Viernes 19 de abril de 2024

Mons. Buenanueva acompaña el caminar de la diócesis con su segunda carta pascual

  • 25 de marzo, 2021
  • San Francisco (Córdoba) (AICA)
En vísperas de la Semana Santa, el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, compartió con los fieles su segunda Carta Pascual 2021.
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Con el título “El camino de un pueblo: del miedo a la confianza, de los gritos al canto compartido”, el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, publicó el 24 de marzo su segunda Carta Pascual 2021, en preparación a la Pascua.

En esta segunda carta, el prelado propone la lectura orante de Ex 14, 15-15, 21: el paso del Mar Rojo y el canto que entona el pueblo a continuación. Ambos textos, señala, “están en el centro de la liturgia de la Palabra en la Vigilia Pascual. No pueden faltar. La salvación que Dios regala está en ese ‘paso’ en medio de la noche. El cruce del Mar Rojo es profecía de la Pascua de Cristo y de todas las pascuas eclesiales y personales. Los invito pues a rumiar esta preciosa narración. Que el Espíritu guíe nuestra lectura orante”, expresa.

Para dicha lectura, el obispo divide el relato en tres partes: La primera, frente al mar, con los gritos del pueblo que ve llegar al ejército egipcio (vv 1-14). La segunda con las aguas que se abren para dar paso al pueblo (vv 15-25). La tercera con la derrota de los egipcios y la salvación de Israel (vv 26-31). 

1. Ante el mar
En esta primera parte, explica monseñor Buenanueva, “Dios habla a Moisés y le revela su plan de salvación. Se acerca una crisis de proporciones (y no será la última), pero Yahvé tiene todos los hilos en sus manos. Es el Señor y el Juez de la historia. Es, sobre todo, el Dios que ama y salva a su pueblo”.

Y añade: “El Faraón, por su parte, tiene una reacción brutal: acaba de morir su primogénito, pero él piensa en la pérdida de la mano de obra esclava. El corazón está endurecido por la ambición de poder”.

En cuanto al pueblo israelita, identifica una “ceguera”, a pesar de “haber sido testigo de las proezas de Dios a través de Moisés”. En ellos se advierte “la queja amarga, la murmuración y la rebeldía”.

2. El viento sopla y las aguas se abren
En esta segunda parte, el obispo cita: “Después el Señor dijo a Moisés: «¿Por qué me invocas con esos gritos? Ordena a los israelitas que reanuden la marcha”. Aquí, señala, “Dios lee el corazón” y comprende que su amigo “ha comenzado a sentir el peso de la situación y de su misión”.

“Moisés está en medio de una dramática encrucijada: ve también el ejército que se acerca, escucha el clamor del pueblo y ve su desasosiego. Pero, sobre todo, ha escuchado la voz de Dios que le asegura que, por ese amenazante Mar, pasa la salvación”, relata. 

En ese sentido, reflexiona: “Podemos vernos reflejados en Moisés y en su corazón vacilante. ¿Cuántas encrucijadas de la vida nos encuentran en la misma situación? No sabemos qué hacer, cómo reaccionar, con una guerra interior de sentimientos”.

Además, advierte que Moisés, “creyente y amigo de Dios”, sale adelante obedeciendo la voz de Dios: “Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y el Señor hizo retroceder el mar con un fuerte viento del este, que sopló toda la noche y transformó el mar en tierra seca. Las aguas se abrieron, y los israelitas entraron a pie en el cauce del mar, mientras las aguas formaban una muralla a derecha e izquierda.”

Al igual que en el Génesis, compara el prelado, “las aguas, que representan el poder abrumador del mal, son separadas por el viento (el “aliento-espíritu”) que Dios sopla. Así comienza a experimentarse la salvación”. El amor, destaca, “vence el temor. Y el pueblo se pone en camino…”

3. El triunfo de la Vida
Las aguas del Mar Rojo, señala el obispo, son “imagen de la fuente bautismal”, y los que atraviesan las aguas prefiguran “al pueblo cristiano”. En ese sentido, anima a contemplar esta escena: “Aquel día, el Señor salvó a Israel de las manos de los egipcios. Israel vio los cadáveres de los egipcios que yacían a la orilla del mar, y fue testigo de la hazaña que el Señor realizó contra Egipto. El pueblo temió al Señor, y creyó en él y en Moisés, su servidor”.

“La noche ha pasado, comienza a brillar la luz del día. Dios ha intervenido, salvando a su pueblo. Los esclavos son ahora libres. Han sido liberados por la poderosa mano del Señor. El texto acentúa la dimensión contemplativa de la fe: el pueblo ha visto la salvación y, así, se convierte en testigo de todo lo que ha hecho el Señor”. Esta profecía, explica, “encontrará su realización más perfecta en María, figura de la Iglesia orante, que ‘conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón’”.

Al respecto, plantea una pregunta: “¿Estás viendo la obra de Dios en los fragmentos de tu vida, en tu camino personal y comunitario? Se trata de abrir los ojos para contemplar la vida”, considera.

Finalmente, el obispo anima a “cantar la libertad que Dios regala”. Y expresa: “La respuesta a la acción de Dios es un canto nuevo que brota jubiloso del corazón del pueblo. El miedo deja su paso a la alegría. Así reza el pueblo de Israel. Así aprendieron a rezar María, José y el mismo Jesús. Así oramos también sus discípulos. Estamos en la escuela de oración del pueblo de Dios. Miriam, profetisa y hermana de Aarón, con las mujeres del pueblo repiten la antífona: “Canten al Señor, que se ha cubierto de gloria: él hundió en el mar los caballos y los carros”. Las mujeres, una vez más, aciertan con la fe”.

En el centro del cántico, y como protagonista excluyente, destaca monseñor Buenanueva, está el Dios fuerte que salva a Israel. “Todo lo que hace tiene un beneficiario: el pueblo que ama, cuyo clamor ha escuchado conmovido y al que conduce ahora hacia la libertad. Notemos que ni siquiera Moisés aparece en el canto. Solo Dios. La libertad despunta allí donde el corazón se libera del narcisismo y se abre al éxtasis del amor, la alabanza y la adoración”.

“Y, como una profecía del mensaje de Jesús, el cántico culmina cantando el reinado de Dios: ‘¡El Señor reina eternamente!’. Es canto compartido por todo el pueblo. La fe no puede quedar en una experiencia solitaria e intimista. Se vuelve canto, se comparte. No podemos callar lo que Dios obra en nosotros y para nuestra salvación. Evangelizar es cantar en coro.”

Para concluir, anima a reflexionar: “¿Qué palabra nos ha tocado el corazón? ¿Qué luz nos ofrece la rumia de esta página de la Escritura?”. Para ello, comparte algunas resonancias propias de esta Palabra:

a. La Palabra sigue resonando fuerte, hoy como entonces. Especialmente en tiempos inciertos y desafiantes. Precisamente en esos momentos la voz del Señor se hace oír. Nos invita a la obediencia y, sobre todo, a ponernos en camino. 

b. El corazón se arruga. El miedo se vuelve grito desesperado. También el hombre de Dios vacila. Las Escrituras no ocultan la fragilidad: ni la del pueblo, ni la de Moisés. Nos invitan a ir hasta el fondo de ella. Allí nos espera el Dios que nos salva. Es el realismo de la fe que nos vuelve audaces y humildes. 

c. Solo entonces emerge la posibilidad real de caminar la confianza, fruto maduro de la fe y que se nutre de la esperanza. Dios salva. Toda la historia de la salvación nos lo dice, de una u otra forma, hasta llegar a su cumbre: Jesús es el Salvador que ya ha cruzado el Mar Rojo. A nosotros nos toca dejarnos llevar por el soplo de su Espíritu. 

d. Hoy tenemos una amenaza muy fuerte: la soledad y el individualismo que nos encierran, volviéndonos tristes y desesperanzados. ¡Abramos los ojos y miremos a Cristo que nos da otra perspectiva! Dios nos lleva de la mano a través de las aguas impetuosas. Y nos lleva como pueblo. De las aguas bautismales nace la comunidad cristiana. Somos familia. Somos hermanos. ¡Tenemos esperanza! 

e. También nosotros somos invitados a cantar las maravillas del Señor. Lo hacemos, por cierto, en la liturgia que compartimos, sobre todo, el domingo. Lo hacemos cada día, viviendo la libertad que Dios nos regala como compromiso de amor con nuestros hermanos, especialmente en el servicio a los más pobres, a los que se sienten solos, a los que lloran sus heridas, agudizadas en este tiempo de pandemia.

Y dirigiéndose al pueblo de Dios de la diócesis, en estos 60 años de camino compartido, plantea: “¿Qué “Mar Rojo” tenemos que cruzar, dejando nuestros miedos, solo obedientes a la Palabra del Señor?”.+

» Texto completo de la segunda carta pascual