Jueves 28 de marzo de 2024

Card. Ladaria: Hay un contexto legislativo cada vez más permisivo de la eutanasia

  • 22 de septiembre, 2020
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
"Era necesario un nuevo y eficaz pronunciamiento de la Santa Sede sobre el cuidado de las personas en fases terminales de la vida"
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“Parecía oportuno y necesario un nuevo pronunciamiento orgánico de la Santa Sede sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida en relación con la situación actual, caracterizada por un contexto legislativo civil internacional cada vez más permisivo a propósito de la eutanasia, del suicidio asistido y de las disposiciones sobre el final de la vida”, explicó esta mañana el cardenal Luis Francisco Ladaria Ferrer SJ, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe durante la conferencia de presentación de la Carta Samaritanus bonus.

Acompañaron al cardenal Ladaria -en la sala Juan Pablo II de la oficina de prensa de la Santa Sede- durante la presentación de la carta, monseñor Giacomo Morandi, secretario de la misma Congregación, los profesores Gabriella Gambino, subsecretaria del Dicasterio para los Laicos, la Familia y la Vida, y Adriano Pessina, miembro del Consejo Ejecutivo de la Academia Pontificia para la Vida.

Sobre la génesis del documento el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe comenzó explicando que en la sesión plenaria de la Congregación en 2018 se vio que “era necesario profundizar, en particular, en los temas del acompañamiento y la atención a los enfermos desde el punto de vista teológico, antropológico y médico-hospitalario, centrándose también en algunas cuestiones éticas relevantes, relacionadas con la proporcionalidad de las terapias y con la objeción de conciencia y el acompañamiento pastoral de los enfermos terminales”.

El purpurado destacó que el texto, junto con la figura del Buen Samaritano, ofrece una breve referencia a la del Cristo sufriente, “testigo partícipe del dolor físico, de la experiencia de la precariedad e incluso de la desolación humana, que en Él se convierte en un confiado abandono al amor del Padre. Esa entrega confiada de sí mismo al Padre, en el horizonte de la resurrección, otorga un valor redentor al sufrimiento y deja entrever, más allá de la oscuridad de la muerte, la luz del más allá”. 

“Todo enfermo, en efecto "tiene necesidad no solo de ser escuchado, sino de comprender que el propio interlocutor “sabe” qué significa sentirse solo, abandonado, angustiado frente a la perspectiva de la muerte, al dolor de la carne, al sufrimiento que surge cuando la mirada de la sociedad mide su valor en términos de calidad de vida y lo hace sentir una carga para los proyectos de otras personas”. 

Por esta razón, "aunque son muy importantes y están cargados de valor, los cuidados paliativos no bastan si no existe alguien que “está” junto al enfermo y le da testimonio de su valor único e irrepetible”. Y es importante, “en una época histórica en la que se exalta la autonomía y se celebran los fastos del individuo, recordar que si bien es verdad que cada uno vive el propio sufrimiento, el propio dolor y la propia muerte, estas vivencias están siempre cargadas de la mirada y de la presencia de los otros”. Alrededor de la Cruz están también los funcionarios del Estado romano, están los curiosos, están los distraídos, están los indiferentes y los resentidos; están bajo la Cruz, pero no “están” con el Crucificado.

En las unidades de cuidados intensivos, en las casas de cuidado para los enfermos crónicos, se puede estar presente como funcionario o como personas que “están” con el enfermo.

El cardenal Ladaria subrayó que “aunque la enseñanza de la Iglesia sobre el tema es clara y está contenida en conocidos documentos del Magisterio, parecía oportuno y necesario un nuevo pronunciamiento orgánico de la Santa Sede sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida en relación con la situación actual, caracterizada por un contexto legislativo civil internacional cada vez más permisivo a propósito de la eutanasia, del suicidio asistido y de las disposiciones sobre el final de la vida, por la necesidad de un nuevo y más eficaz enfoque”.

A este respecto, un caso muy especial en el que es necesario “reafirmar la enseñanza de la Iglesia es el acompañamiento pastoral de quien ha pedido expresamente la eutanasia o el suicidio asistido. Para poder recibir la absolución en el sacramento de la Penitencia, así como la Unción de los Enfermos y el Viático, es necesario que la persona, eventualmente inscrita en una asociación prevista para garantizarle la eutanasia o el suicidio asistido, muestre la intención de renunciar a esta decisión y cancelar su inscripción en ese ente”. 

“No es admisible por parte de quienes asisten espiritualmente a estos enfermos ningún gesto exterior que pueda interpretarse como una aprobación, incluso implícita, de la acción de eutanasia, como, por ejemplo, estar presente en el momento de su realización. Esto, junto con el ofrecimiento de ayuda y la escucha siempre posible, siempre concedida, siempre por perseguir, junto con una explicación exhaustiva del contenido del sacramento, con el fin de dar a la persona, hasta el último momento, los instrumentos para poder recibirlo con total libertad”.

El cardenal Ladaria concluyó destacando que “el testimonio cristiano muestra cómo la esperanza es siempre posible, incluso cuando la vida está envuelta y lastrada por la "cultura del descarte". Y todos estamos llamados a ofrecer nuestra contribución específica, porque están en juego la dignidad de la vida humana y la dignidad de la vocación médica”.

“Curar si es posible, cuidar siempre”
En su intervención monseñor Giacomo Morandi subrayó que "la responsabilidad hacia la persona enferma, significa asegurarle el cuidado hasta el final”.

Esta intención de cuidar siempre al enfermo ofrece el criterio para evaluar las diversas acciones por llevar a cabo en la situación de enfermedad “incurable”; incurable, de hecho, no es nunca sinónimo de “incuidable”. El objetivo de la asistencia debe mirar a la integridad de la persona, garantizando con los medios adecuados y necesarios el apoyo físico, psicológico, social, familiar y religioso”.

En este sentido, es importante dejar claro que el dolor es existencialmente soportable sólo cuando haya una esperanza fiable. Y esa esperanza sólo puede ser comunicada cuando hay una "comunidad de presencia" que espera alrededor del paciente que sufre. 

Es propio de la comunidad cristiana, de la Iglesia en su misma naturaleza, "el acompañar con misericordia a los más débiles en su camino de dolor, para mantener en ellos la vida teologal y orientarlos a la salvación de Dios.". Y la Iglesia no cesa de afirmar "el sentido positivo de la vida humana como un valor ya perceptible por la recta razón, que la luz de la fe confirma y realza en su inalienable dignidad". 

Afirmar el carácter sagrado y la inviolabilidad de la vida humana significa no desconocer el valor radical de la libertad de la persona que sufre, fuertemente condicionada por la enfermedad y el dolor: tal desconocimiento se produciría, en cambio, cuando se consintiera al pedido de negarle, mediante la eutanasia, cualquier otra posibilidad de una relación humana benéfica”.

Obstáculos de naturaleza cultural que limitan el valor de la vida
Monseñor Morandi destacó seguidamente que “existen algunos obstáculos de naturaleza cultural que hoy limitan la capacidad de captar el valor profundo e intrínseco de toda vida humana”. 

El documento señala algunos: a) un uso equívoco del concepto de "muerte digna", cuando esta expresión pretende trasladar también a la esfera médico-clínica una perspectiva vinculada preferentemente a las posibilidades económicas, al “bienestar”, a la belleza y al deleite de la vida física, olvidando otras dimensiones más profundas –relacionales, espirituales y religiosas– de la existencia". 

b) Una errónea comprensión del concepto de "compasión", según el cual, para no sufrir, sería "compasivo" ayudar al paciente a morir por eutanasia o suicidio asistido. En realidad, como dice claramente el texto, "la compasión humana no consiste en provocar la muerte, sino en acoger al enfermo, en sostenerlo en medio de las dificultades, en ofrecerle afecto, atención y medios para aliviar el sufrimiento.

c) También, el creciente individualismo, que lleva a ver a los demás como límites y amenazas a la propia libertad. d) Todo esto puede resumirse en una concepción utilitaria global de la existencia, según la cual la vida es válida mientras sea productiva y útil, lo que desencadena el dinamismo perverso de la llamada "cultura del descarte".

Devolver el “sentido” a la condición mortal del hombre
Por su parte el profesor Adriano Pessina señaló que esta Carta es, en esencia, una invitación a devolver "sentido" a los largos tiempos de la enfermedad y de la incapacidad, es decir, a devolver "sentido" a la condición mortal del hombre, sin abrazar ningún vitalismo, y al mismo tiempo, sin trivializar nunca la gravedad de la muerte: sobre todo en este contexto histórico en el que precisamente el proceso de morir -entre excesos tecnológicos e ideológicos- está continuamente expuesto a modelos culturales erosivos que ignoran el nexo que vincula, indisolublemente, el reconocimiento del valor del ser humano con la prohibición de matar. 

Pero el ser humano enfermo no es un ""desecho", no es medible según sus funciones. Y esta Carta, por tanto, nos recuerda que no hay vidas indignas de ser vividas y que, si no hay nada amable en la enfermedad, el sufrimiento y la muerte, que por eso es preciso afrontar y combatir, es igualmente cierto que es precisamente el hombre, a pesar de sus limitaciones, su fragilidad, su cansancio, el que siempre es digno de ser amado. Es necesario, por lo tanto, volver a "ver" y custodiar el valor del ser humano en su concreción existencial, única e irrepetible.

“Samaritanus Bonus, que no es un simple tratado o protocolo, se presenta como una invitación precisa al ser humano contemporáneo: la exhortación a estar cerca de las personas, a acercarse a ellas en las horas de la Cruz”, expresó el profesor Pessina.

“La soledad del enfermo -explicó el profesor- es también a menudo la soledad de los que lo cuidan. Y esta Carta, además, introduce el concepto de comunidad sanadora, una hermosa intuición que da voz a toda la centralidad de las relaciones destacadas por la antropología contemporánea, pero no suficientemente practicadas dentro de los procesos actuales de cuidado y asistencia. 

Por lo tanto, una comunidad sanadora tendría que expresar la doble dimensión de atender tanto a los enfermos como a los que los cuidan. 

Si la COVID 19 nos ha recordado nuestra fragilidad, el cuerpo contagiado, en toda su materialidad, también nos ha obligado a reconfigurar los lazos y a "velar" por el otro, sin malentendidos. Pero sobre todo a hacer como Dios: a tener "compasión", "cum patior", cuando -pasando al lado de alguien- este es golpeado y herido. Porque nadie en su sufrimiento es nunca un extraño para nosotros. +