Jueves 21 de noviembre de 2024

Cuaresma: Tercera predicación del cardenal Cantalamessa para este tiempo

  • 12 de marzo, 2021
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
Ante el Papa y miembros de la Curia romana, el predicador de la Casa Pontificia profundizó acerca de Jesucristo, en su calidad de "Dios verdadero".
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El predicador de la Casa Pontificia, cardenal Raniero Cantalamessa OFMCap, hizo su tercera reflexión de Cuaresma en el Aula Pablo VI, ante la presencia del papa Francisco y los cardenales, arzobispos, obispos, prelados de la Familia Pontificia, empleados de la Curia romana y del Vicariato de Roma y superiores generales o procuradores de las Órdenes religiosas pertenecientes a la Capilla Pontificia.

Las dos primeras fueron los viernes 26 de febrero y 5 de marzo, y la próxima está prevista para el 26 de marzo, última de la preparación a la Pascua.

El cardenal Cantalamessa comenzó recordando brevemente el tema de este año "¿Quién dicen que soy?", y el espíritu de estas meditaciones cuaresmales, que tienen el propósito, explicó, de “reaccionar a la tendencia generalizada a hablar de la Iglesia como si Cristo no existiera, como si pudiéramos entender todo sobre ella, prescindiendo de él”. 

“Nos propusimos reaccionar a esto de una manera diferente a la habitual: no tratando de convencer del error al mundo y a sus medios de comunicación, sino renovando e intensificando nuestra fe en Cristo. No en clave apologética sino espiritual”.

Partiendo de la época de Plinio el Joven, gobernador de Bitinia y del Ponto, que escribió una carta al emperador Trajano para pedirle indicaciones acerca de cómo comportarse en los procesos seguidos contra los cristianos, el predicador propuso sintéticamente una reconstrucción de la historia del dogma de la divinidad de Cristo.

“Fue solemnemente sancionado en el Concilio de Nicea en el año 325 con las palabras que repetimos en el Credo: `Creo en un solo Señor Jesucristo... Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia del Padre’”, indicó.

Asimismo, aseguró que “más allá de los términos utilizados, el significado profundo de la definición de Nicea” fue que “en todos los idiomas y en todas las épocas Cristo debe ser reconocido como Dios en el sentido más fuerte y más alto que la palabra Dios tiene en esa lengua y cultura, y no en algún otro sentido derivado y secundario”. Para lo cual –explicó– “se necesitó casi un siglo de ajuste antes de que esta verdad fuera recibida, en su radicalidad, por toda la cristiandad”.

El cardenal Cantalamessa también se refirió a la Reforma protestante que aumentó su centralidad; si bien incluyó un elemento que más tarde daría lugar a desarrollos negativos. De hecho “los reformadores protestantes afirman: ‘Conocer a Cristo significa reconocer sus beneficios, no investigar sus naturalezas y los modos de la Encarnación’”.

Y aludió a la Ilustración y al Racionalismo que “encontraron en todo esto el terreno adecuado para la demolición del dogma”. Mientras para Kant, “lo que cuenta es el ideal moral propuesto por Cristo, más que su persona: “La teología liberal del siglo XIX reduce prácticamente el cristianismo a la sola dimensión ética y, en particular, a la experiencia de la paternidad de Dios”. Sin olvidar a Gandhi, quien había conocido el cristianismo en esa versión reductiva, el predicador dijo que la “versión más cercana a nosotros de esta tendencia reductiva del cristianismo es la popularizada por Bultmann, en el nombre, esta vez, de la desmitologización”.

Dejando a un lado “lo que el mundo piensa”, el cardenal Cantalamessa invitó a despertar “la fe en la divinidad de Cristo”. “Una fe luminosa, no borrosa, objetiva y subjetiva, es decir, no sólo creída, sino también vivida”.

“Incluso hoy en día, Jesús no está tan interesado en lo que dice ‘la gente’ de él, sino lo que sus discípulos dicen de él. La pregunta está perennemente en el aire: ‘Pero ustedes, ¿quién dicen que soy?’”

De manera que, a partir de los Evangelios, recordó que “en los sinópticos, la divinidad de Cristo nunca es declarada abiertamente, pero es continuamente sobreentendida”. “¿Quién, si no Dios –dijo– puede perdonar los pecados en su propio nombre y proclamarse juez final de la humanidad y de la historia?”.

“Como un pelo o una gota de saliva es suficiente para reconstruir el ADN de una persona, así basta una sola línea del Evangelio, leída sin preconcepciones, para reconstruir el ADN de Jesús, para descubrir lo que pensaba de sí mismo, pero no podía decir abiertamente para no ser malinterpretado. La trascendencia divina de Cristo transpira literalmente en cada página del Evangelio”

Tras afirmar que “es sobre todo Juan quien ha hecho de la divinidad de Cristo el propósito principal de su Evangelio, el tema que unifica todo”, el predicador de la Casa Pontificia recordó: “Un día, hace muchos años, estaba celebrando la misa en un monasterio de clausura. El pasaje evangélico de la liturgia era la página de Juan en la que Jesús pronuncia repetidamente su ‘Yo soy’: ‘Si no creen que soy yo, morirán en sus pecados... Cuando hayan elevado al Hijo del hombre, entonces sabrán que Yo soy... Antes de que Abraham fuera, Yo soy’. El hecho de que las palabras ‘Yo soy’, contrariamente a cualquier regla gramatical, en el leccionario fueron escritas con dos mayúsculas, unido ciertamente a alguna otra causa más misteriosa, hizo que saltara una chispa. Esa palabra ‘explotó’ dentro de mí”.

“Debemos quedar asombrados –dijo el purpurado– ante la empresa que el Espíritu de Jesús ha permitido que Juan llevara a cabo. Abrazó los temas, los símbolos, las expectativas, todo esto, en definitiva, que era religiosamente vivo, tanto en el mundo judío como en el helenístico, haciendo que todo esto sirviera a una sola idea, mejor, a una sola persona: Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador del mundo”.

“Aprendió el lenguaje de los hombres de su tiempo, para gritar en él, con todas sus fuerzas, la única verdad que salva, la Palabra por excelencia, ‘el Verbo’”, subrayó.

Después de recordar algunos conceptos de San Pablo, el predicador dijo que “creer en un Dios nacido en un establo y muerto en una cruz” “es mucho más exigente que creer en un Dios distante que todo el mundo puede representarse según su propio gusto”. De ahí su sugerencia: “Debemos comenzar demoliendo en nosotros los creyentes, y en nosotros hombres de la Iglesia, la falsa persuasión de que en lo que respecta a la fe estamos bien y que, si acaso, todavía debemos trabajar en la caridad. ¡Quién sabe si no es bueno, durante un poco de tiempo, no querer demostrar nada a nadie, sino interiorizar la fe, redescubrir sus raíces en el corazón!

Ecumenismo y evangelización
El cardenal Cantalamessa también subrayó las “importantes consecuencias para el ecumenismo cristiano” y enfatizó: “El verdadero ‘ecumenismo espiritual’ consiste no sólo en orar por la unidad cristiana, sino en compartir la misma experiencia del Espíritu Santo. Consiste en la que Agustín llama ‘la societas sanctorum’, la comunión de los santos, que a veces, dolorosamente, puede no coincidir con la ‘communio sacramentorum’, es decir, con el compartir los mismos signos sacramentales”.

“Todos creen que Jesús es un hombre; lo que marca la diferencia entre creyentes y no creyentes es creer que él también es Dios. ¡La fe de los cristianos es la divinidad de Cristo!”, añadió.

Así lo decían los primeros teólogos protestantes, recordó el predicador, para terminar destacando dos “de estos beneficios que son los más capaces de responder a las necesidades profundas del hombre de hoy y de siempre: la necesidad de sentido y la necesidad de vida”.

"Hace unos años, un intelectual muy conocido escribió: ‘La religión morirá. No es un deseo, y mucho menos una profecía. Ya es un hecho que está esperando a que se complete... Después de nuestra generación y tal vez la de nuestros hijos, nadie considerará ya la necesidad de dar un sentido a la vida un problema verdaderamente fundamental... La técnica llevó la religión a su crepúsculo’", sostuvo.

El cardenal Cantalamessa invitó a pensar en algo de todas estas ideas “cuando, el domingo, proclamamos el segundo artículo del Credo que los invito a repetir ahora mentalmente conmigo” y concluyó: “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma sustancia del Padre; por quien todo fue hecho”.+