Domingo 13 de octubre de 2024

Mons. Castagna: 'Nostalgia de Dios'

  • 23 de agosto, 2024
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes recordó que "la fe, don de Dios, está a disposición de quienes la anhelan sinceramente" y afirmó: "El no creyente, si es honesto, se lamenta por no tenerla".
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "la fe, don de Dios, está a disposición de quienes la anhelan sinceramente".

"En el ámbito del agnosticismo se escucha, con mucha frecuencia, inexplicables lamentos, formulados a través de los medios y reveladores de cierta nostalgia religiosa", señaló. 

"Si expresan frustración, al reconocer que la ausencia de la fe es una desgracia, indican que 'no están lejos del Reino de Dios'", puntualizó. El arzobispo sostuvo que "la fe, como experiencia del don sobrenatural, es fuente de alegría".

"Un verdadero creyente no se lamenta por tener fe; el no creyente, si es honesto, se lamenta por no tenerla", diferenció.

"Es la ocasión de que la Iglesia otorgue la mayor importancia a lo que Jesús considera más importante. Sin duda es la fe. El que cree se salva, el que no cree se condena". 

Monseñor Castagna reconoció que "parece extrema la aseveración; no lo es, el clima nocivo en la que el mundo está hoy envuelto, lo confirma".

"La Palabra de Dios, y sus derivaciones sacramentales, manifiestan su innegable necesidad", afirmó.

Texto de la sugerencia
1. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios. El encuentro difícil con sus discípulos, ofrece a Jesús la ocasión de referirse al tema esencial de la fe y a ponerla a prueba. Ante el abandono de muchos de sus discípulos, perdida la fe en Él, Jesús desafía a quienes permanecen: "¿También ustedes quieren irse?". La respuesta viene de Pedro, que habla en nombre de sus hermanos Apóstoles, inspirado por el Padre: "Simón Pedro le respondió: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios" (Juan 6, 67-69). Es la mejor definición de la fe. Si no se cree en Jesús, la fe se desvirtúa y pierde la posibilidad de ser auténtica relación con Dios. En consecuencia, los pecados no son perdonados y no se llega a ser partícipe de la Vida eterna. El Maestro lo enseña con claridad, nuestras interpretaciones personales, con frecuencia borronean su mensaje y lo vuelven extraño. Es preciso ceñirse al contenido del pensamiento de Jesús, como el Magisterio auténtico de la Iglesia lo expone. Se rechaza la Palabra de Dios cuando la soberbia predomina y se produce el pecado como mal. Así no lo entiende el mundo cuando pierde el sentido del pecado. Es la actual situación, en una sociedad que ha cedido su libertad ante la tentación del Maligno. El libro del Génesis relata la tentación y el pecado de los primeros padres. La pretensión de Eva y Adán es llegar a ser "como Dios". La soberbia es derrotada por la humildad. Por ello, Jesús -vencedor del pecado- se presenta pobre y humilde. Insiste, mediante el ejemplo de su vida y la predicación, en exhortar a la práctica de la humildad: "Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón?" (Mateo 11, 29). Los más cercanos al Reino son los pobres y los niños. En las bienaventuranzas Jesús considera a los pobres -que son los humildes- los auténticos poseedores del Reino: "Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos" (Mateo 5, 3). Es éste un lenguaje indigerible, para un mundo preciado de sí mismo, que se cree un dios opuesto al Dios verdadero. Por eso se siente dueño de la vida y capacitado para manipular indiscriminadamente un universo del que Dios es el único Creador y legislador.

2. Su inquebrantable fidelidad a la Verdad. Contraría lo que Jesús enseña, la incredulidad de quienes se creen creyentes y excluyen la práctica de la fe que dicen profesar. Jesús desafía a sus más cercanos, ante el espectáculo de quienes dejaron de acompañarlo, por causa de su anuncio de la Eucaristía. De esa manera, manifiesta su inquebrantable fidelidad a la verdad, convenga o no a sus eventuales seguidores. Les pregunta si también ellos quieren abandonarlo. Busca conocer el grado de fidelidad a su persona, de parte de quienes deben transmitir al mundo la fe. Pedro, que recibirá la misión de confirmar a sus hermanos en la fe, responde sin titubear a la pregunta desafiante de su Maestro: "Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios" (Juan 6, 68-69). Creer en Cristo, es creer a Cristo como Pedro, sin vacilaciones. La seguridad en la fe, incluye una relación de amistad con el Santo de Dios. De esa relación depende que la fe se encamine a la "heroicidad". El justo vive por la fe -y de la fe- constituyéndose en el secreto de la santidad y de la justicia. Podemos verificar, en la lectura del Evangelio, la importancia que Jesús otorga a la fe de quienes acuden a Él. El mundo necesita a Cristo y, de manera subalterna, el prestigio intelectual y político de quienes lo representan. Bien lo entendieron los santos ministros en el ejercicio del servicio pastoral que les correspondía desempeñar. Los pobres, que confían en su persona y en su poder, son ponderados por el Señor. Quienes creen en Él conseguirán los favores que solicitan, aún los inalcanzables, como "trasladar una montaña". La fe, suscitada por la Palabra, cobra una importancia destacada en la actualidad. Los hombres y mujeres se sujetan desesperadamente a falsas versiones de la fe, que creen necesitar. Se sumergen así en un tembladeral que los deglute como resbaladizo pantano. El mismo Jesús se pregunta si cuando regrese, como Hijo del hombre, encontrará fe sobre la tierra. Se pregunta, y nos pregunta, poniendo a nuestra disposición los medios para suscitar la fe auténtica y acompañar su desarrollo. La realidad, en la que estamos entreverados junto a nuestros conciudadanos, constituye una sucesión de inocultables desafíos. Confiados en el poder de Cristo se impone aceptarlos como única alternativa.

3. Nostalgia de Dios. La fe, don de Dios, está a disposición de quienes la anhelan sinceramente. En el ámbito del agnosticismo se escucha, con mucha frecuencia, inexplicables lamentos, formulados a través de los medios y reveladores de cierta nostalgia religiosa. Si expresan frustración, al reconocer que la ausencia de la fe es una desgracia, indican que "no están lejos del Reino de Dios". La fe, como experiencia del don sobrenatural, es fuente de alegría. Un verdadero creyente no se lamenta por tener fe; el no creyente, si es honesto, se lamenta por no tenerla. Es la ocasión de que la Iglesia otorgue la mayor importancia a lo que Jesús considera más importante.  Sin duda es la fe. El que cree se salva, el que no cree se condena. Parece extrema la aseveración; no lo es, el clima nocivo en la que el mundo está hoy envuelto, lo confirma. La Palabra de Dios, y sus derivaciones sacramentales, manifiestan su innegable necesidad. La acción pastoral de la Iglesia, no debe responder a requerimientos extraños a la fe predicada por los Apóstoles y acreditada por Pedro. El testimonio de santidad, que el mundo necesita de los cristianos, tiene su origen en la Palabra, que la predicación transmite, y que luego vigorizan y nutren los Sacramentos, celebrados por la misma Iglesia. Es preciso evitar cierto "sacramentalismo" -sin la Palabra- como reconocer la inseparabilidad existente entre la misma Palabra y los Sacramentos. La Iglesia Católica mantiene absoluta fidelidad a esa sintonía. La fracción del Pan es inseparable de las enseñanzas de los Apóstoles. La vida de la Iglesia primitiva revela esa "sintonía", y en ella apoya la misión que ha recibido de su Maestro. Hoy sigue vigente, desafiada continuamente por la corrupción y la incredulidad de quienes deben ser redimidos. Urge actualizar esa sintonía: Palabra y Eucaristía. Para ello, debe trascender la impotencia de sus hombres y dar lugar al poder de Cristo: el Hijo de Dios encarnado. Necesita dejar atrás su debilidad, para que el poder de Cristo predomine ella, como única opción para el logro de la perfección y de los éxitos intentados. El Apóstol San Pablo, así lo manifiesta: "Yo no me avergüenzo del Evangelio, porque es el poder de Dios para todos los que creen?" (Romanos 1, 16). Por ello, él mismo se confiesa dichoso en su debilidad. Los sentimientos de pobreza y fragilidad, hacen del Apóstol un modelo de fidelidad en el ejercicio humilde de su ministerio.

4. La recuperación de la oveja perdida. Al observar la poca fe de quienes, hasta ese momento, se consideraban sus discípulos, Jesús cierra la difícil escena, develando el secreto de la vocación apostólica: "Jesús continuó: "¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce?" (Juan 6, 70). El mismo Bautismo constituye una elección divina. Los Apóstoles - los Doce - son misteriosamente elegidos para compartir la misión de buscar y encontrar a los pecadores. Jesús es el Pastor, imagen de su Padre Dios, cuya bondad infinita consiste en recuperar la oveja perdida para que, por la conversión y la penitencia, vuelvan a la casa paterna y participen de la fiesta del feliz regreso. Es preciso pensar como Dios piensa, y obrar en consecuencia. De las enseñanzas de Jesús se deduce que los más pequeños, ante la mirada del Padre, son los pecadores, a quienes envía a su Unigénito para expresarles cuánto los ama. Es verdad que el pecado afea esa bellísima obra de Dios, que es el hombre.  El pecado lo constituye en un ser inamable, pero, como obra artesanal de Dios, es infinitamente amable, hasta que el Padre lo da todo, en su Hijo divino encarnado. La cruz de Cristo es la manifestación más conmovedora del amor de Dios, a pesar del pecado.  Jesús vino a revelar a los hombres -a los peores pecadores- la misericordia del Padre.+