Fallecimiento de Mons. Desimone, el más anciano del clero porteño
- 15 de septiembre, 2014
- Buenos Aires (AICA)
El pasado 28 de agosto, a la edad de 95 años, falleció Mons. Vicente Carmelo Desimone, el más anciano del clero porteño y estaba a punto de celebrar 70 años de ordenación sacerdotal que recibió el 23 de septiembre de 1944 de manos del Card. Santiago Luis Copello. Sus restos mortales descansan en el Panteón del Clero, en el cementerio de la Recoleta.
Había nacido en la ciudad de Buenos Aires el 26 de julio de 1919. Ingresó al Seminario Menor Metropolitano en 1932 a la edad de 12 años. Posteriormente en el Seminario Mayor cursó sus estudios de Filosofía y Teología.
Recibió la ordenación sacerdotal de manos del arzobispo de Buenos Aires, cardenal Santiago Luis Copello, en la iglesia de la Inmaculada Concepción que en ese entonces era la capilla del Seminario, hoy es parroquia, el 23 de septiembre de 1944.
Luego de su ordenación fue designado sucesivamente vicario cooperador (entonces se decía teniente cura) de las parroquias Nuestra Señora de la Misericordia, en el barrio de Mataderos (1944-1948); Nuestra Señora de Balvanera, en el barrio homónimo (1948-1950); vicario cooperador de San Cristóbal, en el barrio San Cristóbal (1951-1954); vicario ecónomo de Nuestra Señora de Luján de los Patriotas, en el barrio de Mataderos (1952); vicario ecónomo de San Pedro Apóstol, en el barrio de Monte Castro (1954-1969); párroco de Santa Rosa de Lima, en el barrio Balvanera Sur (1969-1972); párroco de San Pedro Apóstol, en el barrio de Mataderos (1972-1976) y párroco de Santa Ana, en el barrio de Villa del Parque (1976-1983).
En 1950 fue designado secretario familiar de monseñor Manuel Tato, obispo auxiliar de Buenos Aires; el 25 de julio de 1968 fue elegido decano del Decanato Nº 14 Versailles; de 1986 a 1988 se desempeñó como capellán externo de Nuestra Señora del Carmen de la vicaría Centro; de 1983 a 1997 fue capellán castrense y en 1997 capellán del Sanatorio Mater Dei.
El 18 de mayo de 1995 el papa Juan Pablo II lo distinguió con el título pontificio de Prelado de Honor de Su Santidad y el tratamiento de monseñor.
Sus restos mortales descansan en el Panteón del Clero, en el cementerio de la Recoleta.
Según la Guía Eclesiástica de Buenos Aires monseñor Desimone era el sacerdote de mayor edad del clero porteño (tenía 95 años al fallecer) y también el de mayor cantidad de años de ordenación sacerdotal. Este año hubiese cumplido 70 años de sacerdote, pero falleció un poco más de un mes antes de su aniversario de bodas de titanio (70 años).
"Ese fue mi párroco y sus palabras y gestos los guardo en el corazón"
Con motivo de la muerte de monseñor Desimone, el Boletín Eclesiástico del Arzobispado de Buenos Aires, en su edición de septiembre de 2014, publicó la siguiente nota firmada por el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Aurelio Poli, en la que rinde homenaje al sacerdote que fue su párroco en San Pedro Apóstol.
Pascua de Mons. Vicente Carmelo Desimone, 28 agosto 2014
En el verano de 2006, en una tarde de calor y bajo uno de los parrales del Hogar Sacerdotal San José, tomé estas notas de su testimonio de vida sacerdotal. Hoy, en el día en que el Señor lo llamó a su presencia, las comparto con todos aquellos que quieran conocer la entrega sacerdotal de mi querido párroco en San Pedro Apóstol.
La única esperanza con que cuento, la he puesto, ¡oh Dios!, en tu infinita misericordia. San Agustín, Confesiones.
El padre Vicente nació en nuestra ciudad, en un humilde hogar de inmigrantes italianos, el 26 de julio de 1919. Sus padres se llamaban Jorge y Antonia, y desde su niñez se identificó con su parroquia, Nuestra Señora del Valle.
Aunque entonces tenía nueve años, recordaba con detalles la inauguración del templo de la calle Córdoba, en 1928, bendecido por el arzobispo de Buenos Aires, Fray José María Bottaro OFM. Desde entonces formó parte de un numeroso grupo de monaguillos.
El cuidado pastoral de la nueva parroquia fue confiado a los Canónigos Regulares Lateranenses. El padre Desimone guardaba un agradecido recuerdo hacia los primeros religiosos: P. Ignacio Benavídez, P. Abat, P. Luis de Mallea, P. Marina, P. José del Campo.
Cursó los estudios primarios en un colegio "del Estado", ubicado entre las calles San Luis y Bustamante. Su director espiritual, el padre Ignacio Benavídez, lo presentó al Seminario Conciliar Inmaculada Concepción, en el barrio de Villa Devoto.
Había cumplido 13 años y recordaba con alegría el primer día en el Seminario Menor. Entonces, su rector, el padre P. Paravano SJ, les dio las palabras de bienvenida. En el segundo año se enfermó y debido a una prolongada ausencia, lo tuvo que repetir.
Estuvo en total seis años en el Menor. De ese tiempo nombraba con afecto a sus compañeros, que luego también se ordenaron: José Olmedo, Fernando Erdocia, Elio Trípoli y José Mackinon.
En 1938 pasó al Mayor y durante tres años cursó las materias de filosofía. De este tiempo, mencionaba a sus profesores jesuitas: Varas, Menéndez, Gómez, Leonardo Castellani, José Sepich y Gustavo Franceschi. Hablaba con agradecido respeto de todos ellos.
En 1941 pasó a Teología. Eran muy pocos los que habían comenzado en el Menor, y en cambio se agregaban los "viudos" ?decía con picardía?, llamados así porque entraban después de la enseñanza media o con algún título universitario. De este tiempo, venían a su memoria algunas materias: Derecho Canónico, Historia de la Iglesia, Teología moral, los tratados dogmáticos y las clases de Sagradas Escrituras.
Me contaba que le costó mucho el estudio en general, pero gracias a sus compañeros y a las horas dedicadas en repetir una y otra vez las lecciones, salía adelante en los exámenes. Elogió a los profesores que en ese entonces venían a dar clases desde el Máximo de San Miguel, los padres jesuitas Sauras, Rosanas, Lesaule, Benítez, López, Castellanos, Pérez Acosta, todos catedráticos en Teología.
El 23 de septiembre de 1944 llegó la tan esperada ordenación. El padre Desimone recordaba con emoción y lágrimas ese momento. Eran catorce los diáconos y fue el cardenal Santiago Luis Copello quien les impuso las manos. La ceremonia se llevó a cabo en lo que es hoy la parroquia de la Inmaculada Concepción (al lado del Seminario), durante la Eucaristía que se celebró a las 7.30 de la mañana, con un grupo reducido de familiares y amigos. Cantó su primera misa el 24 de septiembre en el mismo templo y predicó el padre Jorge Carlos Carreras, quien fue con los años obispo de San Justo.
El 15 de diciembre de 1944 fue enviado a su primer destino como teniente cura en la parroquia Nuestra Señora de la Misericordia con el padre Pedro Scarzella, en el populoso barrio de Mataderos. Ahí ejerció con entusiasmo el ministerio por tres años y medio. En marzo de 1948 lo trasladan a Nuestra Señora de Balvanera con monseñor Manuel Tato. En ese lugar, compartió la vida con varios sacerdotes: Silvio Véllere, Gabriel Foncillas, José Iabichella, Alberto Devoto, Armando Amado.
Cuando monseñor Tato fue ordenado obispo, durante un año se quedó a vivir en Balvanera, y es así como el padre Desimone pasa a ser su secretario. Pero luego, el obispo Tato es nombrado Vicario General y entonces ambos fueron a vivir a la parroquia Santa Elena, cuyo párroco era entonces su amigo, Mons. Alberto Devoto. Durante un año ejerció como secretario en la Vicaría General, en la antigua Curia. Recuerda que durante ese tiempo pasó gran parte de su oficio revisando y firmando los libros parroquiales de Bautismos y Matrimonios.
Movido por la confianza que le dispensaba Mons. Tato, le pidió dejar la secretaría nombrada y expresó su deseo de volver a una parroquia. En 1951 es enviado de teniente cura a San Cristóbal, cuyo párroco era Mons. Enrique Lavagnino, para él su gran maestro de pastoral. Al poco tiempo, fue nombrado cura párroco de Nuestra Señora de Luján de los Patriotas. Ahí estuvo sólo nueve meses y convivió con el padre Fernando Erdocia. En diciembre del mismo año, de acuerdo con su compañero y amigo ?quien quedó como párroco? renunció a la parroquia y volvió a San Cristóbal como vicario. Hasta 1954 trabajó al lado del padre Lavagnino y compartió la tarea apostólica con los sacerdotes José M. Lombardero y Antonio González.
En marzo del 1954 lo nombran párroco de San Pedro Apóstol de la calle Bermúdez, en el barrio de Monte Castro. Lo puso en posesión de la parroquia Mons. Enrique Lavagnino, con la asistencia de los padres Dionisio Díaz y Simón Romero. En ese tiempo solía frecuentar a Mons. Lavagnino, y aseguraba que de él aprendió el método catequístico que aplicó en los destinos pastorales. Mientras recordaba estas cosas me cantó la canción: Quién como Dios...
San Pedro fue su parroquia amada y la feligresía se dio cuenta de que su pastor lo entregaba todo por ella. Entre sus vicarios, hizo especial mención de los padres Pablo Di Benedetto, José Romero, Néstor Sato, Dionisio Díaz y Horacio Astigueta; también vivieron allí un tiempo los padres Roque Chidichimo, Raúl Martínez y Esteban Torki. En 1956 funda el Instituto San Pedro, que comenzó con el Comercial Nocturno; y, al poco tiempo, tramita la apertura del Bachillerato por la mañana y luego el Primario y el Liceo para chicas. Con el P. Pablo, funda un hogarcito para discapacitados y le ponen el nombre Padre Alsina, en memoria del venerable párroco de Niño Jesús de Lugano. Fue el alma mater del Grupo Scout N° 86.
Entre otras cosas, aprovechó un viaje que hizo a Lourdes (Francia) y compró las lentes para convertir el cine parroquial con el sistema Cinemascope. Siguió con las obras: levantó el Ateneo parroquial y se ocupó de la ampliación del templo.
Cuando asumió como párroco, el templo era la Capilla de un Sanatorio Privado ?un nosocomio de grandes dimensiones?, donde por algunos años ejerció como capellán. Cuando dejó de funcionar esa institución, recibió como donación lo que hoy es el Ateneo y un generoso patio donde juegan niños y jóvenes.
En 1969 lo nombraron párroco de la basílica Santa Rosa de Lima. A los tres años, con la muerte prematura del P. Pablo Di Benedetto, quien lo había sucedido en San Pedro, volvió a su querida parroquia. Desde marzo de 1972 a 1977, entregó los años maduros de su ministerio.
En marzo de 1978 lo nombran párroco de Santa Ana en Villa del Parque. Ahí, su entrega pastoral se extendió hasta 1983. Al año siguiente asumió como capellán militar del Regimiento de Infantería en La Tablada y del Regimiento de Patricios en Palermo, hasta fines de 1998. Durante estos quince años colaboró en Nuestra Señora del Carmen de la calle Rodríguez Peña.
Su largo itinerario sacerdotal lo completó siendo capellán del Sanatorio Mater Dei, desde 1999 hasta junio de 2004.
Quien escribe este testimonio lo recibió en el Hogar Sacerdotal San José de la calle Condarco, y en ese lugar de descanso, oración y fraterna convivencia con hermanos sacerdotes, transcurrió su vida durante los últimos diez años entre nosotros.
Mi anciano párroco perdía vitalidad con el pasar del tiempo, pero no así su buen humor, alegría contagiosa, paternidad desbordante y un santo deseo de compartir la vida del Hogar con todos, sin hacer acepción de personas. Cercano, buen confesor y consejero sabio. Conforme pasaba el tiempo, todos apreciamos de dónde sacaba su jovial alegría. Era su constante actitud de orar largas horas ante el Santísimo, sus piedades marianas, la Eucaristía diaria y el silencioso ofrecimiento de sus achaques y dolores, siempre con una sonrisa. Sobre todo, sobresalía la contundente voluntad de ser sacerdote hasta que Dios lo permitiese. Me agrada recordarlo celebrando la misa dominical y en los campamentos.
Durante los encuentros en los cuales yo tomaba estas notas ?mientras brotaban de su memoria prodigiosa?, en un momento le pregunté qué fue lo más gozoso de su ministerio sacerdotal. Él, con la sencillez habitual me respondió: "Me gusta decirlo con una frase: todo para todos. A mí me gusta decir así: santa paz y santa alegría. Todo para Dios y nada para nosotros. La Virgen Nuestra Madre siempre nos ayuda a cumplir la voluntad de Dios todos los días. Trabajar con todos sin excepción, niños, jóvenes y viejos".
Ese fue mi párroco y sus palabras y gestos los guardo en el corazón. (Mario Aurelio Cardenal Poli).+