Fieles venezolanos colmaron la parroquia de Caacupé para honrar al Nazareno
- 22 de abril, 2025
- Buenos Aires (AICA)
El arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, se refirió a la pesada cruz del desarraigo y del exilio forzado, y la cruz de la desesperanza, del desaliento.

Una iglesia no llena, sino repleta y desbordada de fieles venezolanos, fue la parroquia Nuestra Señora de Caacupé, en el barrio porteño de Caballito, cuando el arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Ignacio García Cuerva, presidió el Miércoles Santo, a las 20.30, una misa en la celebración del Nazareno, devoción arraigada en ese país hermano.
En un costado del presbiterio había una réplica de la imagen del Nazareno de San Pablo, que se venera en la iglesia Santa Teresa, de Caracas. Es una talla en madera de Jesucristo llevando la cruz, ataviado con un vestido morado con vivos dorados. Hecha en Sevilla en el siglo XVII, fue llevada en aquel tiempo a Venezuela, donde primeramente recibió veneración en la iglesia caraqueña de San Pablo Ermitaño, y de allí viene su nombre de Nazareno de San Pablo.
Hablando cerca de la imagen, sin leer, en una vibrante, breve y emotiva homilía, el arzobispo habló de la pesada cruz del exilio forzado y del desarraigo, y de la cruz de la desesperanza, cuando parecía que se encendía una luz.
Concelebraron la misa el párroco de Caacupé, presbítero Eusebio Hernández Greco; el rector del seminario Metropolitano de Buenos Aires, el presbítero Sebastián Sury, y el presbítero Juan Cruz Padilla, de la prelatura del Opus Dei.
Asistieron numerosos seminaristas con albas blancas, que entraron en procesión desde el fondo del templo, precediendo a los concelebrantes y junto con varios jóvenes que llevaban ramos de flores y las banderas de la Argentina, de la Santa Sede, de Venezuela y del Paraguay.
En la primera fila de bancos estaba el jefe de Gobierno de la Ciudad, Jorge Macri, con su esposa, y en la segunda fila estaba la directora de Cultos de la Ciudad, Pilar Bosca.
La cruz pesada del desarraigo
El arzobispo se refirió a las cruces de la vida. "Para algunos serán enfermedades, problemas en la familia, dificultades económicas, culpas, rencores. Cada uno sabrá la cruz que lleva".
Y agregó "Hay otras cruces colectivas; son cruces de todos, y yo pensaba en la del pueblo venezolano... La primera, la del exilio forzado. Ustedes saben cuánto pesa esa cruz. Y con esa cruz pesada, muchas veces hay que salir de casa sabiendo que no hay solución"·.
Se refirió a "la cruz pesada del desarraigo, de perder costumbres, prácticas; el desarraigo del clima, de la vida, y por supuesto, el desarraigo del espíritu, el más pesado de todos".
Apuntó que esa cruz pesada pesa más cuando se acercan determinadas fechas, acontecimientos de Venezuela, de un cumpleaños, cuando se enteran del fallecimiento de un ser querido y el no poder estar.
La cruz de la desesperación
Y mencionó la otra cruz, "que creo más pesada, la cruz de la desesperanza, porque hubo un momento que parecía que se encendía una luz, de que las cosas podían cambiar. Y de repente, esa luz parece que se apagó. Y entonces, la desesperanza y el desaliento. Ganó eso de bajar los brazos y decir: ya está".
Pero el arzobispo animó a elevar la mirada: "Estas cruces no están en nuestros corazones y nuestras espaldas. Las lleva Él, el Nazareno".
"Nadie niega la cruz -aseveró-. Nosotros creemos en Cristo crucificado y creemos que Cristo carga nuestra pesada cruz del exilio y del desarraigo, que nos duele el alma".
Aludiendo a la crucifixión de Jesucristo, ya su resurrección, dijo: "Sabemos que esa cruz ha sido milagro de vida, para siempre". Pidió que el Señor los bendiga en la alegría y la esperanza, para seguir adelante.
Afirmó que no todo está perdido. "La muerte no tiene la última palabra, porque el Señor venció la muerte para siempre".+ (Jorge Rouillon)