Jueves 18 de abril de 2024

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Pentecostés: El don de la Ley en los corazones

Tercera Carta Pascual 2021 de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco (20 de mayo de 2021)

A los fieles de la diócesis de San Francisco.

Queridos hermanos:

1. Estamos a las puertas de Pentecostés. Culmina así el tiempo pascual. En esta 3ª Carta pascual les propongo la lectura orante de Ex 19-24 que relata la Alianza en el monte Sinaí. Para el pueblo judío, la fiesta de Pentecostés conmemora el don de la Ley que entonces tuvo lugar. Su meditación nos ayudará a prepararnos para el Pentecostés cristiano: Jesús comunica el Espíritu Santo a su Iglesia. La ley nueva del Evangelio es la gracia del Espíritu Santo, como enseña Santo Tomás[1]. Centramos nuestra lectio en el texto que propone la vigilia de Pentecostés: Ex 19, 3-8a. 16-20b.

I. Lectio: ¿Qué dice el texto?

2. “El primer día del tercer mes, después de su salida de Egipto, los israelitas llegaron al desierto del Sinaí […] establecieron allí su campamento. Israel acampó frente a la montaña.” (Ex 19, 1-2). Los capítulos19 y 24 narran el encuentro con Dios y la alianza. Por su parte, 20-23, las obligaciones que surgen del pacto: las diez palabras que traducen la alianza a la vida concreta del pueblo. Subrayemos el doble movimiento de los personajes del relato: subir y bajar, acercarse y mantenerse a distancia del monte (y de Dios). Es como el ritmo de la liturgia: sentados, recibimos la Palabra. Llevamos al altar los dones y nos acercamos a comulgar. Así también la oración y la vida: vivimos como oramos, oramos como vivimos. Este movimiento alcanzará su punto culminante en la encarnación. 

3. Encuentro y pacto buscados por Dios. Suya es la iniciativa. En la Biblia encontramos alianzas entre amigos o pueblos, de carácter comercial, entre un rey poderoso y su vasallo. Aquí es Dios el que ofrece su alianza. Como todo pacto, un relato evoca lo que Dios ha hecho por el pueblo. Sigue el ofrecimiento de un vínculo: “ustedes serán mi pueblo; Yo, su Dios”. De ahí brotan compromisos concretos (los diez mandamientos). Siguen premios o bendiciones y castigos o maldiciones, según haya o no fidelidad a la alianza. Un rito sella la alianza: es el sacrificio que describe Ex 24, y que Jesús evocará en la última cena: “Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas” (Ex 24, 8). Centremos ahora nuestra atención en las palabras que Dios transmite al pueblo a través de Moisés.

4. Ex 19, 4: “Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo los conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí.” Las credenciales de Dios son las obras que ha realizado en favor de su pueblo, especialmente la liberación de Egipto. Como observamos al comentar el canto de Miriam (Ex 15, 1-21): hay que abrir los ojos para contemplar esas obras. El detalle más importante: “los traje hasta mí”. Ahora, la atención no debe centrarse en el don de la tierra, sino en la persona del Señor. El camino del éxodo, con todas sus vicisitudes y pruebas, tiene una meta: el encuentro personal, cara a cara, con el Dios santo y amigo del pueblo. El encuentro con Dios es la meta de todas las peregrinaciones de la vida: las del pueblo de Israel y las de cada uno de nosotros. Así será también la vuelta del exilio.

5. Ex 19, 5: “Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece.” Toda la tierra pertenece al Señor, pero el pueblo que acoge su alianza entra en una relación única con Él; a condición de que su Palabra sea escuchada y obedecida. Dios busca una alianza en libertad con Israel. También con nosotros. El Espíritu Santo es el que hace posible ese encuentro en libertad entre Dios y los hombres.

6. Ex 19, 6: “Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes y una nación que me está consagrada.” San Pedro retomará esta potente imagen (cf. 1 Pe 2, 5.9). Un “reino de sacerdotes”, no una élite, sino todo el pueblo tiene la función de ofrecer a Dios el culto de la vida; además de anunciar sus maravillas (evangelizar), adorar y alabar a Dios. Una “nación santa”, porque Israel es ese espacio sagrado en medio del mundo en el que Dios se manifiesta para todos los pueblos. El compromiso con Dios es inseparable de la fraternidad, especialmente con los pobres. Ese es el espíritu de las dos tablas del Decálogo.

II. Meditatio: ¿Qué nos dice el texto?

7. Les propongo dos claves de lectura. En primer lugar, la evocación de la Alianza del Sinaí que hace la Carta a los Hebreos. En segundo lugar, la perspectiva que nos ofrecen los profetas Jeremías y Ezequiel.

8. Leemos en Heb 12, 18-24: “Ustedes, en efecto, no se han acercado a algo tangible: fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras, que aquellos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando… Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza, y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.”

9. Todo lo que ha vivido el pueblo de Israel es profecía del camino de la Iglesia de Cristo. Es cumplimiento y plenitud: las imágenes imperfectas ceden su lugar a la realidad. Leemos el Éxodo para encontrar en sus páginas las claves de lectura (palabras, hechos, símbolos y gestos) que nos ayuden a comprender lo que nos pasa ahora, lo que el Espíritu está obrando en nuestra vida como discípulos de Jesús. Nuestra vida y nuestra fe son el camino por el desierto. Hay momentos de encuentro y de alianza con Dios. Algunos tienen la visibilidad de los sacramentos; otros, la frescura de un Dios que nos une a Él con lazos de amor.

10. “Al séptimo día, el Señor llamó a Moisés desde la nube. El aspecto de la gloria del Señor era a los ojos de los israelitas como un fuego devorador sobre la cumbre de la montaña. Moisés entró en la nube y subió a la montaña. Allí permaneció cuarenta días y cuarenta noches.” (Ex 24, 16b-18). La montaña es lugar de revelación y encuentro con Dios. Subir al monte y entrar en la nube, como hizo Moisés, es ahora entrar en comunión con Jesús. Él es el monte santo donde Dios se revela. Moisés es figura de todo bautizado: un amigo que habla cara a cara con Dios; un hombre humilde, transformado por la gracia del Espíritu Santo.

11. El contraste entre ambas alianzas nos invita a calibrar la calidad de nuestra experiencia cristiana. Mientras que la antigua es caracterizada con rasgos impersonales, la nueva es encuentro libre entre Dios y sus hijos. No hay temor frente al Dios manifestado en Jesucristo. Por el contrario, el clima es de gozo, paz y consuelo. San Pablo habla que el “fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza, mansedumbre y temperancia. (Gal 5, 22-23).

12. Las “diez Palabras” que Dios mismo escribió con su mano en las tablas de la Ley son un don para la vida. En esas palabras, que Jesús llevó a su pleno cumplimiento (cf. Mt 5-7), nosotros encontramos orientación para vivir plenamente como hijos y hermanos. Los mandamientos humanizan nuestra vida. El estilo de la Trinidad se hace nuestra forma de vida.

13. Por su parte, Jeremías y Ezequiel, evocando este encuentro en el Sinaí, anuncian una nueva y definitiva alianza: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.” (Jer 31, 33). “Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Infundiré mi espíritu en ustedes y haré que signa mis preceptos, y que observen y practiquen mis leyes. Ustedes habitarán en la tierra que yo ha dado a sus padres. Ustedes serán mi Pueblo y yo seré su Dios.” (Ez 36, 26-28).

III. Contemplatio: Cristo nos está donando su Espíritu

14. “Ser contemplativos no depende de los ojos, sino del corazón. Y aquí entra en juego la oración, como acto de fe y de amor, como «respiración» de nuestra relación con Dios. La oración purifica el corazón, y con eso, aclara también la mirada, permitiendo acoger la realidad desde otro punto de vista. […] Todo nace de ahí: de un corazón que se siente mirado con amor. Entonces la realidad es contemplada con ojos diferentes.” (Catequesis del Papa Francisco, 5 de mayo de 2021).

15. “Jesús les dijo de nuevo: «¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes» Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió «Reciban al Espíritu Santo […]»” (Jn 20, 21-22). “Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado” (Rom 5, 5). Pentecostés es un acontecimiento actual: Jesús resucitado continúa alentando su Espíritu sobre nosotros. En el silencio de nuestra oración, concentrando nuestra mirada en Jesús, descubramos al Dios vivo que escribe su Ley en nuestros corazones.

16. El don del Espíritu tiene un destinatario: el pueblo de Dios. Un pueblo de hombres y mujeres libres, animados por el amor trinitario, portador de esperanza al mundo. El Espíritu que el Padre y el Hijo nos envían, pasa por el cuerpo glorificado de Cristo y se derrama en los corazones, escribiendo en ellos la Ley de Dios. La libertad que nos comunica es la de los hijos y hermanos. Alienta en nosotros un proyecto de vida fraterno, abierto solidariamente a los demás, atento especialmente a los más pobres y heridos.

17. En este tiempo de prueba que seguimos transitando como humanidad, una gracia muy fuerte que Dios está haciendo sentir en los corazones de muchos tiene que ver con esto: escribiendo su Ley en nosotros, el Dios trinidad revelado en la Pascua nos comunica su vida misma, su alegría y su impulso. Vivir desde dentro de nuestra experiencia personal de la acción del Espíritu Santo.

18. Los invito a contemplar este don del Espíritu en nuestra Iglesia diocesana que celebra sus sesenta años de camino compartido. Las figuras de María, de Francisco de Asís y de Brochero nos iluminan. Dios realizó en ellos lo que está obrando en nosotros. ¿Cómo escribió el Señor su Ley en el corazón de María? ¿Qué forma tomó la libertad en la vida de Francisco? ¿Qué experiencia del Espíritu leemos en la vida y ministerio de José Gabriel? Contemplemos sus vidas, reflejo del Evangelio, y miremos la obra de Dios en nosotros, en nuestras comunidades, en la historia de nuestra Iglesia diocesana. Es memoria agradecida del camino recorrido que nos abre al futuro: ¿hacia dónde nos está llevando el impulso del Espíritu? Moisés bajó del Sinaí, confió al pueblo la Ley de Dios y, así, juntos, retomaron su camino hacia la tierra prometida. También nosotros, como diócesis, tenemos un camino por delante.

Confío esta lectio a san José, custodio de María y Jesús. Su obediencia a la Palabra nos inspire para seguir transitando juntos este camino de alianza, de fe y de servicio. Con mi bendición,

Mons Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco


Nota:
[1] cf. ST I II q 106 a 1