Sábado 20 de abril de 2024

Mons. Castagna: "Mandato misionero y santidad"

  • 25 de febrero, 2022
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes marcó la necesidad de que no decrezca la eficacia de la evangelización en sus dos aspectos: el legítimo mandato misionero y la santidad personal.
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El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que “la Iglesia presenta, en el elenco de sus santos canonizados, muchos obispos y sacerdotes que dedicaron sus vidas a fundar y a edificar la Iglesia de Cristo sobre la base del Evangelio predicado y de su Misterio celebrado”.

“En ellos, incluidos los catequistas laicos, se comprueban dos aspectos inseparables, para el pleno desarrollo de la acción evangelizadora. Me refiero al legítimo mandato misionero y a la santidad personal”, puntualizó en su sugerencia para la homilía.

El prelado advirtió que “cuando decrece la eficacia de la evangelización, se ha producido, desde la Iglesia misma, la carencia de alguno de esos aspectos: predican quienes no son enviados -falsos profetas– o, quienes son enviados, no están en condiciones de santidad para cumplir su misión”.

“Es saludable detener la marcha y hacer un humilde examen de conciencia. Son los ministros elegidos y consagrados para la misión quienes deben iniciarlo y sostenerlo para toda la Iglesia. Mi testimonio de santidad ¿otorga a mi acción pastoral el ropaje existencial adecuado? Su carencia la debilita y desfigura”, subrayó.

Texto de la sugerencia
1.- Cristo, Maestro y Modelo. Su reflexión y su enseñanza se apoyan en la modelación humana de lo que enseña. Él es el Maestro y sus discípulos necesitan verlo y convivir con Él, para ser como Él: “El discípulo no es superior al maestro; cuando el discípulo llegue a ser perfecto, será como su maestro”. (Lucas 6, 40) Cristo constituye el modelo ideal del ser humano que Dios quiere de cada uno. Es la perfección que, erróneamente, algunos ideólogos y pedagogos de la actualidad, buscan fuera de Él, y que en sus diversos proyectos desestiman. Jesús es el Maestro y el Modelo; así se presenta, y humildemente se propone: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón y así encontrarán alivio”. (Mateo 11, 29) Su autoridad extrae, el misterioso vigor que la destaca, de esa modelación humana. Sin duda, su poder de Hijo de Dios lo hace inigualable e indescriptible.

2.- La autoridad inigualada de Jesús. Pero, la autoridad que manifiesta entre los que se constituyen en maestros del pueblo, proviene también del admirable testimonio de su vida santa. Quienes lo ven y escuchan se convencen de la veracidad de su palabra y llegan de inmediato a su origen: su condición divina: “Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas”. (Marcos 1, 22) Los enviados a predicar el Evangelio deben tomar nota. El ministerio apostólico, que ejercen hoy los Pastores de la Iglesia, responde a un mandato de incuestionable procedencia divina: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles s cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mateo 28, 18-20) Al mismo tiempo, como lo testimonia el mismo Señor, exige que los Pastores sean santos. La santidad de los ministros de la Palabra otorga un poder testimonial que resulta de enorme provecho a los destinatarios de la gracia de la Palabra.

3.- Mandato misionero y santidad. La Iglesia presenta, en el elenco de sus santos canonizados, muchos obispos y sacerdotes que dedicaron sus vidas a fundar y a edificar la Iglesia de Cristo sobre la base del Evangelio predicado y de su Misterio celebrado. En ellos, incluidos los catequistas laicos, se comprueban dos aspectos inseparables, para el pleno desarrollo de la  acción evangelizadora. Me refiero al legítimo mandato misionero y a la santidad personal. Cuando decrece la eficacia de la evangelización, se ha producido, desde la Iglesia misma, la carencia de alguno de esos aspectos: predican quienes no son enviados - falsos profetas – o, quienes son enviados, no están en condiciones de santidad para cumplir su misión. Es saludable detener la marcha y hacer un humilde examen de conciencia. Son los ministros elegidos y consagrados para la misión quienes deben iniciarlo y sostenerlo para toda la Iglesia. Mi testimonio de santidad ¿otorga a mi acción pastoral el ropaje existencial adecuado? Su carencia la debilita y desfigura.

4.- El bien procede del bien y el mal del mal. Es en el interior de la Iglesia donde se producen algunas dicotomías inexplicables. No siempre la lozanía exterior corresponde a la interior y personal. La comparación que Jesús propone posee una carga argumental incuestionable: “No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malos que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto”. Y más adelante: “El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca”. (Lucas 6, 43-45) El conocimiento del hombre, que Jesús manifiesta poseer, no permite la mínima sombra de duda. El mal debe ser vencido por el bien; lo opuesto, como parece acontecer en algunas circunstancias, constituye algo inexplicable e innombrable entre los cristianos. La expresión de San Pablo es contundente: “…cualquier clase de impureza o avaricia, ni siquiera se los mencione entre ustedes…”.+