaret, a vivir en familia, a conocerlo al Señor y a conocernos, a no desesperar porque no todo sale como lo planeamos, a sorprendernos con el Señor, en definitiva, a caminar por los caminos que quiere que recorramos.

Que nuestro día comience con el Señor y termine con Él, dando gracias, pidiendo perdón, pidiendo fuerzas o llorando junto al pueblo fiel para hacer nuestros los pesares de tantos hermanos que sufren, porque ellos, con vergüenza y gratitud lo digo, en su sufrimiento, hacen méritos por nosotros. Les debemos lo que somos. ¿Pido para todos nosotros una renuncia generosa? Sí. Nos ha tocado caminar con el Señor y atenderlo en su cuerpo.

En mi modo de ver estos tres ejes tomados (o re tomados) de la Misa Crismal de 2023, constituyen un gran componente de la fraternidad sacerdotal. Un corazón sacerdotal agradecido, se alegra con los compañeros que la Providencia ha puesto en su camino, discute con honestidad y acaloradamente pero sin romper vínculos porque nos ha unido el Señor, se encuentra satisfecho por lo que sin ningún mérito de su parte, ha conseguido y conocido, porque ese universo abierto y docente que es la Parroquia, le abrió un horizonte que en su vida hubiera podido ni siquiera soñar.

Somos llamados a la fraternidad sacerdotal. A recorrer los mismos caminos, a sostenernos entre todos, a acompañarnos cuando lo necesitemos, a compartir bienes naturales, sobrenaturales y materiales (de creación, de redención y de trabajo), a perdonarnos las ofensas y perdonarnos sacramentalmente...

Que a la pregunta que nos hace, ¿de qué hablaban por el camino.? La respuesta la encuentre en el mismo Pueblo de Dios, como cuando en los tiempos de los apóstoles decían: ‘...mirad cómo se aman y crean en Él.’

Mons. Hugo Manuel Salaberry SJ, obispado de Azul

Queridas hermanas y queridos hermanos:

Con toda la Iglesia celebramos hoy la solemnidad de San José. Para nuestro Seminario es una fecha muy importante dado que, bajo el patronazgo de San José, se han formado, nos hemos formado, y se forman los pastores y futuros pastores de su Pueblo. A la luz de la Escritura y la gran rica tradición de la Iglesia comparto tres breves puntos sintetizados en tres palabras: ARTESANAL, SUEÑOS, PATERNIDAD.

1. La dimensión ARTESANAL de la vida de fe
2. Dejarnos interpelar por los SUEÑOS de Dios
3. Una PATERNIDAD que cuida y acompaña

1. La dimensión ARTESANAL de la vida de fe
José no es parte de ninguno de los grupos que habitualmente encontramos en el Nuevo Testamento y su contexto. No es rabí ni escriba; no es fariseo, sacerdote ni levita; no es saduceo ni zelote; no es herodiano ni publicano. Mt 13,55 nos dice que José es un carpintero, un tékton en la lengua griega del NT, o un naggar en lengua hebrea, es decir un pequeño ARTESANO, trabajador de la madera con sus manos y, tal vez, de otras materias primas.

Lo que es ARTESANAL se contrapone a lo que se realiza en serie, lo ARTESANAL habla de personalización y personalizar. Lo ARTESANAL nos habla de libertad y creatividad. Lo ARTESANAL es delicado, positivamente sensible, cuidadoso del detalle. El ARTESANO se debe involucrar en su obra. La presencia de San José es en nuestra vida profundamente ARTESANAL. Está marcada por estas características. Muchos de nosotros, pastores y futuros pastores, experimentamos y hemos experimentado en esta casa la presencia ARTESANAL del querido San José en nuestra vida. Su presencia ARTESANAL nos compromete a todos los bautizados, especialmente a los ministros ordenados, a buscar caminos de fe en clave ARTESANAL. Ser realmente ARTESANOS de la paz, de la ternura, del diálogo y del encuentro. No somos máquinas, no somos funcionarios, no somos jefes, no somos empleados, no somos príncipes... somos ARTESANOS de la vida en abundancia que Cristo nos trae para acompañar a nuestro Pueblo. Que nuestras manos estén al servicio de custodiar ARTESANALMENTE a aquellos que el Señor ha puesto bajo nuestro cuidado pastoral.

2. Dejarnos interpelar por los SUEÑOS de Dios
Con el trasfondo de la imagen del patriarca José, hijo de Jacob, en el Primer Testamento, San José aparece como el hombre de los SUEÑOS. Los pocos datos que tenemos en el NT están muy asociados a la raíz griega onar que significa SUEÑO. Todo este proceso de crisis que experimenta de cara a su decisión con María, como acabamos de escuchar en el Evangelio, está marcado por los SUEÑOS. Sabemos por la moderna psicología que es propio del SUEÑO deponer toda barrera, todo mecanismo de limitación. En el SUEÑO se baja la guardia y se permite transitar con más libertad. Este bajar la guardia de San José es ante Dios. Es Dios quién le habla en los SUEÑOS a través de su ángel.

Con San José, como San José, bajemos la guardia y SOÑEMOS para que Dios nos pueda hablar y revelar su santa voluntad. Con José, como José SOÑEMOS los SUEÑOS de Dios para nuestra vida, la Iglesia y la humanidad. Dejémonos interpelar por los SUEÑOS de Dios para hoy discernir su santa voluntad en los contextos complejos de nuestro tiempo. Pidamos, también, la misma voluntad de José para arrojarnos como él a los SUEÑOS de Dios.

3. Una PATERNIDAD que cuida y acompaña
Solo Dios es PADRE con mayúscula. El Dios eterno es fuente de toda PATERNIDAD. Es PADRE que crea, cuida y acompaña en el crecimiento de la vida de sus hijos. La PATERNIDAD de Dios no es cerrada, es difusiva y centrípeta. Dios comunica y participa su PATERNIDAD. Elige a algunos para que sean su presencia PATERNAL en la vida y en la historia. Esta es una de las características fundamentales de San José. Al ser elegido por el mismo Dios para ser PADRE adoptivo de Jesús, el Mesías y Salvador, San José es modelo de verdadera y santa PATERNIDAD. El gran patriarca ha sido y es nuestro PADRE y en nombre de Dios nos cuida y acompaña.

Dios PADRE y San José, también nuestro PADRE, nos animan a ser también nosotros PADRES en su nombre. Con la fuerza de Dios, y el modelo y la intercesión de San José, los pastores y futuros pastores somos invitados a renovar nuestro servicio PATERNO en nuestros contextos. Nos decía el Papa Francisco durante el año de San José: Nadie nace PADRE, sino que se hace. ... [cuando] alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la PATERNIDAD respecto a él... También la Iglesia de hoy en día necesita PADRES... (Patris Corde 7). Pidamos la gracia de siempre estar en camino de ser y hacernos PADRE al servicio de nuestros hermanos.

Para concluir
Termino con la breve oración del Papa Francisco al final de la Carta Apostólica Patris Cordis que nos invita a confiarnos en la paternidad de San José:

Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo, en ti María depositó su confianza, contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José, muéstrate padre también a nosotros y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.

Mons. Gabriel Mestre, arzobispo de La Plata

Reverendo Padre Martín María Bourdieu, párroco de la basílica San José de Flores
Reverendos Sacerdotes, Reverendas Religiosas, etc.…
Queridos hermanos y hermanas en Cristo.

Antes de comenzar nuestra reflexión de hoy día, quisiera agradecer al Señor Párroco y a todos ustedes por esta invitación que me permite celebrar la fiesta patronal de esta Basílica, dedicada a San José.

Para mí, como representante papal, esta presencia hoy día, en este barrio donde creció Papa Francisco y en esta parroquia en la cual maduró su vocación sacerdotal, tiene un valor del todo especial, recordando que hoy día festejamos también el undécimo aniversario del inicio de su pontificado; por lo tanto, la persona del Santo Padre, su misión y sus intenciones estarán presentes en nuestra oración.

Celebramos hoy día no solo al patrón de esta hermosa basílica, sino que también al patrón de la Iglesia universal.

Es una fiesta alegre que interrumpe la meditación de la Cuaresma, absorta en la penetración del misterio de la muerte de nuestro Señor y su obra de Redención y Resurrección. Evidentemente, el tiempo de cuaresma exige la aplicación de la disciplina espiritual a través de la oración, el ayuno y la limosna.

Pero nuestra fiesta lleva nuestra atención a otro misterio del Señor, la Encarnación, y nos invita a volverlo a meditar en la escena pobre, suave, humanísima, la escena evangélica de la Sagrada Familia de Nazaret, en la que se realizó este otro misterio. En el humilde cuadro evangélico se nos muestra la Virgen Santísima y junto a ella, está San José y entre los dos, está Jesús. Nuestra mirada, nuestra devoción, se detienen hoy en San José, el artesano silencioso y trabajador que dio a Cristo no el nacimiento, sino el estado civil, la condición social, la experiencia profesional, el ambiente familiar, la educación humana. Será preciso observar bien esta relación entre San José y Jesús porque nos puede hacer comprender muchas cosas de los designios de Dios, que viene a este mundo para vivir como hombre entre los hombres, pero al mismo tiempo como su maestro y su salvador.

Hemos dicho que San José ha dado a Jesús el estado civil; cuando José se da cuenta que María estaba embarazada, no quería denunciarla públicamente y decidió abandonarla secretamente, porque recibiendo a María en su casa, ella se convertía en su esposa. Pero José, bajo la influencia de Dios, la recibió como su legítima esposa.

De esta manera es evidente que San José adquiere una gran importancia, pues el Hijo de Dios, hecho hombre lo escoge para asumir su filiación de adopción. Jesús era llamado “Hijo del carpintero” (Mt13, 55) y el carpintero era José.

En nuestra sociedad de hoy día hemos perdido el sentido del estado civil de la familia, que no hace mucho tiempo, era muy importante. Un hombre casándose quería decir a todos públicamente “esta es mía esposa”; una mujer casándose públicamente con un hombre quería decir “este es mi marido y los hijos que lleguen serán fruto de nuestro amor”. Los esposos estaban orgullosos de su estatus matrimonial.

“Hijo del carpintero”. Cristo quiso tomar su calificación humana y social de este obrero, de este trabajador, que era ciertamente un hombre que se esforzaba, pues el Evangelio lo llama “justo” (Mt 1, 19), es decir, bueno, magnífico, intachable, y que aparece ante nosotros con la altura del varón perfecto, del modelo de todas las virtudes, del santo.

Pero hay más: la misión que San José ejerce no es solamente la de figura personalmente ejemplar e ideal; es una misión que ejerce con o, mejor, sobre Jesús; él será tenido como padre de Jesús (Lc 3, 23), será su protector, su defensor.

Por esto, la Iglesia tiene a San José como su protector y como tal hoy lo venera, y como tal lo presenta a nuestro culto y meditación. Por eso, decíamos, hoy es la fiesta de San José, protector del Niño Jesús durante su vida terrena y protector de la Iglesia universal que ahora mira desde el cielo a todos los cristianos.

“Hijo del carpintero”. A los ojos de la gente San José fue el padre de Jesús.

Cuando José ve al recién nacido Jesús acostado en el pesebre, lo admira y lo ama como hijo. No habiendo intervenido en la formación del cuerpo del Niño, José se comporta como un verdadero padre. Asume plenamente su paternidad dando al Niño el nombre de Jesús.

Hace poco tiempo, buscando algo en internet, encontré una interesante reflexión de un padre de familia. Se habla mucho de amor de madre y, justamente, el amor de una madre es un símbolo de amor total y de sacrifico hasta la muerte por sus hijos. Pero él observaba que no se hablaba del amor de padre, que en silencio trabaja por los niños y los ama profundamente. La figura de San José nos recuerda la belleza del amor de un padre, que vale como el amor de una madre. Pensemos hoy día con gratitud en nuestros padres. Ellos merecen todo nuestro amor y cariño; aunque a veces, están a las sombras de la madre.

San José era un trabajador. A él se le encomendó proteger a Cristo. Todos nosotros de una u otra manera somos, o fuimos, trabajadores, podríamos entonces preguntarnos, ¿tenemos la misión de proteger a Cristo? y Dios siendo omnipotente ¿necesita nuestra protección? Seguramente no; pero nuestra fe y nuestra Iglesia, sí, necesitan nuestra protección, sobre todo nuestro apoyo. El Santo Padre, sucesor de Pedro de nuestros tiempos, necesita de nuestra oración y apoyo.

Hablando de la protección y de San José, no podemos olvidar que él es protector de todos trabajadores. Hoy día un trabajo es un tesoro para toda la familia y permite una armoniosa vida. No hesitemos en pedir hoy día a San José un buen trabajo para nuestros hijos e hijas.

Conocemos muchas imagines y estatuas de San José. A veces es presentado como un viejo con la barba blanca; a veces como un hombre joven. Pero hace nueve años durante el viaje apostólico del Papa Francisco a Filipinas, él dijo algunas palabras que popularizaron la estatua de San José dormido. En esta ocasión, el Santo Padre ha dicho: "Me gusta mucho San José. Es un hombre fuerte de silencio. En mi escritorio tengo una imagen de San José durmiendo. Incluso cuando duerme, cuida de la Iglesia. ¡Sí! Sabemos que puede hacer eso".

Cuando uno ve esta imagen de san José dormido, se lo ve sereno, tranquilo. ¿Es que acaso no tenía problemas? Parecería que al contrario de tantos, no sufría de insomnio. Problemas sí que tenía, y bien grandes, ya que tenía que proteger a un niño pequeño que era Dios, y a su santa madre. Tuvo dudas y se preocupó.

Pero es durmiendo confiado cuando recibe los mensajes más importantes de parte de Dios: le advierte del peligro del rey Herodes, se le exhorta a no tener miedo y a amar y proteger incondicionalmente al Niño y a María.

Durante el sueño, a José se le revela su papel de padre putativo de Jesús y de todos los hombres, y se construye su figura de abogado, consolador y protector.

Desde el año pasado esta hermosa basílica tiene esta imagen de San José dormido que ha regalado personalmente el Santo Padre.

San José dormido nos provoca a tener esperanza en Dios.

Así, cuando estamos agobiados por el desaliento, pensemos en la fe de José. Cuando estamos preocupados, pensemos en la esperanza de José, que confió contra la esperanza. Cuando nos dejamos vencer por la ira o el odio, pensemos en el amor de José, que fue el primer hombre en ver el rostro humano de Dios en la persona del Niño Jesús. Como José, no tengamos miedo de acoger a María. De ella, Madre de la Iglesia, aprenderemos cómo confiar toda nuestra vida - junto con sus alegrías y tristezas –a la ayuda e la intercesión del Guardián de la Sagrada Familia.

Y, finalmente, en esta fiesta patronal, quisiera presentar al Párroco, a los sacerdotes y todos los fieles de esta basílica mis mejores deseos, para que no les falten todas gracias celestes y terrenas; mucha salud y bendiciones. Muchas gracias.

Miroslaw Adamczyk, nuncio apostólico

Queridos hermanos y hermanas:

Cada año la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones nos invita a considerar el precioso don de la llamada que el Señor nos dirige a cada uno de nosotros, su pueblo fiel en camino, para que podamos ser partícipes de su proyecto de amor y encarnar la belleza del Evangelio en los diversos estados de vida. Escuchar la llamada divina, lejos de ser un deber impuesto desde afuera, incluso en nombre de un ideal religioso, es, en cambio, el modo más seguro que tenemos para alimentar el deseo de felicidad que llevamos dentro. Nuestra vida se realiza y llega a su plenitud cuando descubrimos quiénes somos, cuáles son nuestras cualidades, en qué ámbitos podemos hacerlas fructificar, qué camino podemos recorrer para convertirnos en signos e instrumentos de amor, de acogida, de belleza y de paz, en los contextos donde cada uno vive.

Por eso, esta Jornada es siempre una hermosa ocasión para recordar con gratitud ante el Señor el compromiso fiel, cotidiano y a menudo escondido de aquellos que han abrazado una llamada que implica toda su vida. Pienso en las madres y en los padres que no anteponen sus propios intereses y no se dejan llevar por la corriente de un estilo superficial, sino que orientan su existencia, con amor y gratuidad, hacia el cuidado de las relaciones, abriéndose al don de la vida y poniéndose al servicio de los hijos y de su crecimiento. Pienso en los que llevan adelante su trabajo con entrega y espíritu de colaboración; en los que se comprometen, en diversos ámbitos y de distintas maneras, a construir un mundo más justo, una economía más solidaria, una política más equitativa, una sociedad más humana; en todos los hombres y las mujeres de buena voluntad que se desgastan por el bien común. Pienso en las personas consagradas, que ofrecen la propia existencia al Señor tanto en el silencio de la oración como en la acción apostólica, a veces en lugares de frontera y exclusión, sin escatimar energías, llevando adelante su carisma con creatividad y poniéndolo a disposición de aquellos que encuentran. Y pienso en quienes han acogido la llamada al sacerdocio ordenado y se dedican al anuncio del Evangelio, y ofrecen su propia vida, junto al Pan eucarístico, por los hermanos, sembrando esperanza y mostrando a todos la belleza del Reino de Dios.

A los jóvenes, especialmente a cuantos se sienten alejados o que desconfían de la Iglesia, quisiera decirles: déjense fascinar por Jesús, plantéenle sus inquietudes fundamentales. A través de las páginas del Evangelio, déjense inquietar por su presencia que siempre nos pone beneficiosamente en crisis. Él respeta nuestra libertad, más que nadie; no se impone, sino que se propone. Denle cabida y encontrarán la felicidad en su seguimiento y, si se los pide, en la entrega total a Él.

Un pueblo en camino
La polifonía de los carismas y de las vocaciones, que la comunidad cristiana reconoce y acompaña, nos ayuda a comprender plenamente nuestra identidad como cristianos. Como pueblo de Dios que camina por los senderos del mundo, animados por el Espíritu Santo e insertados como piedras vivas en el Cuerpo de Cristo, cada uno de nosotros se descubre como miembro de una gran familia, hijo del Padre y hermano y hermana de sus semejantes. No somos islas encerradas en sí mismas, sino que somos partes del todo. Por eso, la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones lleva impreso el sello de la sinodalidad: muchos son los carismas y estamos llamados a escucharnos mutuamente y a caminar juntos para descubrirlos y para discernir a qué nos llama el Espíritu para el bien de todos.

Además, en el presente momento histórico, el camino común nos conduce hacia el Año Jubilar del 2025. Caminamos como peregrinos de esperanza hacia el Año Santo para que, redescubriendo la propia vocación y poniendo en relación los diversos dones del Espíritu, seamos en el mundo portadores y testigos del anhelo de Jesús: que formemos una sola familia, unida en el amor de Dios y sólida en el vínculo de la caridad, del compartir y de la fraternidad.

Esta Jornada está dedicada a la oración para invocar del Padre, en particular, el don de vocaciones santas para la edificación de su Reino: «Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha» (Lc 10,2). Y la oración -lo sabemos- se hace más con la escucha que con palabras dirigidas a Dios. El Señor habla a nuestro corazón y quiere encontrarlo disponible, sincero y generoso. Su Palabra se ha hecho carne en Jesucristo, que nos revela y nos comunica plenamente la voluntad del Padre. En este año 2024, dedicado precisamente a la oración en preparación al Jubileo, estamos llamados a redescubrir el don inestimable de poder dialogar con el Señor, de corazón a corazón, convirtiéndonos en peregrinos de esperanza, porque «la oración es la primera fuerza de la esperanza. Mientras tú rezas la esperanza crece y avanza. Yo diría que la oración abre la puerta a la esperanza. La esperanza está ahí, pero con mi oración le abro la puerta» (Catequesis, 20 mayo 2020).

Peregrinos de esperanza y constructores de paz
Pero, ¿qué significa ser peregrinos? Quien comienza una peregrinación procura ante todo tener clara la meta, que lleva siempre en el corazón y en la mente. Pero, al mismo tiempo, para alcanzar ese objetivo es necesario concentrarse en la etapa presente, y para afrontarla se necesita estar ligeros, deshacerse de cargas inútiles, llevar consigo lo esencial y luchar cada día para que el cansancio, el miedo, la incertidumbre y las tinieblas no obstaculicen el camino iniciado. De este modo, ser peregrinos significa volver a empezar cada día, recomenzar siempre, recuperar el entusiasmo y la fuerza para recorrer las diferentes etapas del itinerario que, a pesar del cansancio y las dificultades, abren siempre ante nosotros horizontes nuevos y panoramas desconocidos.

El sentido de la peregrinación cristiana es precisamente este: nos ponemos en camino para descubrir el amor de Dios y, al mismo tiempo, para conocernos a nosotros mismos, a través de un viaje interior, siempre estimulado por la multiplicidad de las relaciones. Por lo tanto, somos peregrinos porque hemos sido llamados. Llamados a amar a Dios y a amarnos los unos a los otros. Así, nuestro caminar en esta tierra nunca se resuelve en un cansarse sin sentido o en un vagar sin rumbo; por el contrario, cada día, respondiendo a nuestra llamada, intentamos dar los pasos posibles hacia un mundo nuevo, donde se viva en paz, con justicia y amor. Somos peregrinos de esperanza porque tendemos hacia un futuro mejor y nos comprometemos en construirlo a lo largo del camino.

Este es, en definitiva, el propósito de toda vocación: llegar a ser hombres y mujeres de esperanza. Como individuos y como comunidad, en la variedad de los carismas y de los ministerios, todos estamos llamados a “darle cuerpo y corazón” a la esperanza del Evangelio en un mundo marcado por desafíos epocales: el avance amenazador de una tercera guerra mundial a pedazos; las multitudes de migrantes que huyen de sus tierras en busca de un futuro mejor; el aumento constante del número de pobres; el peligro de comprometer de modo irreversible la salud de nuestro planeta. Y a todo eso se agregan las dificultades que encontramos cotidianamente y que, a veces, amenazan con dejarnos en la resignación o el abatimiento.

En nuestro tiempo es, pues, decisivo que nosotros los cristianos cultivemos una mirada llena de esperanza, para poder trabajar de manera fructífera, respondiendo a la vocación que nos ha sido confiada, al servicio del Reino de Dios, Reino de amor, de justicia y de paz. Esta esperanza -nos asegura san Pablo- «no quedará defraudada» (Rm 5,5), porque se trata de la promesa que el Señor Jesús nos ha hecho de permanecer siempre con nosotros y de involucrarnos en la obra de redención que Él quiere realizar en el corazón de cada persona y en el “corazón” de la creación. Dicha esperanza encuentra su centro propulsor en la Resurrección de Cristo, que «entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable. Verdad que muchas veces parece que Dios no existiera: vemos injusticias, maldades, indiferencias y crueldades que no ceden. Pero también es cierto que en medio de la oscuridad siempre comienza a brotar algo nuevo, que tarde o temprano produce un fruto» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 276). Incluso el apóstol Pablo afirma que «en esperanza» nosotros «estamos salvados» (Rm 8,24). La redención realizada en la Pascua da esperanza, una esperanza cierta, segura, con la que podemos afrontar los desafíos del presente.

Ser peregrinos de esperanza y constructores de paz significa, entonces, fundar la propia existencia en la roca de la resurrección de Cristo, sabiendo que cada compromiso contraído, en la vocación que hemos abrazado y llevamos adelante, no cae en saco roto. A pesar de los fracasos y los contratiempos, el bien que sembramos crece de manera silenciosa y nada puede separarnos de la meta conclusiva, que es el encuentro con Cristo y la alegría de vivir en fraternidad entre nosotros por toda la eternidad. Esta llamada final debemos anticiparla cada día, pues la relación de amor con Dios y con los hermanos y hermanas comienza a realizar desde ahora el proyecto de Dios, el sueño de la unidad, de la paz y de la fraternidad. ¡Que nadie se sienta excluido de esta llamada! Cada uno de nosotros, dentro de las propias posibilidades, en el específico estado de vida puede ser, con la ayuda del Espíritu Santo, sembrador de esperanza y de paz.

La valentía de involucrarse
Por todo esto les digo una vez más, como durante la Jornada Mundial de la Juventud en Lisboa: “Rise up! - ¡Levántense!”. Despertémonos del sueño, salgamos de la indiferencia, abramos las rejas de la prisión en la que tantas veces nos encerramos, para que cada uno de nosotros pueda descubrir la propia vocación en la Iglesia y en el mundo y se convierta en peregrino de esperanza y artífice de paz. Apasionémonos por la vida y comprometámonos en el cuidado amoroso de aquellos que están a nuestro lado y del ambiente donde vivimos. Se los repito: ¡tengan la valentía de involucrarse! Don Oreste Benzi, un infatigable apóstol de la caridad, siempre en favor de los últimos y de los indefensos, solía repetir que no hay nadie tan pobre que no tenga nada que darni hay nadie tan rico que no tenga necesidad de algo que recibir.

Levantémonos, por tanto, y pongámonos en camino como peregrinos de esperanza, para que, como hizo María con santa Isabel, también nosotros llevemos anuncios de alegría, generaremos vida nueva y seamos artesanos de fraternidad y de paz.

Roma, San Juan de Letrán, 21 de abril de 2024, IV Domingo de Pascua.

Francisco

El Salmo que rezamos hoy, el Salmo 50, dice en su antífona “crea en mí un corazón puro”, crea en mí un corazón puro. Y me hacía acordar a una lectura que leímos el jueves de la segunda semana de cuaresma, creo que fue el 29 de febrero, donde decía la primera lectura del profeta Jeremías: “nada más tortuoso que el corazón del hombre y parece que no tiene arreglo, ¿quién podrá penetrarlo? Yo el Señor sondeo el corazón y examino las entrañas”.

Repito, la antífona del Salmo de hoy crea en mi Señor un corazón puro y me hizo acordar de esta lectura de Jeremías de hace unos cuantos días, donde leíamos en la misa nada más tortuoso que el corazón del hombre que parece que no tiene arreglo, ¿quién podrá penetrarlo? Yo el Señor que sondeo el corazón y examino las entrañas.

Por eso hoy quería comenzar prestándole atención a nuestro corazón, pudiendo decirle hoy al Señor que sí, que queremos tener un corazón puro, pero que al mismo tiempo reconocemos con el profeta Jeremías que nuestro corazón es un poco tortuoso y que a veces parece que no tiene arreglo, porque a veces en el corazón tenemos sentimientos encontrados, a veces en el corazón como también nos dice el Salmo de hoy, tenemos culpas, tenemos pecado.

Entonces quería que hoy cada uno pudiese mirar su corazón, ese corazón que siente hermosos sentimientos de amor, de amistad, de perdón, pero ese corazón que es a veces complicado, ese corazón que como dice el Salmo también hoy tiene culpa, tiene pecados.

Pensaba en la culpa, la culpa que es un sentimiento que a veces nos va carcomiendo por dentro. Hay un libro, un libro de Marcos Aguinis que se llama, justamente, El elogio de la culpa. El personaje principal es la culpa y dice textualmente, “me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta, mi propósito es apretar, no ahogar”. Fíjense lo que dice la culpa en ese libro, me acusan de ser cruel y con razón, pero no soy tonta, mi propósito es apretar, no ahogar.

Es que creo que todos a veces nos sentimos apretados por la culpa. La culpa es ese sentimiento que nos hace sentir angustia, que nos hace sentir mal por lo que hicimos y que nosotros lo tenemos que transformar en responsabilidad.

Por eso quería que hoy junto con el salmista le pidamos juntos a Dios que nos dé un corazón puro, que nos libere de la culpa, que no nos deje ahogarnos por la culpa porque la culpa aparte es un sentimiento que nos paraliza, que no nos deja avanzar y que no nos deja ser responsable de nuestras acciones.

Con la culpa nos quedamos como atrapados en el pasado y no confiamos en la misericordia de Dios, por eso prohibido ahogarnos en la culpa. Quizá muchos de los que nos siguen hoy vienen arrastrando culpas de hace muchos años en su historia personal, pero creo que tenemos que animarnos hoy a presentarle el corazón a Dios y decirle que nos regale un corazón puro, liberado del pecado, pero también liberado especialmente de las culpas.

Al mismo tiempo, el Evangelio de hoy en cuatro ocasiones dice la palabra glorificar. Y uno cuando escucha estas palabras que nosotros no somos de usarlas mucho, lo primero que tiene que hacer es buscar en el diccionario. Y glorificar, dice el diccionario, se dice de quien es ensalzado, o alabar a una persona, o hacerla digna de prestigio, alabarlo por sus éxitos, por el dinero, por el poder, alabarlo por el rating, o alabarlo porque todo le sale bien.

Pero claramente, para Jesús glorificar es otra cosa. Para Jesús la glorificación es servicio. Para Jesús la glorificación es desapego. Para Jesús la glorificación es morir como la semilla. Como nos dice el Evangelio, la semilla de trigo que cae en tierra y muere.

Pero no es morir de cualquier manera, es morir sembrado, morir para dar fruto, morir para dar nueva vida. Ese es el modo de ser glorificado, entregar nuestra vida por amor y por servicio.

Por eso creo que por un lado está bueno hoy mirar el propio corazón, crea en mi Señor un corazón puro, pero al mismo tiempo no nos queremos quedar ensimismados, no nos queremos quedar mirándonos a nosotros mismos, sino que queremos también nosotros glorificar a Dios.

¿Y cómo lo glorificamos a Dios? Entregando la vida por los demás. ¿Cómo glorificamos a Dios? Viviendo la vida con pasión, no guardándonos nada.

Así lo dice el documento de Aparecida en el número 360. “Los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad en la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. El Evangelio nos ayuda a descubrir cómo un cuidado enfermizo de la vida atenta contra la calidad humana y cristiana de esa misma vida. Se vive mucho mejor cuando tenemos libertad interior para darlo todo. Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad, que la vida se alcanza y se madura a medida que se la entrega para dar la vida por los otros”.

Una vez leí una frase que decía, “todo lo que no se da se pierde”. Justamente entonces entregarnos en la vida cotidiana, glorificar a Dios es ponernos al servicio de los demás.

Pidamos juntos al Señor entonces que nos regale un corazón nuevo, pero no un corazón nuevo para mirarnos al espejo y decir qué bueno que soy, me liberé del pecado, me liberé de todas las culpas.

No, un corazón nuevo para construir un nuevo mundo, un corazón nuevo para ponerme al servicio de los demás, un corazón nuevo para jugarme por los otros.

Termino con un texto de San Oscar Romero que nos habla de esta tensión entre cambiar el corazón y ponernos al servicio de los otros. Decía unos poquitos días antes de morir, asesinado el 24 de marzo de 1980, “vivamos este tiempo de cuaresma que nos va a capacitar en esta larga peregrinación que emprendimos el miércoles de cenizas y a la pascua y hacia Pentecostés. Ellas son las dos grandes metas de la cuaresma. El hombre no se mortifica por una enfermiza pasión por sufrir. Dios no nos ha hecho para el sufrimiento. Si hay ayunos, si hay penitencia, si hay oración, es porque tenemos una meta positiva que el hombre le alcanza con su vencimiento, en la pascua, o sea, en la resurrección, para que no sólo celebremos a un Cristo que resucita, sino que durante la cuaresma nos hemos capacitado para resucitar con él a una vida nueva y así ser hombres nuevos que precisamente hoy necesita nuestro país. No gritemos solamente cambios de estructuras, porque de nada sirven esas estructuras nuevas cuando no hay hombres nuevos que manejen y vivan esas estructuras que urgen en el país”.

Cambiemos el corazón, pidamos con el Salmo un corazón nuevo, un corazón purificado, para ponernos al servicio de los otros, para glorificar a Dios entregando la vida por los demás y entre todo generar estructuras nuevas, como nos decía Monseñor Romero, estructuras nuevas para un país más justo que tenemos que construir entre todos.

Amén.

Mons. Jorge Ignacio García Cuerva, arzobispo de Buenos Aires

A los 184 años de su nacimiento celebramos a San José Gabriel del Rosario Brochero

Confiesa la fe de la Iglesia, que somos todos nosotros, que Jesús a través de santos pastores, sigue siendo el único Pastor de su pueblo.

Hoy festejamos porque al Santo Cura Brochero Jesús le confió el pastoreo de una porción de su Iglesia en la Argentina. No le tocó una Argentina más fácil que a nosotros, aquí en las sierras de Córdoba en la segunda mitad del siglo XIX

Festejamos a Brochero que supo acompañar como Pastor la fe de los serranos. Enseña San Pablo que uno es el que riega, otro el que planta; pero es Dios el que da el crecimiento. Brochero plantó y regó y supo esperar el crecimiento; eso es acompañar

Pasaríamos largos ratos contando cosas lindas de Brochero. Historia hermosas de antes y de ahora. (los gauchos y las paisanas, los políticos, los policías miembros de la fuerza de seguridad, los maestros, las religiosas, los curas….) Pero digamos hoy con alegría y consuelo, sintetizando lo mucho que decimos y escuchamos: Brochero es un santo

La pregunta que surge ahí nomás es: qué tipo de santidad encarnó el Cura Brochero. Eso lo sabe mejor que nadie la gente del lugar. La santidad de un Cura Gaucho

La fe había sido regalada por Dios en el bautismo a sus bisabuelos y tatarabuelos. Ellos la habían mantenido en medio de la pobreza, las penurias, las contradicciones y los propios pecados

Y Brochero fue un verdadero peón, un trabajador, un arriero por estos campos de Dios. Dios es el dueño de los campos y espera obreros para la cosecha.

¿Cómo lo hizo el Cura Brochero?

  • predicó el Evangelio y celebró sacramentos… y salio de la sacristía, nombró bautizadores en los lugares más escondidos de su parroquia
  • respetó a las autoridades, pero supo mantener catequistas en las escuelas,
  • edificó capillas y favoreció el compromiso de los vecinos en esas capillas
  • golpeó las puertas y los corazones duros de los dirigentes acostumbrados a llevar el progreso a otros lugares de la patria
  • hizo caminos y también favoreció cercanía y progreso, los caminos están hechos para encontrarse
  • Promovió a la mujer de la sierra… sin paternalismo no autoritarismo
  • pidió el indulto para presos aún en medio de una sociedad incapaz de reinsertar a quienes se habían equivocado fiero
  • tomó partido en asuntos concretos que afectaban al bien común, ese bien que va siempre junto con el bien de los olvidados que nadie ve
  • sí! supo cuidar paternalmente a los pobres y también a los más pudientes
  • y supo no ganarse enemigos; pidió perdón, volvió a conversar; sin polarizar, sin dividir ni echar culpas, era un santo capaz de comunión; era un santo

Y Brochero creció con su gente, porque se hizo como ellos, se encarnó en su cultura. Creció como pastor con su gente: “me he hecho tan como ellos que no le puedo asegurar no haber usado esas palabras”, responde a la autoridad que le llama la atención, porque algunos lo habían acusado de hablar mal

Digamos entonces: encarnó un modelo de santidad criollo y serrano que hoy embellece la santidad de la Iglesia toda

Este estilo de santidad necesita nuevos protagonistas, mujeres y hombres brocherianos hasta los huesos, hasta la médula.

¿Quién se anota? ¿Nos anotamos? ¡Gracias por venir!

Mons. Hugo Ricardo Araya, obispo de Cruz del Eje

Reverendos Sacerdotes,
Diáconos, Religiosas,
Honorables Autoridades Civiles,
Fieles de la Prelatura de Esquel.

Saludo todos ustedes muy cordialmente en el nombre del Santo Padre, Papa Francisco, que tengo el honor de representar en su país natal. Durante esta Eucaristía, no puede faltar nuestra oración por el Papa, que en estos días celebra 11 años de su pontificado.

Estoy muy contento de poder estar con ustedes este quinto domingo de cuaresma. Me acompaña monseñor Daniele Liessi, consejero de la Nunciatura Apostólica. Agradezco muy cordialmente a Monseñor Slaby por su invitación, misma que nos permite conocer la Prelatura de Esquel.

No estamos celebrando solamente el quinto domingo de cuaresma, también celebramos hoy día 15 años de la fundación de la Prelatura de Esquel. El Papa Benedicto XVI, el 14 de marzo de 2009, ha creado esta circunscripción eclesiástica por el bien de los fieles que viven en la parte occidental de la provincia de Chubut.

San Pedro en su primera carta habla de Jesús que “es la piedra viva rechazada por los hombres, elegida y estimada por Dios; por eso, al acercarse a él, también ustedes, como piedras vivas, participan en la construcción de un templo espiritual” (Pe 2, 4).

El Papa Francisco en uno de sus discursos durante Ángelus ha dicho: “También con nosotros, hoy, Jesús quiere continuar construyendo su Iglesia, esta casa con fundamento sólido, pero donde no faltan las grietas, y que continuamente necesita ser reparada. Siempre. La Iglesia siempre necesita ser reformada, reparada. Nosotros ciertamente no nos sentimos rocas, sino solo pequeñas piedras. Aún así, ninguna pequeña piedra es inútil, es más, en las manos de Jesús la piedra más pequeña se convierte en preciosa” (27 de agosto de 2017).

Toda Iglesia está construida por piedra vivas y también esta comunidad de Esquel. Y estas piedras vivas son todos ustedes. No se puede mencionar a todos, pero comienzo con su Obispo, Mons. José, que desde hace 15 años es pastor de esta Iglesia. Este año el Señor Obispo celebra 40 años de sacerdocio y está trabajando en Argentina desde hace 39 años; todo su sacerdocio lo dedicó al trabajo misionero en diferentes diócesis argentinas.

Estas piedras vivas son sacerdotes, religiosos, religiosas, diáconos, catequistas, laicos comprometidos y todos los fieles. En este decimo quinto aniversario presento a todos ustedes mis felicitaciones y deseos de fructuoso trabajo en la viña del Señor.

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Dentro de una semana, celebraremos el Domingo de Ramos, es decir, la solemne entrada de Jesús en Jerusalén. Pero hoy, en este quinto Domingo de Cuaresma, anticipamos un poco estos acontecimientos, ya que, el episodio que cuenta el Evangelio de hoy, sucedió poco después de aquella entrada triunfal de Jesús en la Ciudad Santa y pocos días antes de la Pascua hebrea. Podríamos decir que el episodio sucedió el lunes o el martes de la Semana Santa. Entre la numerosa gente que acudía a Jesús en el Domingo de Ramos, había también un grupo de griegos. Se trataba de los griegos convertidos al Judaísmo o los hebreos que vivían fuera de Palestina, en el mundo y en la cultura griega. Ellos sentían curiosidad por cuanto estaba aconteciendo y querían saber quién era Jesús. Querían acercarse para conocer a ese profeta, de cuyos milagros hablaba toda Palestina.

Decidieron acercarse a Jesús a través de sus discípulos. Es interesante que eligieran para ello a Felipe y Andrés, dos discípulos que llevaban nombres griegos. Probablemente, como nos pasa a nosotros, se sentían más seguros con la gente que podía pertenecer a su cultura y conocía su lengua. Así pues, se acercaron a Felipe y le dijeron: “queremos ver a Jesús”…

Queridos amigos, he aquí nuestra súplica durante esta Santa Misa del Quinto Domingo de Cuaresma: “queremos ver a Jesús”. ¿Quién de nosotros no querría ver a Jesús? Con el Quinto Domingo de Cuaresma nos acercamos cada vez más a los misterios de la Semana Santa. Hace un tiempo, llegado el V Domingo, todas las cruces y otras imágenes se cubrían con un lienzo de color morado. Ya es tiempo de prepararse seriamente a celebrar las verdades más importantes de nuestra fe.

¿Cómo ver a Jesús? Podemos ver a Jesús, recordando que nosotros somos mirados por Él. ¡Aceptar la mirada de Jesús en la propia vida! Tomemos como ejemplo el caso de Pedro, cabeza de los Apóstoles. Jesús, antes de dirigirle a Pedro las palabras con las cuales lo llamó a seguirlo, a orillas del lago de Galilea, lo miró, y después le dijo: “Vengan conmigo y los haré pescadores de hombres” (Mt 4, 18). Con la misma mirada insistente observa a Pedro, cuando éste sale de la casa del Sumo Sacerdote Caifás, después de haber negado por tercera vez que lo conocía. “El Señor se volvió y miró a Pedro” leemos en esta ocasión en el Evangelio de San Lucas (Lc 22, 61). Esta primera mirada, durante la llamada a seguirlo, lo había colmado de alegría y de luz, había dejado las redes y había seguido a Jesús; la segunda, hace que Pedro se dé cuenta de que ha negado a su Maestro y lo ha traicionado. “El Señor se volvió y miró a Pedro; éste recordó lo que había dicho el Señor; antes de que cante el gallo, me habrás negado tres veces. Salió afuera y lloró amargamente”.

El domingo pasado habíamos hablado de la luz, con la cual se evidencian las obras buenas y las obras malas. Jesús nos mira hoy, como lo hace cada día y, bajo su mirada, quizá podemos sentir en nosotros la paz y la alegría o, quizá, podemos llorar amargamente. Puede ser esto lo que ocurra en nuestra vida: podemos sentir la paz porque hemos hecho el bien o hemos sabido resistir al mal, pero al mismo tiempo, podemos llorar y arrepentirnos de nuestras debilidades y de nuestros pecados. Nuestro llanto, sin embargo, debería provocar nuestra conversión; así veríamos más fácilmente a Jesús en nuestra vida.

Queridos amigos, volvamos a nuestros griegos que querían ver a Jesús. Jesús se dio cuenta de que ellos querían ver a una persona famosa, de la que todos hablaban, para poder decir que habían visto a un famoso profeta. Ellos eran como la gente de todos los tiempos; también a nosotros no nos desagrada tener una foto con un político de las primeras páginas de los periódicos, con un gran escritor o con una famosa actriz. Hay gente que busca y colecciona los autógrafos de gente famosa y se interesa por su vida. Nuestros jóvenes son capaces de hacer cualquier cosa con tal de acercarse a una estrella de música moderna y así podríamos seguir.

Precisamente, pensando en todo lo que los griegos pensaban encontrar en Él, o sea, la notoriedad y la fama, Jesús dice: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado”. Habla de su Gloria, la Gloria del Hijo de Dios que vino, no para condenar, sino para salvar al mundo; no habla de la gloria de este mundo. Y después, añade: “Yo les aseguro que si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto”.

En primer lugar, Jesús había hablado de su Gloria que debía manifestarse en su muerte y su resurrección. Es necesario que el grano de trigo muera; era necesario que Jesús muriera en la cruz. El grano muerto produce después mucho fruto. Jesús después de su muerte resucitaría y daría la vida eterna a todo el género humano.

La parábola del grano sembrado en la tierra, y que debe morir, nos ofrece una gran lección a todos nosotros. Indudablemente, todos amamos la vida y queremos vivir largamente y felices. La experiencia cotidiana nos muestra una cosa más que clara: el tiempo pasa y, con el tiempo, pasamos nosotros. La muerte forma parte de nuestra vida. No podemos escapar al tiempo, debemos aceptar que envejecemos y que nuestra juventud pasa, luego, la edad madura y, al final, nos abandonan las fuerzas. Es el ritmo natural de nuestra vida. Quien es niño será un día anciano, y el anciano fue también alguna vez un niño. Todo ello sin hablar de los accidentes, enfermedades o muertes imprevistas que pueden interrumpir la existencia.

Con las palabras de Jesús, sin embargo, tenemos la certeza de que la muerte no interrumpe la vida, solamente la transforma. Nuestra vida actual, aun cuando es bellísima y de enorme valor, es solamente un anuncio de lo que nos espera después de la muerte.

Nuestra fe en la vida eterna no es un escape de la vida real, ni una ilusión de lo que vendrá después. Nuestra fe en la vida después de la muerte nunca debe ser un desprecio de la que vivimos ahora aquí en la tierra. Al contrario, la fe en la vida eterna, nos da la esperanza y la paz para afrontar nuestra vida de cada día y aprovecharla de la mejor manera posible.

Un grano sembrado, para dar fruto, necesita buena tierra, agua y sol. Nuestra vida, para perdurar siempre, incluso después de la muerte, necesita de la cruz de Jesús y de su poder salvador. En la segunda Lectura, de la Carta a los Hebreos, hemos escuchado: “A pesar de que era Hijo, aprendió a obedecer padeciendo y, llegando a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que obedecen”. Que la salvación y la vida eterna sea, un día, nuestra parte y la de todos aquellos que amamos. Así sea. Amén.