Martes 19 de marzo de 2024

Mons. Buenanueva animó a "marianizar" la vida de la diócesis

  • 14 de octubre, 2021
  • San Francisco (Córdoba) (AICA)
Con una misa presidida por el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, la comunidad revivió su consagración al Inmaculado Corazón de la Virgen de Fátima.
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El obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, presidió el miércoles 13 de octubre en la caredral San Francisco de Asís, una misa por los 40 años de la consagración de la diócesis al Inmaculado Corazón de la Virgen de Fátima.

Aquel hecho, impulsado por el entonces obispo, monseñor Agustín Adolfo Herrera, tuvo lugar cuando la diócesis tenía apenas 20 años, ante una imagen de la Virgen traída desde el santuario de Fátima, en Portugal.

En su homilía, monseñor Buenanueva planteó un interrogante: "¿Qué significó entonces y que significa ahora que nuestra diócesis esté consagrada a María, bajo la advocación de Fátima?".

"En realidad, la entrega confiada a María (expresión que prefiero usar) no es otra cosa que expresar visiblemente y vivir a plena conciencia lo que el Evangelio nos dice que aconteció en la hora del Señor: María es confiada al discípulo amado como Madre, y éste la recibe como hijo", explicó.

"Es vivir esa alianza con María que está en la raíz de nuestra identidad como discípulos y como Iglesia de discípulos de Jesús: María es nuestra Madre en el orden de la gracia", afirmó.

Y recordando las cartas preparatorias que en los últimos meses envió a los fieles en camino hacia esta renovación de la alianza con María, destacó dos aspectos:

"En primer lugar, que la finalidad de esa alianza con María no es otra que vivir la gracia del bautismo y de la confirmación; es decir: ser de verdad, y cada vez más radicalmente, discípulos misioneros de Jesús, testigos de la Esperanza y de la alegría del Evangelio", expresó. "Es la gracia que, cada noche de Pascua, reavivamos cuando renovamos las promesas bautismales, renunciando al pecado y dejándonos llevar al espacio de luz que abre la fe en nuestras vidas".

"María, la primera y más perfecta discípula del Evangelio, como madre, maestra y consejera espiritual nos ayuda delicada y firmemente a vivir el bautismo. Nada más. Y nada menos. Nada más bello y valioso", consideró.

"En segundo lugar, al hacer de forma tan personal nuestra alianza con María, le pedimos vivir nuestra condición de cristianos como ella ha vivido la fe, la esperanza y la caridad. Con palabras de Don Bernardo Olivera: que ella nos ayude a 'marianizar' nuestra vida y experiencia cristiana".

En ese sentido, invitó a los fieles de la diócesis a meditar sobre el significado de “marianizar” la experiencia de fe y la propia vida. Y a hacerlo en diálogo con María: “María, quiero vivir mi condición de hijo de Dios como vos la viviste: ayudame, inspirame, invocá sobre mí el Espíritu -como en el Cenáculo- para que descubra mi vocación, y cómo vivirla con tu mismo corazón, actitudes y sentimientos, con tu misma fe, valentía y alegría”.

"'Marianizar' nuestra vida diocesana, ante todo, significa vivir la fe desde el corazón, como una decisión de vida que, desde dentro hacia fuera, ha de ir impregnando nuestra mirada, nuestras decisiones libres y nuestra conducta", afirmó el prelado. "No podemos darnos el lujo de vivir de prestado. La fe, más temprano que tarde, puja en nuestro corazón por convertirse en convicción, experiencia de encuentro y de misión".

“Marianizar” nuestra vida, añadió, "significa también hacer de la oración, la escucha de la Palabra, la adoración y la intercesión nuestro modo de estar en medio del mundo, abriéndolo así al influjo vivificante del Espíritu Santo. El icono precioso del Cenáculo nos ha de inspirar".

"En la Eucaristía dominical, cuya participación presencial hemos recuperado en este tiempo de pandemia, hacemos juntos esta experiencia vital. Con María y como los primeros mártires cristianos, también nosotros decimos: 'sin la Eucaristía no podemos vivir ni subsistir en nuestro mundo paganizado'".

“Marianizar” nuestra vida "significa cantar, cada día y a cada hora, el Magnificat de Nuestra Señora. Ella lo cantó al cabo de un camino misionero, al correr deprisa a tender la mano a Isabel. El Magnificat no es un canto apacible, sino el himno vigoroso de los que caminan, luchan, se dejan alcanzar y enardecer por la misericordia divina que, de generación en generación, se desborda sobre los pobres, los hambrientos, los humillados".

Finalmente, y en el marco de la pandemia, animó a no ocultar la fragilidad, y reconocer que "el Señor nos ha regalado experiencias bellísimas de su gracia, de su presencia y de su potencia transformadora".

"'Marianizar' nuestra experiencia cristiana quiere decir dejar que nuestro corazón se abra al modo como Jesús, el verdadero pastor y obispo de nuestras vidas, conduce a su Iglesia. Para nuestra Iglesia diocesana, en comunión con la Iglesia universal que preside el papa Francisco, 'marianizar' nuestra vida significa afirmar con decisión nuestros pasos por el camino sinodal que hemos emprendido", sostuvo.

"¡No nos dejemos ganar ni por el triunfalismo ni por el derrotismo! ¡Tenemos mucho para dar y decir! ¡Nos ha sido confiado el Evangelio que es la esperanza del mundo!", exclamó monseñor Buenanueva. "El Sembrador sigue esparciendo su semilla por el campo del mundo. En él no solo crece la maligna cizaña. El trigo está madurando en nuestros campos bendecidos hoy por una abundante lluvia. Es un signo precioso de las bendiciones que nuestro buen Dios sigue dando a la tierra que ha creado y que ha regado con la Sangre redentora de su Hijo. A nosotros solo se nos pide mirar -como María- y cantar las maravillas del Señor. Sigamos caminando juntos con espíritu mariano", aconsejó.

Y concluyó rezando: "Madre: aquí estamos tus hijos. Déjanos llamarte 'Madre', una vez más y con la voz emocionada. Sí, tu corazón inmaculado finalmente triunfará".+

» Texto completo de la homilía