La Iglesia, que durante el año sólo pudo honrar determinadamente a algunos de sus hijos más preclaros, quiere recordar hoy a todos los millones de justos, que fueron sencillos fieles en la tierra y ahora están en el cielo. No existe estado alguno de la vida en el que nadie se haya santificado. Y todos los santos se santificaron, precisamente, en las ocupaciones de su estado y en las circunstancias ordinarias de su vida. Entre ellos están muchos parientes, amigos y conocidos, a quienes van dirigidos los cultos de la solemnidad de hoy.