Viernes 18 de abril de 2025

Mons. Castagna: 'En cada Eucaristía, lo que entonces aconteció, hoy se prolonga'

  • 11 de abril, 2025
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo estimó que se pondría mayor empeño y fervor en las misas, si los sacerdotes recordaran que "cuando se disponen a celebrar la Eucaristía, sumergen al mundo en la sangre de su Salvador".
Doná a AICA.org

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, aseguró que "la pasión de Cristo irrumpe en una sociedad sumergida en la inconciencia de su estado de pecado".

"Necesitamos saber lo que pasó en aquel primer Viernes Santo de la historia. No lo imaginamos, sabemos, por la Palabra de Dios, lo que ocurrió entonces y hoy se prolonga en cada Eucaristía", recordó y profundizó: "Celebramos continuamente la muerte y resurrección de Cristo". 

El arzobispo consideró que los sacerdotes pondrían mayor empeño y fervor en las más ocultas de las misas, si recordaran que "cuando se disponen a celebrar la Eucaristía, están sumergiendo al mundo en la sangre de su Salvador".

"La misma adoración, en la que empeñamos nuestro silencio y amor, ofrecería el espacio sagrado en el que nuestra vida cristiana lograría su mayor expansión", concluyó.

Texto de sugerencia
1. La entrada triunfal y humilde, aclamado por el pueblo. Al iniciar la Semana Santa, la Iglesia crea un clima espiritual adecuado para que nuestro pensamiento y corazón vibren al unísono con la celebración de los Misterios Divinos. Para ello, la inicia con la entrada triunfal y humilde de Jesús en la mítica ciudad sagrada de Jerusalén. De inmediato, San Lucas nos ofrece, como lectura evangélica, el relato de la Pasión de Jesús. Comienza el terrible drama de los padecimientos, con los que el Hijo de Dios y del hombre logra el rescate de la humanidad, sumida en el pecado. No es una mera recordación piadosa, es una verdadera actualización de la Redención. La Iglesia se convierte en la memoriosa autorizada de la acción salvadora de Cristo. Durante toda la Semana celebrará -o hará que lo que ocurrió, ocurra- en el despliegue sacramental de su Liturgia pascual. Jesús es el protagonista, de cuyo valor sobrenatural todo procede. Los cristianos viven lo que recuerdan y celebran. Sobre todo mediante la Eucaristía. Durante toda la Semana, la Eucaristía está ubicada en el centro de cada celebración, incluso en el Viernes Santo, cuando la adoración de la Cruz impone silencio, y prepara al pueblo cristiano para el gozo de la Pascua. Jesús mismo exhorta a no ceder a la tristeza del ayuno. Es preciso recordar que el Novio está, desposándose con una humanidad recuperada del pecado. La simbología da paso a la realidad. La Iglesia ofrece los distintos símbolos para que accedamos a la realidad de la gracia redentora. Todo sacramento es símbolo transmisor de la realidad. María, las santas mujeres y Juan recorren el doloroso sendero de la Pasión, hasta que la Resurrección confirma el Misterioso encuentro con el Cristo vivo. Sufren el sinsabor de aquellos días y concluyen en la Aleluya pascual. La Iglesia, durante estos días, ha revivido lo que María y aquellos discípulos, experimentaron durante la primera Semana Santa. La anticipación de la Pasión, en la inolvidable noche del jueves, Cristo ofrece el anticipo real de su inmolación, permanencia y alimento.

2. Es Él, y está así porque nos ama. Consecuencias del pecado son: la pérdida de sentido de la fe y el endurecimiento del corazón. El mundo actual presenta esos tristes fenómenos, como si fueran naturales. Por lo tanto, para emprender la evangelización se requiere remover esos difíciles escollos. Recuperar el sentido de la fe, infundida en el Bautismo, y enternecer el corazón, constituirán un anuncio prolongado para que la Palabra sea aceptable y eficaz. La lectura de la Pasión nos introduce en la contemplación de los indecibles dolores de Jesús durante el Viacrucis, y su agonía y muerte en Cruz. Todo por amor al Padre y a nosotros, pequeñas e ingratas criaturas. El Santo Cura de Ars señalaba al Sagrario de su pequeño Templo parroquial a quienes escuchaban su prédica: "¡Es Él, está allí porque nos ama!" Al contemplar la Cruz podemos repetir la misma piadosa expresión: "¡Es Él, está así porque nos ama! El corazón más endurecido, si es humano, no puede más que enternecerse al contemplarlo. Es la ciencia de los santos. Muchos de ellos consideraban la Cruz como el libro donde el mismo Dios había consignado toda su Verdad: el Verbo encarnado. Es allí donde los grandes Doctores aprendieron lo que pudieron ofrecer en sus magníficos escritos. Pensemos en San Agustín, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, Santo Tomás de Aquino y San Alberto Magno, entre tantos otros. Se destacaron también santas mujeres: Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena y Santa Teresita de Lisieux. Mientras que la Palabra de Dios -el Hijo de Dios hecho Hijo del hombre- no sea reconocida como la Verdad, el mundo andará a los tumbos, intentando, sin éxito, arañar algunas de sus insustanciales verdades. De allí la urgencia de que la Palabra sea aceptada por quienes están dispuestos a recibirla, de quienes tienen la misión de proclamarla y testimoniarla. Es el tiempo de quienes, por la humildad y santidad de sus vidas, saben captarla y consentir en ella. Hombres santos, como Juan Pablo II, han intuido que el mundo, descalificado moralmente como el actual, necesita ser confrontado y transformado por Cristo. La Semana Santa, que iniciamos, es un espacio para el encuentro con la Palabra y, mediante nuestro consentimiento, con la personal conversión. Los valores, que el mundo necesita reavivar, están expresados en el Evangelio que hoy la Iglesia predica. En la contemplación de la Pasión y Muerte de Jesús se halla el Evangelio vivo. 

3. La santidad como ideal de vida. La intención de la Iglesia, al dar espacio litúrgico a la Pasión del Señor, es enternecer nuestro corazón e iluminar nuestra mente, con el recuerdo piadoso del amor hecho Cruz y alimento de nuestra vida cristiana. Es la manera adecuada de celebrar el acontecimiento del encuentro con la Verdad que nos redime. Desde el silencio que nos impongamos será posible aprovechar estos días y hacerlos portadores de la salud espiritual que nuestra vida reclama. La Pasión no es un drama, débilmente teatralizado, sino una gestión que hoy protagoniza Cristo, mediante el Espíritu que nos envía: "Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: "Reciban el Espíritu Santo" (Juan 20, 22). El Espíritu, que hace del pecador una "nueva creatura", no es resultado de la invención humana sino realización del Espíritu Artesano. La contemplación de los padecimientos de Cristo introduce - al contemplativo - en el Misterio divino que se celebra durante estos días. Por ello es también Tiempo de oración, en el espacio humilde de la Cruz y en la simplicidad de Belén y Nazaret. La intensificación de la lectura orante de la Escritura, contribuye a lograr, de esta Semana Santa, un nuevo y definitivo acontecimiento de gracia y de perdón. El mundo necesita ser tocado íntimamente por el acontecimiento que la Iglesia celebra, para una reacción que lo redima y purifique. El destino del mundo, hoy abrumado por el pecado, es la santidad. A su cabeza, como nueva orientación histórica, se ha puesto Cristo. La santidad no es una nomenclatura de perfiles únicamente religiosos. Es el ideal, al que la humanidad ha sido llamada desde sus orígenes. Dios, en su Hijo encarnado, es el ideal que todo ser humano debe alcanzar si pretende ser feliz. Desoído el Evangelio, se deforma el perfil del hombre, la principal creación de Dios. Sin Cristo, el ser humano queda maniatado y amordazado y, por lo mismo, inhabilitado. Es preciso, para llegar a comprender, a la luz de Cristo -que es el Evangelio del Padre- cuál es el sentido de la vida, necesitamos aprenderlo de labios del divino Maestro. Y Él quiere manifestarse, ordinariamente, mediante el ministerio de los Apóstoles y de la Iglesia. Es preciso estar atentos, como quienes esperan el anuncio más importante. El Evangelio lo es, y es gravemente perjudicial desatenderlo. El celo apostólico de Pablo y de los Doce, responde a la necesidad de un mundo boyando en un mar embravecido.

4. En cada Eucaristía, lo que entonces aconteció, hoy se prolonga. La Pasión de Cristo irrumpe en una sociedad sumergida en la inconciencia de su estado de pecado. Necesitamos saber lo que pasó en aquel primer Viernes Santo de la historia. No lo imaginamos, sabemos, por la Palabra de Dios, lo que ocurrió entonces y hoy se prolonga en cada Eucaristía. Celebramos continuamente la Muerte y Resurrección de Cristo. Si los sacerdotes recordáramos que cuando nos disponemos a celebrar la Eucaristía, estamos sumergiendo al mundo en la Sangre de su Salvador ¡qué empeño y fervor pondríamos en la más oculta de nuestras Misas! La misma Adoración, en la que empeñamos nuestro silencio y amor, ofrecería el espacio sagrado en el que nuestra vida cristiana lograría su mayor expansión.+