Viernes 22 de noviembre de 2024

Mons. Castagna: 'No se entiende una vida bautismal plena sin Eucaristía'

  • 19 de abril, 2024
  • Corrientes (AICA)
"Aunque no se llegue al sacramento, Él se constituye en el alimento necesario de la vida cristiana, mediante la Palabra apostólica, que suscita y nutre la fe", aseguró el emérito de Corrientes.
Doná a AICA.org

El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, recordó que la identificación de los católicos con Cristo “se produce en el Bautismo y logra su perfección en la Eucaristía. Por ello, no se entiende una vida bautismal plena sin Eucaristía”. 

“Existe una impregnación, dimanada de la Eucaristía, que logra el florecimiento del Bautismo en la santidad. Cuando no es posible la comunión eucarística sacramental, se nos ofrece la alternativa de la comunión espiritual. También, de esa manera, Jesús actúa misteriosamente por su Espíritu”, aseguró.

En sus sugerencias para la homilía dominical, el arzobispo sostuvo también que, “al aceptar a Cristo en nuestra vida, lo aceptamos como Buen Pastor que, con su carne y sangre – ‘verdadera comida y bebida’ -, nos da su Vida”.

“Aunque no se llegue al sacramento -la fracción del Pan-, Él se constituye en el alimento necesario de la vida cristiana, mediante la Palabra apostólica, que suscita y nutre la fe”, subrayó.

Texto de las sugerencias
1.- Cristo es el Dios Pastor. En el Antiguo Testamento Dios se presenta como el Pastor de su pueblo. Cristo es la encarnación del pastoreo de Dios, entonces los márgenes de Israel se ensanchan hasta incluir a toda la humanidad. Todo el mundo está destinado a ser su pueblo. Nadie puede considerarse excluido. Su razón es el amor que Dios profesa a todo el mundo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que quien crea en él no muera, sino tenga vida eterna”. (Juan 3, 16) Dios ama a los hombres por Él creados, hasta el extremo de la crucifixión de su Hijo único, en quien da al mundo todo lo que tiene. De esa manera revela la verdadera naturaleza del amor. Jesús es la encarnación del Dios Pastor. Al mismo tiempo declara que el Buen Pastor es quien se despoja de todo, dando su vida: “Yo soy en buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas”. (Juan 10, 11) La Pasión y Muerte de Cristo, responde a su identidad de Pastor que busca a la oveja perdida y arriesga su vida por ella, hasta dejarse masacrar en el humillante madero de la Cruz. Ciertamente Dios, en Cristo, se propone como modelo de quienes, con amplitud, ejercen autoridad en la Iglesia y en la sociedad. Reitero el recuerdo del Cardenal Daneels, Arzobispo de Bruselas-Manila, en la homilía de la Misa Exequial del Rey Balduino de Bélgica: “Algunos reyes, más que reyes son pastores”. Tuvimos admirables ejemplos de gobernantes que supieron dar sus vidas por sus gobernados. De esa manera siguieron el ejemplo de Cristo Rey, y se hicieron eco de su enseñanza: “No será así entre ustedes; más bien, quien entre ustedes quiera llegar a ser grande que se haga servidor de los demás; y quien quiera ser el primero que se haga sirviente de todos. Porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos”. (Marcos 10, 43-45) Coincide con su calificación de Buen Pastor. Aunque se dan algunos ejemplos ¡qué lejos están nuestros actuales dirigentes políticos y gremiales de este ideal! Los mismos Pastores de la Iglesia, a veces llenamos pobremente esos evangélicos requisitos. Es la oportunidad de un saludable examen de conciencia.

2.- Rezar mucho para llegar a la contemplación. Hemos contemplado la extrema generosidad de Dios en el doloroso martirio de la Cruz, padecido por su Hijo único. Es difícil entender tanta generosidad, en quien es el Creador de todo lo existente. Parece ficción lo que es la mayor de las realidades. Estamos habituado a la mentira impuesta por el pecado. Se ha consustanciado con la frágil naturaleza humana. Jesús, que muere realmente en la Cruz, nos enseña a morir con Él a nuestra condición de pecadores. De esa manera podremos ser partícipes de su Resurrección y, en consecuencia, de su Vida divina. Es preciso mantener despierta esta verdad y los sentimientos por ella generados. Para ello debemos rezar humilde y constantemente, hasta llegar a la contemplación. Es en ella, cuando se confirma en nosotros el Misterio celebrado y nos revestimos de Cristo. El Apóstol Pablo se constituye en maestro y doctor de ese misterioso revestimiento. La Liturgia Pascual no deja de recurrir a él y ofrecer su enseñanza. Para existencializar hoy la palabra del Apóstol se requiere seguir su asombroso ejemplo. Su amor a Cristo, a partir del impactante encuentro de Damasco, ha comprometido su vida y el singular estilo de su acción evangelizadora entre los gentiles. Para quienes no provenimos del pueblo judío - la mayoría de los cristianos - somos evangelizados por Pablo.  A través suyo entramos en comunión con los Doce y constituimos - con ellos - la Iglesia que es una, santa, católica y apostólica. Por mediación de Pablo, hemos sido llamados de la gentilidad para constituir, con el pueblo de la antigua Alianza, un pueblo nuevo y universal. El Apóstol Pedro lo aclara: “Pero ustedes son raza elegida, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido para que proclame las maravillas del que los llamó de las tinieblas a su maravillosa luz. Los que antes no eran pueblo, ahora son pueblo de Dios; los que antes no habían alcanzado misericordia ahora la han alcanzado”. (1 Pedro 2, 9-10) La Iglesia es expresión de la Nueva Alianza y cada uno de sus miembros, gracias al Bautismo, participa de su carácter sacerdotal, profético y real. Su Cabeza invisible es Cristo, y el Espíritu Santo la santifica, y orienta sus pasos a la perfección. Se debate en un mar agitado, manteniendo el rumbo señalado por su Señor. Los vientos tormentosos que la ponen en peligro de zozobra - afligida por los pecados del mundo y de sus propios hijos - la hacen objeto de las más crueles y despiadadas persecuciones.

3.- La Vida del Buen Pastor es la Eucaristía. El Buen Pastor está presente en el mismo conflicto, que ha extraviado a sus ovejas, para reconducirlas a la Verdad perdida. Las atrae a Sí, porque Él es la Verdad que necesitan alcanzar. Pastor y meta, que atrae a su rebaño. Cuida a sus ovejas y recupera a las extraviadas. Recorre los caminos del mundo, las sana de las heridas infligidas por los pecados, lleva consigo el perdón y la misericordia del Padre, y las reúne “con las noventa y nueve fieles”. El Buen Pastor da su vida, ya que, con su carne y sangre, cura y alimenta a sus ovejas, mediante el Sacramento instituido en la víspera de su Pasión. En cada celebración de la Eucaristía, Cristo cumple lo prometido en situaciones incomprendidas por muchos de sus seguidores: “Les aseguro que si no comen la carne y beben la sangre del Hijo del Hombre no tendrán vida en ustedes”.  (Juan 6, 53) El Sacramento de la Eucaristía es la realización de lo que significa. Es Cristo vivo, con su Cuerpo gestado milagrosamente en el seno virginal de María y con su Sangre derramada en la Cruz. Al comulgar comemos su carne y bebemos su sangre. Y, ya glorificado por la Resurrección, permanece en nosotros, y nosotros en Él: “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. (Juan 6, 56) La Eucaristía es el Buen Pastor que, con su Cuerpo y Sangre, ofrece su vida a cada una de las ovejas, particularmente a las más alejadas y extraviadas. Al mismo tiempo se presta a nuestra adoración e íntima amistad, en una reserva prodigiosa en espera de los más tristes y enfermos. El Santo Cura de Ars señalaba el Sagrario a su auditorio, exclamando: “Él está allí porque nos ama”. ¡Qué cerca de nosotros está el Buen Pastor! Nos basta quedarnos en profunda adoración frente a la Hostia consagrada. La adoración eucarística es practicada por comunidades fervorosas, frecuentemente integrada por jóvenes y adolescentes. Cristo no nos abandona. La oración que dirige al Padre es conmovedora: “No pido que los saques del mundo, sino que los libres del Maligno. No son del mundo, igual que yo no soy del mundo”. (Juan 17, 15-16) Nuestra identificación con Cristo se produce en el Bautismo y logra su perfección en la Eucaristía. Por ello no se entiende una vida bautismal plena sin Eucaristía. Existe una impregnación, dimanada de la Eucaristía, que logra el florecimiento del Bautismo en la santidad. Cuando no es posible la comunión eucarística sacramental se nos ofrece la alternativa de la comunión espiritual. También, de esa manera, Jesús actúa misteriosamente por su Espíritu.

4.- La enseñanza de los Apóstoles y la fracción del Pan. Al aceptar a Cristo en nuestra vida, lo aceptamos como Buen Pastor que, con su carne y sangre - “verdadera comida y bebida” - nos da su Vida. Aunque no se llegue al sacramento - la fracción del Pan - Él se constituye en el alimento necesario de la vida cristiana, mediante la Palabra apostólica, que suscita y nutre la fe. De todos modos, el Bautismo reclama llegar a su perfección, mediante la celebración sacramental de la Cena del Señor. Los Apóstoles presidían, las diversas comunidades cristianas, con la Palabra y la fracción del Pan: “Se reunían frecuentemente para escuchar la enseñanza de los apóstoles, y participar de la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones”. (Hechos 2, 42) Para ello tendremos que revitalizar, y despojar de todo formalismo, nuestras celebraciones actuales.+