Miércoles 24 de abril de 2024

Scalabrini: el futuro santo, testimonio del compromiso con los migrantes

  • 6 de octubre, 2022
  • Ciudad del Vaticano (AICA)
Las congregaciones scalabrinianas destacaron ese espíritu de su fundador, que el próximo domingo será canonizado por el papa Francisco en Roma. Una rueda de prensa para conocer más su historia.
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La actualidad y la esencialidad del carisma de las congregaciones de los Misioneros de San Carlos Borromeo y de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo Scalabrinianas surgieron esta mañana en la rueda de prensa celebrada en el Instituto María Bambina de Roma.

Entre los participantes estaba el postulador, padre Graziano Battistella, quien aclaró que el milagro reconocido a Scalabrini se refería a la curación de una monja enferma de cáncer. El Papa -recordó- aceptó reconocer la santidad incluso en presencia de un solo milagro, señalando el camino de la dispensa para el segundo milagro, y consultando a todos los cardenales.

Monseñor Benoni Ambarus, secretario de la Comisión Episcopal de Migraciones de la Conferencia Episcopal Italiana, destacó el aprecio de los obispos italianos por el compromiso misionero tras el carisma scalabriniano y la importancia de la feliz colaboración en curso.

A continuación intervino monseñor Pierpaolo Felicolo, director general de la Fundación Migrantes. Junto al padre Leonir Chiarello, superior general de los Misioneros de San Carlos Borromeo Scalabrinianos, explicó cómo la presencia de los Scalabrinianos se centra en particular en la segunda fase de la acogida: tras la llegada de emergencia, es importante un compromiso más amplio. La misionera Giulia Civitelli recordó la experiencia de los misioneros seculares.

Un carisma más relevante que nunca
Giovanni Battista Scalabrini, obispo fundador de las congregaciones de los misioneros y de las Hermanas de San Carlos Borromeo, fue proclamado beato por el papa Juan Pablo II el 9 de noviembre de 1997 y será canonizado en una ceremonia en San Pedro el próximo domingo 9 de octubre. Profundamente afectado por la tragedia de tantos italianos obligados a emigrar a Estados Unidos y Sudamérica a finales del siglo XIX, no permaneció indiferente: sensibilizó a la sociedad y envió a sus misioneros para ayudar y apoyar a los emigrantes en los puertos, en los barcos y a su llegada a los nuevos países. Su canonización nos ayuda a comprender cómo la comunidad cristiana debe seguir comprometiéndose hoy en día con la acogida y la integración de los emigrantes con vistas a una sociedad más fraterna.

Por ello, se lo considera un padre para todos los inmigrantes y refugiados. Así lo recuerda la hermana Neusa de Fátima Mariano, superiora de la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo Scalabriniano: "más de un siglo después de la muerte de Juan Bautista Scalabrini -subraya la hermana Neusa- su vida sigue siendo un faro para quienes en el mundo sirven a la humanidad más sufrida: los migrantes". Después de fundar los Misioneros de San Carlos Borromeo en 1887", explica, "el obispo de Piacenza sabía que su trabajo estaba incompleto, especialmente en América del Sur, sin la ayuda de las Hermanas". Apoyado por la Beata Assunta Marchetti y el Siervo de Dios Padre Giuseppe Marchetti, en 1895 fundó la Congregación de las Hermanas Misioneras de San Carlos Borromeo, reconociendo el gran valor que las mujeres consagradas podían aportar a su proyecto misionero en el mundo.

"Somos la expresión del rostro femenino del carisma scalabriniano dirigido a los emigrantes", dice Sor Neusa. "Tenemos una sensibilidad especial, sentimos y comprendemos todas las dificultades que puede experimentar una mujer en el viaje migratorio, un viaje que hace a las mujeres y a los niños más frágiles y vulnerables".

"Nací en Brasil", cuenta, "y trabajé durante muchos años con niños y jóvenes, en la formación cristiana; fui catequista en mi parroquia y pertenecí a grupos de jóvenes, pero había un deseo en mi corazón de hacer algo más grande y entregar toda mi vida al servicio de Dios. He investigado sobre las congregaciones de la zona de San Pablo y me han impresionado mucho las hermanas Scalabrinianas. Los conocí y fueron muy felices y acogedores. Sentí que este era el lugar donde el Señor me llamaba. Más tarde, conocí la espiritualidad de Scalabrini, su capacidad de ver al Señor en los emigrantes y de trabajar por su bien. Así me convertí en hermana scalabriniana a los 21 años. Una de mis primeras misiones fue en las afueras de São Paulo, en las favelas. Conocimos a los inmigrantes y me sorprendió su esperanza, su valor y la confianza que tenían en el Señor para tener una vida mejor. Abrían sus casas y con sencillez ofrecían lo que tenían, a pesar de su situación de pobreza.

"Nos contaban -continuó la hermana Neusa- su historia, el sufrimiento que experimentaron en el camino de la migración. En mi condición de monja scalabriniana, siempre fue importante dar el primer paso hacia el otro, escucharlo, entrar en profunda comunión con su realidad; me alegraba cuando veía que la gente salía de su aislamiento, de su tristeza". 

"Estamos presentes en 27 países con más de 100 misiones animadas por la espiritualidad de Scalabrini", recuerda la Superiora, y subraya: "En cada persona vemos a un hijo de Dios y tratamos de vivir el misterio de la Encarnación en las diversas realidades migratorias". Nuestra elección es dirigirnos de manera especial a las mujeres y niños refugiados, ser migrantes con los migrantes, compañeros de viaje".

La casa inaugurada en Roma se llama Chaire Gynai, que significa "Bienvenida, mujer" en griego. La superiora, hermana Neusa dice que en el abrazo de una madre que le dio las gracias sintió el propósito de la misión: "les ofrecemos la posibilidad de una vida que reconozca su dignidad y les abra caminos a nuevas oportunidades".

El carisma scalabriniano en el mundo se testimonia a través de acciones socio-pastorales, se manifiesta en la solidaridad con quienes viven el drama de la migración, todo apunta a crear comunión, a ser hermanas con, para y entre los migrantes y refugiados. En los últimos años ha nacido el proyecto específico del "Servicio Itinerante", presente en los lugares de frontera, donde hay más sufrimiento: en Roraima en Brasil, en la frontera norte y sur de México, en Ventimiglia en Italia y en Pemba en Mozambique".

"La migración llega -señala la hermana Neusa- y trae consigo cambios estructurales: acoger a los migrantes es tener esa capacidad de escucha. Abrirse al otro implica compartir nuestro espacio, nuestras ciudades, pero también saber valorar la belleza que cada uno aporta. Entrar en relación con los emigrantes significa también saber conmoverse ante el dolor, como hizo Scalabrini al ver partir a los emigrantes italianos hacia América. Las mujeres", añade, "somos mucho más sensibles al sufrimiento de los demás. Partiendo de nuestra forma de ser mujeres, intentamos hacer florecer de nuevo la creatividad scalabriniana con los migrantes y refugiados que no encuentran respuestas a sus problemas, a sus heridas, e intentamos acompañarles en su camino como hace Jesús, el buen samaritano. El dolor de los emigrantes también se convierte en nuestro dolor, al igual que su esperanza es nuestra esperanza. Esto es lo que nos enseñó Scalabrini".

El valor de la canonización
"Scalabrini estaba enamorado del misterio de la Encarnación de Dios -aclara la hermana Neusa- y contemplaba continuamente al Hijo de Dios que se hizo hombre para revelar el amor del Padre y entregarle la humanidad renovada. Era un hombre totalmente de Dios y para Dios. Atesoraba la cultura de los emigrantes, la riqueza que traían consigo, hasta el punto de decir: "En el emigrante veo al Señor". Hemos recibido este legado, un carisma para el tiempo de hoy. Cuando leemos sus escritos, nos damos cuenta de que siguen siendo relevantes hoy en día. También fue un hombre de acción: supo implicar a la Iglesia, al Estado, a los laicos, a los misioneros, a nosotras, las hermanas scalabrinianas, para que todos pudieran hacer su parte. Es bonito que su canonización llegue en este momento tan fuerte de la migración. Es un signo importante que el Papa quiere dar a toda la Iglesia y a toda la humanidad, una Iglesia que acoge y camina con los migrantes y refugiados".

La hermana Lina Guzzo, misionera scalabriniana de 57 años, vive ahora en Mesina ayudando a las comunidades de Sri Lanka y Filipinas a integrarse. Su historia comienza reafirmando que "todo emigrante es un hijo de Dios": "Es 2016", relata la hermana Lina, "cuando dos hermanos, Ahmed y Fadil (nombres ficticios), llegan al puerto de Reggio Calabria, tras ser rescatados en el mar por la Guardia Costera. Fadil sólo tiene 15 años, le han pegado, tiene heridas y moratones por todo el cuerpo y hay que llevarlo al hospital, pero no quiere. Sabe que si deja a su hermano mayor ahora, será trasladado quién sabe dónde y no volverá a verlo. Es en este momento de desesperación cuando Fadil conoce a la hermana Lina Guzzo, una misionera scalabriniana. "No te preocupes, iré al hospital contigo", dice la hermana Lina. Durante toda la noche, Fadil llora desesperado, mientras la hermana Lina llama repetidamente a los guardacostas para asegurarse de que Ahmed no es trasladado a algún centro. "Mis brazos estaban marcados por sus uñas, me sujetaba y me decía que no me apartara", recuerda la hermana Lina.

Por la mañana, Fadil fue dado de alta y la hermana Lina le acompañó al puerto. Ahmed no se movió de allí en toda la noche. Los dos hermanos se abrazan, se besan, lloran de alegría. "Todo el mundo debería haber presenciado ese momento, incluso algunos políticos. Estos chicos se habían enfrentado al abandono de su familia, a la travesía del desierto, al encarcelamiento en Libia, a la violencia, a la muerte en el mar de sus compañeros y luego, una vez que parecía que lo habían conseguido, al miedo de no volver a verse. En ese abrazo estaba toda la humanidad, estaba toda la esperanza de una nueva vida. A veces basta con tener respeto por el dolor de los demás. Bajo esa piel de otro color, está el gran don de una vida recibida, están los hijos de Dios", dice la hermana Lina, que como misionera ha pasado 57 años al lado de los que emigran: desde italianos en Suiza, hasta refugiados de Kosovo en Albania y migrantes africanos en Portugal e Italia". 

"No importa si son católicos o musulmanes o hindúes", reitera la hermana Lina, "tienen una fe, creen en alguien por encima de ellos que está presente en sus vidas. Hemos recibido del obispo y de san Juan Bautista Scalabrini el carisma de servir a los migrantes, debemos conocer la humanidad para poder acompañarla y sabernos verdaderamente misioneros con estas personas".

La experiencia en Calabria
Durante años, la hermana Lina fue "la animadora del puerto de Reggio Calabria". Así la llamaron los voluntarios que, junto con ella y las demás hermanas, acogieron a los migrantes. De esta experiencia cuenta: "Hasta 900 personas desembarcaron en un día, muchos eran menores no acompañados. La noche anterior nos avisaban de su llegada y al amanecer estábamos allí cargados de zapatillas, ropa, brioches, zumo de frutas. Les dábamos la mano y les preguntábamos por su familia. Con gestos nos entendimos e intentamos quitarles el miedo. A menudo ni siquiera sabían dónde estaban. Pasaba el día y la noche con ellos en las tiendas de campaña o en el hospital". La Hna. Lina recuerda un día en que pasó entre los chicos recién desembarcados distribuyendo suministros. "Uno de ellos me miró con los ojos muy abiertos y repitió: 'Tengo hambre'. Tenían sed y hambre, pero yo acababa de terminar los croissants. Lo sentí mucho y uno de sus compañeros de viaje me dijo entonces en portugués: "Mamá, no te preocupes porque a partir de hoy comemos en libertad". Esta frase se ha quedado como una piedra tallada en mi corazón y me ha hecho ver lo importante que es para ellos llegar aquí, a los países democráticos, y construir una vida digna".

Los años más difíciles fueron los de la guerra de Kosovo. Las Hermanas Misioneras Scalabrinianas acogieron a refugiados en su casa de Albania, en Shkodra: "Albergamos a 50 personas, 36 eran menores. Tuve que reconocer a personas asesinadas con la cabeza llena de balas. Fui testigo de la muerte de una mujer, madre de un niño pequeño, que recibió un disparo en la espalda. Cuando llegó su marido, pensé: "¿Qué voy a hacer ahora, Dios mío?". Pero tras el desánimo e incluso el miedo", asegura la hermana Lina, "llega la fe, el saber que no todo acaba así: 'Hay un Dios que te da la fuerza para seguir adelante con tu vocación'.

Una reflexión personal: "Soy vicepostulador de la canonización y agradezco al Papa Francisco que haya elegido dar a la Iglesia un modelo como Scalabrini. Es un gran regalo que Dios hace a los emigrantes, a los descartados, a los rechazados por el mundo que necesitan ser acogidos y recibir la confrontación de la fe".+