Jueves 21 de noviembre de 2024

En los 60 años de la diócesis, Mons. Buenanueva llamó a entregarse confiadamente al Señor

  • 12 de abril, 2021
  • San Francisco (Córdoba) (AICA)
En el marco del 60 aniversario de la diócesis, el obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, presidió el sábado 10 de abril una misa en la catedral.
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El obispo de San Francisco, monseñor Sergio Osvaldo Buenanueva, presidió el 10 de abril una misa con motivo del 60 aniversario de la diócesis.

El obispo comenzó su homilía refiriéndose al Evangelio: “¡Cómo le costó a Tomás reconocer a Jesús resucitado! Fuera de la comunidad, haciendo la suya, desconfiando de la palabra y testimonio de los otros, ensimismado en su propio mundo”.

“Por otra parte, ¡qué potente es este icono del camino de la fe de Tomás como experiencia de Cristo en la fraternidad eclesial! ¡Qué fuerza la imagen del Resucitado comunicando su aliento y la misión que le confió el Padre!”. 

“No hay encuentro con el Resucitado fuera de la comunión fraterna y la misión compartida por Jesús a sus hermanos y discípulos”, afirmó, interrogando: “¿Tomamos realmente conciencia del alcance de sus palabras: ‘Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes’?

En ese sentido, y en el marco de los 60 años de la diócesis, animó a dejarse iluminar por este “ícono evangélico” que propone la liturgia en el Domingo de la Misericordia. “Nos ilumina en lo que somos, en lo que estamos llamados a ser y en lo que el Espíritu del Señor resucitado está obrando en nosotros, que es, sin dudas, lo decisivo”.

“Nos reconocemos en Tomás, pero también en la comunidad reunida. Así es nuestra realidad concreta: la de nuestras comunidades, nuestros espacios pastorales, nuestro presbiterio”, consideró. 

“Esa tensión -continuó- es parte insoslayable de la vida de una Iglesia que camina realmente en la historia. Podemos fugarnos hacia el idealismo romántico de una Iglesia de puros, inmaculados y perfectos. Esa Iglesia existe… en el cielo y es la promesa del futuro eterno. Hacia allí caminamos y eso significa que la fe nos hace siempre insatisfechos pero también serenos con la fragilidad humana propia y ajena”. 

“Podemos huir espantados de la miseria y pobreza de esta fraternidad demasiado humana. En la comunidad eclesial, concreta y visible, crecen juntos el trigo y la cizaña, la santidad y la fragilidad de los pecadores. Esa es la comunidad que Jesús ama, sostiene y anima. Eso somos”. 

“Estamos llamados a ser la fraternidad animada por el Espíritu de Jesús resucitado, la comunidad que vive de su experiencia del encuentro con Él, con su amor salvador y su fuerza humanizante. El dinamismo interior que el Espíritu genera es profundamente misionero: nos desinstala, nos lleva hacia fuera, nos pone a la intemperie de la vida, las expectativas y también heridas de nuestros hermanos”. 

“El tentador nos hace ver oposiciones irreconciliables donde el Espíritu crea diversidad, riqueza y complementariedad. Eso somos. De ese recio y, a la vez, maleable material está hecha la red de comunidades, carismas y ministerios que es nuestra Iglesia diocesana de San Francisco”. 

“Pero somos una familia en la que ya está actuando la Pascua de Jesucristo. Tal vez nuestro mayor pecado sea no creer en la presencia y acción del Espíritu en nosotros; dejándonos ganar por el pesimismo que, porque no se abre y confía al Espíritu, solo ve grises cada vez más oscuros”. 

“Queridos hermanos y hermanas: permítanme decirles -y, si es necesario, gritarles- que la Iglesia diocesana de San Francisco, en sus comunidades, en sus fieles e iniciativas, está viva con una vitalidad hermosa. Eso sí, la vitalidad del Resucitado no hace ruido, no genera espectáculo ni apunta al éxito, sino la vitalidad del grano de trigo que, pujante de futuro, cae en tierra y, en silencio, genera vida”. 

Recordando la confesión de fe de Tomás: “¡Señor mío y Dios mío!”, y la bienaventuranza que pronuncia Jesús: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”, el obispo señaló que en cierto modo, “los evangelios se abren y se cierran con la misma bienaventuranza”. 

“San Lucas nos dice que Isabel así saluda también a la madre de todos creyentes, la más perfecta discípula del Señor, María: ‘Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor’”, recordó. “En esa bienaventuranza se resume nuestra vida y nuestra misión”. 

“Ella le pone palabras a nuestra experiencia más honda: Sí, somos hondamente bienaventurados porque hemos sido enriquecidos con el precioso don de la fe en Jesucristo. Ese es nuestro gozo más hondo, pero también nuestra misión. No podemos callar ni dejar de compartir lo que a nosotros nos colma”. 

“Los tiempos que corren, acelerados por la pandemia, nos desafían en muchos sentidos. No perdamos el norte, dejándonos ganar por la ansiedad. Sigue siendo verdad lo que Jesús dijo en Betania, en casa de sus amigos María, Marta y Lázaro: ‘Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas, y sin embargo, pocas cosas, o más bien, una sola es necesaria, María eligió la mejor parte, que no le será quitada’”, citó. 

“Estamos celebrando estos sesenta años ‘en pandemia’, obligados a la sobriedad, la sencillez y concentrados en lo esencial. Y lo esencial, para nosotros, tiene un nombre: Cristo, el Señor; el que nos lleva al Padre en la potencia del Espíritu”.

“Seamos como la comunidad apostólica: reunámonos a orar y a invocar el Espíritu. Seamos como Tomás, que sale de la duda y de su ensimismamiento y se entrega confiadamente al Señor”.+