Sábado 14 de diciembre de 2024

Mons. Castagna: 'Protagonismo y centralidad de Cristo'

  • 29 de noviembre, 2024
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo recordó que en Adviento todo conduce a concretar la fidelidad a Dios y a renovarla, para que los bautizados sean "auténticos testigos de Quien así capacita a los creyentes a vivir la fe".
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En sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que, durante este mes, además del protagonismo y centralidad de Jesús, aparecen María y Juan Bautista como "coprotagonistas y modelos de fidelidad a Dios". 

"En Adviento, todo conduce a concretar esa fidelidad, y a renovarla saludablemente, para que la gracia encuentre, en cada uno de los bautizados, auténticos testigos de Quien así capacita a los creyentes a vivir la fe", puntualizó.

"Durante este Tiempo, se produce un nuevo ofrecimiento, por parte de Jesús, a convertir en vida lo que la Iglesia profesa en la recitación del Credo. Aceptarlo es un desafío que reclama toda nuestra fidelidad", subrayó.

El arzobispo consideró que "es el momento propicio para que decidamos un consentimiento generoso, con la voluntad del Padre", y planteó: "Constituye el núcleo de la fe que nos une a Dios y nos transforma en auténticos hermanos de todos los hombres".

"Nuestro modelo perfecto, de hijos del Padre y hermanos, es Cristo, que nos amó hasta morir en la Cruz. De esa manera, se constituye en la autoridad suprema del Reino, ya que, desglosando el término 'autoridad', se manifiesta como único autor de la unidad", concluyó.

Texto completo de las sugerencias
1. Los signos del fin. Jesús anuncia a los suyos, y en ellos a todos, que el fin será precedido por signos espectaculares. Al contemplarlos sabremos que el Hijo del Hombre está llegando. La segunda venida tendrá otra connotación, impactante y más ruidosa que la primera. Es preciso prepararse mediante la oración incesante. Estamos iniciando los últimos tiempos, la liturgia de la Iglesia dispensa los medios que posee, para acudir a las extremas necesidades que el mundo, del que somos ciudadanos, no deja de manifestar. No podemos repetir el Adviento que celebramos el año pasado. Es un acontecimiento siempre nuevo, que responde a los requerimientos actuales. Con este domingo iniciamos un nuevo año litúrgico. Es conveniente pensar de nuevo la Palabra que hemos recibido. El Espíritu "hace nuevas todas las cosas" y, por lo tanto, nos aleja de toda tediosa repetición. Si no nos preparamos para abrir nuestro corazón a su acción renovadora, corremos el riesgo de decir siempre lo mismo, sin extraer de la Palabra divina renovadas sugerencias para la fidelidad y la santidad. El Adviento otorga contenido a este tiempo de espera y de cumplimiento. Corresponde que hagamos la experiencia del mismo, para que nos acompañe en la contemplación del Niño Dios dormido en brazos de María. Ella nos lo ofrece, como expresión revelada de la ternura de Dios Padre. Ella protagoniza el Adviento y la Navidad, junto a José, a los pastores y a los Ángeles. Es de gran importancia espiritual que preparemos nuestros corazones para estas celebraciones. Lo hacemos mediante la meditación de la Palabra de Dios, que la Liturgia nos ofrece, y la oración ferviente. Durante el Adviento, que hoy iniciamos, se produce un clima de silencio y soledad, que contribuye a la vivencia del Misterio del Hijo de Dios, hecho Hijo del hombre. La forma de acogerlo es la adopción de la pobreza de Belén y de la humildad de Dios, convertido en un frágil Niño. Conmueve la contemplación de la escena y, si sabemos interpretarla, nos introducimos en ella haciéndonos pequeños y pobres con Él. La esperanza es la virtud propia del Adviento.

2. Está por llegarles la liberación. Es oportuno meditar el texto evangélico de San Lucas: "tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación" (Lucas 21, 28). Existe una inconciencia bastante generalizada, ante el amor y la paz, que el mundo no sabe encontrar en Dios. Es un engaño que salta a la vista, pero, que se filtra en las más inocentes expresiones de la vida ordinaria. Cristo vino a liberar del pecado, factor deprimente de la vida, aunque ésta aparezca colmada de tentadores beneficios. El bienestar, iniciado como deseo, no logra alcanzar la felicidad mientras pretenda permanecer en la mediocridad, a que nos tiene acostumbrado el mundo. La Palabra de Dios, ofrecida por la Iglesia, hace que este Tiempo de Adviento, cobre una fuerte gravitación. Corresponde que la Palabra resuene en los espacios recónditos de la vida contemporánea. El testimonio de los cristianos constituye, mediante la acción evangelizadora que protagonizan, una infusión del Santo Espíritu. Es inseparable la vida de fe del compromiso en la tarea de construir la ciudad terrena. Por ello, su presencia activa, no deja de manifestarse en las diversas instancias de la sociedad. La Iglesia es de Dios para el mundo, no para ella. Es signo de Cristo, don del Padre, que ama a los hombres. Por este compromiso con los otros, los cristianos deben evitar todo tipo de mundanización. Pasar del predominio del mundo al del Evangelio constituye la labor existencial que corresponde a todo bautizado. Dios hace santos a quienes están dispuestos a recorrer ese camino. Lo observamos en lo ordinario de nuestra vida en sociedad. Los santos muestran el destino al que todos estamos orientados por Jesús, que encabeza esa singular peregrinación. La posibilidad de llevar a término la fidelidad a Dios proviene del Cristo Pascual. Para ello ha venido al mundo y cumple su misión de reconducirnos, por el camino de la santidad, a la diestra del Padre y a la Vida eterna. El mensaje evangélico posee un carácter universal que no puede ser obviado irresponsablemente por quienes lo han aceptado en el Bautismo y en la práctica un tanto alicaída de la fe. Para aceptarlo, es preciso atenderlo y responder a él con generosidad. La vida cristiana incluye una senda penitencial, que aprovecha los méritos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Los términos de esa vía son la fe -como obediencia- y el despojo de lo que el mundo considera, frívolamente, el logro de la fidelidad.

3. El Adviento se opone a la incredulidad. La venida gloriosa de Cristo es anticipada mediante la promoción de una vida santa. Es más que un acontecimiento, ofrece una presencia real del Señor en la vida de los hombres y sus circunstancias. Es una ocasión irremplazable para cerciorarse que Dios está más cerca de los hombres, que ellos mismos. La celebración del Adviento se opone al fenómeno lastimoso de la incredulidad. Constituye el ejercicio del don sobrenatural de la fe, asistido por la escucha humilde de la Palabra de Dios y de los bien llamados "sacramentos de la fe". La Iglesia orante es una Iglesia creyente. La oración, y la celebración de los sacramentos, hacen que la fe, infundida en el Bautismo, se desarrolle hasta la perfección de la caridad. La Iglesia aparece enclavada, entre contrariedades y persecuciones, como un signo de la presencia de Cristo que, resucitado o glorificado, desempeña su misión de reunificador de la humanidad dispersa por el pecado. "Sacramento de Cristo", la Iglesia desempeña una misión inconfundible en el mundo. Es una verdadera traición a la verdad deformar su identidad. Más que la persecución sangrienta, es nefasto causar una diabólica distorsión que la convierta -en el mejor de los casos- en una poderosa ONG. La Iglesia, de la que somos miembros -Dios quiera que "vivientes"- no responde a lo que los rectores de la sociedad actual pretenden de ella. Cristo la plantó como semilla de lo que debe ser. El Evangelio, como lo entendió, divinamente inspirado, San Pablo VI, en su Exhortación Apostólica: "Evangelii Nuntiandi", es la indeformable Constitución del Reino de Dios. Para ello, debe manifestarse animada por el Espíritu y comprometida en la orientación del mundo, conforme a su Constitución (el Evangelio). Los valores que encarna están garantizados por Jesucristo. Su Espíritu se derrama constantemente sobre una humanidad que debe pasar de la dispersión al peregrinaje de la fe. La Iglesia no es proselitista. Anuncia y celebra el misterio de Cristo, con el fin de suscitar la fe y llevarla a la perfección del Padre. Si no lo logra, incumple su divina y universal misión. El fuerte Tiempo de Adviento impulsa a los cristianos a vivir honestamente su fe bautismal. La Liturgia dominical reúne al pueblo cristiano para que se renueve, en contacto con la Palabra que celebra y debe transmitir al mundo. Es así cómo debe ser iniciado, en este "hoy": el año 2025.

4. Protagonismo y centralidad de Cristo. Durante este mes, además del protagonismo y centralidad de Jesús, aparecen María y Juan Bautista como coprotagonistas y modelos de fidelidad a Dios. Todo -en Adviento- conduce a concretar esa fidelidad, y de renovarla saludablemente, para que la gracia encuentre en cada uno de los bautizados, auténticos testigos de Quien así capacita a los creyentes a vivir la fe. Durante este Tiempo se produce un nuevo ofrecimiento, por parte de Jesús, a convertir en vida lo que la Iglesia profesa en la recitación del Credo. Aceptarlo es un desafío que reclama toda nuestra fidelidad. Es el momento propicio para que decidamos un consentimiento generoso, con la voluntad del Padre. Constituye el núcleo de la fe que nos une a Dios y nos transforma en auténticos hermanos de todos los hombres. Nuestro modelo perfecto, de hijos del Padre y hermanos, es Cristo que nos amó hasta morir en la Cruz. De esa manera se constituye en la autoridad suprema del Reino, ya que, desglosando el término "autoridad", se manifiesta como único autor de la unidad.+