Domingo 28 de septiembre de 2025

Mons. Castagna: 'Una parábola que causa escalofríos'

  • 26 de septiembre, 2025
  • Corrientes (AICA)
"Urge la necesidad de avivar la fe en los signos sacramentales y en la misión de quienes deben celebrarlos. Avivar la fe es renovarla en y desde la Iglesia, fundada en los apóstoles", planteó. 
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que "Dios exige escuchar a quienes se les ha encomendado la misión de transmitir la Palabra, aunque no se distingan, en su condición humana, de quienes deban recibirla". 

"Urge la necesidad de avivar la fe en los signos sacramentales y en la misión de quienes deben celebrarlos. Avivar la fe es renovarla constantemente en y desde la Iglesia, fundada en los apóstoles", planteó. 

El arzobispo advirtió que "cuando se produce un distanciamiento mediante una tediosa práctica, o ausencia absoluta de la misma, todo se desmorona en el edificio garantizado por la presencia de Cristo: 'Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo'".

"En la parábola, las palabras de Abraham anticipan, con precisión, la necesidad de las mediaciones, que el mismo Cristo ha establecido: pero Abraham respondió: si no escuchan a Moisés y a los profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán".

Texto de la sugerencia
1. Una parábola que causa escalofríos. La descripción de los protagonistas de esta parábola califica moralmente dos situaciones contrapuestas: la del rico insensible y la del pobre abandonado. Es la historia de dos hombres, situados en circunstancias opuestas, impuestas por la sociedad que los alberga. El rico satisfecho y el pobre indigente constituyen imágenes dolorosas de enorme actualidad. Es así como cobra actual sentido la Parábola, formulada en el texto bíblico de San Lucas. Su actualización adquiere una trascendencia que el mundo actual no puede eludir. De otra manera no lograríamos responder a las urgencias para un cambio oportuno. La atención puesta en la persona de Cristo, responde a la exhortación del mismo Señor: "Entonces Jesús dijo a sus discípulos: El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará" (Mateo 16, 24-25). Para entenderlo, debemos escucharlo desde un saludable silencio. Nuestra vida atribulada es la cruz de cada día, que debe ser cargada con humildad. Se produce una resistencia aletargante, opuesta a la saludable aceptación de los sufrimientos y riesgos que nos asedian a diario. Es entonces cuando Jesús se constituye en modelo de vida: "Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio" (Mateo 11, 29). Él carga nuestras penas, sin haber pecado, para asociarnos a su Vida divina. De esa manera, nos enseña a aceptar la cruz cotidiana, y la redención de nuestras almas. Los santos entendieron a la perfección que la verdadera felicidad está en conformarse con la voluntad del Padre, cargando las propias cruces. Es nuestro quehacer diario, alentados por el amor de Cristo al Padre y a nuestros hermanos. Es todo un proyecto de vida, que supera los nuestros y deja despejado el camino a la Verdad. Las actuales circunstancias, vienen revestidas de urgencia e imposiciones definidas.

2. Acuérdate de tu fin y no pecarás jamás. La insensibilidad de los satisfechos, es obra de las desigualdades e injusticias no resueltas. Nuestra sociedad está invadida de muchos Lazaros, rendidos en los umbrales de un mundo opulento, pero incapaz de acercarles las migajas de sus mesas bien provistas. Con frecuencia, por fortuna, aparecen gestos solidarios de hombres y mujeres buenos, que revelan la existencia del bien, abriéndose paso entre los ricos epulones. Es así que la solidaridad, que trasciende las diversas situaciones económicas, hace que algunos ricos se ocupen responsablemente de los Lazaros contemporáneos y compartan con ellos sus bienes. No obstante, parecen predominar los poderosos insensibles, que huyen del espectáculo de los más necesitados, sin aportar una generosa coparticipación con quienes no tienen nada. En esta parábola, Jesús habla de los destinos finales de quienes se identifican con uno u otro personaje. Dura e impactante descripción. La palabra del Señor no edulcora el castigo a los trasgresores, ni deja de restablecer la justicia en quienes han sido víctimas de los que han cerrado sus corazones a la auténtica solidaridad. La visión de la recompensa, a quienes han sufrido el desamparo y la marginación, y del castigo, a quienes son los responsables de los mismos, es de un realismo aterrador: "Hijo mío, respondió Abraham, recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú el tormento" (Lucas 16, 25). Recuerdo una frase acuñada por antiguos doctores de la Iglesia: "Acuérdate de las postrimerías (muerte, juicio, infierno y cielo) y no pecarás jamás". Está inspirado en el Eclesiástico 7, 36: "En todas tus acciones, acuérdate de tu fin y no pecarás jamás". Las palabras de Abraham dejan "sin palabras" al pobre rico, que se niega a la misericordia. Impresiona la vigencia de esta parábola. Sin embargo, no parece ser entendida y obedecida por los hombres y mujeres de la presente generación. El desinterés y la indiferencia con que los epulones actuales tratan a otros hombres y mujeres, sumidos en la pobreza y en el sufrimiento, llegan a configurar una situación escandalosa. Los cristianos, desde su fe, no pueden tolerar tal situación. Jesús viene a mostrarles cómo debe ser su comportamiento. 

3. La santidad como testimonio evangelizador. El Señor revela las consecuencias de la insolidaridad o solidaridad, en el destino de las personas. El pobre Lázaro y el rico epulón, reciben la paga de sus comportamientos durante sus vidas terrestres: "Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí" (Lucas 16, 26). Aquel rico "sepultado" se preocupa por sus hermanos que viven en el extravío moral que él había adoptado en su vida opulenta. No quería tenerlos con él - y que corrieran su suerte - ya que constituirían un incremento de su eterno tormento. Para ello sugiere a Abraham que los prevenga, mediante un mensajero de ultra tumba. La respuesta del padre Abraham exhibe una particular severidad: "Abraham respondió: tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen. No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán" (Lucas 16, 29-30). Es verdad que Dios no acude, normalmente, a métodos extraordinarios para realizar su proyecto de salvación. Los canales normales, que Dios utiliza para intervenir la historia humana, excluyen toda forma extraordinaria, y se atienen a la elección divina de personas y acontecimientos. Jesús selecciona, entre sus seguidores, a doce hombres que reciben la misión de celebrar los signos de la salvación. El ministerio apostólico es ejercido mediante su celebración. La eficacia sobrenatural de los sacramentos se manifiesta en la acción del Espíritu, que ilumina y santifica. En ese contexto debe entenderse la enseñanza y la Liturgia de la Iglesia. El esmero por impartir una enseñanza enraizada en el Evangelio predomina en los auténticos cristianos: sacerdotes, religiosos y laicos. La acción evangelizadora no termina en una pública difusión de la Palabra. Debe encarnarse en las vidas de los creyentes. Nos referimos a la santidad, como testimonio de la Verdad y de la Vida. Es bueno recordar el pensamiento de San Juan Pablo II, dirigido a los principales responsables de la evangelización: "El mundo espera de los cristianos el testimonio de la santidad". La canonización de los santos constituye la solemne proclamación de la santidad -en personas concretas- y encarnación viva del Evangelio, ofrecido a todos: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado" (Mateo 28, 19-20).

4.- Moisés y los Profetas. Dios exige escuchar a quienes se les ha encomendado la misión de transmitir la Palabra, aunque no se distingan, en su condición humana, de quienes deban recibirla. Urge la necesidad de avivar la fe en los signos sacramentales y en la misión de quienes deben celebrarlos. Avivar la fe es renovarla constantemente en y desde la Iglesia, fundada en los Apóstoles. Cuando se produce un distanciamiento mediante una tediosa práctica, o ausencia absoluta de la misma, todo se desmorona en el edificio garantizado por la presencia de Cristo: "Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo". (Mateo 28, 20) En la parábola mencionada, las palabras de Abraham anticipan, con precisión, la necesidad de las mediaciones, que el mismo Cristo ha establecido: "Pero Abraham respondió: si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán" (Mateo 28, 31).+