Mons. Castagna: 'Conocer a Cristo en el amor que se tienen sus discípulos'
- 16 de mayo, 2025
- Corrientes (AICA)
"El amor que los cristianos profesan a sus hermanos y a todo el mundo, los convierte en testigos insobornables del Maestro divino", destacó el arzobispo emérito de Corrientes.

Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, aseguró que "el testamento espiritual de Jesús, ofrecido a quienes creen en Él, no deja lugar a dudas: 'en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros'".
"Al discípulo le corresponde transmitir lo que recibe de su Maestro. Lo que Cristo enseña y es se identifican", recordó.
"El amor que los cristianos profesan a sus hermanos y a todo el mundo, los convierte en testigos insobornables del Maestro divino", sostuvo.
El arzobispo explicó que "de esa manera, el mismo Cristo se constituye en causa y modelo de la revelación del Dios-Amor, en una realidad atravesada por el odio y la incredulidad".
Texto de la sugerencia
1. Amar hasta el perdón. Este texto del Evangelio de Juan, en su primera parte, traduce una misteriosa expresión de amor. Por amor a sus discípulos, a su pueblo y al mundo, Cristo encubre una promesa y una firme resolución. Su glorificación consiste en el amor que se universaliza. Amar hasta obedecer a su Padre, al mundo, al que Dios ama "hasta el extremo de la Cruz de Cristo". Con sus propias expresiones, declara que su presencia entre los hombres es un llamado dirigido a los pecadores: "Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan" (Lucas 5, 32). Cristo es la compasión de Dios por los pecadores, desde los más grandes hasta los menos culpables. La compasión lo inclina a los más necesitados de su misericordia -los más humanamente desahuciados- hasta la incomprensible decisión de tolerar el más cruel de los martirios. No se entiende, para nuestra propensión a la venganza revestida de justicia, la saña aplicada en los tormentos de la Pasión. ¿Cómo Dios no reaccionó contra quienes juzgaron inicuamente a Jesús y contra quienes ejecutaron su crucifixión? Existe una razón, que escapa a la razón del mundo: el amor. Dios ama de verdad a los hombres, hasta darles todo lo que tiene: a su Unigénito. Es preciso detenerse ante este extraordinario descubrimiento. En el Viernes Santo hemos adorado la Cruz, por la que Cristo nos redimió. Los Santos permanecían absortos ante Ella y extraían la sabiduría que los conducía a la santidad. Todo tiempo es propicio para hacer esta práctica de la fe. Cuando advertimos que un porcentaje alto de bautizados se confiesa "no practicante", entendemos la ausencia y distorsiones de la fe entre quienes se califican cristianos y católicos. Es una realidad incuestionable. Con dolor lo comprobamos a diario, en muchos casos de manera explícita, como si fuera lo más normal. Declarar pertenecer a una fe sin practicarla es una contradicción. En países teóricamente cristianos se produce esa dicotomía: católicos y abortistas, bautizados e increyentes, católicos y negadores de los contenidos principales de la fe católica.
2. No hay amor más grande que dar la vida. Cristo se acerca a nosotros para redimirnos de nuestros odios y para enseñarnos cómo debemos amarnos. Las versiones actuales del amor poseen la fragilidad, y a veces la contaminación, provenientes de diversas e incomprensibles concepciones del amor. Ciertamente los hombres logran su perfección en el amor genuino -desinteresado- cuyo modelo humano perfecto es el amor que el Padre Dios nos profesa en Cristo. La crucifixión injusta y humillante que Jesús padece, es el amor extremo que Dios revela al Mundo. Un amor que busca exclusivamente el bien de las personas, de esa manera, manifiesta su excelencia y perfección: "No hay amor más grande que dar la vida por los amigos" (Juan 15, 13). Jesús llegará a decir "amen a sus enemigos". El perdón es la manifestación más conmovedora del amor, porque implica morir a los resentimientos, justificados o no. Jesús pide perdón al Padre por los responsables de su crucifixión, porque están inspirados por la ignorancia de su identidad. Es ardua la tarea de aceptación de la acción indulgente de Cristo. Pero, es simple, y al alcance de quienes lo decidan. La gracia que santifica proviene del Espíritu de Dios. El esfuerzo humano, por más que se origine en personas muy destacadas -por su habilidad intelectual y técnica- no logra resolver el enigma del mal. Se requiere que Dios intervenga personalmente con un oportuno auxilio. Lo hace mediante la encarnación de su Divino Hijo. Es el misterio revelado del amor entrañable de Dios por los hombres. Es propósito y deseo de Dios manifestar hasta qué grado ama al Mundo. A partir de los mismos se tejen las túnicas inconsútiles de quienes hacen de sus vidas un peregrinaje penitencial hacia la santidad. En Cristo se ofrece el modelo auténtico, para quienes se proponen ser Santos, "porque Dios lo es". Es oportuno reiterar el Modelo y su modelación: "Cristo es el hombre que Dios quiere de los hombres". En el Levítico se afirma: "Ustedes serán santos, porque yo soy santo" (Levítico 11, 45). La santidad de Jesús es la perspectiva adecuada para toda perfección humana. Él es la perfección, o santidad, a la que debe tender todo hombre si quiere lograr la perfección, como cumplimiento de su principal vocación. Ese proyecto abarca el tiempo, el espacio y la eternidad. Por lo mismo, constituye un plan de vida que debe lograrse, o morir en el absoluto fracaso.
3. El mandamiento nuevo. En esta proclamación se incluye el "mandamiento nuevo" del amor de unos a otros. En un clima de desatenciones, divisiones y odios, el amor, como lo propone Jesús, resulta inalcanzable. No obstante, la gracia del Redentor lo hace posible y genera un comportamiento ejemplar: transparencia testimonial del que manifiesta el mismo Hijo del hombre. Es preciso proyectar, en la vida común, el Modelo divino para los bautizados. Sin apartar nuestras mentes de esta exigencia bautismal debemos alternar con el mundo, sin ser de él ni alejarnos de él: "Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo" (Juan 17, 14-16). El Concilio Vaticano II distingue varias acepciones de mundo. Ser preservados del Maligno es alejarnos del pecado del mundo: estar sumergidos en el "mundo" de la gracia y, al mismo tiempo, entreverados en el "mundo" de la historia humana. El Evangelio inspira un testimonio coherente de vida cristiana, desafiando los mayores obstáculos interpuestos en su vivencia. Auto calificarse "cristianos y católicos" no basta para serlo de verdad. Se requiere un compromiso discipular y fraterno que asegure consistencia a la fe. Será producto de un esfuerzo en comunión, expresado en la Iglesia Institución y en su empeñosa acción pastoral. Con tristeza comprobamos que un gran número de bautizados se encuentra muy lejos de conformar la vida con los mandamientos y el espíritu del Evangelio. Existen hombres y mujeres que pertenecen formalmente a la Iglesia, hasta profesarse adheridos a ella mediante una ocasional práctica, pero pocos adoptan, en sus vidas, la espiritualidad en la que los santos se inspiraron. Me refiero a la práctica radical de la fe, la esperanza y la caridad. En el examen de la santidad, en vista a la beatificación y la canonización de algún cristiano ejemplar, se las denominan "virtudes heroicas". Constituyen la expresión de una vida santa. Ciertamente el santo es un buen cristiano, ni más ni menos. En nuestro itinerario terrenal, si no nos proponemos ser santos, no llegamos a ser buenos cristianos. La Palabra de Dios se expresa en su encarnación: Jesucristo. Para que Cristo sea conocido por el mundo se requiere que sus discípulos se amen mutuamente, como Cristo los ha amado.
4. Conocer a Cristo en el amor que se tienen sus discípulos. El testamento espiritual de Jesús, ofrecido a quienes creen en Él, no deja lugar a dudas: "En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan los unos a los otros" (Juan 13, 35). Al discípulo le corresponde transmitir lo que recibe de su Maestro. Lo que Cristo enseña y es se identifican. El amor que los cristianos profesan a sus hermanos y a todo el mundo, los convierte en testigos insobornables del Maestro divino. De esa manera, el mismo Cristo se constituye en causa y modelo de la revelación del Dios-Amor, en una realidad atravesada por el odio y la incredulidad.+