Lunes 17 de noviembre de 2025

León XIV compartió un almuerzo con los pobres y recordó a quienes sufren las guerras

  • 17 de noviembre, 2025
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
En la Novena Jornada Mundial de los Pobres, el Papa compartió un almuerzo con cerca de 1.300 personas de todo el mundo y recordó a quienes sufren a causa de la violencia, la guerra y el hambre.
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En el Aula Pablo VI, el sonido de melodías napolitanas se mezclaba con las risas de 1.300 invitados -pobres, desplazados, olvidados- que habían acudido a compartir el almuerzo con el papa León XIV en la IX Jornada Mundial de los Pobres.

Los platos servidos eran sencillos: lasaña de verduras, chuletas, fruta de Nápoles y babá de postre. En una mesa, una joven Misionera de la Caridad alimentaba a un bebé con biberón. Su propio plato de lasaña se enfriaba sobre la mesa.

Tras rezar el Ángelus en la Plaza de San Pedro, el papa León XIV se dirigió al Aula para almorzar con los allí reunidos.

"Con gran alegría nos reunimos esta tarde para esta comida en este día tan anhelado por mi querido predecesor, el papa Francisco", dijo. "Démosle un fuerte aplauso".

El Papa agradeció a los vicentinos por ofrecer la comida. "Estamos verdaderamente llenos de este espíritu de acción de gracias y gratitud por este día", añadió.

Al bendecir los alimentos, el sucesor de Pedro dirigió sus pensamientos a quienes aún sufren en el mundo. "Ofrezcamos también la bendición del Señor a las muchas personas que sufren a causa de la violencia, la guerra y el hambre", planteó. "Que hoy celebremos esta comida con espíritu de fraternidad".

Un Aula llena de humanidad
Por toda la sala, los voluntarios vicentinos -que conmemoraban el 400 aniversario de su fundador- se movían con diligencia entre las mesas, sirviendo y sonriendo. En el vestíbulo, habían preparado un kit de higiene personal para cada invitado, que incluía un pequeño panettone, un pastel navideño tradicional italiano.

Los invitados venían de todas partes: del suburbio romano de Primavalle, de Nigeria y Ucrania, de Cuba y Barcelona.

Las Misioneras de la Caridad habían traído a varias madres de su casa en las afueras de Roma, donde mujeres en situación de crisis encuentran refugio temporal. En una mesa, una mujer amamantaba a su bebé; su rostro reflejaba ternura y cansancio.

En otra mesa se sentaba una mujer del sur de Italia que había perdido su trabajo tras ser diagnosticada con una discapacidad. "Trabajaba en una cafetería", relató. "Me dijeron que no podía con ello, y ahí se acabó. Ahora tengo sesenta años. Me las arreglo como puedo. No es fácil, pero me importa la decencia: siempre hay que sonreír".

Su historia era similar a la de muchas otras personas que habían perdido su trabajo cuando cerraron las fábricas o sus ingresos tras la muerte de un padre o madre al que habían cuidado.

Aun así, la esperanza se hizo presente en casi todas las historias. Una asistente de un albergue franciscano en Asís explicó su trabajo: "El sentido de la vida es ayudar a los demás; los pobres son el Evangelio hecho carne".

"La fe nos ayuda a seguir adelante"
Al otro lado de la mesa, una mujer de Somalia con un marcado acento romano relató su largo camino de fe. Llegó a Roma a los doce años, encontró refugio con las religiosas y fue bautizada por el papa Benedicto XVI en 2010. Ahora lucha contra una grave enfermedad, pero se niega a renunciar al humor y a las ganas de trabajar.

Cerca de allí, una mujer de Leópolis contó que sus primos estaban luchando en el frente de Ucrania. "Seguimos adelante, ¿qué más podemos hacer? No sé si volveré a casa algún día".

Francesco Cardillo, un artista conocido como Vardel, de Gaeta, hojeaba su cuaderno de bocetos lleno de dibujos a tinta negra. "Me quitaron la casa; me estafaron", reveló. "Me gustaría dibujar algo para el Papa. Vine aquí con el papa Francisco una vez, ahora el Papa es nuevo."

Scouts, voluntarios de Cáritas, religiosos y laicos llenaron el salón, ofreciendo cercanía a quienes viven al margen de la sociedad.

En la mesa del Papa, una mujer sostenía un cómic de Pinocho que planeaba regalarle al papa León.

Cerca de allí estaba sentado un joven de Costa de Marfil, que no es católico. "Eso no importa", dijo. "Es hermoso aquí; uno se siente como en casa."

A pocos asientos de distancia, mujeres de Chiclayo, Perú, compartieron sus propias dificultades. "Soy viuda", contó una. "Vivo con mi madre y mi hija, que está en tratamiento. Hemos estado esperando una vivienda pública durante años; ahora hemos avanzado en la lista. Esperamos que todo salga bien. La fe nos ayuda. Estoy viva gracias a Jesús. Gracias a Dios que todavía hay gente buena, gente de buena voluntad."

Al finalizar la comida, el Papa se puso de pie de nuevo e hizo un gesto hacia las cestas de fruta de Nápoles, animando a sus invitados a llevarse algo a casa y a recoger una cesta de regalo en la puerta.+