Jueves 18 de abril de 2024

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de hoy (Mc 6, 30-34) nos dice que los apóstoles, después de su primera misión, regresan a Jesús y le cuentan ?todo lo que hicieron y enseñaron? (v.30). Después de la experiencia de la misión, ciertamente emocionante pero también agotadora, necesitan descansar. Y Jesús, lleno de comprensión, se preocupa por darles algo de alivio y les dice: ?Vengan a un lugar desierto, y descansen un poco? (v. 31). Pero esta vez la intención de Jesús no se puede realizar, porque la multitud, al escuchar el lugar solitario al que iba a ir en bote con sus discípulos, corren allí antes de su llegada. Lo mismo puede suceder hoy también. A veces no tenemos éxito en nuestros proyectos porque hay una contingencia urgente que altera nuestros programas y exige flexibilidad y disponibilidad para las necesidades de los demás. En estas circunstancias, estamos llamados a imitar lo que hizo Jesús: ?Al desembarcar, Jesús vio una gran multitud. Él fue compasivo con ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Entonces comenzó a enseñarles largamente. ?(V.34). En estas frases cortas, el evangelista nos ofrece un destello de singular intensidad, fotografiando los ojos del Maestro divino y su actitud. Observemos los tres verbos de este fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Podemos llamarlos verbos del Pastor. La mirada de Jesús no es una mirada neutra o, peor aún fría y desapegada, porque Jesús siempre mira con los ojos del corazón. Y su corazón es tan tierno y compasivo, que sabe cómo captar las necesidades, incluso las más escondidas. Por otra parte, la compasión no se limita a indicar una reacción emocional a una de las personas de situación incómoda, pero es mucho más: es la actitud y la predisposición de Dios para el hombre y la historia. Como a Jesús le conmovió ver a toda esta multitud que necesitaba guía y ayuda, esperaríamos que hiciera algún milagro. Por el contrario, comenzó a enseñarles muchas cosas. Este es el primer pan que el Mesías ofrece a la muchedumbre hambrienta y perdida: el pan de la Palabra. Todos necesitamos la palabra de verdad, que nos guía e ilumina el camino. Sin la verdad, que es Cristo mismo, no es posible encontrar la dirección correcta de la vida. Cuando nos alejamos de Jesús y su amor, nos perdemos a nosotros mismos y la vida se transforma en desilusión e insatisfacción. Con Jesús a su lado, podemos avanzar con seguridad, podemos superar las pruebas, progresamos en el amor de Dios y el prójimo. Jesús se ha convertido en un regalo para los demás, convirtiéndose en un modelo de amor y servicio para cada uno de nosotros. Que la Santísima Virgen María nos ayude a encargarnos de los problemas, los sufrimientos y las dificultades de nuestro prójimo, a través de una actitud de compartir y de servicio. Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! El Evangelio de hoy (Mc 6, 30-34) nos dice que los apóstoles, después de su primera misión, regresan a Jesús y le cuentan ?todo lo que hicieron y enseñaron? (v.30). Después de la experiencia de la misión, ciertamente emocionante pero también agotadora, necesitan descansar. Y Jesús, lleno de comprensión, se preocupa por darles algo de alivio y les dice: ?Vengan a un lugar desierto, y descansen un poco? (v. 31). Pero esta vez la intención de Jesús no se puede realizar, porque la multitud, al escuchar el lugar solitario al que iba a ir en bote con sus discípulos, corren allí antes de su llegada. Lo mismo puede suceder hoy también. A veces no tenemos éxito en nuestros proyectos porque hay una contingencia urgente que altera nuestros programas y exige flexibilidad y disponibilidad para las necesidades de los demás. En estas circunstancias, estamos llamados a imitar lo que hizo Jesús: ?Al desembarcar, Jesús vio una gran multitud. Él fue compasivo con ellos, porque eran como ovejas sin pastor. Entonces comenzó a enseñarles largamente. ?(V.34). En estas frases cortas, el evangelista nos ofrece un destello de singular intensidad, fotografiando los ojos del Maestro divino y su actitud. Observemos los tres verbos de este fotograma: ver, tener compasión, enseñar. Podemos llamarlos verbos del Pastor. La mirada de Jesús no es una mirada neutra o, peor aún fría y desapegada, porque Jesús siempre mira con los ojos del corazón. Y su corazón es tan tierno y compasivo, que sabe cómo captar las necesidades, incluso las más escondidas. Por otra parte, la compasión no se limita a indicar una reacción emocional a una de las personas de situación incómoda, pero es mucho más: es la actitud y la predisposición de Dios para el hombre y la historia. Como a Jesús le conmovió ver a toda esta multitud que necesitaba guía y ayuda, esperaríamos que hiciera algún milagro. Por el contrario, comenzó a enseñarles muchas cosas. Este es el primer pan que el Mesías ofrece a la muchedumbre hambrienta y perdida: el pan de la Palabra. Todos necesitamos la palabra de verdad, que nos guía e ilumina el camino. Sin la verdad, que es Cristo mismo, no es posible encontrar la dirección correcta de la vida. Cuando nos alejamos de Jesús y su amor, nos perdemos a nosotros mismos y la vida se transforma en desilusión e insatisfacción. Con Jesús a su lado, podemos avanzar con seguridad, podemos superar las pruebas, progresamos en el amor de Dios y el prójimo. Jesús se ha convertido en un regalo para los demás, convirtiéndose en un modelo de amor y servicio para cada uno de nosotros. Que la Santísima Virgen María nos ayude a encargarnos de los problemas, los sufrimientos y las dificultades de nuestro prójimo, a través de una actitud de compartir y de servicio. Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡hola! Hoy, en Italia y en muchos otros países, se celebra la solemnidad de la Ascensión del Señor. Esta fiesta contiene dos elementos. Por un lado, dirige nuestra mirada al cielo, donde Jesús glorificado se sienta a la diestra de Dios (Mc 16:19). Por otro lado, nos recuerda el comienzo de la misión de la Iglesia: ¿por qué? Porque el Jesús resucitado y ascendido al cielo envía a sus discípulos a difundir el Evangelio en todo el mundo. Por lo tanto, la Ascensión nos exhorta a levantar nuestros ojos hacia el cielo, y luego nos volvemos inmediatamente a la tierra, realizando las tareas que el Señor Resucitado nos confía. Esto es lo que el pasaje del Evangelio de hoy nos invita a hacer: el acontecimiento de la Ascensión viene inmediatamente después de la misión que Jesús confió a los discípulos. Es una misión sin límites, literalmente ?sin fronteras?, más allá de la fortaleza humana. De hecho, Jesús dice: ?Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación? (Mc 16, 15). ¡Esta tarea que Jesús confió a un pequeño grupo de hombres simples sin grandes habilidades intelectuales parece tarea muy atrevida! Sin embargo, esta pequeña compañía, sin importancia para los grandes poderes del mundo, es enviada para llevar el mensaje de amor y misericordia de Jesús a todos los rincones de la tierra. Pero este proyecto de Dios puede realizarse solo por la fuerza que Dios mismo les da a los apóstoles. En este sentido, Jesús les asegura que su misión será apoyada por el Espíritu Santo. Él dijo: ?Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra? (Hechos 1, 8). Por lo tanto, esta misión podría realizarse y los Apóstoles lanzaron este trabajo, que luego fue continuado por sus sucesores. La misión confiada por Jesús a los Apóstoles ha continuado a través de los siglos, y continúa hoy: necesita nuestra colaboración de todos. Cada uno, gracias al Bautismo que ha recibido, está facultado para proclamar el Evangelio. Es precisamente el Bautismo que nos fortalece y nos impulsa a ser misioneros, a proclamar el Evangelio. La ascensión del Señor al cielo, mientras inauguramos una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, nos pide tener ojos y un corazón para encontrarnos con Él, servirlo y testificar de Él a los demás. Es ser hombres y mujeres de la Ascensión, es decir, buscadores de Cristo en los caminos de nuestro tiempo, que llevan su palabra de salvación hasta los confines de la tierra. En este viaje, nos encontramos con Cristo mismo en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres, en aquellos que sufren en carne propia la experiencia dura y mortificante de la pobreza antigua y nueva. Como al principio el Cristo Resucitado envió a sus apóstoles con la fuerza del Espíritu Santo, hoy nos envía a todos, con la misma fuerza, a llevar signos de esperanza concretos y visibles. Porque Jesús nos da la esperanza y hay ido al cielo y ha abierto las puertas del cielo en la esperanza que nosotros llegaremos allí. Que la Virgen María que, como la Madre del Señor muerto y resucitado, anima la fe de la primera comunidad de discípulos, también nos ayude a nosotros a guardar ?en lo más alto de nuestros corazones?, como la liturgia nos exhorta a hacer. Y al mismo tiempo, que nos ayude a tener ?los pies en la tierra? y a sembrar el Evangelio con valentía en las situaciones concretas de nuestra vida y nuestra historia. Francisco

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este domingo, el Evangelio (cfr., Mt 25,1-13) nos indica la condición para entrar en el Reino de los Cielos. Lo hace con la parábola de las diez vírgenes: se trata de aquellas doncellas que estaban encargadas de recibir y acompañar al esposo a la ceremonia de bodas, y ya que en aquellos tiempos era costumbre celebrarlas de noche, las jóvenes estaban equipadas con lámparas. La parábola dice que cinco de estas vírgenes son prudentes y cinco necias: en efecto, las prudentes llevaron consigo el aceite para las lámparas, mientras las necias no lo llevaron. El esposo tarda en llegar y todas se duermen. A medianoche es anunciada la llegada del esposo; entonces las vírgenes necias se dan cuenta de que no tienen el aceite para las lámparas, y se lo piden a las prudentes. Pero estas responden que no se lo pueden dar, porque no bastaría para todas. Entonces mientras las necias van en búsqueda del aceite, llega el esposo. Las vírgenes prudentes entran con él en la sala del banquete nupcial y la puerta se cierra. Las cinco necias vuelven demasiado tarde, llaman a la puerta, pero la respuesta es: ?No las conozco? (v. 12), y se quedan afuera. ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con esta parábola? Nos recuerda que debemos estar preparados para el encuentro con Él. Muchas veces, en el Evangelio, Jesús exhorta a velar, y lo hace también al final de este relato: ?Estén prevenidos, porque no saben ni el día ni la hora? (v. 13). Pero con esta parábola nos dice que velar no significa solamente no dormir sino estar preparados; en efecto todas las vírgenes se duermen antes que llegue el esposo, pero al despertarse algunas están listas y otras no. Aquí está entonces el significado del ser sabios y prudentes: se trata de no esperar el último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios, sino de hacerlo ya, ahora. La lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta, hace fecunda y creíble la luz de la fe. La condición para estar preparados al encuentro con el Señor no es solamente la fe, sino una vida cristiana rica de amor por el prójimo. Si nos dejamos guiar de lo que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril, y no acumulamos ninguna reserva de aceite para la lámpara de nuestra fe y ésta se apagará al momento de la venida del Señor, o aun antes. Si en cambio estamos preparados y tratamos de hacer el bien, con gestos de amor, de comunión, de servicio al prójimo en dificultad, podemos quedarnos tranquilos mientras esperamos la venida del esposo: el Señor podrá venir en cualquier momento, y también el sueño de la muerte no nos asusta, porque tenemos la reserva de aceite, acumulada con las obras buenas de cada día. Que la Virgen María nos ayude a volver nuestra fe siempre más activa por medio de la caridad; para que nuestra lámpara pueda resplandecer ya aquí, en el camino terreno, y luego para siempre, en la fiesta de bodas en el paraíso. Francisco