Viernes 22 de noviembre de 2024

Mons. Azpiroz Costa animó a reconocer a Jesús "en medio de esta oscuridad"

  • 23 de julio, 2020
  • Bahía Blanca (Buenos Aires) (AICA)
El arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Carlos Alfonso Azpiroz Costa, celebró el 22 de julio una misa en honor de Santa María Magdalena.
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El arzobispo de Bahía Blanca, monseñor Carlos Alfonso Azpiroz Costa, celebró el 22 de julio en la catedral Nuestra Señora de la Merced, una misa en honor de Santa María Magdalena.

“A nadie se le oculta que estos momentos que vivimos están plenos de angustia, ansiedad, agobio, aflicción, amargura”, señaló.  “Palabras que parecen describir este momento que pasamos y que quisiéramos que pase, quisiéramos más bien arrancarlo de nuestra vida como quisiéramos arrancar la misma muerte o las lágrimas”, reconoció.

“Sin embargo el Señor en el Evangelio nos regala muchos ejemplos donde hay poda, como la poda en la vida, porque cuando quiso arrancar aquella higuera que no daba fruto, en esa parábola tan hermosa, le dice el hortelano, el del huerto: ‘Señor, ten paciencia, la voy a cortar, voy a cavar, la voy a abonar, espera’”, recordó.

“O como la parábola del domingo: Los obreros del campo quieren arrancar ya la cizaña y el Señor dice: ‘No, esperemos’. No es lo mismo podar que amputar. Siempre vienen a mi memoria los versos de Antonio Machado, que en 1906 publicó un libro y en ellos aquella famosa poesía ‘Yo voy soñando camino’”.

“En el medio de la poesía, como entre comillas, pareciera abrirnos el alma, no sólo mirando el paisaje sino diciendo: ‘En el corazón tenía la espina de una pasión, logré arrancármela un día, ya no siento el corazón’. Quizá un amor que se había ido, un desengaño amoroso, y luego dice, más tarde en esa misma poesía: ‘Mi cantar vuelve a plañir -es decir, a llorar- aguda espina dorada quien te pudiera sentir en el corazón clavada’”, citó.

“No se trata en este momento de arrancar la angustia, la ansiedad, el agobio, la aflicción, la amargura para que desaparezcan por arte de magia. No sé si quedaríamos vivos”, reconoció.

“San Pablo define toda su búsqueda con esta frase que acabamos de escuchar en la carta a los Corintios: ‘El amor de Cristo nos apremia’. Otras traducciones dicen ‘nos urge’. Y al mismo tiempo el Evangelio nos muestra hoy a María allí también ansiosa, agobiada, afligida, afanosa, porque no encuentra al Señor ¿Dónde lo has puesto? Si bien buscaba, por supuesto, el cadáver. Está paralizada. Diría el Evangelio que no hay nada humano que no sea tocado por el Evangelio, es decir, por Jesús. Si es el mismo Dios hecho carne. Y el Evangelio de Juan, especialmente, desde el inicio hasta el fin es un relato de sucesivos encuentros con el Señor”, destacó.

“Desde aquella primera pregunta de estos discípulos del Bautista que siguen a Jesús, Él se da vuelta y dice ‘¿Qué buscan?’. Desde ese ‘¿Qué buscan? ¿Dónde vives? Vengan y lo verán’, hasta el Evangelio que acabamos de leer, donde el mismo Señor, aunque María no se da cuenta que es Él, pregunta ‘¿A quién buscas? ¿Por qué lloras?’. No dice como nosotros cuando nos molestan las lágrimas de algunos, ‘No llores más por favor’, sino ‘¿Por qué lloras?’, algo que nos haga pensar,  reflexionar en el motivo de nuestras lágrimas, no que no existan”, reflexionó.

“Cuando uno lee todo el Evangelio, los cuatro relatos evangélicos, reconoce con Lucas que hay muchas mujeres que seguían a Jesús, desde Galilea hasta Jerusalén lo siguieron.  Encontramos a lo largo del Evangelio mujeres valientes que no sólo lo siguen, son itinerantes con Él, sino algunas que reciben a Jesús en su casa, como Marta, la hermana de María en Betania, donde Jesús encuentra un lugar previo a la Pascua”, señaló monseñor Azpiroz Costa. “Betania es el lugar del aguante, en el sentido más bello y positivo, pero así encontramos otras páginas: la pecadora que unge los pies de Jesús; María, la hermana de Lázaro que unge su cabeza, la pecadora en Lucas 7”, enumeró.

“Son, según los que saben, mujeres diversas. Sin embargo en la edad media ya el papa Gregorio Magno en el siglo VII, habla de María Magdalena uniendo en un tejido hermoso a todas estas mujeres”, destacó. Y algún pensador medieval como el famoso monje Rabano Mauro abad de Fulda en Alemania, también llegan a nombrarla a ella con este nombre preciso y precioso que el papa Francisco ha querido rescatar y por eso es fiesta desde 2016 apóstol de los apóstoles”.

“Y podíamos sintetizar la vida de ella, como la nuestra, con aquello que Pablo dice: ‘Donde abundó el pecado sobreabunda la gracia’. Y si el amor acerca y une, y el pecado aleja, el amor penitente que es el nuestro -empezábamos así la misa, pidiendo perdón- participa de ambas cosas, une y a su vez aleja, porque es amor penitente en un proceso ascendente, no de amputación pero sí de podas”, afirmó.

“Cada encuentro con ella le permitirá a ella y nos permite a nosotros madurar en nuestro modo de mirar, en nuestro modo de amar y en nuestro modo de hablar y de gesticular, porque la revelación viene a través de palabras y gestos”, aseguró. “Para algunos, por ejemplo, quien toca a Jesús, como Simón el fariseo en su casa, esa mujer es una pecadora. Para Jesús es una mujer que ha demostrado mucho amor: un modo de mirar totalmente distinto. Jesús en esa, entre comillas, pecadora para el que acusa, ve una mujer que demuestra mucho amor”. 

“Para otras, aquellas que derrochan esos 300 denarios, una libra de perfume de nardo puro, que nos trae en reminiscencia el Cantar de los Cantares, es una derrochona, gastadora, ese dinero se podía dar a los pobres. Generalmente los que dicen esto poco les importan los pobres, sino tranquilizar su conciencia. Para Jesús esta misma mujer, derrochona, es la que ha sabido anticipar el momento de la sepultura, y encima, como si esto fuera poco dirán: Les aseguro que donde se predique el Evangelio, la Buena Noticia, se hablará siempre y se recordará siempre a ella por lo que acaba de hacer. Mujer que sigue a Jesús hasta los pies de la cruz, no sólo hasta ahí, sino hasta el sepulcro, mirando dónde lo han puesto y desde las primeras compañeras que van el primer día de la semana a ungir lo que no habían podido ungir antes. La que llora buscando un cadáver y la que, presurosa, anuncia: ‘He visto al Señor’”, destacó.

“Para reconocer a Jesús no bastan los ojos humanos, no basta haber caminado con Él, no basta haber escuchado Su Palabra, haber cenado con Él, haber comido con Él, haber estado en las plazas, haber sido testigo de milagros. No digo que eso no sirva, pero no basta. Hace falta una mirada profunda, un canal de conocimiento superior que es la fe, pero que no es para un grupo de selectos, sino que es un llamado a todos nosotros, y ella reconoce a Jesús en medio de esta oscuridad”, reflexionó.