Jueves 21 de noviembre de 2024

Card. Cantalamessa: ¡Dios es amor, por eso es humildad!

  • 18 de diciembre, 2020
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
En su tercera y última predicación de Adviento, el cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, propuso el tema: "Vino a morar entre nosotros".
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El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, propuso el tema: “Vino a morar entre nosotros” en su tercera y última predicación de Adviento antes de Navidad.

El purpurado recordó el grito amargo de Juan Bautista que resonó en el Evangelio del tercer domingo de Adviento: “En medio de ustedes está aquel a quien no conocen” y se refirió al mensaje Urbi et Orbi del 27 de marzo pasado en la Plaza de San Pedro, en el que tras leer el evangelio de la tormenta calmada, el Santo Padre se preguntaba en qué había consistido la “poca fe” que Jesús reprocha a los discípulos: “Los discípulos de hoy cometeríamos el mismo error que los Apóstoles y mereceríamos el mismo reproche que Jesús si en la violenta tormenta que se ha abatido sobre el mundo con la pandemia olvidáramos que no estamos solos en la barca y a merced de las olas”.

“La fiesta de la Navidad nos permite ampliar el horizonte: del mar de Galilea a todo el mundo, de los Apóstoles a nosotros”, destacó el cardenal Cantalamessa.

Al explicar que “Dios está con nosotros”, afirmó que está “del lado del hombre, su amigo y aliado contra las fuerzas del mal”, por eso: “Debemos redescubrir el significado primordial y simple de la encarnación del Verbo, más allá de todas las explicaciones teológicas y los dogmas construidos sobre ella. ¡Dios vino a morar entre nosotros! Quiso hacer de este acontecimiento su propio nombre: Enmanuel, Dios con nosotros”.

El cardenal Cantalamessa también repasó las controversias cristológicas del siglo V para redescubrir la paradoja y el escándalo encerrado en la afirmación: “El Verbo se hizo carne”, que significa – dijo – “la perfecta unión de la divinidad y la humanidad en la persona de Cristo”, "la única cosa nueva bajo el sol", como la define San Juan Damasceno.

Aludiendo a la experiencia de Agustín recordó que señala el camino para superar el obstáculo, a saber, “deponer el orgullo y aceptar la humildad de Dios”. A lo que citó textualmente: “La humildad proporciona la clave para entender la encarnación. Se necesita poco poder para lucirse; se necesita mucho, sin embargo, para retirarse a un lado o borrarse. Dios es este poder ilimitado de escondimiento de sí mismo: Se despojó de sí mismo, tomando la forma de siervo... se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte”.

El predicador pontificio afirmó que “el amor crea dependencia respecto de la persona amada, una dependencia que no humilla, pero que hace feliz”. Por esta razón puede decirse que las dos frases “Dios es amor” y “Dios es humildad” son como dos caras de la misma moneda. Y explicó el significado de la palabra humildad aplicada a Dios que “no consiste en ser pequeños (se puede ser pequeño de hecho sin ser humilde); no consiste en considerarse pequeños (esto puede depender de una mala idea de uno mismo); no consiste en proclamarse pequeños (se puede decir sin creerlo); consiste en hacerse pequeños y hacerse pequeños por amor, para elevar a los demás. En este sentido, verdaderamente humilde solo es Dios”.

El purpurado aludió, además, a San Francisco de Asís quien entendió este concepto sin muchos estudios, y en cuyas alabanzas “al Dios Altísimo", en cierto momento, se dirige a Dios diciéndole: "Tú eres humildad!".

“La Navidad es la fiesta de la humildad de Dios. Para celebrarla con espíritu y verdad debemos hacernos pequeños, como debemos abajarnos para entrar por la estrecha puerta que introduce en la basílica de la Natividad en Belén”, agregó.

Volviendo al corazón del misterio, el cardenal Cantalamessa señaló que “es relativamente fácil creer en algo grandioso y divino, cuando se espera en un futuro indefinido” y que “es más difícil cuando se debe decir, '¡Ahí está! ¡Es Él'. El hombre está tentado de decir inmediatamente: ¿Eso es todo?”. Y dijo que, en su opinión, “Juan el Bautista nos ha dejado su misma tarea profética: seguir gritando: `¡En medio de ustedes hay uno que no conocen!’”, puesto que “inauguró la nueva profecía” que no consiste en anunciar una salvación futura, sino en revelar la presencia de Cristo en la historia: “Cristo no está presente en la historia simplemente porque se escribe y se habla continuamente de él, sino porque ha resucitado y vive según el Espíritu. No sólo intencionalmente, sino realmente. La evangelización comienza aquí”.

Después de aludir a Pablo como complemento de lo que enseña Juan, el predicador se refirió a la distinción entre el hecho de la encarnación y el modo de ella, entre su dimensión ontológica y la existencial, para arroja luz sobre el problema actual de la pobreza y la actitud de los cristianos hacia ella. “Ayuda a dar un fundamento bíblico y teológico a la elección preferencial de los pobres, proclamada en el Concilio Vaticano II. Los Padres conciliares - escribió Jean Guitton, observador laico en el Vaticano II - han redescubierto el sacramento de la pobreza, es decir, la presencia de Cristo bajo las especies de los que sufren”.

“El ‘sacramento’ de la ¡pobreza! Son palabras fuertes, pero fundamentadas. Si, en efecto, por el hecho de la encarnación, el Verbo ha asumido, en cierto sentido, a cada hombre (así pensaban algunos Padres griegos), por el modo en que se ha realizado, ha asumido, a título particularísimo, al pobre, al humilde, al que sufre”, subrayó.

A la vez que recordó el concepto de lo que se ha hecho o se ha dejado de hacer por el hambriento, el sediento, el prisionero, el desnudo y el exiliado, en que Jesús dice solemnemente: “A mí me lo hiciste”. 

Al llegar al punto de su predicación, el purpurado mencionó a San Juan XXIII, quien con ocasión del Concilio, acuñó la expresión “Iglesia de los pobres”, que reviste un significado que va más allá de lo que se entiende habitualmente: “¡La Iglesia de los pobres no sólo está formada por los pobres de la Iglesia! Los pobres son de Cristo, no porque se declaren pertenecientes a él, sino porque él los declaró pertenecientes a sí mismo, los declaró su cuerpo. Esto no quiere decir que sea suficiente ser pobre y hambriento en este mundo para entrar automáticamente en el reino final de Dios. Las palabras: ‘Vengan benditos de mi Padre’ están dirigidas a aquellos que han cuidado de los pobres, no necesariamente a los propios pobres, por el simple hecho de que han sido materialmente pobres en la vida”.

Y con esta reflexión puso de manifiesto que “la Iglesia de Cristo es inmensamente más amplia de lo que dicen los números y las estadísticas”. De donde se deduce que “el Papa, y con él los demás pastores de la Iglesia, es verdaderamente el ‘padre de los pobres’".

Asimismo, recordó a San Juan XXIII cuando en su mensaje de Navidad de 1962, elevaba su oración pidiendo a la “Palabra Eterna del Padre, Hijo de Dios y María”, que renovara, en el secreto de las almas, el admirable prodigio de su nacimiento.

El cardenal Cantalamessa concluyó invitando a hacer propia esta oración: “Pero, en la dramática situación en la que nos encontramos, añadamos también la súplica ardiente de la liturgia navideña: ‘Rey de los pueblos, esperado por todas las naciones, piedra angular que unes a los pueblos en uno: Ven y salva al hombre que has formado de la tierra’. Ven y levanta de nuevo a la humanidad exhausta por la larga prueba de esta pandemia”.+