Domingo 24 de noviembre de 2024

Cantalamessa: "Jesús libera del miedo a la muerte a quien lo tiene"

  • 4 de diciembre, 2020
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
"Enséñanos a contar nuestros días y llegaremos a la sabiduría del corazón" es el título de la primera predicación de Adviento, y la primera en contexto de pandemia, del flamante cardenal.
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El cardenal Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, desarrolló la primera predicación de Adviento en el contexto de la pandemia que vive el mundo. Predicó sobre tres verdades eternas: primera, “que todos somos mortales y no tenemos una morada estable aquí abajo”; segunda, la vida del creyente no termina con la muerte, porque nos espera la vida eterna” y, tercera, “no estamos solos a merced de las olas en el pequeño barco de nuestro planeta” porque Jesús está con nosotros.

El purpurado evidenció la realidad humana de la que la muerte es parte: “Memento mori”: recuerda que morirás y puntualizó que se puede hablar de la muerte de dos maneras diferentes: en clave kerigmática o en clave sapiencial. La primera consiste en proclamar que Cristo ha vencido a la muerte. La segunda, la forma sapiencial, consiste en “reflexionar sobre la realidad de la muerte tal como se presenta a la experiencia humana, con el fin de sacar lecciones de ella para vivir bien. Es la perspectiva en la que nos situamos en esta meditación”.

La reflexión sobre la muerte, afirmó, la encontramos particularmente en los libros sapienciales del Antiguo Testamento, como también en el Nuevo Testamento: «Estén prevenidos , porque no saben el día ni lahora» (Mt 25,13), la conclusión de la parábola del hombre rico que planeaba construir graneros más grandes para su cosecha: «Insensato, esta misma noche vas a morir. ¿Y para quién será lo que has amontonado?» (Lc 12,20), y también su dicho: «¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida?» (cf. Mt 16,26). También la tradición de la Iglesia ha hecho suya esta enseñanza.

El predicador de la Casa Pontificia indicó que el modo sapiencial de hablar sobre la muerte está presente en la Biblia, en el cristianismo y en todas las culturas. En la época actual, también lo hallamos en el pensamiento moderno.

Asimismo, Cantalamessa citó a Jean-Paul Sartre y Martin Heidegger. Al referirse a los planteamientos del segundo afirma: “¿Qué es entonces —se preguntó— ese «núcleo sólido, seguro e infranqueable», al que la conciencia recuerda al hombre y sobre el que debe basarse su existencia, si quiere ser «auténtica»? Respuesta: ¡Su nada! Todas las posibilidades humanas son, en realidad, imposibilidades. Todo intento de proyectarse y de elevarse es un salto que parte de la nada y termina en la nada[1]”.

Recordando a San Agustín, el predicador expresó: “También había anticipado esta intuición del pensamiento moderno sobre la muerte, pero para sacar de ello una conclusión totalmente diferente: no el nihilismo, sino fe en la vida eterna”.

Ante un mundo que enfatizó los avances tecnológicos y las conquistas de la ciencia, el cardenal Cantalamessa afirmó: “La presente calamidad ha venido a recordarnos lo poco que depende del hombre «proyectar» y decidir su propio futuro”, por eso, continuó: “No hay mejor lugar para colocarse para ver el mundo, a uno mismo y todos los acontecimientos, en su verdad que el de la muerte. Entonces todo se pone en su justo lugar”.

Ver el mundo desde la perspectiva caótica no ayuda a “descifrar su significado”, sin embargo, sostuvo, “mirar la vida desde el punto de vista de la muerte, otorga una ayuda extraordinaria para vivir bien. ¿Estás angustiado por problemas y dificultades? Adelántate, colócate en el punto correcto: mira estas cosas desde el lecho de muerte. ¿Cómo te gustaría haber actuado? ¿Qué importancia darías a estas cosas? ¡Hazlo así y te salvarás! ¿Tienes una discrepancia con alguien? Mira la cosa desde el lecho de muerte. ¿Qué te gustaría haber hecho entonces: haber ganado o haberte humillado? ¿Haber prevalecido o haber perdonado?”

Pensar en la muerte nos impide “apegarnos a las cosas (…) El hombre, dice un salmo, «cuando muera, no podrá llevarse nada, su esplendor no bajará con él» (Sal 49,18) (…) La hermana muerte es una muy buena hermana mayor y una buena pedagoga. Nos enseña muchas cosas; basta que sepamos escucharla con docilidad.

El cardenal Cantalamessa subrayó que la muerte nos enseña la importancia de reconciliarnos con nosotros mismos y con los prójimos. Pero también es importante en el campo de la evangelización. “El pensamiento de la muerte es casi la única arma que nos queda para sacudir del letargo a una sociedad opulenta, a la que le ha sucedido lo que le ocurrió al pueblo elegido liberado de Egipto: «Comió y se sació, —sí, engordó, se cebó, engulló— y rechazó al Dios que lo había hecho» (Dt 32,15)”.

Esta es la tarea asignada a los profetas, recordarle al pueblo la solución al dilema: “La cuestión sobre el sentido de la vida y de la muerte desempeñó un papel notable en la primera evangelización de Europa y no se excluye que pueda desempeñar uno análogo en el esfuerzo actual por su reevangelización”.

“Jesús libera del miedo a la muerte a quien lo tiene, no al que no lo tiene e ignora alegremente que debe morir. Vino a enseñar el miedo a la muerte eterna a aquellos que sólo conocían el miedo a la muerte temporal”, señaló. “La «muerte segunda», la llama el Apocalipsis (Ap 20,6). Es la única que realmente merece el nombre de muerte, porque no es un tránsito, una Pascua, sino una terrible terminal de trayecto”.

El cardenal Cantalamessa continuó su prédica afirmando: “Lo que da a la muerte su poder más temible para angustiar al hombre y atemorizarle es el pecado. Si uno vive en pecado mortal, para él la muerte todavía tiene el aguijón, el veneno, como antes de Cristo, y por eso hiere, mata y envía a la Gehena. No teman —diría Jesús— a la muerte que mata el cuerpo y luego no puede hacer nada más. Teman a esa muerte que, después de haber matado el cuerpo, tiene el poder de arrojar a la Gehena (cf. Lc 12,4-5). ¡Quita el pecado y has quitado también a tu muerte su aguijón!”

El predicador recordó que en la Eucaristía Jesús nos hizo partícipes de su muerte para unirnos a Él. Por eso: “Participar en la Eucaristía es la forma más verdadera, más justa y más eficaz de «prepararnos» a la muerte. En ella celebramos también nuestra muerte y la ofrecemos, día a día, al Padre (…) En ella «hacemos testamento»: decidimos a quién dejar la vida, por quién morir”.

El predicador de la Casa Pontificia finalizó su alocución diciendo: "Con todo esto, no le hemos quitado el aguijón al pensamiento de la muerte, su capacidad de angustiarnos y que Jesús también quiso experimentar en Getsemaní". Sin embargo, estamos al menos más preparados para acoger el mensaje consolador que nos llega de la fe y que la liturgia proclama en el prefacio de la misa de difuntos:

Porque la vida de tus fieles, Señor,

no termina, se transforma,

y, al deshacerse nuestra morada terrenal,

adquirimos una mansión eterna en el cielo.

Hablaremos de esta mansión eterna en los cielos, si Dios quiere, en la próxima meditación.+