Jueves 21 de noviembre de 2024

Podemos cambiar la historia, instó el Papa en una multitudinaria misa en Juba

  • 5 de febrero, 2023
  • Juba (Sudán del Sur) (AICA)
Francisco celebró este domingo una misa en el Mausoleo "John Garang" en presencia de unos 100 mil fieles, a los que animó a ser "la sal de la tierra" y "la luz del mundo".
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La última cita del papa Francisco en Sudán del Sur fue la celebración de una misa en el Mausoleo "John Garang" este domingo 5 de febrero, en presencia de más de 100.000 fieles. El pontífice los invitó a ser sal de la tierra y luz del mundo, una exhortación a comprometerse por la paz y la reconciliación en un país aún marcado por divisiones y años de guerra civil.

“Jesús conoce sus angustias y la esperanza que llevan en sus corazones, las alegrías y las luchas que marcan sus vidas, las tinieblas que los asaltan y la fe que, como un canto en la noche, elevan al cielo. Jesús los conoce y los ama. Si permanecemos en Él, nunca debemos temer, porque también para nosotros toda cruz se convertirá en resurrección, toda tristeza en esperanza, y todo lamento en danza", expresó el Santo Padre durante la homilía, en la que estuvieron también presentes el arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y el Moderador de la Iglesia de Escocia, Iain Greenshields.

Sal y luz
Dirigiéndose a los miles de fieles, el Papa se detuvo en las palabras del Evangelio de san Mateo: “Ustedes son la sal de la tierra, ustedes son la luz del mundo”.

“La sal sirve para dar sabor a la comida. Es el ingrediente invisible que da gusto a todo. Precisamente por eso, es considerada, desde tiempos antiguos, como símbolo de la sabiduría, es decir, de esa virtud que no se ve, pero que da gusto a la vida y sin la cual la existencia se vuelve insípida, sin sabor. Las Bienaventuranzas son la sal de la vida del cristiano”. No tenemos que buscar ser fuertes, ricos y poderosos, dijo Francisco, “más bien, humildes, mansos y misericordiosos. No hacer daño a nadie, sino ser constructores de paz para todos”.

Testimonio de alianza
Por eso, “si encarnamos la sabiduría de Jesús, no damos un buen sabor solamente a nuestra vida, sino también a la sociedad, al país donde vivimos”. El Santo Padre recordó que si somos la sal, “estamos llamados a testimoniar la alianza con Dios en la alegría, con gratitud, mostrando que somos personas capaces de crear lazos de amistad, de vivir la fraternidad, de construir buenas relaciones humanas, para impedir que la corrupción del mal, el morbo de las divisiones, la suciedad de los negocios ilícitos y la plaga de la injusticia prevalezcan”.

Por eso, frente a tantas heridas, a la violencia que alimenta el veneno del odio, a la iniquidad que provoca miseria y pobreza, “podría parecer que somos pequeños e impotentes”. Pero, ante esa tentación, “hagan la prueba de mirar la sal y sus granitos minúsculos; es un pequeño ingrediente y, una vez puesto en un plato, desaparece, se disuelve, pero precisamente así es como da sabor a todo el contenido”, añadió.

Del mismo modo, explicó, “nosotros los cristianos, aun siendo frágiles y pequeños, aun cuando nuestras fuerzas nos parezcan pocas frente a la magnitud de los problemas y a la furia ciega de la violencia, podemos dar un aporte decisivo para cambiar la historia. Jesús desea que lo hagamos como la sal: una pizca que se disuelve es suficiente para dar un sabor diferente al conjunto”.

Que "no se apague esa luz"
"Ustedes son la luz del mundo -les repitió el Papa- y la luz verdadera que ilumina a cada hombre y a cada pueblo, la luz que brilla en las tinieblas y disipa las nubes de cualquier oscuridad. La invitación de Jesús a ser luz del mundo es clara".

"Nosotros, que somos sus discípulos, estamos llamados a brillar como una ciudad puesta en lo alto, como un candelero cuya llama no tiene que apagarse. En otras palabras, antes de preocuparnos por las tinieblas que nos rodean, antes de esperar que algo a nuestro alrededor se aclare, se nos exige brillar, iluminar, con nuestra vida y con nuestras obras, la ciudad, las aldeas y los lugares donde vivimos, las personas que tratamos, las actividades que llevamos adelante”, agregó.

El Señor “nos da la fuerza para ello, la fuerza de ser luz en Él, para todos. Si vivimos como hijos y hermanos en la tierra, la gente descubrirá que tiene un Padre en los cielos. A nosotros, por tanto, se nos pide que ardamos de amor. No vaya a suceder que nuestra luz se apague, que desaparezca de nuestra vida el oxígeno de la caridad, que las obras del mal quiten aire puro a nuestro testimonio”.

Refiriéndose a Sudán del Sur, como “esta tierra, hermosísima y martirizada”, aseguró que “necesita la luz que cada uno de ustedes tiene, o mejor, la luz que cada uno de ustedes es. Les deseo que sean sal que se esparce y se disuelve con generosidad para dar sabor a Sudán del Sur con el gusto fraterno del Evangelio; que sean comunidades cristianas luminosas que, como ciudades puestas en lo alto, irradien una luz de bien a todos y muestren que es hermoso y posible vivir la gratuidad, tener esperanza, construir todos juntos un futuro reconciliado", concluyó el Papa. "Estoy con ustedes, y les deseo que experimenten la alegría del Evangelio, el sabor y la luz que el Señor, 'el Dios de la paz'".+

» Texto completo de la homilía