Jueves 15 de mayo de 2025

La obra redentora de Jesús supera cualquier gesta emancipadora

  • 6 de septiembre, 2013
  • Corrientes (AICA)
Dios es el absoluto de la vida de los hombres, cuando se invierten los valores y otro ser o cosa se sitúa como absoluto se produce un estado de idolatría que desnaturaliza al hombre. A eso desciende el ser humano cuando el pecado trastoca sus valores y lo desorienta. La obra redentora de Jesús supera cualitativamente cualquier gesta emancipadora conocida o por conocer. Con esta perspectiva de fe podemos acceder a la auténtica libertad, afirma el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo S. Castagna, en su nota de sugerencia para la homilía del próximo domingo.
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Dios es el absoluto de la vida de los hombres, cuando se invierten los valores y otro ser o cosa se sitúa como absoluto se produce un estado de idolatría que desnaturaliza al hombre. A eso desciende el ser humano cuando el pecado trastoca sus valores y lo desorienta. La obra redentora de Jesús supera cualitativamente cualquier gesta emancipadora conocida o por conocer. Con esta perspectiva de fe podemos acceder a la auténtica libertad, afirma el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo S. Castagna, en su nota de sugerencia para la homilía del próximo domingo.

Y agrega: "Al recorrer la historia vemos que el hombre se empeñó en reeditar el error inicial: crear un dios que no es el verdadero Dios. Su impulsivo deseo de identificarlo chocó contra el prurito de convertirse él mismo en su propio creador y legislador como, también, en absolutizar su natural señorío sobre la creación. Las consecuencias están a la vista: sistemas dictatoriales, despóticos, guerras, persecuciones, esclavitudes de todo tipo, injusticias, crímenes y destrucción ecológica. El listado no acabaría nunca. La acción redentora de Jesús resucitado señala, desde el corazón mismo del ser humano, el sendero hacia Dios. Sin su auxilio es imposible llegar a Él. Para ser merecedor de ese auxilio se requiere ajustar el comportamiento personal al de un buen discípulo, pero para ello hay que renunciar a todo.

Sugerencia homilética para el domingo XXIII durante el año

El don divino de la libertad.
Jesús es el Hijo de Dios. Así lo manifiesta mediante signos, especialmente a partir del mayor de ellos: la Resurrección. Los Apóstoles, y toda la Iglesia en ellos fundada, son testigos de la Resurrección ante el mundo. Ese testimonio es imprescindible para que el mundo crea y se salve. El mismo Señor lo ha dicho con claridad: "El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará" (Marcos 16,16). No podemos edulcorar las afirmaciones de Jesús, disimulando el realismo de sus consecuencias. Si es Dios, como lo es, las explícitas referencias a su divinidad adquieren un vigor conceptual innegable. Dios es el absoluto de la vida de los hombres, cuando se invierten los valores y otro ser o cosa se sitúa como absoluto se produce un estado de idolatría que desnaturaliza al hombre. A eso desciende el ser humano cuando el pecado trastoca sus valores y lo desorienta. La obra redentora de Jesús supera cualitativamente cualquier gesta emancipadora conocida o por conocer. Con esta perspectiva de fe podemos acceder a la auténtica libertad: "Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud" (Gálatas 5, 1).

Cristo es Dios entre nosotros.
El texto evangélico de este domingo subraya, con caracteres firmes, lo que constituye la principal consecuencia de la divinidad de Cristo. Él es Dios -transparencia de la Trinidad misma- y Absoluto de la vida creada, tanto angélica como humana. La filosofía escolástica formula una distinción clara: Dios es el Ser Necesario, y así lo diferencia de los seres creados por Él, que son contingentes. Cuando el ser humano se distancia de su verdadero destino -por el pecado? necesita un auxilio que nadie puede ofrecerle sino su propio Creador: la Redención. San Agustín, sorprendido y emocionado, llega a exclamar: "¡Oh feliz culpa que ha dado lugar a un tan gran Redentor!" Las expresiones formuladas por Jesús responden a la Verdad. Dios, Absoluto de la vida creada, no puede ser reducido a un signo decorativo. De Él depende nuestra vida y su auténtica perfección. Prescindir de Él es condenar a la creación, y a nosotros, a una trágica disolución.

La renuncia como opción libre.
Al recorrer la historia comprobamos que el hombre se empeñó en reeditar el error inicial: crear un dios que no es el Dios verdadero. Su impulsivo deseo de identificarlo chocó contra el prurito de convertirse él mismo en su propio creador y legislador como, también, en absolutizar su natural señorío sobre la creación. Las consecuencias saltan a la vista: sistemas despóticos y dictatoriales, guerras, persecuciones, esclavitudes de todo tipo, injusticias, crímenes y destrucción ecológica. El listado no acabaría nunca.

La acción redentora de Jesús resucitado señala, desde el corazón mismo de cada ser humano, el sendero hacia Dios. Sin su auxilio es imposible llegar a Él. Para ser merecedor de ese auxilio se requiere ajustar el comportamiento personal al de un buen discípulo: "Cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo" (Lucas 14, 33). La exigencia de ese seguimiento discipular parece extrema, hasta sobrehumana. ¿Qué significa "renunciar a todo" sino ponerse en condiciones de ser un fiel discípulo del Divino Maestro? La pobreza, tan característica de Jesús, deja de manifiesto el extremo del amor de Dios por quienes se han distanciado de Él. El pecado es ese distanciamiento que aleja de la Vida y sumerge en la muerte a quienes han pecado. La predilección de Dios por los pecadores es consecuencia de su conmovedora compasión: "Al ver a la multitud, tuvo compasión porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor".

Ser discípulos.
El mandato misionero de Jesús resucitado no deja margen a la duda: "Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos." (Mateo 28,19). No responde al desacertado propósito de emparejarlo todo por un proselitismo que anule la capacidad de optar con libertad. El Evangelio es la propuesta de Dios al hombre. Tanto su aceptación como su rechazo es responsabilidad de la persona dotada de libertad. Nadie se condena contra su voluntad. El amor verdadero es opción libre por excelencia. Dios nos piensa y nos crea por amor -o libremente- en consecuencia espera la respuesta de nuestro amor, o la reciprocidad de nuestra decisión libre. ¡Qué lejos estamos de esta idea de Dios y de nuestras relaciones con Él! Los primeros predicadores -los Apóstoles- no pretendían ser obedecidos ciegamente sino ser escuchados. La Iglesia, heredera legítima de los Apóstoles, reclama ser escuchada. Corre por cuenta de sus interlocutores que su propuesta -el Evangelio- sea aceptada o no. El Señor otorga la gracia para entender pero, no exime a nadie de la decisión de aceptar lo entendido: "¡El que tenga oídos para oír, que oiga!" (Lucas 14,35).