Cómo estar preparados para el encuentro con Jesús

Francisco - Ángelus - Regina Coeli - Palabras del papa Francisco en el Ángelus (Plaza San Pedro, 12 de noviembre de 2017)
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días! En este domingo, el Evangelio (cfr., Mt 25,1-13) nos indica la condición para entrar en el Reino de los Cielos. Lo hace con la parábola de las diez vírgenes: se trata de aquellas doncellas que estaban encargadas de recibir y acompañar al esposo a la ceremonia de bodas, y ya que en aquellos tiempos era costumbre celebrarlas de noche, las jóvenes estaban equipadas con lámparas. La parábola dice que cinco de estas vírgenes son prudentes y cinco necias: en efecto, las prudentes llevaron consigo el aceite para las lámparas, mientras las necias no lo llevaron. El esposo tarda en llegar y todas se duermen. A medianoche es anunciada la llegada del esposo; entonces las vírgenes necias se dan cuenta de que no tienen el aceite para las lámparas, y se lo piden a las prudentes. Pero estas responden que no se lo pueden dar, porque no bastaría para todas. Entonces mientras las necias van en búsqueda del aceite, llega el esposo. Las vírgenes prudentes entran con él en la sala del banquete nupcial y la puerta se cierra. Las cinco necias vuelven demasiado tarde, llaman a la puerta, pero la respuesta es: ?No las conozco? (v. 12), y se quedan afuera. ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con esta parábola? Nos recuerda que debemos estar preparados para el encuentro con Él. Muchas veces, en el Evangelio, Jesús exhorta a velar, y lo hace también al final de este relato: ?Estén prevenidos, porque no saben ni el día ni la hora? (v. 13). Pero con esta parábola nos dice que velar no significa solamente no dormir sino estar preparados; en efecto todas las vírgenes se duermen antes que llegue el esposo, pero al despertarse algunas están listas y otras no. Aquí está entonces el significado del ser sabios y prudentes: se trata de no esperar el último momento de nuestra vida para colaborar con la gracia de Dios, sino de hacerlo ya, ahora. La lámpara es el símbolo de la fe que ilumina nuestra vida, mientras el aceite es el símbolo de la caridad que alimenta, hace fecunda y creíble la luz de la fe. La condición para estar preparados al encuentro con el Señor no es solamente la fe, sino una vida cristiana rica de amor por el prójimo. Si nos dejamos guiar de lo que nos parece más cómodo, por la búsqueda de nuestros intereses, nuestra vida se vuelve estéril, y no acumulamos ninguna reserva de aceite para la lámpara de nuestra fe y ésta se apagará al momento de la venida del Señor, o aun antes. Si en cambio estamos preparados y tratamos de hacer el bien, con gestos de amor, de comunión, de servicio al prójimo en dificultad, podemos quedarnos tranquilos mientras esperamos la venida del esposo: el Señor podrá venir en cualquier momento, y también el sueño de la muerte no nos asusta, porque tenemos la reserva de aceite, acumulada con las obras buenas de cada día. Que la Virgen María nos ayude a volver nuestra fe siempre más activa por medio de la caridad; para que nuestra lámpara pueda resplandecer ya aquí, en el camino terreno, y luego para siempre, en la fiesta de bodas en el paraíso. Francisco