Viernes 19 de abril de 2024

Mons. Castagna: "Debemos orar por la conversión a la Verdad"

  • 1 de noviembre, 2019
  • Corrientes (AICA)
Reflexión del evangélico de la conversión de Zaqueo del arzobispo emérito de Corriente
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El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, reflexionó sobre el pasaje evangélico de la conversión de Zaqueo y cómo el publicano, avaro,poderoso y repudiado por su pueblo, replantea su escala de valores al encontrarse con Jesús.



“En Cristo se encuentra con Dios, ante quien todo se vuelve relativo. Es el hombre que encuentra el tesoro verdadero y se dispone venderlo todo para obtenerlo. ¡Qué impacto el de aquel ser insensibilizado por la avaricia y el apego al poder que proporciona el dinero! Cristo lo desarma, le hace ver la futilidad de lo acumulado, quizás con conductas poco claras”, destacó en su sugerencia para la homilía.



El prelado afirmó que “Jesús sabe expresar la nueva situación de aquella persona, de pequeña estatura, desafiada a subirse al sicómoro para curiosear el paso del gran Profeta: ‘entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí’”.



“La escena evangélica se proyecta a nuestro tiempo y abre un registro novedoso y de enorme actualidad. Es un mensaje que interpela. Debemos orar por la conversión a la Verdad - que es Cristo - de quienes deben hacerse cargo de la conducción política de nuestro pueblo y del mundo”, sostuvo.

 



Texto de la sugerencia


1.- El jefe de los publicanos se convierte. El encuentro de Jesús con Zaqueo abre una nueva perspectiva, inimaginable en aquellos tiempos, pero de especial validez en los nuestros. Es preciso conocer a Zaqueo para comprender el significado único de aquel encuentro. Es Jefe de publicanos, el que comanda a los considerados “pecadores“ por aquel pueblo abrumado por el despotismo romano. Si los publicanos gozan de un nivel económico destacado, cuánto más sus jefes. Esto nos permite medir con exactitud lo que significa la conversión de Zaqueo. Un hombre enriquecido, en una actividad repudiada por su propio pueblo, debe manifestar su reacción ante la presencia de Jesús con un gesto que corresponda a su situación y extraordinaria experiencia. Así ocurre: “Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. Y Jesús dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. (Lucas 19, 8-10)



2.- Debemos orar por la conversión a la Verdad. Zaqueo es el prototipo de un converso radical; lo hace conmovido ante quien lo ha elegido de improviso y, contra el juicio implacable de sus comarcanos, pide hospedarse en su casa: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría”. (Lucas 19, 5-6) La consecuencia de su sincera hospitalidad es la conversión incondicional. El propósito de la sangría, a sus cuantiosos bienes, constituye - para Zaqueo - el signo de su nueva escala de valores. En Cristo se encuentra con Dios, ante quien todo se vuelve relativo. Es el hombre que encuentra el tesoro verdadero y se dispone venderlo todo para obtenerlo. ¡Qué impacto el de aquel ser insensibilizado por la avaricia y el apego al poder que proporciona el dinero! Cristo lo desarma, le hace ver la futilidad de lo acumulado, quizás con conductas poco claras. Jesús sabe expresar la nueva situación de aquella persona, de pequeña estatura, desafiada a subirse al sicómoro para curiosear el paso del gran Profeta: “Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí”. (Lucas 19, 4) La escena evangélica se proyecta a nuestro tiempo y abre un registro novedoso y de enorme actualidad. Es un mensaje que interpela. Debemos orar por la conversión a la Verdad - que es Cristo - de quienes deben hacerse cargo de la conducción política de nuestro pueblo y del mundo.



3.- El Espíritu Santo actúa en el corazón del mundo. El Evangelio traspasa todas las fronteras: las geográficas y, también, las culturales y políticas. Aunque la Iglesia está urgida por su misión universal de proclamarlo, su acción no se agota, obviamente, entre sus estrechas fronteras sacramentales (culto y doctrina). La acción del Espíritu de Pentecostés no sólo anima a la Iglesia: que es una, santa, católica y apostólica; también actúa en el corazón del mundo y de su historia. Se vale de la Institución eclesial para crear conciencia de su presencia activa en los considerados más alejados o pecadores. Es éste un presupuesto elemental para comprender en qué consiste la evangelización. Sin esta amplia perspectiva, exhibida por Jesús, tanto en su comportamiento personal como en el envío misionero de los Apóstoles y discípulos, se crearía un blindaje que aísla - a la Iglesia - del mundo a evangelizar. El Papa Francisco no deja de señalar a la Iglesia “en salida”, “hospital de campaña” y servidora. Es importante tener en cuenta esas imágenes si nos proponemos señalar a Cristo como autor y cabeza de la Iglesia, en su hoy singular y conflictivo. En consecuencia toda acción pastoral extraerá de las mismas imágenes la nota de autenticidad que el mundo, sin proponérselo, le está reclamando.



4.- Cristo vino a buscar lo que estaba perdido. La novedad del mensaje, incluido en esta escena histórica, es la clara auto acreditación del mismo Señor: “porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”. (Lucas 19, 10) Así se identifica ante un mundo que necesita hacer un proceso que se inicie en el reconocimiento de su pecado - “el pecado del mundo” - y se resuelva en la conversión. En ello debe empeñarse la Iglesia con el testimonio de sus innumerables santos y su predicación. Es preciso volver a Pablo y a los Apóstoles, con el entusiasmo de Pentecostés y una espera paciente que inspire a los actuales evangelizadores. Para lograrlo se requiere la aceptación del desafío del mundo contemporáneo, con sus manifestaciones amorales y la exclusión de Dios, y arriesgar la propia seguridad en el ineludible combate. La fidelidad a Cristo, como la Verdad, supera la intrepidez temperamental o la timidez. El mundo necesita, sin ser consciente de necesitarlo, que los evangelizadores se hagan notar y propongan a Cristo como la respuesta de Dios.+