Jueves 28 de marzo de 2024

Las OMP subraya el valor de un documento conciliar sobre las misiones

  • 2 de diciembre, 2015
  • Buenos Aires (AICA)
El director nacional de las Obras Misionales Pontificias (OMP), presbítero Dante De Santi, subrayó la actualidad y valor del Decreto Ad-Gentes del Concilio Vaticano II, promulgado el 7 de diciembre de 1965, en el que se "analiza la acción misionera, la vocación de los misioneros, su formación, su espiritualidad; y no se debe dejar pasar la cooperación misionera de toda la Iglesia". "Cincuenta años después del Decreto, la Iglesia desea vivir una profunda renovación misionera, desde adentro y hacia afuera, al encuentro de los más necesitados", aseguró.
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El director nacional de las Obras Misionales Pontificias (OMP), presbítero Dante De Santi, subrayó la actualidad y valor del Decreto Ad-Gentes del Concilio Vaticano II, promulgado el 7 de diciembre de 1965, en el que se "analiza la acción misionera, la vocación de los misioneros, su formación, su espiritualidad; y no se debe dejar pasar la cooperación misionera de toda la Iglesia".

El sacerdote destacó que este decreto con sus seis capítulos tiene diversas consideraciones para la "Iglesia misionera, una Iglesia en salida para el encuentro fraterno y la comunión.

El padre De Sanzzi aseguró que el decreto conciliar Ad-Gentes del Concilio Vaticano II "recalca el saludo solidario y el agradecimiento de los padres de dicho Concilio y del sumo pontífice a los apóstoles del Evangelio y a los que padecen persecución por Cristo".

"Se ruega para que toda la humanidad se sienta atraída por el rostro de Cristo y brille en todos el Espíritu Santo de Dios. Hoy, 50 años después del Decreto, la Iglesia desea vivir una profunda renovación misionera, desde adentro y hacia afuera, al encuentro de los más necesitados", concluyó.

A 50 años del Concilio Vaticano II
El 7 de diciembre de 1965, se promulgó el Decreto Ad-Gentes en el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII, seguido por Pablo VI.

En esta sesión se deliberó y se llegó a la conclusión que la Iglesia se caracteriza por ser misionera por naturaleza, que es su esencia, y que su prioridad es anunciar el Evangelio.

El Decreto analiza la acción misionera, la vocación de los misioneros, su formación, su espiritualidad; y no se debe dejar pasar la cooperación misionera de toda la Iglesia.

Como comunidad cristiana y como bautizados, el Decreto nos recuerda que debemos ser sal de la tierra y luz del mundo (cfr. Mt 5, 13-16).

Este Decreto con sus seis capítulos tiene diversas consideraciones para la Iglesia misionera, una Iglesia en salida para el encuentro fraterno y la comunión.

Principios doctrinales (cap. 1): La Iglesia es misionera por naturaleza. Descubrir la misión del Hijo y del Espíritu Santo, es descubrir la misión de la Iglesia.
Para estar en comunión con el Creador, el Padre envía a su Hijo al mundo para ser el único mediador entre Dios y los hombres (cfr. 1 Tim, 2-5); es Jesucristo, hombre también él como nosotros y enviado a la misión salvífica. Culminada su peregrinación por este mundo, Cristo envía el Espíritu Santo para realizar esa obra de salvación y expandir ese mismo espíritu consolador a toda la tierra.
Con el evento de Pentecostés, la Iglesia comienza a expandir su catolicidad y a la vez provee distintos dones a sus fieles, ya que Dios quiere que todos los hombres se salven (cfr. 1 Tim,2-4).
La misión de la Iglesia es la misión que envía a realizar el Señor, y movida por el Espíritu tiene que llegar a todo el mundo con el mensaje de salvación, anunciando la Buena Nueva y hacer caminar a la gente con fe hacia la libertad y la paz.
La formación catequística y la administración de los sacramentos harán que las personas lleguen a participar de la plenitud de Cristo. La Iglesia tiene el derecho y la necesidad de evangelizar; es la voluntad de Dios. El tiempo de la actividad misionera se da entre la primera y la segunda venida de Jesús. Esta es la manifestación del designio de Dios.

La obra misionera (Cap.2): Uno de los puntos que sobresale en la obra misionera es el de dar un buen testimonio cristiano. El testimonio se da con la vida y el ejemplo. Característica principal de la misión es la apertura al diálogo. Es morir al hombre viejo para dar lugar al hombre nuevo. El misionero es revestido de Cristo por el bautismo y debe contagiar esta premisa en la evangelización.
La obra misionera debe caracterizarse también por la caridad, extendiéndola a todos los hombres sin excepción. Como fieles y misioneros de Dios, miembros de su Iglesia, la preocupación pasará por elevar espiritual y humanamente a todas las personas, es decir, buscar que todos tengan los sentimientos de Cristo Jesús (crf. Flp 2).
Mantener la fortaleza en la evangelización buscando la conversión del no creyente pero no forzando, sino testimoniando la presencia del espíritu en el misionero. Así se dará, con la fuerza de lo alto, la conversión de no pocas vidas.
En este punto el Decreto resalta la importancia de la vida comunitaria, la formación de la misma, de sus miembros y agentes de pastoral, sus ministros y catequistas. Ser fermento y masa nueva para animar, siempre contando con la presencia del Espíritu.
Una de las formas propicias para propagar la fe es la formación y el envío de los catequistas con espíritu apostólico. Es de gran ayuda la presencia de estos evangelizadores para implementar la presencia del Reino. El evangelio penetra profundamente en los pueblos y su cultura en tanto y en cuanto se cuente con la actividad de los laicos, sea cual fuere su función pastoral.
Se debe cultivar, entonces, la vida religiosa en todas sus formas, para que tambien la evangelización tenga su papel preponderante en la misión ad-gentes.

Las iglesias particulares ( Cap.3): El Concilio Vaticano II va pidiendo a las iglesias jóvenes un espíritu de apertura para la acción misionera. La evangelización depende y será animada por la fuerza del Espíritu Santo en los sacerdotes, los religiosos y los laicos guiados todos por la cabeza diocesana, el obispo. La Iglesia particular debe comprometerse a colaborar con la Iglesia universal. Se remarca mucho y en todos los niveles el apostolado que llevan adelante los fieles laicos. Es primordial la formación, animación y compromiso de los mismos para la misión.
Todos los miembros de la Iglesia debemos dar testimonio de nuestra fe en Cristo, con madurez y responsabilidad, ya que se nos pide llevar la salvación a todos los pueblos.

Los misioneros ( Cap.4): No se dan testimonios sin testigos, y no habrá misión sin misioneros (cfr Hch 1,8). Los doce apóstoles son los primeros agentes de la misión.
Los misioneros poseen una vocación especial. Es el llamado de Dios a ir, a emprender la obra misionera. Todos somos responsables, pero de manera primordial esta responsabilidad recae al colegio episcopal, encabezado por el sucesor de Pedro, y a los demás obispos, sucesores de los apóstoles ( Ad-gentes nº 38).
Este Concilio, en su Constitución dogmática Lumen Gentium, dice que "el cuidado de anunciar el evangelio a todo el mundo pertenece al cuerpo de los pastores, ya que a todos ellos, en común, dio Cristo el mandato" ( L.G.3).
Toda la Iglesia debe abrirse a las necesidades de los demás, todos sus miembros. Deberán ser enviados por la autoridad competente (diócesis o congregación), y dirigirse con fe y obediencia a los más alejados.
Paciencia, benignidad, formación espiritual y moral son los elementos indispensables para tan tamaña labor. No se debe dejar librada al azar la formación doctrinal.
Ordenación de la actividad misionera (Cap 5): En este punto, el Concilio invita a la misión a todos, es decir, que cada uno con el don recibido, se ponga al servicio de la edificación de este cuerpo que es la Iglesia.
El ordenamiento a esta tarea evangelizadora corresponde a los obispos en sus diócesis, dirigiendo, promoviendo y coordinando la actividad misionera, favoreciendo esta actividad de manera espontánea y sencilla.
Cada integrante, cada misionero, ponga en funciones su carisma personal para ejercer de la mejor manera la misión encomendada.

La cooperación (Cap 6): Como la Iglesia es misionera y la misión atañe a todo el pueblo de Dios, el Concilio invita a todos, sin excepción, a renovarse interiormente, tomar concienca del deber y cooperar material y espiritualmente con los misioneros y las misiones. Todos estamos llamados a anunciar el Evangelio aquí y más allá de las fronteras.
El decreto Ad-Gentes nos anima a que semejantes a Cristo por los sacramentos de iniciación, nos renovemos interiormente para dar a conocer de manera exterior las bondades de Dios Padre a todos los hombres . Se nos invita a cooperar, tambien, a fomentar la fe católica en todos los ambientes.

En su conclusión, el Decreto Conciliar Ad-Gentes del Concilio Vaticano II, remarca el saludo solidario y el agradecimiento de los padres de dicho Concilio y del Sumo Pontífice a los apóstoles del Evangelio y a los que padecen persecución por Cristo.

Se ruega para que toda la humanidad se sienta atraída por el rostro de Cristo y brille en todos el Espíritu Santo de Dios. Hoy, 50 años después del Decreto, la Iglesia desea vivir una profunda renovación misionera, desde adentro y hacia afuera, al encuentro de los más necesitados.+