Viernes 7 de febrero de 2025

Mons. Castagna: la humildad y el amor como claves de la fe

  • 7 de febrero, 2025
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes invita a reflexionar sobre la pesca milagrosa, y subraya la importancia de la obediencia a la Palabra divina y la conexión entre la humildad, la fidelidad y el amor.
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, reflexionó sobre el pasaje de la pesca milagrosa, y consideró que ese suceso "responde a la confianza humilde de Pedro en el poder de su Maestro".

"Jesús siempre se muestra atento y conmovido ante la fe de sus seguidores. Cuando observamos que la fe se debilita, comprobamos de inmediato la peligrosa disminución de la humildad y, en consecuencia, de la caridad", lamentó el prelado.

"Existe un vínculo indestructible entre la humildad y el amor. Mientras se lo consolide, en un constante ejercicio de la libertad, la santidad progresa y la salvación deja de ser una entelequia", sostuvo.

El arzobispo afirmó que "la fidelidad se expresa en la escucha obediente de la Palabra divina y en el cultivo humilde del amor a Cristo", y graficó: "Cristo es la comida que alimenta la vida creyente. Si se la excluye de la vida ordinaria, se produce la muerte. Vale decir, la fe, la esperanza y la caridad se diluyen en una cotidianidad alejada de la Palabra que los Apóstoles y la Iglesia administran desde los signos escogidos por el mismo Cristo".

"La inconciencia del pecado, como mal, es el peor de los infortunios contemporáneos. Cristo ha venido a sanar de ese mal. Lo hace por la Palabra y los sacramentos", recordó.

"No desconozcamos la presencia de María, con su virtud auxiliadora, en las mayores crisis de la humanidad. Es su misión materna, desde la Cruz de su Hijo divino, y la desempeña con incansable dedicación", concluyó el arzobispo.

Texto completo de las sugerencias:
1. Que su palabra llegue a todos. Jesús debe ofrecer su enseñanza a la muchedumbre, y acude a Pedro para que haga de su barca una singular cátedra para el ejercicio de su Magisterio. Así lo hace. ¡Cuánta potencia de voz necesita para hacerse oír por aquella tumultuosa muchedumbre! De esa manera, manifiesta el propósito de que su palabra llegue a todos. Sin duda lo logra, y le ofrece la ocasión de elegir a sus principales discípulos. El diálogo con Pedro posee una carga profética que los mismo Apóstoles tendrán que descubrir. A la invitación de echar las redes se produce una respuesta desalentadora por parte de Pedro: "Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: "Navega mar adentro, y echen las redes". Simón le respondió: "Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes" (Lucas 5, 5). Es admirable la confianza de Pedro en el poder de Cristo. Ellos habían fracasado durante una noche dedicada a la pesca. El sentimiento amargo de no haber logrado capturar un solo pescado, como resultado de su esfuerzo profesional, es superado por la confianza en el Mesías finalmente reconocido y aceptado. En las diversas intervenciones de Simón Pedro se comprueba el entusiasmo y la lucha del Apóstol por ser fiel a su Maestro. La amistad que profesa a Cristo es fervorosa, pero incontrolada. Debe aprender a confiar en su Señor, y no tanto en la sobrevaloración de sus humanas posibilidades. Fracasa, y la humillación le permite retornar de sus errores. No sucumbe al fracaso, aplastado por la incapacidad de vencer el error y la infidelidad. Al manifestar el predominio de su confianza en el poder de Jesús, regresa siempre del pecado y retoma el sendero de santidad que el Señor despliega ante sus pasos vacilantes. Únicamente la humildad hace posible el regreso del hijo pródigo, dispuesto a ser transformado por el Espíritu del Padre y del Hijo. Es entonces cuando el Padre se hace audible al hombre, que se mantiene atento -por la fe- a las mínimas expresiones de la Palabra. Pedro está atento a las inspiraciones del Padre -que se revela en Cristo- y se empeña en ser fiel.

2. La confianza ejemplar de Pedro. La pesca milagrosa responde a la confianza humilde de Pedro en el poder de su Maestro. Jesús siempre se muestra atento y conmovido ante la fe de sus seguidores: "Al ver esto (la pesca milagrosa) Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador" (Lucas 5, 8). La honda conciencia de ser pecador inspira a Pedro una especial relación con su Maestro, el Santo de Dios. Sabe medir las distancias y su condición de pecador le exige reconocer su condición, ante el Hijo de Dios, hecho Hijo del hombre por la Encarnación. Son sorprendentes las reacciones de Pedro en medio de sus condiscípulos. Sin pretenderlo interpreta con bastante exactitud a sus hermanos, llamados con él a ser "pescadores de hombres". Jesús confirma la principalidad de Pedro, en base a la humildad y, sobre todo, al amor de su Apóstol - piedra basal de su Iglesia. Gran lección del Señor, que quienes creen en Él deben aprender de Él. Desatenderla causa una fisura -o grieta- en la práctica de la fe. Cuando observamos que la fe se debilita, comprobamos de inmediato la peligrosa disminución de la humildad y, en consecuencia, de la caridad. Existe un vínculo indestructible entre la humildad y el amor. Mientras se lo consolide, en un constante ejercicio de la libertad, la santidad progresa y la salvación deja de ser una entelequia. La pedagogía de la Liturgia Católica despliega, domingo a domingo, una selección de textos evangélicos que contribuyen a explicitar los contenidos de la Palabra revelada. La fe tiene un Autor -Cristo- y crece, se actualiza y fortalece, en contacto con Quien la genera mediante la predicación de los Apóstoles y sus sucesores. El ministerio apostólico actúa en la Iglesia mediante la predicación: "En efecto, ya que el mundo, con su sabiduría, no conoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la predicación" (1 Corintios 1, 21). La fidelidad, presupuesto para la fecundidad, se expresa en la escucha obediente de la Palabra divina y en el cultivo humilde del amor a Cristo. Es imposible ser transmisores del Evangelio sin el aval de un amor entrañable a Quien ama a los hombres hasta la Cruz y la Eucaristía. Para que el vínculo con Cristo sea el motor de la acción evangelizadora, se nos ofrece el espacio vital que estimule nuestra oración pobre y la disponibilidad generosa para el servicio de los más humildes hermanos.

3. Jesús rechaza todo exhibicionismo milagroso. Jesús suscita la fe, que otorga un marco adecuado para el amor y la confianza. Nuestra vida cristiana, sea cual fuere la misión que debamos desempeñar, se nutre de la carne y de la sangre "del Hijo del hombre". Cristo, como Él mismo lo declara, al anunciar la institución de la Eucaristía, es la comida que alimenta la vida creyente. Si se la excluye de la vida ordinaria, se produce la muerte. Vale decir, la fe, la esperanza y la caridad, se diluyen en una cotidianidad alejada de la Palabra que los Apóstoles y la Iglesia administran desde los signos escogidos por el mismo Cristo. La palabra humana, aunque sea pronunciada por los intelectuales de mayor prestigio académico, es incapaz de introducir una auténtica transformación en una sociedad invadida por el pecado. Puede constituirse en el marco o en el clima adecuado para que la gracia divina realice su obra de purificación y santificación. Los milagros que Jesús obra, no son más que manifestaciones de su eficacia redentora. El Señor rechaza todo exhibicionismo milagroso. No busca que sus creyentes sean seducidos por hechos extraordinarios, sino que se produzca un encuentro con Él, para la conversión y el perdón. La misión de la Iglesia se cumple en ese encuentro, no en el deslumbramiento de un mundo hambriento de prodigios. La predicación del Evangelio no consiste en montar un espectáculo religioso, sino en que los hombres se encuentren con Cristo y se salven. Los textos del Nuevo Testamento sobreabundan en ese sentido. Para que esa convicción de fe oriente la pastoral de la Iglesia, se necesita que los actuales creyentes involucren sus vidas, en la práctica personal de la fe. La práctica religiosa incluye un compromiso temporal de inconfundible identidad. El cristiano manifiesta serlo en sus múltiples actividades seculares, sin clericalizar su misión en la sociedad. La Iglesia está proponiendo, para la veneración e intercesión de los fieles cristianos, a muchos hombres y mujeres de diversas edades y condiciones de vida. De esa manera enseña que la santidad es el destino temporal de los creyentes. El Bautismo evidencia que la santidad constituye la inserción de los cristianos en el corazón del mundo. Cuando Jesús ora por sus seguidores deja clara la diferencia entre estar en mundo y ser cómplice de su pecado: "No te pido que los saques del mundo sino que los preserves del Maligno" (Juan 17, 15).

4. La inocultable influencia del Maligno. No es mojigatería barata negar la influencia agresiva del Maligno, cuando se utiliza una terminología burlona de la presencia activa del pecado, que se apropia del mundo: "el pecado del mundo". Es preciso identificarlo -denunciarlo- y desactivarlo. No es una persecución de brujas sino un reconocimiento honesto del pecado como destructivo y antihumano. La inconciencia del pecado, como mal, es el peor de los infortunios contemporáneos. Así lo entendía el lucidísimo Venerable Pío XII, cuando desplegaba la radiografía de un mundo humanamente desahuciado. El santo Pontífice consideraba -la pérdida de conciencia de pecado- un síntoma alarmante de enfermedad terminal. Cristo ha venido a sanar de ese mal. Lo hace por la Palabra y los Sacramentos. Su Espíritu, aún más allá del sacramento, actúa intensamente en lo que aparece de verdad y de bien en la vida del mundo. No desconozcamos la presencia de María, con su virtud auxiliadora, en las mayores crisis de la humanidad. Es su misión materna, desde la Cruz de su Hijo divino, y la desempeña con incansable dedicación.+