Sábado 28 de septiembre de 2024

Card. Rossi: 'Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro'

  • 12 de junio, 2024
  • Córdoba (AICA)
El arzobispo de Córdoba alertó contra la cultura del bienestar, "que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en una burbuja"
Doná a AICA.org

"Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia del sufrir con, hemos globalizado la indiferencia", lamentó el arzobispo de Córdoba, cardenal Ángel Rossi SJ, durante la misa dominical en la catedral Nuestra Señora de la Asunción, al reflexionar sobre las dos preguntas que Dios pone el inicio de la historia de la humanidad, y que dirige a todos los hombres: ¿dónde estás? y ¿dónde está tu hermano?

Refiriéndose a ese pasaje del Génesis, explicó que el primer error de Adán es pecar, el segundo es esconderse y el otro, es echarle la culpa a Eva: "En el fondo, la responsabiliza a ella, no se hace cargo de su propio pecado. Parece que fueran argentinos, que siempre la culpa es de los otros".

"Dios, que los va a visitar, no los encuentra, y entonces surge esta pregunta: Adán, ¿dónde estás? Es la primera pregunta que Dios le hace al hombre después del pecado", relató, y señaló: "Adán es un hombre desorientado, a partir del pecado pierde su lugar ante Dios y ante la Creación, porque cree poder dominar todo".

Al respecto, explicó que "el pecado es querer ser como Dios, y cuando se rompe esa armonía, cuando se rompe la relación con Dios, esto se traslada también a la relación con el prójimo, que deja de ser el hermano que hay que amar y se convierte en alguien que molesta, en alguien que hay que sacarse de encima".

Y entonces surge una segunda pregunta: ¿dónde está tu hermano? "Es una pregunta dirigida a mí, a vos, a cada uno de nosotros. Hoy nadie se siente responsable de esto, así como Adán no se sintió responsable, sino que se lo achacó a Eva. Hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna, hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del levita de que habla Jesús en la parábola del Buen Samaritano: miramos al hermano, medio muerto en el costado del camino ,y seguimos por nuestro camino, 'no es nuestra tarea', y con esto nos sentimos tranquilos", planteó.

"Esas dos preguntas de Dios resuenan también hoy con toda su fuerza. Tantos entre nosotros estamos desorientados, no estamos a veces atentos al mundo en que vivimos, no cuidamos lo que Dios creó para todos, y no somos ni siquiera capaces de cuidarnos los unos a los otros. Y, cuando esta desorientación asume dimensiones más amplias, se llega a tragedias miserables como a la que asistimos: la guerra, la trata de personas, el narcotráfico, el hambre".

En ese sentido, alertó contra la cultura del bienestar, "que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos vuelve insensibles a los gritos de los otros, nos hace vivir en una burbuja. Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro y decimos: 'No tenemos nada que ver, no nos interesa, no es problema mío'", lamentó.

Por eso, denunció "la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en quienes en el anonimato toman decisiones socioeconómicas que abren la calle a dramas como estos que hemos citado". "Nos hemos acomodado, nos hemos cerrado en nuestro bienestar y hemos, muchas veces, anestesiado el corazón, no nos animamos a la locura del Evangelio", sugirió.

"La locura evangélica debería ser la enfermedad hereditaria contagiosa de la nueva familia de Cristo, debería ser un carisma esencial en una Iglesia que pretende ser fiel a la paradoja evangélica más que a un tratadito de buenas costumbres, de buenos modales", animó, y añadió: "Sin locuras, el cristianismo se reduce a un eticismo tristón, un moralismo escrupuloso, autorreferencial y narcisista".

Frente a los temas grandes de la vida, sostuvo que "uno no puede situarse siempre equidistante entre el bien y el mal, porque esa equidistancia es ya una forma de mal". En cambio, "cuando intentamos hacer la voluntad de Dios, el Señor nos hace familia suya: 'Estos son mi madre y mis hermanos, los que hacen la voluntad de Dios, los que escuchan la Palabra y la ponen en práctica'".

"Nadie escuchó más perfectamente la Palabra de Dios y la puso en práctica que su madre, la Virgen. A ella, entonces, nos encomendamos y le pedimos que nos dé esa gracia", concluyó.+