Mons. Castagna: Las consecuencias de la devoción eucarística
- 4 de junio, 2021
- Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes destacó que en la adoración y prolongada contemplación de las reservas eucarísticas es cuando "nacen y crecen los santos".
El arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, destacó que en la adoración y prolongada contemplación de las reservas eucarísticas es cuando “nacen y crecen los santos”.
“Porque Cristo resucitado, y realmente presente, ofrece a sus amigos el don inestimable del Espíritu Santo, el Artífice de la santidad”, sostuvo en su sugerencia para la homilía.
“La contaminación del pecado, exhibida por el mundo actual, necesita que Cristo, el vencedor del pecado, se haga sacramentalmente presente. El ‘Corpus’ es la celebración de la centralidad del Señor Jesús en la historia, para la salvación del mundo”, concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- “Yo soy el pan vivo”. La Eucaristía es Cristo, tal como está junto el Padre y entre nosotros. Para iniciar el abordaje del tema eucarístico, debemos practicar y acrecentar la fe en su presencia real, tanto en el pan como en el vino, cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración. Ver pan y vino, y saber que ya no son lo que parecen ser, requiere - como en aquellos discípulos - un aprendizaje humilde de la fe. Ellos lo logran conducidos por el mejor Maestro. Tenemos, detrás nuestro, muchos siglos de ejercicio de la fe pascual, principalmente expresada en la celebración de la Santa Misa. La Eucaristía es el alimento de nuestra vida cristiana o santidad. Cristo, como lo relata el evangelista San Juan, se declara comida y bebida, imprescindibles para la Vida nueva de los hijos de Dios: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. (Juan 6, 51)
2.- “Mi carne es comida y mi sangre es bebida”. Mientras el mundo no sepa leer en los signos la realidad de lo significado, la Eucaristía reducirá su conocimiento a unos pocos. El pan y el vino constituyen el signo elegido por Jesús para hacer posible que su carne sea comida y su sangre sea bebida. El relato evangélico de Juan, que escandalizó a muchos de sus seguidores, ahora cobra racionalidad y se hace comprensible: “Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él”. (Juan 6, 55-56) El progreso en el amor a Dios - como seguimiento de Cristo - se logra gracias al conocimiento proporcionado por la fe. Es admirable la transformación que opera la gracia, cuando la búsqueda de Dios es sincera y la humildad garantiza el reconocimiento de la Verdad buscada. En aquellos momentos de incertidumbre, que afectan a un numeroso grupo de sus discípulos, interviene Pedro como vocero del Espíritu: “Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?” Simón Pedro le respondió: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”. (Juan 6, 66-68)
3.- La “memoria” es presencia. La celebración de la Eucaristía hace que la comunidad de los cristianos se construya como Iglesia de Cristo. Así lo afirma el Papa San Juan Pablo II: “Del Misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial”. (Ecclesia de Eucharistia – n. 3) Un teólogo francés, del siglo pasado, afirmaba: “La Iglesia es ella misma cuando celebra la Eucaristía” (P. Liégé op). El mundo, ajeno al misterio de la fe, entiende erróneamente que la Santa Misa es un rito para decorar acontecimientos de cierta importancia social. Todo lo contrario, es la actualización de la Muerte y Resurrección de Cristo. La “memoria” eucarística es presencia real, que hoy aplica la gracia de la Redención a quienes creen. En su Carta a los romanos, San Pablo lo manifiesta al hablar del Evangelio: “…porque es el poder de Dios para la salvación de todos los que creen…” (Romanos 1, 16)
4.- La devoción eucarística. Concluyamos nuestra reflexión refiriéndonos a las consecuencias de la celebración de la Eucaristía: la Adoración y prolongada contemplación de las Reservas eucarísticas. Es entonces cuando nacen y crecen los santos. Porque Cristo resucitado, y realmente presente, ofrece a sus amigos el don inestimable del Espíritu Santo, el Artífice de la santidad. La contaminación del pecado, exhibida por el mundo actual, necesita que Cristo, el Vencedor del pecado, se haga sacramentalmente presente. El “Corpus” es la celebración de la centralidad del Señor Jesús en la historia, para la salvación del mundo.+