Jueves 18 de abril de 2024

Quiénes son y cuál es la misión de las monjas contemplativas

  • 26 de septiembre, 2016
  • Córdoba
En momentos en que en algunos medios de comunicación social se pretende desmerecer la vida de las monjas que dedican su existencia a la oración y a la contemplación de Dios, la comunidad de monjas dominicas contemplativas del multisecular Monasterio de Santa Catalina de Siena, de la ciudad de Córdoba, lanzaron una invitación a las jóvenes a que vean quiénes son y qué hacen las monjas en su monasterio, y al mismo tiempo reflexionen sobre su personal vocación.
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En momentos en que en algunos medios de comunicación social se intenta desmerecer la vida de las monjas que dedican su existencia a la oración y a la contemplación de Dios, la comunidad de monjas dominicas contemplativas del multisecular Monasterio de Santa Catalina de Siena, de la ciudad de Córdoba, lanzaron una invitación a las jóvenes a que vean quiénes son y qué hacen las monjas en su monasterio, y al mismo tiempo reflexionen sobre su personal vocación.

Un espacio para las jóvenes
Con este nombre la comunidad de monjas dominicas contemplativas ha organizado, en el monasterio de Santa Catalina de Siena, de Córdoba, un intervalo para la promoción vocacional, que estará abierto todos los sábados por la tarde de 15 a 18. Las jóvenes que deseen conocer la vida contemplativa o deseen iniciar un tiempo de discernimiento están invitadas a acercarse al monasterio y descubrir el carisma.

El objetivo es ayudar a las jóvenes a descubrir su vocación a través del diálogo, de la presentación de la vida consagrada, la vocación, el carisma y ayudarlas con medios concretos a discernir. Será un espacio para que puedan manifestar sus inquietudes, dudas y obstáculos.

"Creemos -expresan las religiosas- que el Señor sigue llamando y creemos que los jóvenes necesitan ser desafiados a un compromiso total. Cada uno tiene que dar una respuesta al Señor a lo largo de la vida y de ésta depende la felicidad verdadera"

Un resumen de lo que ofrecerán en ese "espacio para las jóvenes", la madre superiora del monasterio de Santa Catalina de Siena lo anticipó a AICA en la siguiente nota.

Quiénes somos, cómo vivimos las monjas dominicas contemplativas
Cada Orden religiosa tiene sus características propias que la definen como tal y que revelan la intención del fundador. Las monjas de la Orden de Predicadores expresamos una intuición de Santo Domingo de Guzmán, en respuesta a la moción del Espíritu Santo y a lo que a él le tocó vivir como hombre de Iglesia.

Nuestra misión como monjas contemplativas, misión que se continúa a través de los siglos desde aquellas primeras hermanas instruidas por Santo Domingo, consiste en buscar a Dios en el silencio, pensar en Él e invocarlo, de tal manera que el mensaje de la salvación que nuestros hermanos los frailes predican también con la palabra, se extienda por todo el mundo y dé frutos abundantes en aquellos a quienes ha sido enviada. Nosotras, con nuestras fervientes plegarias, con nuestras vidas orantes, hablamos a Dios de los hombres nuestros hermanos, elevamos el clamor de tantos millones de personas que no saben o no pueden orar; y nuestras oraciones tienen una fuerza propiciatoria y reparadora capaz de atraer las bendiciones del Señor sobre la humanidad sufriente.

En la oración, hablamos a Dios de la humanidad pues, al igual que nuestro Padre Santo Domingo, llevamos las miserias de todos los hombres en el santuario íntimo de nuestra compasión. A Dios no solamente le hablamos, sino que además -y esto es aún más importante- ponemos nuestro mayor empeño en escuchar lo que Él quiera decirnos. Por ello, la Palabra de Dios tiene un lugar central en nuestras vidas, ya que hemos sido llamadas por Dios Padre para permanecer a los pies de Jesús, a ejemplo de María de Betania, escuchando sus palabras. Desde el corazón de una Orden que tiene como divisa la Verdad, la Verdad Encarnada, revelada, que es Jesucristo, nuestras Constituciones nos invitan a escrutar la Escritura con corazón ardiente y a aplicarnos al estudio de ella.

Un estudio sapiencial (sabroso) que tiene como fin la caridad: el que ama, desea conocer más al Amado y, a su vez, el conocimiento de Dios que deslumbra, enciende aún más en el fuego de la caridad ya existente. En la espiritualidad dominicana no podemos separar lo afectivo de lo intelectual: ambas dimensiones van unidas y se reclaman. Por la gracia del estudio nuestra naturaleza es sanada, perfeccionada y elevada. Este estudio que es contemplación de la Verdad se dilata en una búsqueda amorosa de Dios durante toda nuestra vida. Todos los días dedicamos un tiempo especial, no inferior a una hora, para ese estudio. Es el estudio un camino de ascesis mental, pero también un camino privilegiado para alcanzar dones de iluminación en la inteligencia que, ayudada por la gracia de Dios, mueve a la voluntad haciéndola ascender y profundizar continuamente en los misterios de Dios.

Otro aspecto muy importante de nuestra vida y a la que Santo Domingo, nuestro Padre, le dedicaba gran parte de la jornada es la liturgia, que es expresión comunitaria y celebrativa de la fe que profesamos y de la que vivimos cada día. La liturgia es para nosotras, monjas de la Orden de Predicadores, fuente de alimento espiritual, por la que reavivamos nuestra fe en los misterios celebrados. En la liturgia conmemoramos lo que amamos y nos alimentamos de lo que vivimos. Para ello, cultivamos la música y el canto, además de la bella ornamentación de las capillas y el coro, de modo que todo contribuya al culto solemne que Dios merece que le tributemos.

A fin de mantener el constante recuerdo de Dios a lo largo del día y de la noche, dentro de la jornada diaria, dedicamos un tiempo suficientemente importante a la oración privada o individual.

La Palabra de Dios escuchada, estudiada, meditada, orada y contemplada, en la lectio divina, la expresamos celebrándola solemnemente mediante la liturgia, cuyo centro y culmen es la Eucaristía. La Eucaristía es el don más grande que Jesucristo nos dejó antes de dar su vida por nosotros, es Él mismo viviendo en su Iglesia.

Como lo indicábamos antes, en tiempos de Santo Domingo, la Misa no se celebraba todos los días, pero él, llevado por su intenso amor al Señor, no la omitía ni siquiera cuando iba de viaje. Para nosotras, hijas de Santo Domingo, la Eucaristía tiene un valor central no sólo en la disposición de los sagrarios en las iglesias conventuales, capillas y los coros donde celebramos la liturgia, sino porque es el memorial de la muerte y resurrección del Señor, vínculo de caridad fraterna y fuente principal de la eficacia apostólica de nuestras vidas orantes.

Santo Domingo, en el proyecto de vida religiosa que intuyó por inspiración divina, eligió el modo de vivir de los Apóstoles y de la comunidad de la Iglesia primitiva, en la cual se compartía la vida y los bienes. Adoptó la Regla de San Agustín, en la que claramente se nos expresa que el fin principal por el que estamos congregadas en comunidad es para vivir unánimes en el Señor, teniendo una sola alma y un solo corazón en Dios. Las monjas tendemos, por nuestra manera de vivir, hacia la perfecta caridad para con Dios y para con el prójimo, que es eficaz para procurar la salvación de todos.

La vida común es uno de los elementos más perfeccionadores de nuestro carisma porque nos ejercita en virtudes muy importantes, a saber: comprensión, aceptación, diálogo, servicio, docilidad, el saber compartir y trabajar en grupo, etc. Estas virtudes favorecen la pacificación del alma, disponiéndola a la contemplación. Una monja dominica bien lograda es una experta en humanidad, una mujer muy humana y muy de Dios, que vive en una familia religiosa en seguimiento de Jesucristo. Esta comunión, reflejo de la unidad que se da en el seno de la Santísima Trinidad, hace crecer la caridad desde el corazón de la Iglesia y así, con misteriosa fecundidad, contribuimos a la extensión del Pueblo de Dios.

Otro elemento importante de nuestro carisma es la devoción a la Virgen María. Para santo Domingo más que una devoción, fue una gracia, un don que el Cielo le reservó en cuanto fundador de una Orden, para mejor cumplir su misión. Ella, María, es la fundadora y la patrona de nuestra Orden, que jugó un papel fundamental en el desarrollo y difusión del Santo Rosario.

Otra de las notas características de nuestra Orden es el espíritu eclesial: Santo Domingo, como hombre de Iglesia, amaba al Cuerpo Místico de Cristo y fue muy obediente al Papa y a todos los obispos. A sus hijos e hijas, Santo Domingo nos recomendó muy especialmente este amor a la Iglesia. En efecto, en nuestra Orden existió, desde sus comienzos, un profundo espíritu de comunión y de obediencia al Magisterio de la Iglesia, procurando hacer propias las preocupaciones de la Esposa de Cristo, como parte integrante que somos de ella.

Siguiendo la tradición monástica de occidente, los monasterios organizaban su vida en torno a la oración y al trabajo manual, fuente de equilibrio, de realización humana y de sustento. Por ello se efectúan trabajos que permitan rezar, que no estorben la unión con Dios y la oración, que ha de ser continua durante todo el día. En general las tareas que se efectúan son artesanales y artísticas, también intelectuales, según las necesidades de las comunidades y las posibilidades económicas de los lugares en que ellas están inmersas.

El silencio, el recogimiento, la vida fraterna en comunidad, el espíritu de penitencia y la austeridad, nos ayudan como buenos instrumentos para vivir agradando a Dios y para interceder eficazmente por los que luchan, sufren, aman, trabajan, esperan la consecución de un mundo mejor.

Nuestra vida es eminentemente apostólica, evangelizadora. Sin la oración que comunica fuerza, esperanza, alegría, los mejores esfuerzos de los hombres y mujeres de buena voluntad languidecerían.

Cada cual tiene su vocación, que Dios le da para mejor servirle a Él y a la sociedad. Ésta ha sido una breve síntesis de nuestra vocación contemplativa Dominicana, por la cual somos felices y bendecimos incesantemente a quien, en su infinita misericordia, nos la concedió: Dios mismo.+