En unas cuantas oportunidades he realizado la experiencia de lo que se llama “el teléfono descompuesto”. Consiste en que en un grupo de personas una le dice al oído una frase a quien tiene cerca, y así se van pasando el mensaje uno a otro. Por lo general resulta que, sin mala voluntad, se le van agregando palabras o expresiones, y omitiendo otras, y al final lo que llega es bastante distinto al enunciado inicial. Cuando hablamos de Dios nos puede suceder algo semejante. A veces por comodidad, otras por torpeza, escuchamos afirmaciones equivocadas respecto del Dios en quien creemos.
Te comento algunos ejemplos de expresiones que yo mismo he escuchado, y que no coinciden con el Dios del cual nos habla Jesús.
Un Dios castigador, que parece estar más atento al fracaso y el tropiezo de cada persona, propenso a la maldición más que a la bendición.
Un Dios Iracundo y que se enoja por nada. El mal, la enfermedad, son mirados como castigos de Dios.
Un Dios que se lleva gente. Muchos ante la muerte dicen “se lo llevó Dios”.
Un Dios indiferente, tanto que se puede venir el mundo abajo que Él sigue como si nada en el cielo. Un Dios siestero.
Un Dios inaccesible o muy ocupado, que nunca tiene tiempo para recibir a sus hijos.
Un Dios abandónico, que crea todo el Universo y se desentiende de su destino, nos da la vida y después no nos cuida.
Un Dios que es “pura energía” sin ser capaz de relación interpersonal. Como si cuanto mucho la fe o la oración consistiera en ponerse delante de Él como de cara al sol. En silencio, ¿hablar para qué?
Un Dios que es juez arbitrario y ya dictó sentencia. Ya decidió quién se salva y quién no.
Un Dios etéreo, mudo, sin revelación, sin Palabra, sin comunidad, sin sacramentos.
Estas expresiones ajenas a la fe cristiana no surgen de un día para otro. Pienso que muchas veces hemos enseñado mal la doctrina cristiana y nos hemos dormido ante una catequesis deficiente, sin apertura a la trascendencia, sin experiencia de encuentro con Cristo Vivo. Debemos reconocer que algunos errores son producto de una predicación deficiente que se va “adornando” con la imaginación. Otros son copia de corrientes filosóficas o espirituales de otras tradiciones religiosas sin el debido discernimiento de qué es lo que se puede asumir como riqueza y qué nos desvía de la fe en Dios Amor.
Dios es comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Es comunión de vida y amor, y nos llama a ser de su familia, de su Pueblo fiel.
En el diálogo con Nicodemo, Jesús le dijo: “Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga Vida eterna”. (Jn 3,16)
Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. En cada misa decimos al elevar el Cuerpo y la Sangre de Jesús “por Cristo con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos”.
Cuando recibimos el Bautismo nos han derramado agua bendita en la cabeza diciendo “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Esta realidad la proclamamos con hermosos cantos de alabanza a la Trinidad, de adoración, que confiesan la grandeza de Dios y nuestra pequeñez. Dios se revela como amor que salva, que libera… Hace que el tiempo sea Historia de Salvación.
Él nos hace sus hijos y nos envía a construir su Reino de paz, justicia, libertad, amor. Un gran santo nos enseña: “El que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. (San Agustín)
La fe nos compromete en el amor a Dios y al prójimo. Oración y acción. No nos exime de la búsqueda de la fraternidad universal. Como dice la Carta de San Juan, “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él”. (I Jn 4, 16)
Estamos por comenzar Junio, el mes del Sagrado Corazón de Jesús. Recorramos este tiempo como estímulo para percibir la cercanía de su amor. Te invito a pedir especialmente por los enfermos y por el crecimiento en la caridad entre nosotros.
El fin de semana próximo es la fiesta solemne del Cuerpo y la Sangre del Señor. Este año, como en el 2020, no haremos la procesión en su honor. Te invito a unirte a las celebraciones por la televisión y las redes sociales.
Mons. Jorge E. Lozano, arzobispo de San Juan de Cuyo