Viernes 14 de febrero de 2025

Mons. Castagna: 'El amor es el precepto máximo'

  • 14 de febrero, 2025
  • Corrientes (AICA)
El arzobispo emérito de Corrientes invita a vivir las Bienaventuranzas con humildad, amor y responsabilidad, siguiendo el ejemplo de Jesús y esforzándose por alcanzar la santidad en la vida cotidiana.
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En sus sugerencias para la homilía del próximo domingo, monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, reflexionó sobre las Bienaventuranzas, destacando la importancia de la pobreza de espíritu como base para una auténtica espiritualidad cristiana.

Monseñor Castagna subrayó que las Bienaventuranzas sintetizan las exigencias morales del Evangelio y que, para vivirlas, es necesario tener un corazón humilde. Solo los pobres de espíritu son capaces de acercarse a Dios y alcanzar la verdadera santidad, indicó, ya que no se dejan atrapar por el egoísmo ni por el poder efímero del mundo.

"Dios hace santos únicamente a los humildes (o pobres de corazón). Ningún engreído, aunque teóricamente practique todas las restantes virtudes, podrá lograr la santidad", consideró.

Además, el arzobispo destacó que la enseñanza de Cristo va más allá de las palabras; su vida es el modelo a seguir. "Su vida entre los hombres constituye el testimonio irrevocable de la verdad que viene a transmitir al mundo. Al mismo tiempo, junto a las bienaventuranzas, está el modo adecuado de expresarlas, con su ejemplar comportamiento", planteó.

Por eso, sostuvo que, al imitar el comportamiento y las virtudes de Jesús, los cristianos pueden alcanzar la santidad de diversas formas, ya sea en la vida consagrada, el sacerdocio o la vida familiar.

En su reflexión, el prelado también se refirió al amor como el precepto máximo de la fe cristiana, ya que, través del amor a Dios y al prójimo, se cumple el mandato divino. Este amor implica responsabilidad y el compromiso con la voluntad de Dios, que es la norma suprema para los bautizados.

"Jesús nos conduce al encuentro con el Padre, ya que Él es su imagen visible. Su presencia en el mundo deja conocer a Dios Padre, y mantener con Él una relación filial que absuelve los pecados y realiza la auténtica reconciliación", concluyó.

Texto completo de las sugerencias:
1. Las Bienaventuranzas.
Jesús es seguido por verdaderas muchedumbres y sus enfermos son curados al simple contacto con sus vestiduras. Ciertamente la fe, como lo declara el mismo Señor, constituye la condición indispensable para que se haga efectiva la salud solicitada. El aspecto anecdótico de esas jornadas, de multitudinario seguimiento, favorece la claridad de su palabra, tan esperada por la muchedumbre, como su prodigiosa sanación. Jesús hace de su palabra una imprescindible enseñanza. Concluye su tarea asombrosa de sanación con las bienaventuranzas, síntesis de las exigencias morales del Evangelio. Son felices quienes las observan con exactitud. Es imposible agregar algo a las bienaventuranzas. En ellas están todos los requisitos para conformar una auténtica espiritualidad evangélica. "Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos dijo "y comenzó la enumeración descriptiva de la fisonomía de sus auténticos seguidores. La base de la misma es la pobreza de corazón: "¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece¡" Los auténticos pobres, que son los humildes, son los propietarios del Reino. No son los poderosos, económica y políticamente. Ni los que exhiben un poder efímero, únicamente reconocido por quienes los temen, pero no los aman. La pobreza bienaventurada no otorga privilegios sino una inigualable capacidad de incorporar las restantes bienaventuranzas, hasta identificar -a quienes la practican- con Jesús que ama a su Padre y a sus hermanos los hombres, sin exclusiones. Dios hace santos únicamente a los humildes (o pobres de corazón). Ningún engreído, aunque teóricamente practique todas las restantes virtudes, podrá lograr la santidad. Jesús se mezcla entre los pobres porque halla, en ellos, seres capaces de reconciliarse con el Padre, con los restantes seres humanos y con la Creación. No importa de dónde provengan y del estado de pecado en que se encuentren. El mal de la humanidad es el pecado, Jesús vino a "quitarlo" del mundo, así lo entendió el Bautista cuando lo identificó, ante sus discípulos, como el "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo".

2. Su enseñanza trasciende la palabra. Ciertamente el texto bíblico de Lucas, introduce, a quienes lo atienden con fe, en la esencia de la enseñanza del Maestro. Se dirige a sus discípulos para que el sendero a la santidad no se preste a confusiones. Como es habitual en Él, su enseñanza trasciende la palabra, y la mantiene incuestionable para un mundo entreverado en sus discursos y especulaciones. Su vida entre los hombres, constituye el testimonio irrevocable de la verdad que viene a transmitir al mundo. Al mismo tiempo, junto a las bienaventuranzas, está el modo adecuado de expresarlas con su ejemplar comportamiento. Hecho Hombre verdadero, convierte su vivencia de la verdad, en imitable para quienes quieran ser sus discípulos. Siendo Dios verdadero, logra que su comportamiento humano, sea modelo para todos los hombres. Su gracia, "poder de Dios", se pone al servicio de quienes quieran seguirlo, imitando sus virtudes. Su gracia hace posible lo que parece ser imposible: "Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios" (Lucas 18, 27). San Pablo lo entiende así: "Sigan mi ejemplo, así como yo sigo el ejemplo de Cristo" (1 Corintios 11, 1). Los santos se empeñan en imitar a Jesús, en la práctica de las virtudes, y en la victoria sobre el Maligno y sus artimañas. Santos como San Francisco de Asís, el Santo Cura de Ars, San Pío de Pietrelchina, además de San Pablo Apóstol y San Francisco de Sales. Son, todos ellos, auténticos imitadores de Cristo. De esa manera se comprueba la existencia de senderos diversos que conducen al comportamiento santo de Cristo. Los santos recorren diversos caminos - vida consagrada, sacerdocio ministerial, vida conyugal y familiar ? no obstante la diversidad, todos ellos logran una real participación de la santidad de Cristo. En la perspectiva de las bienaventuranzas, la base de todas las virtudes cristianas es la pobreza de corazón. Recorriéndolas se comprueba la relación que existe entre ellas: sin pobreza de espíritu es imposible acceder a la justicia, tampoco pueden ser enjugadas las lágrimas y superado el desconsuelo. Sin pobreza de espíritu los cristianos no sabrán enfrentar el odio, la exclusión, los insultos y proscripciones a que el mundo quiera condenarlos por el hecho de ser de Cristo. Después de dos mil años, aún se producen las más cruentas persecuciones, incluso en países, como Nicaragua, que han nacido y se han consolidado al amparo de la Cruz de Cristo.

3. El amor es el precepto máximo. Los mártires de todas las épocas manifiestan una indecible alegría, muy distante de la que el mundo intenta promover: "¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo!" (Lucas 6, 23). También presenta una contracara estremecedora: "Pero ¡ay de ustedes los ricos (los no pobres de espíritu), porque ya tienen su consuelo!" (Lucas 6, 24). La descripción de los infortunios no pretenden cargar las tintas para generar miedo. Olvidar las tristes consecuencias del pecado no las excluye de la realidad. Produce un escozor en el espíritu la observación de tantos hombres y mujeres que enfrentan la muerte, inconscientes del mal que han causado, a sí mismos y a los demás. Es una verdad incuestionable que, al final de los tiempos, la justicia será reparada y el mal definitivamente eliminado. Se entiende que los responsables del bien y del mal recibirán su recompensa o sanción. Jesús habla con frecuencia del "más allá" o el cielo. La eternidad, el más allá del tiempo, a la que estamos todos destinados encontrará a los hombres y mujeres bienaventurados o réprobos. Dependerá de la libre decisión de cada persona. Nadie se salva sin su consentimiento, y nadie se condena contra su voluntad. Dios no se contradice, habiendo otorgado a los hombres el don de la libertad, y, al mismo tiempo, anularla es una contradicción. Dios respeta la libertad, aunque quien la posea no la ejerza como corresponde. En virtud del mismo don de la libertad, quien lo ha recibido es responsable de su buen o mal uso. Ciertamente el pecado es el mal uso de la libertad. El libre albedrío requiere ser ejercido responsablemente. Para ello, es preciso comprender en qué consiste la vida moral. Como bien lo expresa el término: "responsabilidad", consiste en una respuesta de amor al Divino Legislador que ama al mundo. El amor es el precepto máximo, que hace posible el cumplimiento de todos los demás. Así no lo entiende el mundo cuando vincula la libertad con vivir sin normas, incluyendo los mandamientos y las bienaventuranzas. Para quienes están comprometidos por el Bautismo, les será preciso cumplir la voluntad del Padre y, por lo mismo, considerarla la suprema norma a obedecer. En esa obediencia se alcanza el amor a Dios: "El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él" (Juan 14, 21).

4. Cristo, el Emmanuel. Sentimos lo que pensamos, amamos a Quien merece todo nuestro amor, en esto consiste nuestro éxito y felicidad. Jesús nos conduce al encuentro con el Padre, ya que Él es su imagen visible. Su presencia en el mundo deja conocer a Dios Padre, y mantener con Él una relación filial que absuelve los pecados y realiza la auténtica reconciliación. El Señor es consciente de su misión divina. La desempeña manteniendo nuestra piel pegada a la suya. Se hace uno de nosotros sin el pecado, que oscurece y desfigura la naturaleza humana. Es el Cordero de Dios "que quita el pecado del mundo". No trabaja como si nuestra naturaleza humana fuera una masa inerme a la que intenta imprimir una nueva imagen. Somos una libertad a sanear, llamada a responsabilizarse, mediante un personal consentimiento, a dejarse ser réplica artesanal del Hombre Nuevo: Cristo glorificado. La fe en la persona de Jesús otorga la capacidad de aceptar la nueva condición, o santidad.+