Mons. Castagna: 'Las expresiones del amor a Dios y al prójimo'
- 1 de noviembre, 2024
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes destacó que "el amor a Dios produce un equilibrio necesario en la vida personal y comunitaria", y recordó: "A Dios se lo ama amándolo".
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, destacó -en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo- que "el amor a Dios, como lo expresa el mandamiento, produce un equilibrio necesario en la vida personal y comunitaria".
"Como toda virtud, es preciso educarla. A Dios se lo ama amándolo", sostuvo, y profundizó: "Entre las personas que se aman, se requieren expresiones de amor que acerquen sus vidas y comprometan un esfuerzo ascético continuo".
"También con Dios. Su condición de Personas Divinas exige, porque Él lo logra de manera ejemplar, que le manifestemos nuestro amor: en la obediencia y en la ternura de su presencia", indicó.
Tras exclamar: "¡Qué frágil es el amor entre quienes transitan un sendero de odio y violencia!", consideró que "la teatral acepción del amor, aunque con valiosas excepciones, se agota frente al más leve cambio de humor en quienes dicen amarse".
"Es así cuando el amor se reduce a una emoción pasajera, que dura tanto como la emoción misma", lamentó, y recordó que "Dios nos enseña a eternizar el amor, conforme a su naturaleza propia".
"Él nos ama para siempre, con la consistencia sólida del Amor que une al Padre y al Hijo. Ese amor 'para siempre', supone la indisolubilidad, gestada entre seres libres, sin el menor atisbo de egoísmo y de soledad. El pecado hace del amor un desafío a la libertad, la que más padece por causa del pecado: me refiero a la capacidad de elegir libre y responsablemente", concluyó.
Texto completo de las sugerencias
1. Amarás al Señor, tu Dios, con todas tus fuerzas. Dios merece nuestra principal dedicación. Es único, y Padre de todos los hombres. "Padre de nuestra vida", decía San Pablo VI. La respuesta de Jesús al escriba es directa, simple y clara: "El primero es (de los mandamientos) escucha Israel: el Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas" (Marcos 12, 29-30). Amar a Dios es la mayor urgencia, en el difícil transcurso de la historia. El mandamiento lo expresa de manera inmejorable. El pecado es la negativa a amar a Dios "con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas". Para ello se requiere que cada persona comprometa su libertad, a partir de una sincera conversión. El segundo mandamiento "semejante al primero" es el amor al prójimo. Sin el primero es imposible el segundo; y, sin la concreción práctica del segundo, no se logra el primero. La Iglesia, en cada uno de sus bautizados, debe comprobar el voltaje del amor a Dios y al prójimo. De poco vale cumplir los restantes mandamientos, preceptos y obligaciones con la Iglesia, si el amor a Dios no los sustenta. Nos encontramos que, por la ausencia del amor a Dios y a los hermanos, se produce una insostenible contradicción en la práctica religiosa de los autocalificados creyentes. La hipocresía es la consecuencia inevitable de esa contradicción. Se requiere haber avanzado mucho en el amor a Dios y a los hermanos para que los cristianos, y las comunidades que los agrupan, produzcan un testimonio creíble, en un mundo descreído y mendaz. La labor evangelizadora es simple y, al mismo tiempo, compleja. Su complejidad proviene del amplio campo humano en el que mueve; la simplicidad está avalada por la santidad de los auténticos evangelizadores. Dios, único hacedor de la conversión y de la santidad, se vale, principalmente, de la inocencia y bondad de los pobres de espíritu. Es así cuando, desde el mismo Jesús, la salvación se introduce en la vida de los hombres. Por consiguiente, en Él se encuentra el perfecto evangelizador.
2. Libertad saneada por Cristo. La existencia de Cristo, toda ella -desde la Encarnación a la Resurrección- es la expresión del amor que tiene Dios por nosotros. El descuido del primer mandamiento -y del segundo- crea un clima de injusticia y de violencia que afecta la vida humana, en sus principales manifestaciones; lo comprobamos a diario. Es preciso que el Evangelio no abandone su lugar tanto en la vida privada como pública. Pedro y los Apóstoles, y sus actuales sucesores, han recibido la misión que Jesús recibió de su Padre. Que el mundo crea, y que la Palabra impregne su trajinosa historia. La fe no pretende pasar sobre la libertad de nadie. Aunque necesaria, su empleo supone una libertad saneada por la acción pascual de Cristo. El amor a Dios es una modesta respuesta al Amor de Dios. Porque somos amados por Dios, podemos amar bien a quienes debemos amar, incluso a los enemigos. Tenemos a nuestro favor el ejemplo admirable de Jesús. Su súplica por quienes lo inmolan, durante su dolorosa Pasión, queda como referencia, para sus discípulos y creyentes seguidores. Estamos desafiados a actualizar el amor de Dios por todos los hombres. La vivencia de la fe halla, en el amor a Dios y al prójimo, su perfecta expresión. En nuestra predicación y catequesis, en el discurso teológico que nos asiste y en nuestras celebraciones litúrgicas está, implícita o explícitamente, el mandamiento del amor como principal exponente. Si no cumplimos con él, no observamos ningún mandamiento. Debe ser como lo entiende y enseña Jesús, no como lo entiende el mundo, en un abaratamiento o despojo de su auténtico sentido y contenido. Cuando Jesús dicta su legado principal, deja claro de cómo debe ser entendido: "Este es mi mandamiento: "Ámense los unos a los otros como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos" (Juan 15, 12-13).
3.- En el mandamiento del amor a Dios se cumple toda ley. Es la virtud que, llegada a la heroicidad, distingue a los santos. Vale decir: orienta el discernimiento de la santidad de quienes son canónicamente declarados santos por la Iglesia. En la mente y enseñanza de Jesús, y en la palabra de su discípulo predilecto, en el mandamiento del amor se cumplen toda la Ley y los profetas. Su perfección está en Dar la vida, e incluye darlo todo, como hace el Padre cuando nos da a su Unigénito. No le es arrancado sino que lo ofrece libremente, por amor: "Sí, Dios amó tanto al mundo. Que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no muera, sino que tenga Vida eterna" (Juan 3, 16). Hay mucho que conocer y contemplar en este largo camino de la vida. Lo necesario, elegido por María de Betania, en el encuentro silencioso con Jesús, debe ser descubierto y adoptado como forma de vida. La insistencia de los Apóstoles en la perseverancia requiere la humildad del que aprende, de Quien enseña, aún desplazando otras tareas presentadas como de urgente necesidad. Marta ama al Mestro pero le falta evaluar la distancia entre la actividad y la contemplación. Más adelante logrará la síntesis, comprendiendo el valor de la escucha del Señor, y su contemplación, como también el encomiable empeño de recibirlo en su casa y servirlo. El compromiso con los hermanos está sostenido, necesariamente, por la contemplación del rostro del Maestro. Fácilmente abandonamos la contemplación en aras de una actividad desmesurada y sin rumbo. Alguna vez, un sacerdote joven me confesó que había dejado de rezar el Oficio Divino, porque dedicaba todo el tiempo al "trabajo" pastoral. Grave error, que conduce -sin pausa- a la pérdida del sentido sobrenatural de la vida y del ministerio.
4. Las expresiones del amor a Dios y al prójimo. El amor a Dios, como lo expresa el mandamiento, produce un equilibrio necesario en la vida personal y comunitaria. Como toda virtud es preciso educarla. A Dios se lo ama amándolo. Entre las personas que se aman se requieren expresiones de amor que acerquen sus vidas y comprometan un esfuerzo ascético continuo. También con Dios. Su condición de Personas Divinas exige, porque Él lo logra de manera ejemplar, que le manifestemos nuestro amor: en la obediencia y en la ternura de su presencia. ¡Qué frágil es el amor entre quienes transitan un sendero de odio y violencia! La teatral acepción del amor, aunque con valiosas excepciones, se agota frente al más leve cambio de humor en quienes dicen amarse. Es así cuando el amor se reduce a una emoción pasajera, que dura tanto como la emoción misma. Dios nos enseña a eternizar el amor, conforme a su naturaleza propia. Él nos ama para siempre, con la consistencia sólida del Amor que une al Padre y al Hijo. Ese amor "para siempre", supone la indisolubilidad, gestada entre seres libres, sin el menor atisbo de egoísmo y de soledad. El pecado hace del amor un desafío a la libertad, la que más padece por causa del pecado: me refiero a la capacidad de elegir libre y responsablemente.+