Sábado 20 de abril de 2024

"Pentecostés: el don de la Ley en los corazones"

  • 21 de mayo, 2021
  • San Francisco (Córdoba) (AICA)
Sobre el final del tiempo pascual el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, compartió con los fieles su tercera carta, titulada "Pentecostés: el don de la Ley en los corazones".
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Con el título “Pentecostés: el don de la Ley en los corazones”, el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, dedicó su tercera Carta Pascual a reflexionar sobre la venida del Espíritu Santo, que la Iglesia celebra este domingo.

En esta tercera carta, a las puertas de Pentecostés, el obispo propuso la lectura orante de Ex 19-24, que relata la Alianza en el monte Sinaí. “Para el pueblo judío, la fiesta de Pentecostés conmemora el don de la Ley que entonces tuvo lugar. Su meditación nos ayudará a prepararnos para el Pentecostés cristiano: Jesús comunica el Espíritu Santo a su Iglesia. La ley nueva del Evangelio es la gracia del Espíritu Santo, como enseña Santo Tomás”.

En el comienzo de la carta, el prelado tomó el relato y lo comparó con el ritmo de la liturgia. Luego se refirió al “encuentro y pacto buscados por Dios” y reflexionó: “En la Biblia encontramos alianzas entre amigos o pueblos, de carácter comercial, entre un rey poderoso y su vasallo. Aquí es Dios el que ofrece su alianza”, sellada por un rito: “es el sacrificio que describe Ex 24, y que Jesús evocará en la última cena: ‘Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas’”.

Y luego de reflexionar sobre las palabras que Dios transmite a través de Moisés, animó a meditar con una pregunta: “¿Qué nos dice el texto?”. Al respecto, propuso dos claves de lectura: “En primer lugar, la evocación de la Alianza del Sinaí que hace la Carta a los Hebreos. En segundo lugar, la perspectiva que nos ofrecen los profetas Jeremías y Ezequiel”.

En cuanto a la Carta a los Hebreos, citó: “Ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando… Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.”

“Todo lo que ha vivido el pueblo de Israel es profecía del camino de la Iglesia de Cristo. Es cumplimiento y plenitud: las imágenes imperfectas ceden su lugar a la realidad. Leemos el Éxodo para encontrar en sus páginas las claves de lectura (palabras, hechos, símbolos y gestos) que nos ayuden a comprender lo que nos pasa ahora, lo que el Espíritu está obrando en nuestra vida como discípulos de Jesús. Nuestra vida y nuestra fe son el camino por el desierto. Hay momentos de encuentro y de alianza con Dios. Algunos tienen la visibilidad de los sacramentos; otros, la frescura de un Dios que nos une a Él con lazos de amor”.

“Al séptimo día, el Señor llamó a Moisés desde la nube. El aspecto de la gloria del Señor era a los ojos de los israelitas como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña. Moisés entró en la nube y subió a la montaña. Allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches.” (Ex 24, 16b-18). La montaña es lugar de revelación y encuentro con Dios. Subir al monte y entrar en la nube, como hizo Moisés, es ahora entrar en comunión con Jesús. Él es el monte santo donde Dios se revela. Moisés es figura de todo bautizado: un amigo que habla cara a cara con Dios; un hombre humilde, transformado por la gracia del Espíritu Santo”.

“El contraste entre ambas alianzas nos invita a calibrar la calidad de nuestra experiencia cristiana. Mientras que la antigua es caracterizada con rasgos impersonales, la nueva es encuentro libre entre Dios y sus hijos. No hay temor frente al Dios manifestado en Jesucristo. Por el contrario, el clima es de gozo, paz y consuelo. San Pablo habla de que el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia”, destacó.

Las “diez Palabras” que Dios mismo escribió con su mano en las tablas de la Ley, consideró el prelado, “son un don para la vida”. En esas palabras, que Jesús llevó a su pleno cumplimiento, “nosotros encontramos orientación para vivir plenamente como hijos y hermanos. Los mandamientos humanizan nuestra vida. El estilo de la Trinidad se hace nuestra forma de vida”.

“Por su parte, Jeremías y Ezequiel, evocando este encuentro en el Sinaí, anuncian una nueva y definitiva alianza: ‘Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo’”, destacó monseñor Buenanueva. “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que sigan mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo he dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios”.

Finalmente, animó a la contemplación. “Cristo nos está donando su Espíritu”, afirmó. En ese sentido, detalló con palabras del Papa: “Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como «respiración» de nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista. […] Todo nace de ahí: de un corazón que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes.” 

 “Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes». Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo […]»”, citó. “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado”.

Al respecto, sostuvo que “Pentecostés es un acontecimiento actual: Jesús resucitado continúa alentando su Espíritu sobre nosotros. En el silencio de nuestra oración, concentrando nuestra mirada en Jesús, descubramos al Dios vivo que escribe su Ley en nuestros corazones”.

“El don del Espíritu tiene un destinatario: el pueblo de Dios. Un pueblo de hombres y mujeres libres, animados por el amor trinitario, portador de esperanza al mundo”, aseguró. “El Espíritu que el Padre y el Hijo nos envían, pasa por el cuerpo glorificado de Cristo y se derrama en los corazones, escribiendo en ellos la Ley de Dios. La libertad que nos comunica es la de los hijos y hermanos. Alienta en nosotros un proyecto de vida fraterno, abierto solidariamente a los demás, atento especialmente a los más pobres y heridos”.

“En este tiempo de prueba que seguimos transitando como humanidad, una gracia muy fuerte que Dios está haciendo sentir en los corazones de muchos tiene que ver con esto: escribiendo su Ley en nosotros, el Dios trinidad revelado en la Pascua nos comunica su vida misma, su alegría y su impulso. Vivir desde dentro de nuestra experiencia personal de la acción del Espíritu Santo”.

Finalmente, invitó  a los fieles a “contemplar este don del Espíritu en nuestra Iglesia diocesana que celebra sus sesenta años de camino compartido. Las figuras de María, de Francisco de Asís y de Brochero nos iluminan. Dios realizó en ellos lo que está obrando en nosotros. ¿Cómo escribió el Señor su Ley en el corazón de María? ¿Qué forma tomó la libertad en la vida de Francisco? ¿Qué experiencia del Espíritu leemos en la vida y ministerio de José Gabriel? Contemplemos sus vidas, reflejo del Evangelio, y miremos la obra de Dios en nosotros, en nuestras comunidades, en la historia de nuestra Iglesia diocesana. Es memoria agradecida del camino recorrido que nos abre al futuro: ¿hacia dónde nos está llevando el impulso del Espíritu? Moisés bajó del Sinaí, confió al pueblo la Ley de Dios y, así, juntos, retomaron su camino hacia la tierra prometida. También nosotros, como diócesis, tenemos un camino por delante”.+

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