Jueves 21 de noviembre de 2024

Mons. Castagna: 'La Eucaristía es Cristo, alimento sustancial'

  • 26 de julio, 2024
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito aseguró que la misa y la adoración eucarística constituyen "la autopista al cielo" y destacó que los congresos eucarísticos son "oportunidades para el acrecentamiento de la fe".
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El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Castagna, en sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, aseguró que "la Eucaristía es Cristo, alimento sustancial de la vida cristiana, y la Iglesia es la dispensadora de ese Pan 'tierno y partido'".

"Jesús, en el hecho milagroso de la multiplicación de los panes, se ofrece como el Pan bajado del cielo, para saciar nuestra hambre", recordó. 

"La intensa devoción del pueblo cristiano a la Eucaristía se constituye en el centro irremplazable de su existencia. La celebración continua de la santa misa expresa, como Pablo, que su vida es Cristo", subrayó. 

El arzobispo destacó que "la misma celebración y la adoración ante la reserva eucarística constituyen 'la autopista al Cielo', como solía decir el beato Carlo Acutis".

"La Eucaristía es Cristo, en plena actividad redentora. La multiplicación de los panes, que no es la única, nos invita a trascender el hecho para descubrir su significado. Cristo es el 'pan tierno y partido', que hace posible, mediante la Eucaristía, que su carne sea nuestra comida y su sangre sea nuestra bebida", sostuvo.

Texto completo de las sugerencias
1. Recordando el X Congreso Eucarístico Nacional. La multiplicación de los panes es un hecho histórico cargado de simbolismo. Hace veinte años estábamos empeñados en hacer vida el lema del X Congreso Eucarístico Nacional que, en los primeros días del mes de septiembre, sería celebrado aquí, en Corrientes: "Denles ustedes de comer". La Eucaristía es Cristo, alimento sustancial de la vida cristiana, y la Iglesia es la dispensadora de ese Pan "tierno y partido". Jesús, en el hecho milagroso de la multiplicación de los panes, se ofrece como el Pan bajado del cielo, para saciar nuestra hambre. La intensa devoción del pueblo cristiano a la Eucaristía se constituye en el centro irremplazable de su existencia. La celebración continua de la Santa Misa expresa, como Pablo, que su vida es Cristo. La misma celebración, y la Adoración ante la Reserva eucarística, constituyen "la autopista al Cielo" como solía decir el Beato Carlo Acutis. La Eucaristía es Cristo, en plena actividad redentora. La multiplicación de los panes, que no es la única, nos invita a trascender el hecho para descubrir su significado. Cristo es el "pan tierno y partido", que hace posible, mediante la Eucaristía, que su carne sea nuestra comida y su sangre sea nuestra bebida. Lo que no entendieron muchos de sus seguidores, abandonándolo, adquiere su clara percepción en la Cena pascual, antes de ser inmolado en la Cruz. Vivimos de lo que comprendieron los Apóstoles en aquella noche. El Padre nos ofrece a su Unigénito, como prenda de su amor. Cada día disponemos de una ocasión irrepetible, y continuamente presente, en cada celebración de la Eucaristía. La multiplicación de los panes tiene hoy un acceso simple y directo en cada Misa celebrada por el más humilde sacerdote. La fe nos asegura que, más allá del signo sacramental, se produce el prodigio de la transubstanciación del pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es entonces cuando Cristo ocupa su lugar central en la vida de la Iglesia. Los grandes acontecimientos Eucarísticos, como el que protagonizó Corrientes, hace veinte años, constituyen oportunidades para el acrecentamiento de la fe.

2. El mundo es la muchedumbre ansiosa que desfallece de hambre. Para que Cristo sea conocido, y convertido en alimento, acontecerá una nueva multiplicación del único Pan del Cielo, para que el mundo, como muchedumbre ansiosa, sacie su hambre de Dios. La insatisfacción, fácilmente comprobada, no es identificada como hambre de Dios. Pero lo es. Sólo Dios, Verdad de verdades, puede constituirse en respuesta adecuada. Así lo entiende bella y sabiamente San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti" (Confesiones). Cristo es el Pan prodigioso, que responde a nuestra más profunda e inocultable necesidad. Quienes integran el mundo corren, a los tumbos, buscando saciar su innegable necesidad de la Verdad. Necesitan recuperar la conciencia de que Cristo es la Verdad que sus corazones reclaman, sin dar aún identidad a su conocimiento. Por eso, Cristo debe ser conocido por ls predicación y el testimonio de los Apóstoles, hoy mediante el ministerio de la Iglesia, legítimamente heredado. Si Cristo no es así conocido nadie podrá llegar al Padre, ni a la Verdad. Todo esfuerzo, por ser intelectuales y políticos exitosos, excluyendo a Cristo,  termina en el fracaso. Lo comprobamos día a día. Prescindir del conocimiento de Cristo es un error, de trágicas consecuencias prácticas. Despertar la conciencia es de una enorme importancia. El rechazo a Jesús, y la ruptura producida con la voluntad del Padre, que en Él se revela, está motivada, en gran parte por la ignorancia. El mundo necesita estar convenientemente informado acerca del Misterio de Cristo. Grave responsabilidad que asumen los Pastores de la Iglesia, y aquellos bautizados, a quienes se les encomiendan tareas pastorales específicas. La Palabra de Dios, que se expresa en el hecho de la multiplicación de los panes, está dirigida por el Padre a cada bautizado. El prodigio envuelve la Palabra, para que la sepamos presente en nuestra vida, y la convierte en proyección del amor de Dios. Al escucharla con humildad, podremos obedecerla con docilidad. Es el verdadero milagro. Silencioso y espectacular, al mismo tiempo, nutritivo y desbordante: "Llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada" (Juan 6, 13). Jesús exhorta a recoger los pedazos sobrantes "para que no se pierda nada".  La intención de guardar las sobras incluye un recuerdo inolvidable de la solicitud de Dios por la multitud (el mundo) hambrienta y saciada.

3. Denles ustedes de comer. La conmiseración de Jesús por la muchedumbre hambrienta y deseosa de la orientación de su Pastor, lo impulsa a obrar el milagro.  Es escuchado con gran interés, olvidando las distancias recorridas y la provisión del alimento, para el sustento del infatigable seguimiento.  Cuando los discípulos le advierten que la muchedumbre necesita alimentarse, el Señor responde que ellos mismos les provean el alimento: "Denles ustedes de comer". Disponen de cinco panes y algunos peces. Pero, ¿qué es para tanta gente?  La reacción de Jesús los consterna. Hace que la multitud se siente en torno a Él. Distribuye los cinco panes de cebada y los pocos peces entre la multitud, hasta saciarla. Es significativa la orden que les imparte: "Recojan los pedazos que sobran, para que no se pierda nada. Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos que sobraron de los cinco panes de cebada" (Juan 6, 12-13). Multiplica los panes de cebada, no saca de la nada un pan de calidad superior. El pan de cebada es un pan que consumen los pobres pastores. Pan de pobres destinado a saciar el hambre de los pobres. Jesús conduce, a quienes lo siguen, a recibir su Palabra con pobreza de corazón. Es la única manera de recibirla provechosamente. Es el Pan de un Dios que se hace pobre y alimenta la pobreza de los santos.  El acontecimiento de la multiplicación de los panes, no es una mera manifestación de poder, es signo de lo que acontecerá con Él.  La misteriosa promesa de convertir su carne en comida y su sangre en bebida logra su cauce histórico. Hace que su carne y sangre sean comida y bebida, sin descender a la burda antropofagia, como lo entendieron quienes dejaron de seguirlo. El Sacramento hace posible lo que Cristo quiere expresar por él. En ocasiones excepcionales, como son los milagros eucarísticos, la ciencia médica queda sin palabras. No obstante, la fe en la Eucaristía no se apoya en milagros sino en la Palabra de Cristo, formulada en aquella Cena Pascual. Así ocurre con todos los sacramentos. Es preciso ejercitar la fe en la persona y en la palabra de Jesús. Para ello se requiere un contacto continuo con las expresiones de la fe: Escritura y magisterio del mismo Cristo y de su Iglesia.  La predicación, convenientemente preparada, está al servicio exclusivo de la fe. Es su necesario y auténtico alimento. Si se la descuida o tergiversa, la fe del pueblo se debilita, hasta su trágica desaparición.

4. Un mundo amado por Dios. Este es un momento, del mundo y de la Iglesia, que está demandando un particular esfuerzo pastoral. Es preciso abordarlo con responsabilidad. Jesús se conmueve ante la muchedumbre que lo necesita como Pastor, y establece las condiciones para responder a esa necesidad mediante la plena vigencia del ministerio apostólico. La elección recae sobre hombres y mujeres, dispuestos a dejarse enviar "como ovejas en medio de lobos". Este mundo contradictorio es amado por Dios, hasta el grado de darle a su Unigénito. La multiplicación de los panes evidencia esa predilección divina, que también encuentra su cauce en el compromiso temporal. La confianza en el poder de Cristo anima el ministerio de los Apóstoles y de la Iglesia.+