Monseñor Vicente F. Zazpe, párroco porteño, primer obispo de Rafaela,
arzobispo de Santa Fe y vicepresidente de la Conferencia Episcopal Argentina
El marco de las lecturas de este domingo es la profecía: Jonás que es enviado a anunciar la verdad sobre Nínive; los Apóstoles que escuchan a Jesús y son elegidos para ir a anunciar el Evangelio, la Palabra de Dios, la palabra profética, es decir, la que echa luz sobre la situación de cada momento. Es curioso: escuchan a Jesús cuando Él ocupa el lugar de Juan. El evangelio de hoy comienza con esta frase: “… después que Juan Bautista fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea”. El gran profeta, el hombre más grande nacido de mujer, según lo dijo Jesús, termina arrestado. Jesús le va a echar en cara al fariseísmo como constitución político-ideológico-religiosa de su tiempo, le va a echar en cara la hipocresía que es, precisamente, el antídoto contra toda profecía. Y les va a decir: ustedes hipócritas, que levantan monumentos a los profetas que mataron sus padres.
El profeta se tiene que jugar la vida y de estos elegidos, todos dieron la vida incluso Juan el Evangelista que no murió en el martirio pero dio testimonio en la persecución. El profeta avala con su sangre la verdad del Evangelio.
Jesús elige a los apóstoles, los primeros obispos de la Iglesia, para que lleven la luz del evangelio, la profecía al momento, a cada situación histórica distinta. Varias veces les va a decir que no se preocupen cuando los persigan porque el Padre los cuida, que no se preocupen cuando los lleven a la cárcel porque el Espíritu Santo les va a inspirar cómo se tienen que defender, pero que perseveren hasta el final. Y hoy esta misa la celebramos en recuerdo, en sufragio y en gratitud a Dios por el alma de un profeta, de un obispo profeta, de un hombre que trató de ser fiel a este llamado de Jesús a ser pescador. Adviertan que Jesús les dice a los apóstoles: vengan conmigo que los voy a hacer pescadores de hombres. No les dice vengan conmigo que los voy a hacer capataces, que los voy a hacer patrones de estancia o ejecutivos de una gran empresa. ¡No! Les dice: ¡vengan conmigo a trabajar, a ser operarios del Reino!
El adjetivo que, según mi juicio, le da más gloria a uno que quiere seguir de cerca a Jesucristo, en el presbiterado o en el episcopado es, precisamente, ser operario del Reino ¡Un trabajador del Reino de Dios! Jesús los invita a eso (a los apóstoles) y monseñor Zazpe con su sencillez fue eso. Preparaba su predicación con la misma sencillez y hondura con que barría la vereda todas las mañanas en su parroquia de Lourdes, en Belgrano. ¡Un trabajador, a disposición del pueblo de Dios! Pero lo que hace señera la figura de Zazpe es que ese trabajar fue creciendo, creciendo… Creciendo hasta que Dios lo puso en una coyuntura difícil. Y Zazpe dijo que sí. Dijo que sí al Evangelio, dijo que sí a la llamada de Dios. Y porque sabía que todo mesianismo es un fraude antropológico, no se dejó enganchar por ningún mesianismo político de su época. É sabía perfectamente que dentro de estos mesianismos anida la mentira, la corrupción, el fraude, la traición, la componenda, la venta de valores.
El se aferró al Evangelio, se aferró a las Bienaventuranzas. Como dijo alguien de él, cuando muchos miedosos que buscaban contemporizar callaban, él habló. Y cuando esos mismos, pasado el peligro se animaron a hablar, él calló: ¡profeta! Y nunca habló desde la política, nunca desde la coyuntura social sino desde el Evangelio iluminando la situación social, iluminando la injusticia que se vivía en cualquier tipo de mesianismo. Zazpe era así: un trabajador del Reino, un operario del Reino.
No era ni de tal teología ni de tal otra teología: era de las Bienaventuranzas. Buscaba ser fiel al llamado de Jesús. Y por eso siguió el mismo camino de Jesús: Zazpe conoció la desconfianza de tantos cristianos e incluso colegas; Zazpe sufrió la difamación y la calumnia. Y él hizo como Jesús: callaba. Nunca se defendió. Puso su defensa en el Señor. Y su figura señera en ese momento, referencial, no porque fuera de tal o cual política o de tal o cual teología sino porque era del Evangelio, esa figura referencial se fue apagando como se apaga la voz de los profetas: cuando Dios quiere. Como se apagó la voz del Bautista… “después que Juan Bautista fue arrestado”.
En ese tramo final, se pareció mucho a Juan Bautista: sabía que se hablaba mal de él; estaba preso de las murmuraciones. Conoció esa soledad del calabozo espiritual de quien no tiene voz para defenderse y Dios le pide paciencia porque Él tampoco quiere defenderlo en ese momento. Y Zazpe muere así: en ese calabozo existencial de quien dijo todo lo que tenía que decir y ahora, desde el alma, se le mandaba callar. Una suerte de martirio. Así como el Bautista va a morir por la veleidad de una bailarina y el capricho de una adúltera prostituta.
Le doy gracias al Señor que a esta Iglesia argentina que siempre le tuvo miedo a la Cruz y siempre fue tentada de eludir la Cruz, le haya puesto un obispo señero como él. Que desde el Cielo él nos conceda la gracia de no temer la cruz, de no negociar eludir la cruz. La gracia de no vender la Verdad, de ser prudentes con la prudencia del Evangelio para decirla cuándo y cómo debe ser dicha. Y que nuestra única pertenencia sea siempre al Evangelio y a la Santa Madre Iglesia. Que esta Iglesia argentina mirando a esta figura crezca en valentía ante las cruces que se le presentan y que se le seguirán presentando. Que así sea.
Card. Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires