Viernes 19 de abril de 2024

Mons. Castagna: "La Iglesia no puede callar la verdad"

  • 6 de marzo, 2020
  • Corrientes (AICA)
Al iniciar la Cuaresma, la liturgia de la Palabra presenta el relato evangélico de la transfiguración del Señor. Al comentar este pasaje y proponer sus habituales sugerencias para la homilía dominical, el arzobispo emérito de Corrientes, Mons. Domingo Castagna, expresa que la Iglesia no puede callar la verdad.
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Al iniciar la Cuaresma, la liturgia de la Palabra presenta el relato evangélico de la transfiguración del Señor. Al comentar este pasaje y proponer sus habituales sugerencias para la homilía dominical, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, expresa que la Iglesia no puede callar la verdad, y Cristo es su Verdad, expuesta a todos mediante la promulgación del precepto nuevo del amor. “Su actualidad –añade- cobra particular importancia en vista de la confusión y debilitamiento de la fe de muchos bautizados”.



“La visión que el Señor ofrece a Pedro, a Juan y a Santiago, columnas de los Doce, es sorprendente y misteriosa. Decide prepararlos para comprender y superar el drama que se avecina”.



El texto evangélico dice que “mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: ‘No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos’”.



“Aquellos tres principales discípulos supieron guardar el secreto. No les resultó fácil. El entusiasmo exuberante de Pedro podría haberlo impulsado a comunicar la feliz noticia a los restantes discípulos, incluida a María y a las mujeres de su valiente séquito.



Texto de la sugerencia homilética del I domingo de Cuaresma



1.- Tienen un único Doctor y Maestro. Al iniciar la Cuaresma, la Liturgia de la Palabra presenta el relato evangélico de la transfiguración del Señor. Se expresa allí, además de la divinidad de Jesús, su explícita misión de Maestro: “Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta mi predilección: escúchenlo” (Mateo 17,5). Su actualidad cobra particular importancia en vista de la confusión y debilitamiento de la fe de muchos bautizados. Vuelve a mi memoria la expresión de un antiguo pastor evangélico: “Bautizados, ¿son ustedes todavía cristianos?”. Si reiteráramos aquella simple y acertada pregunta, ¿cuál sería hoy la respuesta sincera y descarnada? Hemos escuchado, en el transcurso de los últimos años, respuestas insólitas y decepcionantes. Recordemos la moda siniestra que promovió algunas apostasías, tan fugaces como escandalosas. La apostasía de la fe no es comparable a la voluntaria exclusión societaria de un club deportivo. Es el desprendimiento desgarrador del Cuerpo Místico de Cristo, por parte de algunos de sus miembros, decididos a morir por inanición fuera de la Iglesia, de la que sacramentalmente procede la vida y el espíritu que la causa.



2.- Superar el drama de la Cruz. La visión que el Señor ofrece a Pedro, a Juan y a Santiago, columnas de los Doce, es sorprendente y misteriosa. Decide prepararlos para comprender y superar el drama que se avecina. Lo verificamos al constatar -en la tarde del Viernes Santo- la precipitada dispersión de casi todos ellos, excepto Juan. Aquellos tres principales discípulos supieron guardar el secreto. No les resultó fácil. El entusiasmo exuberante de Pedro podría haberlo impulsado a comunicar la feliz noticia a los restantes discípulos, incluida María y las mujeres de su valiente séquito. “Mientras bajaban del monte, Jesús les ordenó: “No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos” (Mateo 17,9). Con frecuencia aparece la prohibición de divulgar los prodigios que el Señor realiza en beneficio de algunos seguidores. Es importante, para Jesús, destacar la fe, más allá del signo milagroso. Él mismo expresa su sorpresa y admiración al comprobar la fe de la gente que lo sigue y escucha. La Pasión pone a prueba la fe de quienes lo ven desangrarse y morir en la Cruz. El Maestro, “poderoso en obras y en palabras” (Lucas 14,19), sucumbe y es sepultado ante los ojos de quienes creían en Él. El hecho de la transfiguración constituye la contracara del espanto de la crucifixión. Una verdadera condescendencia de Dios, para que el recuerdo de haberlo visto transfigurado acuda a ellos para sostener su esperanza “contra toda humana esperanza”.



3.- La Iglesia no puede callar la Verdad. La visión de Moisés y Elías vincula a Jesús con los grandes anuncios proféticos. “La Ley y los Profetas” definen la identidad del Mesías, y proporcionan a sus Apóstoles los elementos de certeza que los constituyen en fundamento y constructores de la Iglesia. Este es el hecho histórico que, adecuadamente interpretado, nos permite alojar a Cristo en nuestra existencia como Palabra de Verdad y de Vida. De esa manera, en los oyentes bien dispuestos, la palabra apostólica suscitay nutre la fe y se erige en rectora del comportamiento que los distingue. La reiteración anual de la Cuaresma nos permite insistir en el mismo tema central: “Yo soy el Alfa y la Omega, el Primero y el Último, el Principio y el Fin” (Apocalipsis 22,13). Cristo está destinado, por el Padre, a ser el nuevo Moisés que conduzca a la humanidad a su término: el arribo a la nueva tierra prometida. Todas las metas, responsablemente proyectadas, terminan en Dios. Es en Él donde todo ideal humano logra su cumplimiento. La irreflexiva oposición a este ideal es “dar coces contra el aguijón” (Hechos 26, 14). Así lo entiende San Pablo -aún Saulo- en las puertas de Damasco. A partir de entonces el perseguidor se convierte en Apóstol, el enemigo en entrañable amigo. Es lamentable que el odio obnubile mentes venerables y las incapacite para emprender un auténtico proceso de reconciliación. La Iglesia no puede callar la verdad, y Cristo es su Verdad, expuesta a todos mediante la promulgación del precepto nuevo del amor.



4.- El nuevo sentido de la historia. Los Apóstoles siguen transmitiendo al mundo -por su singular ministerio-, y con absoluta confiabilidad, que Cristo ha resucitado. El mundo necesita enterarse de este hecho histórico, así acreditado. En él está el nuevo sentido de la historia, recuperado por el Divino Redentor. Los síntomas que hoy afloran en la vida personal, familiar y social, no provienen de un mundo sano. La reacción de Dios ante los enfermos es curarlos. Cristo es la revelación de Dios que devuelve la salud a los enfermos: “¿Acaso deseo yo la muerte del pecador y no que se convierta de su mala conducta y viva?” (Ezequiel 18,23). No ha perdido vigencia el diagnóstico aplicable a nuestro mundo: está enfermo, o carente de la salud que le corresponde como obra de Dios. Cristo resucitado está para curarlo, concretando el plan de su Padre, que no quiere la muerte y destrucción del hombre.+