Miércoles 22 de enero de 2025

Mons. Castagna: 'La ternura de María se constituye en modelo de adoración'

  • 6 de diciembre, 2024
  • Corrientes (AICA)
"Aprender de ella, a estar en adoración ante la Eucaristía, es tan real como si estuviéramos participando de la noche más importante de la historia humana", aseguró el arzobispo emérito.
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Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, recordó que, "en la sagrada Noche de Navidad, María se constituye en su protagonista más destacada, junto a Quien es el principal".

"Como tomados de su mano somos conducidos a adorar al Hijo de Dios y de ella, para dejar sellada una alianza de amor imperecedero. Los niños, y quienes se comportan como ellos -y aquellos pastores de Belén-,  saben identificar a Dios entre ellos, y lo adoran con humildad", puntualizó, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo. 

"La ternura conmovedora de María se constituye en modelo de adoración. ¡Qué impactante resulta pensarlo! Aprender de ella, a estar en adoración ante la Eucaristía, es tan real como si estuviéramos participando de la noche más importante de la historia humana", destacó.

El arzobispo señaló al respecto que "es el mismo Niño Dios, pasando por la Cruz y llegado a la Resurrección".

"María nos enseña a descubrir la divinidad de Jesús, en el momento de asumir nuestra naturaleza humana y librarnos del pecado", sostuvo, y profundizó: "Es su Hijo, identificado con nuestra necesidad de Dios, haciéndonos partícipes de su filiación divina. Al celebrar la Eucaristía lo hacemos realmente presente en nuestra pobre vida de peregrinos".

Texto completo de las sugerencias
1.- El misterio de María y de la Eucaristía. En esta Solemnidad convergen: la elección de Dios y el consentimiento conmovedor de María. El Ángel revela la obra  de Dios, desde la Concepción Inmaculada, que causa una profunda consternación en la jovencísima  Virgen. Su juventud desbordante se transparenta en su pureza angelical. Gabriel la sorprende con un saludo, humanamente inexplicable, que el mismo Dios le dirige por el ministerio angélico: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". (Lucas 1, 28) Dios Padre nos da a su Hijo divino por medio de María y, por un parafraseo lógico, Jesús nos da la Eucaristía por el ministerio del sacerdote. La Eucaristía es el mismo Cuerpo y Sangre de Jesús, gestado prodigiosamente en el virginal seno de María. Hace muchos años, la Solemnidad de la Inmaculada, era la fecha única para celebrar las primeras Comuniones. Por motivos pastorales comprensibles, las primeras Comuniones se han convertido en la culminación de una catequesis propia. La Virgen Inmaculada, en la Noche Santa de Belén, administró, para todos los bautizados, la Primera Comunión. Sin ella no tendríamos "Primeras Comuniones", como tampoco, en la práctica de la Iglesia, una verdadera e intensa vida eucarística. Nos referimos a todos sus miembros, desde el bebé recién bautizado, hasta el Papa. María ha sido el medio por el que el Padre nos dio a su Hijo. El sacerdote está ordenado para hacer presente ese inefable Misterio, pero, es María la única elegida para darnos al Verbo encarnado, que, desde el Jueves Santo, se hará Eucaristía. Ella es quien  nos conduce a la contemplación del Dios encarnado, la "mejor parte" de María de Betania. Es imposible celebrar esta Solemnidad, sin contemplar el Misterio que celebra.  María nos ilustra y conduce mediante su testimonio conmovedor. Ella guarda, en su corazón, todo lo que se dice de Él.  Así lo expresa el evangelista San Lucas: "Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón". (Lucas 2, 18) Su vida se constituye en ese "guardar" al Verbo en el recinto de su seno materno y de su alma contemplativa.

2.- María creyente. María necesita cultivar la fe, mediante la convicción de que, en ese frágil cuerpecito de Niño, está depositado el Verbo Eterno. Su Hijo y su Dios ¡qué impresionante realidad! Supera toda capacidad intelectual y desborda la imaginación humana.  Jesucristo, la Palabra encarnada, garantiza la realización del Misterio que el Arcángel anuncia de parte de Dios. María es la depositaria del mismo y su primera - y más importante - transmisora. María hace posible, por su humilde sumisión, que el Hijo de Dios se convierta en el Hijo del hombre. La Fiesta que hoy celebramos nos recuerda que Dios prepara a María, para asociarla a la obra de la salvación del mundo. La Inmaculada Concepción es el cumplimiento de esa inefable preparación.  Dios inicia su obra de Redención de los hombres preservando a María del pecado original y, por los méritos de su Hijo divino, colmándola de todas sus gracias.  San Luis Grignon de Montfort nos sorprende con una comparación: "Dios reunió todas las aguas y las llamó "mar", reunió todas las gracias y las llamó "María". Nos resistimos a dar crédito a la aparente ingenuidad de los santos, pero son ellos quienes poseen la verdad y saben formularla. A María se la conoce amándola. Es entonces cuando - ella misma - nos enseña a amar a Dios en su divino Hijo. Amando a Jesús conocemos el Misterio insondable de Dios. Amando a María conocemos a Jesús y - en Él - al Padre en el Espíritu. Si no amamos a Jesús, no conocemos a Dios y no sabemos hablar de Él a nuestros hermanos. Gran lección para quienes tienen la misión de enseñar: predicadores, teólogos y catequistas. María es testigo inigualable y modelo de los santos. Por lo mismo es la mejor catequista, como una Madre que sabe transmitir la fe a sus hijos. Es, como mujer creyente, modelo de todo creyente. Aprendemos de ella a trascender el signo para descubrir - en él - el Misterio del Dios escondido. El Signo - para su fe - es la naturaleza humana de Cristo, gestada en su cuerpo virginal, sin otro concurso que el del Espíritu Santo. Su fe es desafiada al descubrir que su Dios y Creador se hace carne de su carne y sangre de su sangre. En lo sucesivo su relación con Él se vale de ese cuerpecito que nace de ella, que se hace niño, adolescente y joven, ante su mirada vigilante y asombrada. Lo vive en su intimidad, lo cuida con la ternura que su singular maternidad le inspira. Es preciso seguir su asombroso itinerario y obtener de ella la capacidad de adorar a Jesús, su Hijo y su Dios (nuestro Hermano y nuestro Dios). 

3.- El fruto mariano de la fidelidad a Dios. En el diálogo con el Arcángel Gabriel se produce una prodigiosa coherencia entre la voluntad del Padre y la disponibilidad de María. Dios no anula el propósito de virginidad de la santa joven y, no obstante, hace posible su maternidad biológica: "¿Cómo puede ser eso, si yo no tengo relaciones con ningún hombre? El Ángel le respondió: "El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso será Santo y se llamará Hijo de Dios". (Lucas 1, 34-35) Así ha ocurrido en realidad: María es Madre, sin dejar de ser virgen. Su prodigiosa existencia está expresada en el saludo angélico: "¡Alégrate!, llena de gracia, el Señor está contigo". (Lucas 1, 28) La plenitud de gracia que Dios le concede, incluye la exención del pecado original y el prodigio de su maternidad virginal. En el debate teológico del Medio Evo, el beato Duns Escoto, dirimió, en la Sorbona, la cuestión de la Inmaculada Concepción: "Pudo, convino y lo hizo". En María toda su personalidad adquiere total consistencia, en los dones y virtudes excepcionales que le son concedidos. Ella es la obra excelente de Dios, en quien todos los dones divinos hallan una depositaria perfecta. La liberalidad de Dios hace, que todas sus gracias, sean distribuidas entre muy diversas personas, en cambio, en María las deposita todas: virginidad y maternidad, vida contemplativa y servicio. El beato Duns Escoto manifiesta, con una simple y elemental fórmula, lo que Dios nos muestra de María y por su intermedio. La intuición sobrenatural de aquel santo teólogo franciscano, no recurre a una elaboración académica sofisticada, ofrece al Magisterio de la Iglesia la luz que iluminará, en el año 1858, la exacta formulación del Dogma de la Inmaculada Concepción (Beato Pio IX). Hoy es el día de pensar en María, Madre de Jesús y nuestra. Lo hacemos guiados por la Palabra, y por la extensa experiencia de santidad de la Iglesia. Todos los santos, sin excepción, profesan un amor entrañable a la Madre de Dios. Tiene su base en lo que Dios hizo y hace en ella, y por medio de ella. Nos corresponde contemplarla, con un corazón semejante al de Cristo. Hijos del Padre como Él e hijos de María como Él. Es la meta de nuestra respuesta a la propuesta de Dios. La íntima vinculación que existe con María, es una consecuencia de la relación con Jesús. No lo entendemos - en nuestra vida - sin ella. Lo que acontece en cada bautizado también se da en la Iglesia toda: Cuerpo Místico de Cristo.

4.- La Navidad, nos conduce a adorar al Hijo de Dios y de María. El Adviento, que estamos por promediar, termina en la sagrada Noche de Navidad. María se constituye en su protagonista más destacada, junto a Quien es el principal. Como tomados de su mano somos conducidos a adorar al Hijo de Dios y de ella, para dejar sellada una alianza de amor imperecedero. Los niños, y quienes se comportan como ellos - y aquellos pastores de Belén -  saben identificar a Dios entre ellos y lo adoran con humildad. La ternura conmovedora de María se constituye en modelo de adoración. ¡Qué impactante resulta pensarlo! Aprender de ella, a estar en adoración ante la Eucaristía, es tan real como si estuviéramos participando de la noche más importante de la historia humana. Es el mismo Niño Dios, pasando por la Cruz y llegado a la Resurrección. María nos enseña a descubrir la divinidad de Jesús, en el momento de asumir nuestra naturaleza humana y librarnos del pecado. Es su Hijo, identificado con nuestra necesidad de Dios, haciéndonos partícipes de su filiación divina. Al celebrar la Eucaristía lo hacemos realmente presente en nuestra pobre vida de peregrinos.+