Era natural de Benevento, ciudad de la que fue obispo. Durante la persecución de Diocleciano, el año 305, fue detenido con sus diáconos y arrojado a las fieras, pero éstas no lo tocaron. Finalmente fue decapitado. La tradición dice que la cabeza de San Jenaro fue recogida por uno de sus fieles y ahora se conserva en la catedral de Nápoles, y también un recipiente de vidrio lleno de sangre coagulada del santo. Todos los años en este día, al colocar el frasco junto al relicario que contiene su cabeza, la sangre se pone líquida y roja como cuando fue derramada. Este milagro, llamado licuefacción de la sangre, se produce delante de un gentío que llena el templo, y el portento es interpretado por los napolitanos como señal de bendición de Dios. El mismo milagro se repite el 16 de diciembre.