Viernes 13 de diciembre de 2024

Mons. Castagna: 'Es preciso ser pobres de corazón'

  • 8 de noviembre, 2024
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes puso el ejemplo de la viuda del Evangelio, para recordar que esa es la forma de "ser libres y amar - en Dios - a quienes debemos nuestro amor". 
Doná a AICA.org

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, afirma que "Jesús no critica a los ricos por poseer bienes, sino por estar apegados a ellos, hasta vivir de rodillas, como los paganos ante sus ídolos".

"Aquella viuda pobre es considerada más afortunada por su capacidad de desprenderse de todo lo que posee: 'Les aseguro que esta viuda pobre ha puesto más que cualquiera de los otros'", destacó, citando el pasaje evangélico.

"Es preciso ser pobres de corazón, como aquella mujer, para ser libres y amar - en Dios - a quienes debemos nuestro amor", sostuvo, y subrayó: "Ese desprendimiento se logra permaneciendo en el amor de Dios".

El arzobispo afirmó que "es entonces cuando la capacidad humana de amar se consolida y no desaparece".

"El voto que liga a las personas que se aman,requiere acudir a la gracia para lograr su solidez y consistencia. El amor es para siempre, o su debilidad (o distorsión) lo aproxima a la desaparición", profundizó. 

Texto completo de las sugerencias
1. Algunos maestros de la Ley no cumplen con ella. El contenido de este texto evangélico posee una interna conexión que facilita comprender la enseñanza de Jesús. La levadura de los escribas infla la masa en lugar de darle cuerpo y consistencia. En ellos, como en los fariseos, predominan las apariencias y se traiciona la verdad. Jesús adopta un lenguaje muy severo cuando denuncia frontalmente el estado farisaico que halla en la sociedad. No tolera la mentira, instalada en las actitudes de muchos "principales" de su pueblo. Pone de manifiesto las contradicciones de algunos maestros de la Ley, que no la cumplen: "Hay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que pagan el diezmo de la menta y del hinojo y del comino, y descuidan lo esencial de la Ley". (Mateo 23, 23) "Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen" (Mateo 23, 2-3). Estas expresiones causan escalofrío. No obstante, en muchos hombres y mujeres prevalece la honestidad, y los ubica muy cerca del Reino. En este mismo párrafo de Mateo, Jesús protagoniza un encuentro significativo con una viuda pobre que, con sus dos monedas de cobre, da todo lo que tiene. Es sorprendente el criterio que asiste a Jesús en su prédica, expuesta entre sus discípulos y seguidores: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir" (Marcos 12, 43-44). Debemos trascender toda casuística para adentrarnos en el simbolismo del humilde gesto. Dios valora más la pobreza generosa de la humilde mujer que las cuantiosas ofrendas de aquellos ostentosos señores, económicamente poderosos. Ella lo ofrece todo, ellos dan de lo que les sobra. Los criterios del mundo, convenientemente manipulados, otorgan todo el crédito a las sobras de los ricos, frente a las míseras monedas de cobre, ofrecidas por aquella humilde mujer.  ¿Quién dio más y mejor: los bien provistos ricos o la pobre viuda?

2. El Evangelio: depósito y generador de los valores cristianos. En la enseñanza de Jesús queda al descubierto la inconsistencia de las apariencias, frente a lo que posee auténtico valor ante Dios. El Evangelio, cuando se lo adopta como generador de criterios para la vida, actúa de fermento en la masa. Es lo que el mundo está necesitando hoy de la Iglesia. La puesta en práctica del Evangelio, depósito de los valores cristianos, es un ineludible desafío que requiere una respuesta honesta y generosa. A través de la vida de los cristianos el Evangelio se introduce en el mundo y modifica comportamientos y culturas. Es lo que llamamos: auténtica "evangelización". Trasciende su aspecto teológico para plasmarse en la vida de los evangelizados.  De esta manera la fe se hace cultura. Cuando pierde su capacidad encarnatoria, el don se debilita hasta desaparecer. La fe está esencialmente orientada a una adhesión incondicional a la persona de Cristo. El joven Hijo de Dios y de María, se constituye en autor y consumador de la fe: "Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra  fe, en Jesús?" (Hebreos 12, 2). La gente honesta desea tener fe - si no la posee ? sin advertir que sin referencia a la persona divina de Cristo, la fe no encuentra lugar y no contribuye a dar sentido a la vida. De allí, la necesidad de referir a Jesús el ejercicio de la libertad, no renunciando a ella sino dándole su auténtico contenido y consistencia. Esta convicción, está enlazada con la aceptación de la Palabra, anunciada en el prólogo del Evangelio según San Juan: "y la Palabra era Dios".  Si se acepta la Palabra, también se acepta la Verdad que ella transmite. Incluye el rechazo a la pretensión de que todo deba pasar por el tamiz de la frágil capacidad intelectual. Cristo es la Verdad, que supera la habilidad de los mejor dotados. La fe es recibir la Palabra, confiando por completo en la autoridad del Divino Maestro. El prólogo del Evangelio según San Juan comprende una tipología original: hay quienes aceptan la Palabra y quienes la rechazan. Será preciso releer ese admirable prologo y constituirlo en clave para conocer a Dios. La aceptación de la Palabra se cumple en la caridad, no en el éxito académico. Algunos contemplativos poseen poco acceso a la ciencia y a la literatura, sin embargo ¡cuánta sabiduría y capacidad manifiestan en la transmisión de lo que aprenden! Santa Catalina de Siena y Santa Teresita de Lisieux, en su conmovedora sencillez, son reconocidas como Doctoras de la Iglesia. En las cosas de Dios, sabe el que ama -y en la medida del amor- no quien  ostenta títulos académicos.

3. Es urgente volver a Cristo. Ciertamente el Evangelio -y su animación de la vida creyente - infunde un Espíritu nuevo que contradice al que predomina en el mundo. Predicarlo es comunicar ese Espíritu y dejarlo obrar libremente en el pensamiento y en la acción de todos los hombres y mujeres. Está precedido por un ejercicio ascético mínimo, que abre las puertas del corazón al encuentro con la Palabra y a la consecuente decisión de convertirse a Ella.  Todo converge en la instauración de todas las cosas en Cristo: Palabra encarnada. Fue la intención de San Pio X, al adoptar ese propósito durante su Pontificado. Lo que constituyó entonces un desafío, ante la aparición de la incredulidad y del declive de los valores cristianos, no ha perdido actualidad, en algunos aspectos se ha agravado. La respuesta a ese desafío es Cristo: el Hijo de Dios hecho hombre. La difusión del Evangelio, y el aval testimonial de los santos, reclaman una actualización fiel y creciente. Pontífices, como San Juan Pablo II y San Pablo VI, han advertido sobre la urgencia de volver a Cristo. El entusiasmo que suscita la presencia de Cristo, sobre todo entre los jóvenes, revela el propósito divino de renovar, en el Espíritu, la vida de los actuales cristianos. La importancia de la predicación, como lo entendía el Apóstol Pablo, se mantiene hoy como entonces. Esta forma, escogida y practicada por Jesús, posee la virtud sobrenatural de confrontar a una sociedad -como la nuestra- colmada de conflictos ideológicos y morales. Su fuerza atrae persecuciones y suscita enemigos, ya pronosticados por el mismo Jesús: "Les he dicho esto para que no se escandalicen.  Serán echados en las Sinagogas, más aún, llegará la hora en que los mismos que les den muerte pensarán que tributan culto a Dios" (Juan 16, 1-2). Tenebroso panorama, no ocultado ni agrandado por las honestas expresiones del Señor. Somos testigos de tales persecuciones, algunas muy torpes y, otras, sofisticadas y de guante blanco. Los cristianos, al pretender la adopción del Evangelio como norma de vida, no se diferencian de su Maestro, cuya fidelidad al Padre llega al extremo de la Cruz.  La paz definitiva e inalterable se logrará en la eternidad, donde la recompensa, por una vida de obediencia a la voluntad del Padre, será la "derecha del Padre", junto a Jesús, María y los santos. No se entienden las modernas persecuciones contra la Iglesia, si se las desvincula de un contexto ideológico absolutamente adverso a la fe cristiana.

4. La riqueza de la pobre viuda. Jesús no critica a los ricos por poseer bienes sino por estar apegados a ellos, hasta vivir de rodillas, como los paganos ante sus ídolos. Aquella viuda pobre es considerada más afortunada por su capacidad de desprenderse de todo lo que posee: "Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros" (Marcos 12, 43). Es preciso ser pobres de corazón, como aquella mujer, para ser libres y amar -en Dios- a quienes debemos nuestro amor. Ese desprendimiento se logra permaneciendo en el amor de Dios. Es entonces cuando la capacidad humana de amar se consolida y no desaparece. El voto que liga a las personas que se aman, requiere acudir a la gracia para lograr su solidez y consistencia. El amor es para siempre o su debilidad (o distorsión) lo aproxima a la desaparición. Este lenguaje suena a palabra incomprensible, condenada por el mundo, irremediablemente, a fluctuar como un desecho. El "para siempre" del amor verdadero, está garantizado  por la gracia de Quien nos ama desde siempre y para siempre. Gracias que Dios es Dios -en Cristo- somos amados a pesar de la inamabilidad de nuestra situación de pecadores. Disponemos de "dos monedas de cobre", es preciso que tengamos el coraje de depositarlas en el tesoro del Templo, que es la pobreza de quienes sufren.+